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Los Hacedores de Sangre han actuado en las sombras por siglos, presentes pero ocultos. Las leyendas cuentan su influencia en los eventos clave de la historia, un toque sutil que cambia el destino. Pero ¿qué los mueve a intervenir? ¿Qué criterio siguen? ¿Ven más allá de la línea del tiempo?

De las notas de Xeli.


NUEVE AÑOS ANTES

Xeli se adentró en el secreto más secreto de la catedral de Diane, donde solo unos pocos elegidos podían entrar. Allí reinaba la oscuridad, sin ventanitas ni lamparitas que dejaran pasar la claridad. El frio se le colaba por los huesos, como si fuera el dueño del lugar.

Pero a Xeli no le importaban esas cosas en ese momento. ¡Hoy era un día tan especial que no cabía en sí de gozo! No era un día cualquiera, ¡era el día más grande! Se había levantado con los sirvientes, cuando el sol aún se escondía tras los nubarrones. Hasta había despertado a sus papás, ¡estaba que no podía con tanta ilusión!

Su mamá le había dicho que tenía que ir guapetona, que eso era importante. Así que Xeli se había puesto uno de los vestidos que tanto le gustaban a Jhunna. Después de darle muchas vueltas, había escogido el vestido rojo.

«Los Hacedores de Sangre llevan la sangre de Diane», recordó, y eso la hizo sentirse aún más feliz.

Ahora caminaba por los corredores de la catedral, siguiendo al señor Ziloh y al señor Hierático Zelif. El señor Zelif era muy simpatico, siempre la trataba con cariño. Cuando le dio la noticia, casi se le echó encima y le plantó un beso en la mejilla, ¡casi!

El Hacedor de Sangre importante también iba con ellos. Xeli se puso como un tomate cuando se enteró de que el señor Walex también estaría allí. Casi lo abrazó cuando lo vio, pero él la apartó un pelín. Aunque fuera un pelín borde, ¡pero oye, era un Hacedor de Sangre! A partir de ahora, lo vería más a menudo, le gustara o no.

Pero también estaba la Lady Cather. ¡La súper chula Caballera Dragón! Xeli quería ser como ella algún día, poderosa y respetada por todos. O tal vez un pelín temida, ¿por qué no?

Xeli caminaba con su papá y su mamá, que eran las personas más importantes de Sprigont. Les sonrió con dulzura, como esas sonrisas que hacen que los mayores se pongan contentos.

—Bueno, Xeli, es hora de despedirte de tus papás —dijo el señor Hierático Zelif, sonriendo—. Recuerda que durante la ceremonia no puede haber mucha gente. Tómate tu tiempo, te esperaremos dentro.

Xeli vio a los abuelitos entrar en una sala oscura, seguidos por el señor Walex y la lady Cather. ¡Hacían una pareja muy bonita! Luego miró a sus papás, su corazón latiendo fuerte. Las manos le empezaron a sudar de nervios y emoción. Era la primera Hacedora de Sangre en la familia después de ¡muchísimos años!

Sus papás se agacharon a su altura. El papá de Xeli le apartó un mechón de pelo de la cara y puso una mano amigable en su hombro.

—Estoy muy orgulloso —dijo—. Ve, no tengas miedo. Entrarás como una niña, pero saldrás como la mejor Hacedora de Sangre.

Los ojitos de Xeli se llenaron de lágrimas de emoción. Sonrió y abrazó a su papá antes de que el señor Hierático pudiera decir nada.

—Vamos, Xeli —dijo su mamá, y luego recibió otro abrazo bien apretado.

Los dos eran los papás más increíbles.

Xeli entró en la sala de puntillas y calladita, con el corazón latiendo a mil por hora. