Halago

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—¡Hola Pacifica! —Dipper fue el primero y el único en saludarla—. ¿Cómo marchan las cosas en tu casa? ¿Se han resuelto ya todos los problemas relacionados con las apariciones fantasmales?

—Sí eso parece, ya no ha sucedido nada fuera de lo normal. Aunque por desgracia la relación con mis padres no marcha del todo bien.

—Me apena mucho escuchar eso. —Dipper bajó la cabeza—. Espero que tus padres al fin comprendan que simplemente no pueden limitarte y aprisionarte bajo sus estrictas y ridículas reglas.

—Sí, también yo... En fin... —Pacifica le mostró su mejor sonrisa—. ¿Puedo preguntar qué estás haciendo en un barrio tan relajado como este? Me parece extraño no verte en una situación peligrosa donde los muertos vivientes o los demonios del inframundo no quieran devorar tu cerebro o tu alma.

—Bueno... No exactamente... Mabel y yo teníamos planeado explorar en ese lugar. —Dipper señaló la pertinente fábrica, provocando que a Pacifica se le helara la sangre.

—¿Qué? ¿Acaso estás loco? —Pacifica se quedó con la boca abierta—. Escucha Dipper, ahora sé que puedes combatir con espectros de categoría diez, pero... ¿Quieres cometer un suicidio? ¿Has escuchado la historia que se oculta tras ese sitio?

—Entiendo que han habido varias desapariciones y que la causa de todo pueda tener cierta relación con ese trabajador que se dice murió incinerado hace mucho tiempo, pero esto no es ni lo más terrorífico a lo que nos hemos enfrentado y tú deberías saberlo mejor que nadie. Así que personalmente no creo que lo que haya tras esas paredes sea más aterrador que ese leñador que por poco y nos mata a todos convirtiéndonos en madera.

—Eso lo sé, Dipper... Pero cada vez que miro ese lugar siento que algo no marcha bien, siento como si algo terrible fuera a suceder.

—¿Algo malo? —Preguntó Dipper—. ¿A qué te refieres?

—Voy a confesarte algo relacionado a mi familia que no es inventado. Mi abuelo fue una vez el propietario de esa fábrica. De hecho, el se encontraba a cargo de la seguridad cuando sucedió el incidente. Me apena mucho decir esto, pero debido a que recientemente he encontrado mucho del asqueroso pasado de mi familia en esa habitación secreta que los dos descubrimos; pude localizar pruebas que demuestran que mi abuelo sobornó a la policía para que no averiguaran lo que en realidad sucedió ahí. Pero eso no es todo, mi padre continuó ocultando los pecados de mi abuelo y ha continuado ofreciéndole dinero ilícito a la policía para que no hagan las averiguaciones.

—Eso es horrible. —Dipper arqueó las cejas—. Sé que tu familia es horrible, pero nunca imaginé que fueran capaces de hacer tal cosa.

—Exacto, ni siquiera yo... —Pacifica suspiró—. Y estoy segura de que aun hay muchas más cosas del mismo estilo aun por descubrir, pero si nos centramos en esto; debe de existir un buen motivo para que mi abuelo y mi padre hicieran todo lo posible para maquillar la verdad. Además, sé que hay algo que se oculta ahí dentro... —Se mordió el labio, mostrando preocupación en sus expresiones—. Y para serte franca, no me gustaría que salieras lastimado por culpa de los caprichos de mi horrenda familia.

—Pacifica... Yo... —Dipper sintió una sensación bastante agradable en el estómago cuando Pacifica pronunció aquellas palabras, ya que era obvio que se estaba preocupando por él. Sin embargo, cuando Dipper estaba a punto de responder a su comentario, la risa traviesa de las tres chicas cercanas a él no se hizo esperar.

—Pacifica... —Mabel se adelantó—. ¿Podrías permitirme a Dipper por un segundo?

—Claro. —Dijo extrañada, mirando como Mabel apartaba a su hermano para hablar en privado.

