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Algunos textos narran los combates de estos guerreros prodigiosos. Se dice que sus movimientos son «una sinfonía perfecta» por su armonía y coordinación. Yo he visto a los mejores espadachines de Sprigont y no usaría esa frase para ellos. ¿Qué misterio encierra el arte marcial de los Hacedores de Sangre? ¿Es solo su don o hay algo más? ¿Tienen alguna Habilidad que les hace sincronizar sus acciones con precisión?

De las notas de Xeli.


La luz del alba se filtraba por las vidrieras de la sala de lectura privada en la catedral. Esta luz teñía de colores suaves los antiguos tomos que Xeli, la joven señora, examinaba con fervor. Buscaba información sobre los enigmáticos Hacedores de Sangre, oculta entre las páginas como sombras que huían del fulgor del sol. Los libros, amontonados en pilas sobre la mesa, eran testigos mudos de su búsqueda incesante.

Favel, con ojos que brillaban por el ansia de saber, le traía más volúmenes constantemente, esperando descubrir la clave para desvelar el enigma que atormentaba a Xeli. Los libros formaban un mosaico de sabiduría, pero las respuestas se resistían a su alcance.

—¡Devastadores Hacedores de Sangre! —exclamó Xeli con un soplo de frustración. Su voz retumbó en la sala, aunque sus palabras se confinaron en su intimidad—. ¿Qué esconden estos antiguos eruditos? ¿Por qué ocultan tanto sobre los Hacedores de Sangre? ¡Por la espada del Héroe y su guiverno negro! Estos libros resultan más confusos que claros.

Xeli se pasó una mano por el cabello, desordenando sus rizos castaños. Favel, su fiel amiga y compañera de aventuras, la observaba con preocupación desde el otro lado de la mesa.

—Xeli, deberías descansar un poco —aconsejó Favel con voz suave—. Has estado leyendo estos libros toda la noche y parte del día sin parar. Tal vez sea hora de volver al castillo y dormir un poco.

Xeli se irguió en la silla, levantando su mentón.

—No puedo, Favel. No quiero —replicó con vehemencia. Sus párpados se cerraban por momentos—. Además, no estoy tan cansada como crees.

Favel arqueó una ceja, escéptica ante la evidente mentira.

—No me engañas, Xeli. Te conozco demasiado bien. ¿Has visto tu cara? Pareces a punto de caer sobre estos libros y roncar como un nevrastar.

Xeli soltó un suspiro, reconociendo su derrota.

—Está bien, estoy agotada —admitió con resignación—. Pero hay algo aquí, Favel. Algo que nos estamos perdiendo. La biblioteca de la Catedral del Héroe es de las más grandes de todo Sprigont. Debe haber algo sobre mis poderes.

Favel se mordió el labio, pensativa.

—Quizás estamos buscando mal, Xeli.

—¿De qué manera?

—Quizás deberíamos buscar en los libros de poesía o cuentos infantiles —sugirió Favel—. Puede que haya pistas escondidas entre las metáforas y los versos.

Xeli frunció el ceño, contemplando los libros con una mezcla de escepticismo y curiosidad.

—¿Poesías y cuentos? ¿En serio? Son solo fábulas para niños, Favel. Como la del niño perdido en el bosque oscuro, salvado por una niebla roja cuando los demonios lo rodeaban.

—Pero esos cuentos pueden contener algo de verdad —insistió Favel, hojeando uno de los libros con curiosidad—. ¿Recuerdas lo que pasó con tu sangre?

—Sí, lo recuerdo —respondió Xeli con un escalofrío—. Fluyó de mí como un río, envolviéndome como una manta. No entiendo cómo ni por qué, pero sé que me protegía. Era como si fuera un escudo impenetrable ante cualquier amenaza. Cuando los sacerdotes me atacaron, me sentí segura. A salvo.

Favel asintió con gravedad.

—Hay cuentos que describen a los Hacedores de Sangre como sombras surgidas de la noche, o como nieblas rojas que se desvanecen al instante, dejando solo un susurro de sangre en el aire.

—¿Dónde está Sangre Oscura, Xeli?

El gesto involuntario de llevarse la mano al cuello como si buscara su colgante delató la incertidumbre de Xeli.

—Bueno...

—¿Lo has perdido? —inquirió Favel, reflejando la inquietud en sus ojos.

—No, no lo he perdido —se apresuró Xeli a responder, agitando las manos en un gesto de negación—. Ril la tiene.

Un silencio tenso llenó la habitación. Favel, mezclando sorpresa y consternación, llevó ambas manos a su cabeza, como si intentara contener sus emociones en conflicto.

—¿Le prestaste Sangre Oscura a tu hermano? ¿A un dianista? Xeli, ¿qué pensabas? Loxus podría considerarlo una traición imperdonable si lo descubre.

Xeli tomó aire, buscando la oportunidad para explicarse.

