Capítulo único

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Despierto con una sensación extraña, como si hubieran pasado siglos desde la última vez que sentí el suave tacto de mis sábanas de seda en mi piel, y la gentil calidez del sol en mis ojos colándose por mi ventana. El mismo sueño otra vez: En él, soy un joven noble del siglo XIX, un hermoso aristócrata de moralidad cuestionable e influencia nefasta en aquellos desafortunados que se acercan a mí por mi belleza. Ahí me visto como un dandi de la época, soy como Narciso, como un dios del Olimpo; los años no dejan su huella perenne en mí. Le he ganado la batalla al tiempo debido a...

Esa parte no puedo recordarla, siempre me despierto antes de que el sueño concluya y revele por qué mi juventud y belleza son sinónimos de condena.

El móvil empieza a vibrar, indicando que mi día ha comenzado. Son las nueve de la mañana del nueve de noviembre del año 2023.

Parece ser una fecha importante, pues el número da vueltas incesantes en mi cabeza, pero no consigo recordar de qué se trata. Tal vez no he terminado de despertar, o quizás la resaca comienza a afectarme.

¿Por dónde debo empezar? Quizás hoy me reuniré con Greenpeace, Médicos sin Fronteras o con alguna de esas asociaciones absurdas que en poco contribuyen para erradicar el hambre en África.

Henry se burlaría de mí y de mi falsa disposición por ayudar a los demás. Sus palabras rezuman en mi oído: «Las obras de caridad son solo formas para buscar el reconocimiento social o la misma satisfacción de un océano de ego que nunca será satisfecho, mi querido Dorian, jamás serán actos de generosidad».

En algo tiene razón, pero necesito encontrar el sentido de mi vida. Es una búsqueda constante que satisfago medianamente con mi ayuda desinteresada al prójimo. Todo tiene sus matices, porque el mismo reconocimiento que recibo por parte de la sociedad de la más alta alcurnia, se equipara en demasía con los placeres sórdidos que obtengo en mis salidas secretas a los bares clandestinos. Yo necesito los mínimos y los máximos, el exceso y la escasez... Pues, ¿quién puede ser feliz sin haber probado la tristeza? ¡Ay, los extremos del ser humano son tan estúpidos y maravillosos!

Ya empiezo a hablar como Henry, otra vez... Basil dice que desde que lo conozco he cambiado mucho, yo no lo creo así; es que antes vivía en un estado de inocencia e ignorancia perpetua, como Adán, antes de que Eva le tentara a probar el maravilloso fruto prohibido.

El timbre de mi departamento suena, me pongo de pie y dejo a un lado mis elucubraciones. Me visto con mi bata de seda y detrás del interfono escucho la voz de mi querido amigo:

—¿Se te pegaron las sábanas otra vez? —pregunta riendo, la voz juvenil al otro lado de la puerta.

—Pasa, mi querido amigo —le saludo con un abrazo afectuoso luego de abrirle.

«¡Basil, mi amado Basil! —pienso—. En el pasado fuimos amantes, en alguna otra vida te correspondí, lamento no poder hacerlo en esta. Mi querido y fiel amigo. En otro universo también te amé y en alguna otra vida tomé el cuchillo en aquel sórdido sótano lleno de secretos, y te maté».

—¿Qué dijiste? —Basil me interrumpe, me saca de mis pensamientos confusos y me regresa a la realidad.

—No dije nada.

—Murmurabas, como si pensaras en voz alta —me asegura—, ¿está todo bien?

—Magnifico —respondo aún atontado. ¿Qué significa esto? Los sueños cada vez son más lúcidos e invaden el mundo real.

—Bien, amigo mío —continua Basil, dándome abrazos y besos afectuosos. El verlo tan joven, tan radiante y lleno de vida me provoca una emoción inexplicable que reprimo al instante—. No hay plazo que no se cumpla y por fin me marcho mañana a París. No te aflijas, querido, ni pongas esa cara de martirio. Recuerda que solo serán seis meses. Ahora, ven conmigo, como lo prometiste y pasemos el día juntos. Hoy eres todo mío, por hoy no existe Henry Wotton o Sibyl Vane.

Paris, Sibyl.

¿Por qué esas dos palabras representan la tragedia? Un dejà vu cruel se apodera de mí. Esto ya lo he vivido antes, Sibyl está muerta y tú, mi querido amigo, jamás llegaste a París.

—Vamos —me apremia Basil con una mágica sonrisa—. Tómame del brazo y muéstrame el mundo a través de los ojos del gran Dorian Gray.

Decido dejar esos pensamientos molestos e intrusivos por un momento, tal vez sea hora de volver a interesarme en la psicología y pagarme a uno de esos loqueros. Sin duda algo está pasándome.

Paseamos por las calles de Londres y decidimos entrar a un restaurante lujoso para desayunar y charlar. Tomamos un café y degustamos una tarta mientras platicamos de otros ayeres. Mi móvil empieza a vibrar, me tomo el tiempo para deslizar mi dedo y ver que tengo millones de notificaciones en Instagram.

Mis fotografías siempre han causado sensación, pero la última que me ha tomado Basil excede los límites de la cordura. No es de este mundo, es etérea y casi celestial. Sonrío, pero me abstengo de mirar los comentarios, volveré a ellos en un momento. Hay algo que amerita mi urgencia.

Busco entre mis contactos el nombre de Sibyl Vane y al instante se despliegan numerosas publicaciones, la más reciente es de ayer, Ocho de noviembre: You only live Once, ostenta el título al pie de la fotografía. Sibyl está sonriendo, posando de una manera un poco vulgar junto a la Torre Eiffel. Casi puedo escuchar las palabras de Henry: «No te aflijas, Dorian. Es una mujer hermosa, eso es lo que debe de importarte, que sea vulgar o inculta no cambia nada, recuerda que la belleza es la única cualidad de las mujeres. ¡Dichoso de ti, pues tendrás en ella una fuente inacabable de inspiración!»

Sybil cuenta con millones de seguidores, es una actriz más o menos destacable e influencer reconocida.

«Entonces sigue viva... —dice una voz en mi mente a la que me gustaría ignorar—. No la maté, no bebió veneno esa noche trágica en aquel teatro miserable. Está viva y ya no tiene diecisiete».

Por supuesto que no la maté. Ahora lo recuerdo: Sybil es mi novia formal, nos conocimos aquí en Londres hace cinco años. Me la presentó James Vane, su hermano, el capitán de la flota más asombrosa y ostentosa de barcos en Australia. Coincidimos en un evento benéfico en una navidad. James, a pesar de ser tan joven, es un hombre inteligente, millonario y un altruista como yo.

Mis palabras no mataron a Sibyl y su hermano no busca venganza.

—¡Dorian! ¡Dorian! —Basil levanta la voz de manera que los comensales se giran a mirarnos—. ¡Dorian, reacciona! ¡Me estás empezando a preocupar!

Está tan cerca de mí que podría besarlo y decirle que me perdone, que también lo amo; que no se marche a Paris, que se quede para siempre conmigo, en Londres. En cambio, digo:

—Perdóname, Basil. Estoy bajo mucho estrés.

Basil mira la foto de Sibyl y una sombra de tristeza cruza por sus ojos.

—Te pedí este día para mí, no ha pasado ni una hora y ya buscaste a Sibyl.

—No, Basil. Una pesadez me abrumó sin razón y pensé que algo malo le había sucedido. Por eso la busqué.

—No me tienes que dar explicaciones —Basil cambia el gesto triste y sonríe—. Es tu novia y tu prometida. Yo solo soy tu amigo.

—El mejor —le aclaro, extendiendo mi mano para alcanzar la suya, él se estremece con el toque y la retira.

—He visto tu última publicación —me dice y su rostro se degrada en una fea mueca de dolor—. Te pedí que no lo hicieras —agrega, con infinito pesar.

—¿De qué hablas, Basil? —Yo no recuerdo absolutamente nada—. ¿Qué he hecho para provocarte esta pena y angustia?

Basil niega con la cabeza y detiene sutilmente, con su dedo índice, una lágrima que estaba a punto de desbordarse se su ojo derecho.

—Hablaremos de eso más tarde, no quiero arruinar nuestro último día juntos. —Me sonríe.

—No será el último día, Basil. —Intento reconfortarlo con mis palabras y le obsequio mi más encantadora sonrisa—. Solo te irás seis meses y tal vez pueda visitarte allá.

«No —dice una voz que sale de la boca de Basil, pero que no es de él. Es una voz grave y profunda que me hace estremecer—. No será así, porque antes de que el día acabe me matarás. Siempre termina así».

—¿Nos vamos, Dorian? —pregunta mi amigo después de pagar la cuenta.

El resto del día transcurre sin contratiempos, paseamos por muchos lugares, tomados del brazo, con mucho afecto. Ahora, en esta época, podemos hacerlo, sin que nadie nos moleste o nos juzgue. Yo lo amo y el me ama, pero no estamos destinados a estar juntos.

Regresamos por la noche y subimos a mi departamento, es hora de despedirnos y siento que mi corazón se acongoja. Sé que no siempre he valorado a Basil como lo merece. Él es el ser más puro que conozco; lo único que me detiene y me ancla a este mundo y me inclina a hacer lo correcto.

