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Los Hacedores de Sangre han sido testigos de la ascensión y caída de imperios. ¿Cómo han influido en estos eventos a lo largo de los siglos?

De las notas de Xeli.


En el elevado balcón de los aposentos de la segunda hija del gran señor, Cather contemplaba el sector norte. Una sombra siniestra, como un manto funesto, parecía estrangular la vitalidad de las calles empedradas. La brisa suave, impregnada de aromas de hollín y polvo, acariciaba su rostro pálido, pero no lograba disipar la opresión que se asentaba en su pecho. Este malestar era un eco lúgubre de la oscuridad que dominaba aquel rincón del reino.

El crepúsculo se desvanecía lentamente en el firmamento, en un juego de luces y sombras entre nubes espirales que se enroscaban como serpientes místicas de tonos grises y sombríos. Cather, con su mirada perdida en el horizonte, se sentía atrapada en una danza entre la bruma del entorno y el torbellino caótico de sus propios pensamientos.

A su lado, en el balcón, lady Xeli se acomodaba con elegancia y gracia, dignas de una noble de alta cuna. Estaba rodeada de libros que formaban una biblioteca íntima y personal; cada tomo, un tesoro de conocimiento. Pero lo que más captó la atención de Cather no fue su semblante culto, sino la ausencia del colgante que usualmente adornaba el cuello de la doncella.

Xeli sonrió con dulzura, sus ojos destellando una inteligencia aguda, mientras una criada les ofrecía tazas de té, preparadas con un ritual meticuloso. La sirvienta se retiró con un gesto grácil, tan silenciosa como una sombra.

—No me gusta abusar de los criados, ¿sabe, miladi? —comentó Xeli, saboreando su té en una taza de porcelana finamente decorada—. Prefiero encargarme personalmente. Sin embargo, como es la primera vez que disfrutamos de un té como este, deseaba que estuviera preparado con esmero. He investigado esos extraños artilugios que usan para liberar el calor, pero no tengo el talento necesario. La cocina, en verdad, nunca ha sido mi fuerte.

Cather observó el té de un gris profundo, tan denso como la tinta. El líquido despertaba sus dudas con los rumores que circulaban ese día. Un sorbo amargo y penetrante laceró su lengua, forzándola a reprimir una mueca de disgusto. No deseaba ofender a Xeli, así que mantuvo una sonrisa de cortesía fingida y devolvió la taza a su platillo con discreción.

—Es... —comenzó Cather, buscando las palabras adecuadas.

—Horrible, ¿cierto? —interrumpió Xeli con una sonrisa llena de complicidad—. Algunos lo llaman «té cenizo». Ya imaginará por qué. Quizás necesitemos cultivar menta para mejorar su sabor.

Cather quedó atónita.

«¿Cultivar menta? Imposible.»

¿Los rumores eran ciertos? ¿Se refería a lo que ella creía que se refería?

—¿Los nuevos cultivos han dado fruto? —preguntó incrédula.

—Así es, Sprigont será autosuficiente. Los tiempos de dependencia terminan.

La serenidad en las palabras de Xeli sorprendió a Cather. Era un anuncio de renacimiento, un presagio de cambio.

Cather debía informar al Gran Consejo, anunciar el renacer en Sprigont. Observó a Xeli, quien bebía con placidez, ajena a lo abismal de su propio té. Esa imagen contrastaba enormemente con la joven de hace nueve años, e incluso con la doncella del baile. La Xeli actual irradiaba la seguridad y altivez de la aristocracia, transformada por el tiempo y el conocimiento.

—¿Qué avances hay en las pesquisas? —preguntó Xeli, apartando la taza—. ¿Han hallado rastros de los asesinos?

Cather inspeccionó la estancia y a Xeli, buscando indicios ocultos. Recordó el colgante en su cinto.

«Los Silenciadores de la Memoria no siempre son asesinos», reflexionó.

—Estamos cerca de encontrarlos —respondió—. Poseemos pistas comprometedoras.

Si Xeli se inquietó, Cather no lo percibió. Era exasperante conversar con alguien tan imperturbable. ¿Por qué razón Xeli la había llevado a sus aposentos? ¿Era un gesto de amistad o un intento de control?

«Un Silenciador de la Memoria no buscaría el renacer de Sprigont», se cuestionó.

No, no debería. Aunque, si esto hacía que Sprigont se apartara del mundo, al no necesitar importaciones, podría permitirse cortar la comunicación y desestabilizar todo sin que ninguna nueva información circulara por Edjhra.

«¡Por los Creadores! Convivir tanto tiempo con Walex ha hecho mella en mi cabeza. ¿Es que no puedo dejar de dudar?»

—Entonces no debe sorprenderle que hasta yo sepa que se tratan de Silenciadores de la Memoria, ¿no, miladi? —inquirió Xeli con calma, dando otro sorbo del té—. El sacerdote Ziloh lo mencionó durante la última ceremonia. Y en eso, no se equivoca.

Cather siguió su ejemplo, utilizando la bebida para ganar tiempo antes de responder. No era una maquinadora como la nobleza, pero esa táctica ofrecía espacio para pensar.

—Efectivamente, seguimos a los Silenciadores —confesó—. Voluth mencionó que tenías información valiosa. ¿De qué se trata?

Xeli desplegó documentos, detallando los tres poderes de Nehit: heroísmo, Dianismo y nobleza. Cather escudriñó las hojas, sorprendida por detalles sutiles y revelaciones inesperadas. Los cambios de guardia, incluyendo sacerdotes, la desconcertaban.

—Cada uno de estos documentos es fruto de mis pesquisas: detalles cruciales, fuentes de información y los involucrados —explicó Xeli con calma, extendiendo ante Cather los pergaminos que narraban secretos y conspiraciones. Pero antes de que sus dedos pudieran rozar el conocimiento ahí plasmado, Xeli se detuvo, anclando su mirada en la de Cather—. Sin embargo, centrémonos primero en un hecho crucial: el intento de su asesinato, miladi.

Cather, cuyo ceño se frunció levemente ante la mención, estudió a Xeli con una mirada penetrante, tan aguda como la hoja de una espada. Recordó el silencio de Xeli sobre el Silenciador de la Memoria que portaba los colores del heroísmo, aquel que había encarcelado y que luego había encontrado su fin en manos del verdadero asesino.

—¿Y qué con eso, miladi? —interrumpió Cather con un tono firme, desafiante—. Los rumores dicen que yo intimidé al hombre hasta su muerte, o que lo asesinó un salvaje heroísta empleando poderes oscuros. Otros murmuran que el individuo escapó, asesinó a Malex y a Felix, y luego fue ejecutado en las mazmorras. ¿Qué sabe usted de esto?

Xeli, impasible ante el reto en la voz de Cather, asintió con serenidad.

—Un asesino errático, que no era más que un loco, intentó asesinar a una Hacedora de Sangre, a una Caballero Dragón, por si fuera poco —continuó, ignorando la interrupción—. No era un hombre experimentado, ni uno de los que buscamos. Si hubiera sido un Hacedor de Sangre, ¿por qué haberte atacado con una simple daga?

Cather se mantuvo en silencio, su mente trabajando rápidamente, procesando cada palabra.

—Habíamos llegado a la misma conclusión —admitió Cather, aunque con una nota de desconfianza en su voz—. Pero, ¿a qué quiere llegar con eso?

Xeli sonrió ligeramente, como si esperara esa pregunta.

—Los rumores se extienden, miladi —dijo, cambiando de tema con destreza—. Dígame, ¿cómo reaccionó el hombre cuando lo encerraron en las mazmorras? ¿Se alejaba de la luz?

Cather gruñó, molesta por la precisión de la pregunta de Xeli. ¿Cómo podría saber ella tales detalles? Sin embargo, resignada a la verdad, respondió.

—Sí, lo hacía. Se alejaba de la luz y se sumía en el silencio cuando lo iluminaban. No sabemos por qué.

—El miedo a la luz puede tener varias causas —explicó Xeli con calma—. Una infección ocular, ojos claros, incluso el uso de algún medicamento alquímico. Pero, dado que en Sprigont no hay ojos claros ni que tuviera mucho dinero para costearse a un alquimista, la explicación más coherente es la tortura.

Cather asintió, contemplativa, mientras Xeli continuaba.

—Si añadimos su impasibilidad al dolor y el pavor a ser golpeado, podemos inferir que lo atormentaron en un lugar sin iluminación por un tiempo prolongado —concluyó Xeli, con un brillo de triunfo en sus ojos mientras revolvía distraídamente su té—. No hay sótanos en el sector norte debido a la endeblez de las edificaciones, y los almacenes requieren ventilación. Tampoco tenemos mazmorras. Por lo cual, ninguno lugar cumpliría con las características requeridas. El hombre debió estar en el sector sur o en un pueblo cercano durante meses o años.