—Verás, Favel, Rilox se puso insistente cuando le hablé de Sangre Oscura. No me dejó otra opción. pero... ¡pero no te preocupes, Favel! Ril solo echará un vistazo al libro en mi cuarto. Ha despertado su imaginación. No es como esos curas aburridos. Él es diferente, como te dije de Malex y Felix.

Favel, escéptica, asintió.

—Vale —dijo Favel, tomando una libretita y un trozo de carboncillo para escribir—. «Los Hacedores de sangre se mueven por el suelo como un susurro del aire». Pero no son aire, Xeli. Son sangre. La sangre no te haría un muro para protegerte, estaría intentando que te esfumaras o te volvieras uno de esos espectros. ¡Por eso no podían herirte!

La mirada de Xeli se mantuvo fija en el papel mientras sus dedos trazaban las palabras con decisión.

—¿Y cómo lo hago? —preguntó, buscando sabiduría en su amiga.

Favel, con una pausa deliberada, sopesó sus palabras antes de responder.

—No estoy segura. Quizás, si lo visualizas con más claridad, podría funcionar. Imagínate como uno de esos espectros. ¿No crees?

Asintiendo con determinación, Xeli se dispuso a intentarlo. La puerta cerrada de la sala de lectura era una barrera contra oídos y miradas indiscretas. Un aliento profundo precedió a un cierre de ojos, y Xeli se sumió en una concentración intensa, buscando un vínculo con la esencia que la rodeaba.

—¿Qué sientes? —preguntó Favel, su expectación palpable.

Xeli exploró las profundidades de su ser, en busca de la respuesta necesaria.

—Siento como un segundo latir, un pulso débil que espera ser llamado.

Y así, en medio de su búsqueda interna, Xeli imaginó la transformación. Se vio rodeada por la sangre mientras ese segundo latido se convertía en su aliado. Pero en ese momento, la magia permaneció elusiva.

Un suspiro de fatiga escapó de los labios de Xeli mientras se dejaba caer sobre la mesa, vencida por el esfuerzo.

—Nada... —musitó, desilusionada.

Favel soltó un suspiro lastimero y dejó ver su pesar por el desenlace. La esperanza había rozado sus dedos, pero se desvaneció como el humo. A pesar de esto, Xeli se maravillaba de cómo Favel había llegado a confiar tanto en ella, a creer en sus palabras sin necesidad de pruebas fehacientes. Era un enigma que superaba las palabras y los hechos.

—Tal vez esto tenga que ver con algún sentimiento... —aventuró Favel, buscando una explicación.

—Favel... Mi anhelo es inmenso —confesó Xeli, clavando la mirada en la superficie de la mesa, su voz teñida de fatiga—. Nunca he deseado nada con tanta vehemencia. ¿Existe algún sentimiento más fuerte?

Favel corrigió su rumbo con palabras apresuradas.

—Me refería a lo que sentiste cuando tus poderes afloraron.

Xeli reflexionó por un momento antes de responder.

—Solo quería vivir. Iban a matarme, y el pánico me invadía. Deseaba protección, guía o cualquier forma de escapar de esa situación.

La respuesta de Xeli flotó en el aire, sumiéndola en un punto de profunda meditación. Quizás, en aquel momento crucial, una ola de emociones la había inundado, una explosión que la impulsó a desear con ardor la desaparición. La sangre acudió en su auxilio, una aliada en su intento de esfumarse mientras sus sentidos se agudizaban.

—Nuestras conjeturas cobran sentido... —murmuró Xeli, con los ojos brillando de entusiasmo—. Nos hemos equivocado en parte, Favel. No se trata solo de buscar respuestas literales en los textos, pues los Hacedores de Sangre han tejido velos de misterio. Pero tampoco podemos confiarnos solo en analogías y poesía. Ha llegado la hora de poner a prueba nuestras hipótesis.

Favel asintió en silencio, compartiendo la determinación de Xeli. Movida por esta convicción, Xeli buscó su cuaderno de notas y seleccionó volúmenes relevantes, como el venerable Sacramentos Relucientes, un tomo sagrado del heroísmo.

—Todo tiene que tener algún sentido, ¿no crees? —dijo Xeli, con voz entrecortada, mientras pasaba las páginas de los libros con rapidez—. La Devastación, por ejemplo, ha dejado a Sprigont en ruinas, pero también ha permitido que algunas ciudades prosperen y que aparezcan criaturas nuevas. ¿Cuál es el sentido de eso si se supone que es una fuerza destructiva?

Su voz resonaba con confianza en la sala, llena de determinación en su búsqueda de la verdad. Sus dedos se deslizaban sobre las páginas, escudriñando saberes antiguos.

—Es un poder, Favel. Un poder puro y simple. Por eso el mundo se sorprendió cuando apareció. La Devastación fragmentó el mundo, arrasó ciudades y nos obligó a empezar de nuevo en condiciones primitivas. Fue el fin de una era. Pero la Devastación también trajo vida y creación. No podía ser solo destrucción. Todo debe tener un propósito.