Basil está sentado, en un sillón en mi living. Sume la cabeza entre sus manos y comienza a sollozar. No se irá sin decirme lo que tanto le agobia.

—Dorian, te amo. Siempre lo he hecho. Sabes que te admiro, que te idolatro y que en todas mis obras eres siempre mi musa, mi inspiración.

—Lo sé, Basil. Sé que cuando pintas siempre lo haces pensando en mí, pero esta idolatría insana debe de parar.

—¿Pintar? —pregunta confundido—. Amigo mío, sabes muy bien que yo no soy pintor, soy fotógrafo. Siempre lo he sido.

—Fotos... —murmuro para mí. Eso es... En esta realidad no eres pintor, eres fotógrafo...

—Dorian —continúa Basil retomando el hilo de la conversación—. La última foto que posteaste en Instagram. Te supliqué que no lo hicieras, Te lo confesé a ti, y a Henry; y este último se burló de mí y de mis sentimientos a los que tildó como absurdos; pero lo sabes, Dorian. Hay demasiado de mí en esa fotografía, desnudé mi alma en ella y ahora el mundo sabrá mi verdad. Cuando la tomé, solo pensaba en ti, Dorian, porque te amo, porque beso tus manos pulcras e inmaculadas, porque amo tus pies y bendigo el suelo que pisan.

Entonces recuerdo la fotografía, la que ha generado insistentes notificaciones y mensajes desde que me atreví a subirla, contradiciendo los deseos de mi amigo.

—Bájala, Dorian —me suplica.

—No, Basil —le contesto y algo empieza a bullir desde mis entrañas, como un recuerdo amargo y siniestro, como un monstruo terrible que lleva años, siglos escondido ahí—. No lo haré. La tomaste porque me deseabas, porque me amabas y porque querías que el mundo lo hiciera también, ¿o qué esperabas, Basil? Eso es lo que yo más deseo, que el mundo entero conozca al gran Dorian Gray, que me admiren no solo porque hago estúpidas e insípidas obras de caridad o porque soy un virtuoso en todo lo que hago. Mi belleza no debe quedarse en el aburrido Londres, ni guardada en un cajón. Mi perfección debe de honrarse en cada maldita parte del mundo, tallada, pintada y esculpida por cada estúpido sentimentaloide como tú.

—¡Dorian, no puedo creer lo que estás diciendo! —Basil me mira con asombro y pena infinita. ¿Acaso me tiene lástima?—. No te reconozco... ¿Te das cuenta de que tu belleza algún día perecerá? ¡Qué absurdo pensar que sea tu hermosura lo único que el mundo debe recordar!

—¡Oh no, Basil! Es injusto que mi juventud perezca, que mi perfección se degrade. Desearía que esa estúpida fotografía que tanto te aflige fuera la que tomara mi lugar, ¡que fuera ella la que envejeciera y no yo! ¡Daría mi alma porque fuera así!

—No has cambiado, Dorian —dice Basil con absoluta pena, pero ya es tarde para retirar mis palabras; el conjuro se ha hecho y el demonio una vez más ha aceptado mi propuesta—. Ahora comprendo que los rumores que se escuchan sobre ti son ciertos: lo que le hiciste a Henry Ashton, Perth. Oh, Dios... Por tu culpa Adrián Singleton...

—¡Cállate, Basil, Cállate de una vez! ¡Estás yendo muy lejos!

—No me quedaré para observar tu irremediable degradación, Dorian —se levanta y toma su saco, dispuesto a marchar—. Me voy y deseo no volver a encontrarte en esta ni en otra vida.

El amor hacia Basil en ese momento se transforma en odio absoluto, el mismo que emerge desde mis entrañas, porque es él, ha sido él y siempre será él el causante de mi perdición. Una vez más, con sus acciones, ha logrado que yo pronuncie esas palabras deleznables, que haga un pacto con el mismo demonio y me ha vuelto a condenar, en esta existencia, en este instante una vez más.

Me abalanzo sobre él antes de que dé un paso y lo ataco por la espalda. El puñal aparece en mi mano, como otorgado por Satanás. ¿Cuánto tiempo ha estado en mi poder? ¿Siglos? Clavo la fina daga en el cuello de Basil, este cae el piso y se convulsiona un par de veces, hasta que deja de moverse. La sangre se derrama y se extiende sobre la alfombra blanca. El contraste de colores es divino y placentero.

—Nueve de noviembre, claro— murmuro ante el cuerpo inerte—. Este es el día en el que siempre asesino a Basil.