—Dime loca si quieres, pero... ¿Desde cuándo te llevas tan bien con Pacifica? —Mabel le preguntó a su hermano de manera discreta para que Pacifica no pudiera escuchar su conversación—. Hasta hace tan solo una semana pensabas que ella era la peor.

—Bueno... Sí... Eso era lo que pensaba aquél día, pero después de lo que sucedió en su casa... No lo sé... Algo en ella cambió... O tal vez pude ser testigo de su verdadero yo... Me di cuenta de que su comportamiento se debía al trato que le daban sus padres. Ella nunca ha sido realmente mala. Lo que sucede es que sus padres no la apoyan como se supone que deberían.

—¿En serio? ¿Es eso o es que ya hay algo más entre ustedes y que tratas de ocultarme? —Mabel inmiscuyó, realizando una pregunta suspicaz.

—¿Algo más? —Dipper comenzó a sudar—. ¿A qué te refieres?

—Ya sabes a lo que me refiero hermano, no te hagas el tonto. —Le picó las costillas con su dedo índice—. ¡Ella te gusta!

—¿Qué? —Dipper se mostró sumamente indignado—. ¡Claro que no...! Es decir, ella ha cambiado un poco y su actitud ya no es tan mezquina como la de antes. Tan solo mírala, inclusive ya es capaz de mantener una conversación con Candy y con Grenda.

—¡Oye Grenda! —Pacifica la llamó.

—¿Qué sucede? —Grenda respondió, acercándose al auto.

—Quiero darte un consejo, querida. Consíguete un teléfono móvil y aprende a utilizar los mensajes de texto. ¡Toma! —Pacifica sacó desde el interior de la limusina una enorme cantidad de cartas en sobres de color rosa para enseguida dárselas a la joven de voz fuerte—. Todas estas son las cartas que Maríus te ha estado enviando. Al parecer olvidaste darle tu dirección y en consecuencia todas han estado acosando de manera constante mi buzón personal.

—¡Vaya! Gracias Pacifica. Realmente no eres tan mala como yo creía. —Pacifica rodó los ojos mientras Grenda abría una carta para comenzar a leerla—. ¡Querida Grenda! ¿No es hermoso? —Hizo una pausa para mirar a Candy—. No he dejado de pensar en ti desde aquél día en el que te fuiste de mi lado. Mi corazón es como un agujero oscuro sin tu risa y tus bromas para llenarlo. Espero que volvamos a vernos pronto. Maríus. ¡Mi sueño se ha hecho realidad!

—Presumida. —Candy se giró para mirar la carta más de cerca y cruzarse de brazos con un poco de rubor en su rostro provocado por los celos.

—¿Lo ves Mabel? —Dipper se volvió a dirigir hacia su hermana—. Ella ha cambiado y pienso que se merece una segunda oportunidad. Así que si me disculpas debo irme.

—Definitivamente le gusta. —Mabel concluyó y se cruzó de brazos.

—Disculpa la demora, Pacifica. —Promulgó el joven de gorra—. Mabel y yo estábamos hablando acerca de la intrusión en la fábrica.

—Me doy cuenta de que no puedo convencerte de no ir. ¿No es así Dipper?

—Bueno, donde quiera que haya un misterio que resolver ten por seguro que ahí es donde me encontraras.

—Sí, eso lo sé. Pero el punto es que no quiero encontrarte muerto. ¡Qué remedio! —Pacifica soltó un bufido—. Creo que tendré que ir contigo.

Todos se sorprendieron ante las palabras de la chica más popular del pueblo, sobre todo Dipper.

—¿Estás segura de eso, Pacifica?

—Completamente. —Dictamino mientras se miraba sus tan cuidadas uñas cubiertas con esmalte rosa—. Si tu vas no veo porque yo no deba ir. ¿Acaso tienes algún inconveniente?

—No, claro que no... Es solo que... Podría ser peligroso.

—Descuida cariño. Siempre estás alardeando de ser el chico más listo de todo el pueblo y ahora me doy cuenta que mientras ese libro tan raro este contigo no hay nada que pueda fallar. Así que mí decisión ya está tomada.

Dipper no supo que decir exactamente, pero de alguna manera aunque la expedición pudiera ser peligrosa; en el interior le agradaba la idea de que la joven rubia los acompañara en esta nueva aventura.

—De acuerdo... Entonces... ¿Qué te parece si nos vemos mañana al medio día en las afueras de la fábrica? ¿Está bien?

—Ahí estaré. —Pacifica sonrió y le guiñó un ojo—. Por cierto, esas cajas que traías se ven muy pesadas. ¿No les gustaría que les diera un aventón? La casa invita.

—Descuida Pacifica, no es necesario que te molestes. La cabaña del misterio está un poco retirada. Además, la ruta es totalmente opuesta a la ubicación de tu casa... No hay problema... Llegaremos por nuestros propios medios. —Dijo Dipper.

—¡Claro que sí! —Gritaron Mabel, Grenda y Candy al mismo tiempo, las cuales sin pensarlo dos veces corrieron frenéticamente hacia el interior de la limusina en cuanto Pacifica les abrió la puerta de la misma, arrollando a Dipper en el transcurso.

No quedándole de otra, Dipper colocó las pesadas cajas y bolsas en el interior de la cajuela para enseguida abordar. Al entrar, este se acomodó en uno de los asientos hechos de piel al lado de la niña rubia, mirando como el resto de las chicas contemplaban perplejas el interior del lujoso medio de transporte, el cual tenía todas las comodidades posibles. Desde un teléfono inalámbrico, televisor HD, conexión a internet, hasta caramelos y chocolates importados directamente de Suecia.

—Estoy en el paraíso. —Murmuró Candy luego de probar un chocolate.

—¡Jaime! —Pacifica le habló a su chofer—. Llévanos a la cabaña del misterio. Enseguida.

—Como usted ordene, señorita Northwest. —Contestó de manera educada antes de ponerse en marcha.

—¡Cielos Pacifica! Creo que esto es demasiado para nosotros. ¿Estás segura de querer hacer esto?

—Completamente. —Recalcó—. Siento que esta es solo una pequeña forma de mostrar mis sinceras disculpas hacia ti, tu hermana y a sus amigas por haberme comportado de una manera tan ruin y despiadada cuando ellas no se lo merecían.

—Bien, en ese caso te agradezco que te hayas ofrecido a llevarnos. —Dipper le sonrió para luego repasar con la mirada el interior del automóvil hasta descubrir algo que le llamó la atención colocado justo sobre uno de los anchos asientos—. ¿Ese es un arco profesional?

—Sí, es un pasatiempo. Me gusta la arquería desde que tenía ocho años. Espero algún día competir en eventos olímpicos.

—Si eres tan buena en el tiro con arco como lo eres en el mini golf, entonces estoy seguro de que podrás lograrlo.

—Gracias Dipper... ¿Sabes? Nunca nadie en toda mi vida me había dado ánimos de esa manera tan honesta. —Pacifica se sonrojó un poco—. No quiero me malentiendas... Es solo que me siento un poco extraña recibiendo un verdadero halago.

—No hay de qué, Pacifica. Ya que eso es lo que yo pienso.

Pacifica no volvió a decir nada más. Sin embargo, su alegría era más que evidente. Tanto, que inclusive tuvo que desviar su mirada hacia el exterior de la ventana a su lado para que el resto de los chicos no pudiera percatarse de su expresión llena de satisfacción y emoción. No obstante, Mabel pudo notar esto y enseguida le guiñó el ojo derecho a su hermano en varias ocasiones durante el trayecto, el cual la miraba con un gesto de indiferencia.

De esta manera, el quinteto de niños abandonó el lugar para dirigirse directamente hacia la cabaña del misterio propiedad del tío de los dos hermanos. Pero lo que los chicos no sabían era que los ojos lúgubres y amarillos de alguien los había estado observando desde una ventana rota dentro del escalofriante inmueble con la ayuda de un potente telescopio durante todos los minutos que estuvieron conversando con Pacifica. Alguien que después de haber adivinado lo que los niños tenían planeado hacer; sonrió con una malicia fuera de este mundo.

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