Hizo una pausa para que sus palabras calaran en el ambiente cargado de expectación.

—Este segundo latido está relacionado con la Devastación, lo sé. Lo siento en mis huesos. Y aquella noche, cuando lo invoqué, sentí ese poder dentro de mí. Algo cambió. Me sentí más fuerte.

La comprensión iluminó los ojos de Favel al instante.

—¡El estado de poder de los Hacedores de Sangre! —exclamó, con una chispa de revelación en su mirada.

Xeli sonrió, sintiendo cómo el rompecabezas empezaba a encajar.

—Así es. No nos hemos equivocado —continuó—. Los Hacedores de Sangre pueden entrar en un estado de empoderamiento, una oleada de energía. Lo sentí, Favel. Fue como un fuego interior que me impulsó a hacerlo.

—¿Entonces lo demás también es verdad? —preguntó Favel, con evidente entusiasmo mientras hojeaba Sacramentos Sagrados, buscando respuestas en las anotaciones compartidas—. No son poderes, son Habilidades.

Xeli consideró la pregunta, su mente trabajando para desentrañar las verdades ocultas.

—No estoy segura aún —admitió con humildad—. Aunque parece que va por ese camino. Pero estamos cerca, Favel. Lo que he vivido y lo que hemos investigado coinciden. Estas habilidades no son simples ni comunes, son especiales y tienen un propósito.

—Habilidades Básicas y Complementarias —dijo Favel, con una sonrisa llena de anticipación—. Se dice que los Hacedores de Sangre no tienen exactamente las mismas habilidades

—¿Cuál podría ser? —inquirió Xeli, entrecerrando los ojos en un gesto de intriga.

—Ya hemos confirmado la tuya—anunció, con voz temblorosa de emoción—. El deseo de desaparecer, como los espectros de sangre o la bruma rojiza. Tienes esa habilidad, aunque no sepas muy bien cómo usarla. ¡Pero está ahí!

Una risa irónica escapó de los labios de Xeli.

—No diría que he desaparecido aún.

—No todavía. Pero puede que las Habilidades Básicas y Complementarias tengan algo que ver —sugirió Favel, con voz emocionada—. Quizás al combinar las Habilidades Básicas se activa la Complementaria, como si fuera una aleación de un metal. Una nueva propiedad, una nueva posibilidad. Las Básicas te permiten expulsar sangre, mientras que la Complementaria te convierte en sangre.

Xeli sopesó las palabras de Favel, considerando su perspicaz teoría.

La audacia de la conjetura la dejó asombrada.

—Diane, con su toque divino, repartió el poder de la sangre entre ocho personas, que luego se llamaron los primeros Caballeros Dragón —dijo Xeli con voz apresurada mientras miraba los libros con avidez—. ¿Dónde más has oído ese número, Favel?

—El número de Diane, las campanadas...

—Y también la vez que leímos sobre los poderes. Hay ocho Habilidades Complementarias. ¿Recuerdas lo que decía Kayel, el autor de Sangre Oscura?

» Había ocho Habilidades Complementarias que se esforzaron en esconder. ¿Qué hacen estas ocho habilidades? Si las Habilidades Básicas dan lugar a una complementaria... ¿Cuántas habría? ¿Cuatro? ¿Y cómo afectaría eso a la jerarquía de sangre? ¿Qué relación tiene con los grupos sanguíneos?

» Si nos fijamos en los grupos sanguíneos, solo podría haber tres Habilidades, una por cada grupo, porque los AB solo tienen el marcador A y el marcador B...

Y enmudeció.

—¡Marcadores y RH! —gritó Favel con alegría.

—El erudito Rhesio Landar ayudó, junto con el gran consejo, a definir las clases sociales después de la Devastación —dijo Xeli, intentando controlar el impulso—. Descubrió que la mayoría de las personas poseemos un antígeno llamado D. Si está presente, la persona es RH positivo, y si está ausente, es RH negativo.

» Los marcadores deben indicar una habilidad, A y B, mientras que poseer el factor RH de antígeno D o no debe dar una habilidad diferente. Eso nos daría cuatro Habilidades Básicas.

—Eso tendría sentido porque los O ocupan la posición más baja en la jerarquía —dijo Favel—. Los grupos sanguíneos O carecen tanto del marcador A como del B, quizás por eso no cuentan. Pero si la presencia o ausencia del factor RH define una habilidad, ¿no debería ocurrir lo mismo con el grupo O?

Xeli reflexionó sobre la cuestión durante unos segundos y luego asintió a su amiga, reconociendo la validez de su observación. ¿Por qué entonces se menospreciaba a los O relegándolos a lo más bajo del escalafón? Además, eso rompería lo que habían descubierto anteriormente. Serían cinco Habilidades Básicas, lo que equivaldría a diez Habilidades Complementarias, no ocho.

—Diez. ¿Qué significaría ese número? Ocho es el número de Diane y del Héroe, nueve el del Portador del Olvido. ¿Entonces por qué diez? —se preguntó Xeli.

—Estamos atrapadas en un laberinto sin salida. Nuestras mentes giran como alquimistas que desconocen la naturaleza de la sustancia que mezclan. Es frustrante, Favel —expresó Xeli con una mezcla de confusión y determinación.

—Pero hemos avanzado más de lo que pensábamos en años —afirmó Favel, su rostro iluminado por una sonrisa radiante.

Ante esa afirmación, Xeli no pudo evitar sonreír también. Era cierto, habían logrado un hallazgo significativo, ¡por el Héroe, sí que lo era!

Sin embargo, cómo ejecutar tal descubrimiento seguía siendo un enigma. La idea de una aleación o conexión todavía era vaga, pero sin duda era un comienzo prometedor.

—Cambiando de tema —mencionó Xeli, antes de que se le escapara el pensamiento. Su voz sonaba cansada y ronca después de tantas horas de investigación entre libros—. ¿Has averiguado algo sobre por qué Zelif estaba en las Calles Negras?

—Los heroístas son muy reservados —respondió Favel con un gesto de fastidio. Se pasó una mano por el pelo, pegajoso por el sudor y el polvo—. Te sorprenderá lo bien que guardan secretos. La mayoría no sabía de qué hablaba, y los que sí, me ignoraban o me miraban con desconfianza. Parecían temerme como a una espía o traidora.

—Entonces, saben que Zelif frecuentaba el sector norte —dedujo Xeli, observando los libros amontonados a su alrededor—. ¿Qué quería de los heroístas?

—Por lo poco que he oído, Zelif buscaba hacerse amigo de algunos heroístas—comentó Favel—. ¿Recuerdas la escasez de alimentos?

Xeli asintió, había sido un tiempo difícil. Un tiempo de hambre y desesperación, donde muchos habían considerado la idea de saques y Xeli apenas estaba planteando la propuesta a su padre sobre los nuevos campos de plantación. Un tiempo en el que el sol parecía haberse ennegrecido, y el frío se colaba por las grietas de las paredes.

—Zelif se encargó de enviar alimentos al sector norte para que no pasáramos hambre.

—¿Buscaba ganar nuestra confianza? ¿Fortalecer la paz? —cuestionó Xeli, y Favel negó con la cabeza.

Favel le explicó que había hablado con algunos heroístas que conocían a Zelif. Le habían dicho que Zelif tenía otros planes, involucrando a los dianistas, a los Gobernantes, y un antiguo secreto bajo la ciudad.

—Pero no pude descubrir de qué se trataba —dijo Favel.

—¿Has hablado con Loxus al respecto? —preguntó Xeli, intrigada. Loxus era el único que podría confirmar o desmentir lo averiguado por Favel.

—Ha estado muy ocupado, apenas lo he visto —respondió Favel.

Xeli estuvo a punto de hablar cuando una percepción sutil tomó forma, un escalofrío en su espalda.

El segundo latido reverberó con una urgencia singular, diferente a la vez anterior en la catedral del dianismo. Era similar a la mañana en que fue instigada a asistir a la Octava Ceremonia, cuando el deseo ardiente la había impulsado hacia la catedral del heroísmo. Reconoció la sensación, un pulso constante y rítmico. Eran ansias palpables, un anhelo intenso de estar en la catedral, una atracción irresistible como el llamado de un amante anhelado. Pero esta vez, la intensidad había alcanzado niveles casi insoportables.

Xeli apartó la mirada, sacudiendo la cabeza mientras se apoyaba en la pared. La sensación en su interior se intensificaba, presionando su mente con fuerza. Sabía que estaba cerca de algo importante.

Favel, preocupada, se acercó a ella.

—¿Xeli, estás bien?

—No lo sé —admitió Xeli con su voz tensa.

Miró la pequeña lámpara sobre la mesa, donde chispas fugaces danzaban en la piedra. Se mordió el labio y una gota de sangre se deslizó por su piel. En ese instante, Xeli hizo una conexión crucial: la sangre.

—Tengo que irme —dijo Xeli, levantándose rápidamente.

Favel, desconcertada, la siguió mientras dejaba caer algunos libros.

—¿Qué está pasando, Xeli? Me preocupas —dijo Favel.

—Siento... algo. Está cerca, pero no logro identificar qué es —respondió.

Xeli caminaba sin rumbo fijo siguiendo los pasillos desiertos, Favel la seguía, perpleja. Xeli, en busca de algo específico, se dejaba guiar por el latido que la impulsaba hacia adelante. Finalmente, se detuvo, llevándose una mano a la cabeza, apoyándose en la pared. El segundo latido había alcanzado su máximo, una pulsación dolorosa atravesaba su mente.

Favel la abrazó reconfortantemente.

—¿Estoy volviéndome loca? —bromeó Xeli, intentando aliviar la tensión.

—Tal vez no más que yo —respondió Favel con una sonrisa.

Xeli sonrió, expresando gratitud por el apoyo de su amiga en tiempos inciertos. Sabía que, de no haber tomado decisiones cruciales la noche anterior con la sangre, podría haber empezado a dudar de su cordura. Las noches en Sprigont eran conocidas por alterar incluso las mentes más equilibradas. Xeli solía exponerse a la oscuridad, ya fuera en su balcón o caminando por calles desiertas. ¿Habría cruzado ya el umbral de la locura?

De repente, se toparon con una figura inesperada. Voluth, el escudero de la Caballera Dragón, apareció ante ellas. Su semblante era alegre, pero su presencia causó un escalofrío en Xeli. La posibilidad de que Voluth descubriera sus acciones la inquietaba.

—Lady Xeli —la saludó Voluth sonriendo—. La estaba buscando.

—¿En serio? —respondió Xeli, intentando disimular su preocupación—. Dime, maese Voluth, ¿a qué se debe tu visita?

—Llámame simplemente Voluth, por favor. No necesitamos formalidades —contestó él, mostrando una timidez encantadora—. Cather me envió con noticias. Como no pude hablar con el Hierático Loxus, pensé en informarte directamente.

Xeli levantó una ceja, escéptica. Mientras su corazón latía fuerte, temía que Voluth pudiera notarlo.

—¿Por qué la Caballera Dragón no vino ella misma? —preguntó Xeli, cruzándose de brazos—. Ha visitado la catedral de Diane varias veces, pero ¿por qué evita la del Héroe? ¿Tiene Cather alguna preferencia religiosa?

Voluth titubeó, nervioso por el cambio repentino de tono.

—No es cuestión de preferencias —aclaró rápidamente mientras sus ojos reflejaban sinceridad—. No es eso lo que ocurre.

—¿Ah no? —Xeli resopló con desdén—. Parece reacia a hablar con Loxus. La última vez que intentó hacerlo, te envió a anunciar su próxima visita. Y ha pasado mucho tiempo desde entonces. También parece haber olvidado mi solicitud de reunirnos.

—No hay favoritismos, lady Xeli —insistió Voluth, con una mirada de sincero pesar y frustración.

—¿De verdad? —Xeli frunció el ceño—. Pero sus acciones dicen lo contrario. No parece tener prisa por reunirse con Loxus.

—No es eso, Xeli —Voluth se mostró incómodo—. Vine hoy especialmente para esto. Lord Stawer está organizando una asamblea a la que asistirán importantes figuras de Nehit.

Xeli entrecerró los ojos, sospechosa.

—Supongo que no desean la presencia de heroístas.

Voluth asintió, afligido por las circunstancias.

—¡Maldito sea mi padre! Esto es una conspiración en su forma más vil.

—Aún no se ha anunciado la fecha de la asamblea —añadió Voluth con urgencia—. Por eso vine, para informarte. Lady Cather no está de acuerdo con la exclusión del heroísmo.

—Gracias por la información, Voluth —Xeli sonrió sinceramente—. Hablaré con Loxus al respecto.

—También vine para coordinar tu encuentro con lady Cather, lady Xeli —anunció Voluth, haciendo una reverencia. Su rostro juvenil y cabellos castaños recogidos en una coleta resaltaban su juventud—. Cather desea reunirse contigo mañana por la tarde, ¿te parece bien?

Xeli sintió una oleada de emoción. Esta era la oportunidad que esperaba para desenmascarar a Ziloh, el Silenciador de la Memoria, enemigo de los heroístas. Tenía informes de su hermano y un plan para influir en Cather, para que desconfiara del dianismo. Necesitaba jugar sus cartas con habilidad.

—Sí, es perfecto —respondió con firmeza, mirando a Voluth a los ojos—. Invítala a mis aposentos, si no es inconveniente. Prefiero una conversación sin interrupciones, en un ambiente privado. Dile que tengo información vital sobre los asesinos.

—¿En serio? —Voluth se mostró sorprendido, su sonrisa desapareciendo ante la incredulidad.

Xeli asintió, manteniendo la calma.

—Debo organizar mis investigaciones, pero poseo algo que podría ayudar a Cather.

La sonrisa de Voluth resurgió, llena de vida.

—Te agradezco, lady Xeli —dijo con entusiasmo—. Tanto Cather como yo valoramos tu apoyo a la fe. Apreciamos mucho tu ayuda.

Tras estas palabras, Voluth se retiró, dejando a Xeli sumergida en sus pensamientos.

¡Qué persona tan peculiar!

Pero Favel soltó una carcajada.

—¿Ves? Hasta Cather reconoce y valora tus esfuerzos —dijo, dándole una palmada en el hombro.