Debo deshacerme del cuerpo, llamaré a Alan Campbell, él es químico. Sabrá qué hacer. Siempre sabe. Saco mi móvil de mi chaqueta y justo antes de marcar su número entra una videollamada de Henry. Nervioso, me muevo lejos del cadáver y contesto.

—¡Oh, querido Dorian! ¡Te he mandado mensajes todo el día! No he querido importunarte con mis llamadas, pero me preocupas, sé que el duelo es tortuoso, pero déjame decirte que es absolutamente innecesario. Vivió y murió como lo hace un artista. ¡Qué dicha que haya sido de esta manera! Tan poético todo... —me consuela, pero hay algo de sorna en sus palabras.

—¿Cómo lo sabes? —pregunto confuso.

—Pues está en todas las noticias, mi gentil amigo —agrega con obviedad.

El cadáver de Basil aún está caliente, ¿cómo es que todos lo saben?

—Pero...

—Sibyl Vane murió en el esplendor de su juventud. ¡Oh, Dorian! ¿Quién puede permanecer bello para siempre? ¿Quién puede vencer el paso inexorable del tiempo? Un suicido, claro... la muerte paraliza el deterioro del tiempo, pues es la imagen del rostro joven el que permanece en la memoria, no el del cadáver que desciende a las profundidades de la tierra. ¡Qué maravilla! ¡Regocíjate, amigo, porque el nombre de Sybil Vane pasará a la historia, como el evento más trágico del siglo! ¡Se ha suicidado por ti! ¡Qué muestra más grande de amor! ¡Ojalá alguien lo hiciera por mí!

No puede ser. Sibyl está bien. En esta vida no la he matado, a ella no. Esta vez lo he hecho diferente.

—¿Sibyl está muerta? Pero, yo vi su foto, ayer, en la Torre Eiffel.

—Vamos, Dorian. Emplea la negación para después, esto es importante. Sibyl dejó una nota culpándote de todo. ¿Recuerdas haber comentado la foto esta mañana, ¿esa misma que mencionas? Escribiste acerca de su vulgaridad, de su falta de talento. La acusaste de ser superficial y estúpida; y deseaste jamás haberla conocido. Ahora, —y es fácil para mí entender tus palabas— me temo que el resto del mundo no lo hará. Te juzgarán y en poco tiempo empezarán las indagatorias. Es por eso, querido amigo, que haré todo lo posible para protegerte. Seré tu abogado defensor.

Así que está muerta también... ¿De qué me ha servido volver? ¿Para qué se me otorgó este instante de vida si he vuelto a cometer los mismos pecados?

Dejo de escuchar a Henry, con nerviosismo abro de nuevo mi Instagram, me deslizo hasta encontrar el centro de notificaciones, doy clic y se empiezan a desplegar una a una. Las primeras alaban la fotografía de Basil, me hacen cumplidos y me envían corazones; hacia la mitad de ellas empieza el escarnio, el vituperio y la maledicencia. Empiezo a temblar y el móvil se desliza de mis manos y cae al piso, cerca de la cosa maldita que yace en él.

El mundo entero me conoce ahora, pero no es esta la manera en la que lo hubiera querido. La fotografía no ha cambiado, sigue hermosa y fresca como siempre, pero no necesita envejecer y mostrar mis pecados como aquel retrato. La humanidad ahora me conoce, porque sin darme cuenta, he encendido la cámara y, sin proponérmelo, el cuerpo de Basil es mostrado a través de un "En Vivo". Cuando recojo el teléfono del piso, me doy cuenta de que estoy perdido. Lloro mi desgracia. El mundo entero ahora conoce al verdadero Dorian Gray y estoy vivo para verlo. Henry grita mi nombre.

—¡Tú! —le recrimino en cuanto cierro el live y vuelvo a su llamada—. ¡Tú eres el culpable de Todo! ¡Basil tenía razón, tu influencia ha sido destructiva para mí! ¡Tu filosofía hedonista me ha maldecido siempre! ¡Maldita sea la hora en que te conocí Henry Wotton!

Henry se ríe y contesta:

—Tú eras así, Dorian. Desde la primera vez que te vi en el estudio de Basil, mucho tiempo atrás, en otra vida tal vez. Él me culpó por tu frustración porque yo te hice ver que la belleza expira, pero fuiste tú el que realizó el pacto oscuro, mi querido Dorian. Ese es el verdadero tú y lo será para siempre.

Cuelgo el teléfono y lo arrojo, en ese instante todo comienza a desaparecer. Se me permitió regresar, acorde a mi último ruego, pero la historia maldita se repite. Observo el cuerpo de Basil mientras me desintegro. Encarnaré en otro siglo, en otro tiempo y por un breve instante.

Lo haré bien la próxima vez.

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