» Este asesino no se formó ni sufrió en el sector norte. Eso habría sido imposible. En cambio, pudo haber vivido en el sector sur o en algún pueblo cercano por mucho tiempo. Tal vez no sea una prueba concluyente de que ese hombre no sea heroísta, pero ningún miembro lo reconocería.

Cather se sintió ligeramente aliviada. Al menos, el asesino no pertenecía a los heroístas. Pero, ¿qué significaba esto para el resto de la investigación?

—Sobre los otros asesinos —preguntó Cather, deseosa de desviar el tema—, ¿qué sabe de ellos?

Xeli entrecerró los ojos, contemplando a Cather con un aire de misterio.

—Ahí la cosa se complica —admitió Xeli. Cather entornó los ojos. ¿Un noble reconociendo una complicación? —. Si estamos de acuerdo en que este demente buscaba sembrar rumores para inculpar a los heroístas, podemos suponer que los otros asesinos buscan despistar a todos, creando una cortina de humo. Dígame, ¿qué buscan los Silenciadores de la Memoria?

—Desestabilizar la política, la economía y la religión. Quieren llevar el mundo al caos.

Xeli asintió, como si esperara esa respuesta.

—El asesinato de Zelif parece haber sido planeado durante mucho tiempo —continuó Xeli—. Hay información que la mayoría ignoraba. Los Silenciadores descubrieron sus patrones, su presencia constante en el sector norte. Ni el Dianismo lo sabía, pero ellos sí. Eso significa que deberían haber estado actuando en la ciudad durante mucho tiempo, podrían haber sido cercanos a Zelif o haber tenido acceso a una fuente de poder.

» Los Silenciadores son especialistas en infiltrarse donde nadie lo creería posible, lo hicieron, incluso, en el círculo más intimido de la Deidad Inmortal y del Dios Negro, como lo fueron varios de los Desterrados de la Eternidad.

Cather guardó silencio. Aquello era peligroso. Las palabras de Xeli parecían tener sentido. Dudar de ella resultaba temerario.

—Poseo algunos detalles sobre por qué Zelif frecuentaba el sector norte, aunque nada completamente fiable, desgraciadamente —mencionó Xeli, mientras removía su taza de té con una cucharilla de plata—. Algunos rumores sugieren que buscaba conversar con los heroístas, quizás con la intención de convertirlos al dianismo. Otros, en cambio, insinúan que su interés era aprender sobre sus costumbres. Los relatos varían, pero todos convergen en la idea de que Zelif acudía para brindar ayuda. Puedes encontrar parte de estos rumores en aquel documento sobre los heroístas, eso es todo lo que pude recopilar por mí misma—dijo, señalando con el dedo un pergamino enrollado sobre la mesa.

Cather asintió con la cabeza, mientras el sol perdía su fuerza, las sombras comenzaban a invadir el balcón.

—Además, indagué en la nobleza y el dianismo, buscando vínculos íntimos de Zelif—continuó Xeli con una expresión de intriga en su rostro—. Me topé con algo interesante. Si observas, varios ciclos antes de su muerte, verás que algo... insólito ocurría en la catedral del dianismo. Progresivamente, varios sacerdotes y soldados fueron relegados a rangos inferiores; aquellos que formaban parte de la guardia personal de Zelif o eran sus escribas, pasaron a ser simples curanderos, y muchos otros fueron enviados a caseríos distantes, alejados de Nehit o las otras ciudades. Notarás que estos cambios se intensifican en los días cercanos a la muerte de Zelif. Extrañamente, casi nadie de su círculo íntimo permaneció en sus puestos, y lo curioso es que Zelif parecía tener una fuerte amistad con muchos de ellos.

» Pero lo más insólito es la desaparición de sacerdotes que formaban parte de su círculo íntimo. Los registros mencionan su traslado a otras ciudades, pero no dan detalles de cuándo ni por qué. Simplemente, no hay rastro de ellos.

Cather guardó silencio. Por eso había documentos que especificaban los cambios en la guardia. No lo había notado al principio, sus informantes se enfocaban en la dirección equivocada. Investigar dentro del círculo íntimo de la víctima, aunque lógico, resultaba incómodo para los Dianistas. La caballera examinó los documentos con detenimiento, observando a Xeli mientras esta saboreaba plácidamente su té. Parecía esperar esa reacción de Cather. Los nobles podían ser exasperantes. Sin embargo, siguió con su labor.