—Hasta que descubra que soy una Hacedora de Sangre y decida cortarme el cuello —murmuró Xeli, sintiendo el pulso latir fuerte como un tambor.

—¿De verdad tienes algo para convencer a Cather de que el Silenciador es... ya sabes quién? —dijo Favel en un susurro, mirando a su alrededor con cautela.

—Sí, aunque espero que mi hermano encuentre más información que me ayude. Él es mi espía en el dianismo, ¿sabías? Necesitaré todas las herramientas posibles —confesó Xeli, bajando la voz.

Un pensamiento resonó en su mente acompañado de la insistencia del segundo latido.

«Ve».

—Vamos —le dijo Xeli a Favel, respirando hondo.

Llegaron pronto a su destino, pero Xeli aún no entendía por qué estaban allí. Se encontraban en la Sala del Pacto, un lugar que siempre la había dejado perpleja.

El sitio estaba desierto, como era costumbre. La gente evitaba estar en presencia de la Deidad Inmortal y del Dios Negro en el mismo espacio, como sucedía en esa sala. La sola idea de enfrentarse a ambos dioses les resultaba intimidante y amenazante. Xeli también sentía esa intimidación.

Sin embargo, el lugar tenía un aire de reverencia debido a su gran significado. Se notaba que pocos se atrevían a irrumpir en esa paz sagrada.

Dos estatuas únicas dominaban la sala. Una mostraba a un hombre alto con un abrigo que parecía moverse con el viento, sosteniendo su famosa espada de sangre: Esperanza. Frente a él, una doncella vestida de blanco, con cabello largo y manos extendidas, se erguía imponente.

La Deidad Inmortal y el Dios Negro. La Campeona de los Creadores y el Héroe de la Cantata del Fuego.

Entre ellos, un altar con una inscripción tallada en piedra.

Favel miró a Xeli, confundida.

—¿La Sala del Pacto? —preguntó—. Aquí no hay nada.

Xeli no respondió. Siempre había estado vacía esta sala, pero se acercó a la inscripción en la piedra, llevándose una mano a la sien.

—«El Héroe fue elegido por la Deidad Inmortal para esta labor», leyó Xeli.

Porque Diane conocía sus capacidades tan bien como nosotros. Confío en que él podría resistir el vasto poder y el infinito conocimiento sin perder la cordura. A pesar de que esto la dejaría vulnerable, en un estado de vacío y desolación, con su esencia fragmentada, lo hizo para protegernos a todos.

Ambos asumieron ese riesgo, ya que, a pesar de sus diferencias, habían jurado proteger Edjhra por encima de todo lo demás.

Esta sala simbolizaba eso.

El día en que el Héroe tomó el poder de Diane para alcanzar la divinidad y cerrar la brecha entre reinos, sellando al Portador del Olvido marcó un hito histórico. Representaba su respeto mutuo, un pacto forjado en necesidad. Era un acto de amor y benevolencia entre ambas religiones.

—Xeli... estás inquieta —dijo Favel con titubeo, mirando a su amiga con preocupación—. ¿Qué hacemos aquí?

«Estoy segura de que me he vuelto loca».

—No lo sé... —tartamudeó Xeli, notando cómo el dolor de cabeza se intensificaba—. Quizás deberíamos... irnos...

—Espera, ¿qué es eso? —exclamó Favel, su voz mezclando asombro y curiosidad—. ¿Una gema en la piedra?

Xeli frunció el ceño y miró de nuevo al altar. Una suave luz rojiza emanaba de una gema incrustada en la roca. La observó, hipnotizada por su brillo, pero también la invadió un temor abrumador.

Un recuerdo asaltó su mente, y retrocedió de inmediato. ¿Cómo no la había visto antes? Se alejó, intentando apartar las imágenes que asaltaban su mente. Pero fue en vano. Sus piernas temblaron y una debilidad la invadió.

La última vez que vio una gema como está...

«Por favor.», rogó en su mente.

Favel la llamó con urgencia, pero su voz sonó lejana, eclipsada por latidos internos. Y después sintió algo... como un abrazo cálido, uno que no provenía de su amiga.

«Hazlo».

Xeli apretó los dientes, inhalando profundamente. No debía tocar la gema, pero lo hizo. Una descarga de energía recorrió su brazo, encendiendo un fuego interno. Se sintió revitalizada y comprendió que, sin querer, había accedido al estado de los Hacedores de Sangre.

Retiró la mano, jadeando, mientras el poder se retiraba.

—Recuérdame... que no debo hacer algo así —murmuró con voz ronca.

—¿Qué has hecho? ¿Qué pasó? —preguntó Favel.

Sin embargo, el comentario de Favel quedó en suspenso cuando el brillo de la gema pareció intensificarse hasta casi cegar. En un parpadeo, los ojos de las estatuas irradiaron una luminiscencia brillante, y el suelo del altar crujió, dividiéndose en dos como si las baldosas se precipitaran en un pozo distante. Pero en lugar de un abismo, se revelaron escaleras que descendían en espiral.

—No deberíamos estar aquí, Xeli —dijo Favel, con voz temblorosa—. Debemos hablar con Loxus.

Favel tenía razón. Era arriesgado aventurarse por esas escaleras desconocidas. Xeli sintió una extraña atracción hacia lo desconocido. Su amiga la instó a retroceder, pero la doncella se resistió, atraída por las profundidades.

Finalmente, Xeli descendió.

Favel, atrapada en el pánico, observó a su amiga descender con cautela.

—¡Por la espada del Héroe! —exclamó Favel y siguió a Xeli—. Serás tú quien lo explique a Loxus. No quiero más complicaciones.

La entrada se cerró, sumiendo el lugar en oscuridad. Favel se aferró a Xeli, ambas paralizadas y temerosas, sin saber qué hacer.

—Deberíamos haber buscado a Loxus —susurró Favel.

Xeli respondió con una risa amarga, manteniendo sus ojos fijos en la negrura profunda. Mientras descendían, Favel ofreció una plegaria al Héroe y apoyó una mano en la pared para evitar tropezar. Xeli no sabía cuánto tiempo llevaban caminando; podrían ser minutos o incluso horas. La oscuridad les robaba por completo la noción del tiempo y del espacio.

Estuvo a punto de soltar una maldición cuando las escaleras llegaron a su fin y casi tropezó, pero Favel la sostuvo por el brazo en el último momento.

—¿Y ahora? —preguntó su amiga.

Xeli encogió los hombros, olvidando que Favel no podía verla.

—No lo sé, pero debe haber una puerta o algo aquí. Solo tenemos que explorar.

—¿Cómo vamos a explorar algo si no vemos nada? ¡Estamos en completa oscuridad! Podríamos estar en una simple habitación o en una red de cavernas —replicó Favel.

Xeli suspiró, reconociendo la lógica en las palabras de su amiga. La oscuridad era absoluta, sin poder discernir ni siquiera la figura de Favel. Avanzó un paso, explorando la pared con la mano, y se detuvo al notar algo diferente.

—¡Una lámpara! —exclamó Xeli con voz entrecortada.

—A veces tienes una excesiva buena suerte, ¿sabes? —dijo Favel con sarcasmo.

—Tonterías. No somos las primeras en entrar aquí, ni mucho menos. Si hay un pasadizo secreto bajo la catedral, alguien tiene que asegurarse de que no se quede a oscuras. Lo extraño es que tuvimos que bajar tanto para encontrar esta lámpara. Pero... no veo ninguna abertura para que el petralux ilumine —replicó Xeli con firmeza.

Un escalofrío recorrió su espalda al darse cuenta de lo que estaba junto a la lámpara, aun reposando en la pared: un yesquero.

—Es una lámpara de aceite, Favel —dijo Xeli con voz grave.

Su amiga también sintió un estremecimiento fugaz.

—Es peligroso. Quizá no deberíamos encenderla —advirtió.

—¿Y cómo vamos a ver algo si no lo hacemos? —replicó Xeli con impaciencia, aunque la idea le causaba cierto miedo.

Era comprensible que no fuera una lámpara de petralux. No había forma de mantener este lugar oculto y recargar constantemente la piedra de petralux para que brillara siempre. Pero, ¿fuego?

—Las paredes son de roca mojada. El fuego no se extendería si se descontrola. Si pasa algo, podríamos tirar la lámpara y no habría mayor problema, aunque tardaría mucho en apagarse y no se propagaría —dijo Xeli, intentando calmarse.

—Claro, y podrías perder la mano si la lámpara explota —dijo Favel con ironía.

Xeli hizo una mueca y, sin prestarle atención a su compañera, encendió la lámpara de aceite. El fuego cobró vida, se alzó majestuosamente y la luz las envolvió. La llama danzaba en el interior de la lámpara, moviéndose con una armonía inquietante, como si luchara por mantener su forma y anhelara crecer.

—Imaginaba que habría más luz. No es muy diferente de una lámpara de petralux, un poco más intensa, pero no mucho más —comentó Xeli con decepción.

—Vivimos en la Tierra sin Luz, ¿recuerdas? —bromeó Favel con una sonrisa forzada.

—¿Continuamos? —propuso Xeli con voz firme.

La joven no sabía cómo describir lo que veían sus ojos. No sabía qué decir ni qué se suponía que debían hacer allí. Era una caverna espaciosa, lo suficientemente grande como para albergar a cientos de personas si fuera necesario. ¿Un refugio? Podría ser una opción en caso de que los dianistas hubieran decidido atacar hace muchos años. Sin embargo, no había suministros a la vista, solo la roca áspera y húmeda.

—Xeli, ¿ves eso? —dijo Favel señalando con el dedo.

La joven dirigió la mirada hacia donde señalaba su amiga y contuvo un grito. Imágenes talladas en la piedra adornaban la estancia, como lienzos que contaban una historia. Xeli reconoció algunas, pero no todas. Estaba segura de que la mayoría relataba la Cantata del Fuego, junto con el Héroe y Diane.

Sin embargo, muchas otras carecían de sentido para ella, parecían ser algo completamente nuevo.

—Es asombroso —musitó Xeli con entusiasmo—. ¿Ves eso? ¡Son guerreros... no, espera, son Hacedores de Sangre! ¡Favel, esto es increíble! Estamos ante historias que nadie más conoce, secretos que se han ocultado a la humanidad.

Se detuvo un momento al ver algo que le llamó la atención.

—Estos son... ¿glifos? —inquirió Favel, deslizando sus dedos sobre los grabados en la piedra—. Hay ocho de ellos junto a los Hacedores de Sangre. ¿Qué podrían significar? ¿Sus habilidades?

Xeli negó con la cabeza, nunca antes había visto algo semejante.

Ambas continuaron avanzando hacia el final de la caverna, completamente hipnotizadas por los relatos tallados. Sin embargo, se detuvieron abruptamente, enfocando su atención en el pequeño altar que reposaba contra la pared de piedra. En él, inscripciones de los Divinos. Tallado en la piedra circundante, un guiverno proclamaba la presencia de Tempestad, el mismo guiverno que el Héroe había cabalgado. El Señor de los Divinos.

Sobre el altar, un antiguo libro con cuero gastado y páginas amarillentas y frágiles. En el grabado de la cubierta se leía: Sangre y Ceniza.

Xeli apenas pudo contener un grito, y Favel se cubrió la boca con ambas manos.

—Esto no puede ser... —musitó su amiga con incredulidad.

—Ha estado aquí todo este tiempo —dijo Xeli con voz temblorosa—. ¿Cómo ha sobrevivió tantos años un libro así?

—¿La Devastación? —aventuró Favel.

Xeli tomó con precaución Sangre y Ceniza, abriéndolo con lentitud.

—«Nos llamaron dementes, incluso hipócritas y desalmados por seguir al Héroe aun después de que acabara con la vida de Diane. Siento sus miradas, juzgando mi decisión. Siento su desaprobación e incluso su odio.»—decía el texto.

Pues la insistencia de aquellos que estuvieron en desacuerdo prevaleció.

El enojo de aquellos que creían que Diane podía sellar el paso por su cuenta. Los Dianistas nunca estuvieron de acuerdo con las acciones del Héroe, mucho menos creyeron que ascendió por medios justos y honorables.

Insisten en que traicionó a Diane y condenó a todo Edjhra.

Alguien plantó esta idea en sus corazones

Los Dianistas nunca habían actuado de una manera tan errática, con un odio tan profundo y consumido sino hasta que la Devastación cambió a Edjhra. Amigos míos, incluso, me despreciaron hasta el punto de querer acabar con mi vida.

Los Heroístas fueron desplazados, nadie quería saber de nosotros.

Todo sucedió tan rápido, como si hubiera surgido una nueva calamidad en el mundo. El Gran consejo, apenas si pudo mermar las disputas. Incluso, en sus filas, había gente que quería vernos muertos.

Y cada que escuchaba hablar a sus sacerdotes más importantes, comenzaba a sentir un profundo sentimiento de repudio. Me sentía asquiento con cada palabra que decían, mientras que los Dianistas se vigorizaban y entusiasmaban.

Hay algo que nunca acabé de comprender.

Xeli apartó el libro y lo cerró con firmeza. Había terminado de leer el prólogo y no se había percatado de que el latido insistente que la había guiado hasta ese lugar había desaparecido en cuanto empezó a leer.

Favel se dejó caer al suelo y se cubrió la cabeza con las manos. Xeli, por su parte, permaneció inmóvil, paralizada por la revelación.

—¿Qué... qué significa esto, Xeli? —preguntó Favel, aún con la mirada en el suelo—. ¿Por qué está Sangre y Ceniza aquí? ¿Qué representa esto? ¿Por qué fue reemplazado por Sangre Oscura? ¿No merece la gente saber la verdad? —Y... ¿a qué se refería el autor con esas últimas palabras?

«Hay algo que nunca llegué a comprender» resonaban las palabras en la mente de Xeli.

Xeli se aferró al libro, sin palabras para responder a su amiga.

—Debemos... debemos irnos —murmuró finalmente, con voz apenas audible.

Favel tomó su mano y Xeli se aferró a ella, sintiendo un inusual calor en su contacto.

«Alguien sembró esta idea en sus corazones.»

Xeli sintió un escalofrío al recordar esa frase. Solo había alguien capaz de manipular a los dianistas y a los heroístas para enfrentarlos entre sí: los Silenciadores de la Memoria.

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