Y, para su sorpresa, o tal vez como una treta de Xeli guiándola con las palabras escritas, el único que no cambió dentro del círculo íntimo de Zelif fue Ziloh. Xeli no lo mencionaba directamente en esos papeles, no lo señalaba como culpable, solo dejaba caer la información como un dato curioso. ¿Cuánta casualidad había en eso? Xeli y Ziloh habían tenido conflictos notorios en el pasado, como dos fuerzas opuestas que se rechazaban cada vez que se encontraban. Tal vez esta era una táctica para que Cather centrara sus esfuerzos en él; después de todo, la nobleza era experta en manipulaciones a las que ella apenas si estaba acostumbrada.

En este momento, se sentía como una aprendiz enfrentándose a un maestro de armas.

«¡Soy solo una soldado, por los Creadores!»

A pesar de sus esfuerzos por encontrar un argumento que desafiara la situación noble y desvelara las intenciones de Xeli, no encontró ninguno que pudiera oponerse a las palabras de la doncella. Todo estaba perfectamente hilado, y Xeli evitaba comprometerse al no señalar directamente a los dianistas, ni siquiera a Ziloh, como culpables; los documentos simplemente exponían hechos.

Sin embargo, Cather empezaba a dudar de Ziloh.

Según la información, los asesinos habían eliminado a dos sacerdotes; esto llevaba a concluir que Malex y Felix reconocieron al asesino y por ello los silenciaron. Pero surgía la pregunta: ¿por qué dejar a un testigo como Ziloh que podría identificarlos? La afirmación del sacerdote sobre la existencia de dos Hacedores de Sangre representaba una amenaza para un arma secreta de los Silenciadores de la Memoria. Hasta ese momento, todas las pruebas apuntaban a los heroístas, pero según las palabras de Xeli y las investigaciones de Cather, esto no tenía sentido y parecía una trampa para inculparlos. La única prueba irrefutable era el símbolo del heroísmo en la hoja de sangre del asesino y, de igual manera, el colgante.

Cather necesitaba interrogar a Ziloh, quien se perfilaba como el más sospechoso. Su odio desmedido hacia los heroístas podría conducir a su aniquilación y cumpliría parcialmente los objetivos de los Silenciadores de la Memoria. Quizás se trataba de una estratagema bajo una falsa devoción. Pero, ¿un Silenciador de la Memoria en una posición de influencia como la de Ziloh, a punto de convertirse en el próximo Hierático?

«Devastación, tiene sentido», pensó Cather con frustración.

La única prueba que le impedía confiar en la doncella era un colgante de Xeli encontrado en la escena del crimen.

—¿Por qué saliste a altas horas de la noche, lady Xeli? —preguntó Cather, lamentando la brusquedad de sus palabras. Ella era soldada y no una noble manipuladora experta en torcer las palabras.

Xeli se sobresaltó, aunque casi al instante lo disimuló al depositar la taza de té en un plato de porcelana con un leve tintineo. Tras tantas pruebas, probablemente no esperaba esa pregunta, pero Cather tenía que aprovechar esa oportunidad.

—¿Por qué estabas fuera en la noche en que los sacerdotes murieron? —insistió con firmeza, tratando de ocultar su inquietud. No quería ceder terreno en esa danza de palabras e intrigas.

—La noche... es un manto que nos cubre y resguarda —respondió Xeli con serenidad, un contraste con el asunto en discusión—. ¿Conoces las palabras? Es un antiguo lema del héroe. «Negro como la noche, que lo envolvía en su misterio. No hay nada que temer. La noche es nuestra aliada». A muchos les aterra, pero a mí... me tranquiliza.»

Cather frunció el ceño, la explicación no disipaba sus sospechas.

—Dos sacerdotes murieron esa misma noche, ¿cómo explicas eso? —presionó, buscando desenmarañar la verdad entre las elegantes palabras de Xeli.

Xeli inclinó la cabeza en un gesto de comprensión fingida.

—Fue mera casualidad —respondió, sin lograr disfrazar el matiz de verdad oculta tras sus palabras. Cather conocía esa técnica.

Cambiando de táctica, Cather decidió presionar y dejar de lado las formalidades. La verdad residía en los detalles sutiles, como la ausencia del amuleto que hasta entonces había sido parte constante de la imagen de Xeli.

—¿Y tú colgante? —preguntó, fijando su mirada en Xeli—. Siempre lo llevabas contigo. ¿Qué pasó esa noche?

Por un instante, la máscara aristocrática de Xeli vaciló ante la pregunta directa. Realizó un gesto imperceptible, tocando fugazmente su cuello, como buscando algo que ya no estaba.

El mismo gesto nervioso que le había explicado el líder de sus informantes.

—Permíteme un momento —dijo Xeli, su voz apenas un susurro.

Mientras Xeli se movía con la tranquilidad de un felino, el corazón de Cather latía con fuerza. Antes de que Cather pudiera reaccionar, Xeli regresó con algo entre sus manos.

—Este amuleto ha sido parte de mí desde que abracé el heroísmo—explicó, mostrando un colgante idéntico al que solía llevar—. Pero en esa fatídica noche, la cadena se rompió. Aún no he encontrado tiempo para repararla. Es demasiado preciado para mí.

Cather se conmovió con la confesión, un eco de duda retumbando en sus pensamientos. Un vértigo de incertidumbre se enredó en su pecho, dejando sus preguntas suspendidas sin respuesta.

—¿Puedo verlo? —preguntó con precaución, extendiendo su mano con cuidado.

Xeli sopesó el colgante con reverencia, titubeando antes de cederlo a Cather. El oro brillaba bajo la luz, parecía auténtico, con el símbolo antiguo de la espada con alas del héroe. A simple vista, no había nada que revelara que era falso. Cather devolvió el colgante a Xeli, quien lo acogió con cariño antes de guardarlo cuidadosamente en una cajita. El gesto era casi ceremonial, como si protegiera más que un simple objeto.

—Gracias, lady Xeli —dijo Cather, esforzándose por mantener la calma entre un torbellino de interrogantes—. Has sido de gran ayuda el día de hoy.

La sonrisa de Xeli, aunque aparentemente sincera, no lograba calmar la tormenta de incertidumbre en el alma de Cather. ¿Otra prueba falsa para inculpar al heroísmo?

—Mi búsqueda continua —afirmó Xeli—. Si hay novedades, te informaré. Mi deseo es evitar el caos en la ciudad.

—¿Puedo pedirle algo, miladi? —pregunto Cather, sintiendo que el peso bajo sus hombros disminuía.

—Desde luego—dijo Xeli dando otro sorbo del té.

—¿Le gustaría colaborar conmigo en la investigación? —preguntó—. Todavía hay misterios que desvelar y creo que estamos muy cerca.

—Sería un honor colaborar con usted, miladi—respondió Xeli



El eco de la puerta al cerrarse resonó en la estancia vacía. Xeli se dejó caer en la silla, las manos le temblaban con una intensidad que la sorprendió. Un nudo opresivo le obstruía la garganta, quería arrancar cualquier adorno que ahogara su cuello, aunque en ese momento no portaba ninguna joya. No entendía cómo había mantenido la entereza. Había sido como danzar al borde del abismo con cada palabra que cruzaba con la caballera.

Pero funcionó.

Convenció a Cather de la inocencia de los heroístas, el eje central de su estrategia, y no fue su única victoria. Desvió la atención de la caballera hacia Ziloh.

Sus manos se deslizaron hacia su frente, ahora perlada de sudor. Recordó con claridad el momento en que Cather la interrogó sobre el colgante. Un temblor de nerviosismo la invadió, pero apenas lo contuvo. Momentos antes de su reunión, había pedido a Favel su colgante prestado. Aunque no eran de la misma calidad, había bastado para engañar a Cather.

Ahora, la caballera creería que el auténtico colgante de Xeli era solo otra artimaña falsa, un montaje de los Silenciadores de la Memoria, al igual que el lunático. Fue una jugada acertada indagar sobre él. Ahora, Cather estaría convencida de que Ziloh había dejado intencionalmente ese colgante.

Xeli sonrió con ansiedad, ojalá lady Janne hubiera visto eso, para poder reírse en su cara luego de que tantas veces ella se burlara de su supuesta inexperiencia en el «fino arte de la manipulación». Había demostrado una habilidad asombrosa para fingir, gracias a las astutas enseñanzas de Ril y de su madre sobre las artimañas de la nobleza.

Pero, en ese preciso instante, se permitió una sonrisa más amplia.

Después de días, se había ganado un respiro.


FIN DE LA SEGUNDA PARTE

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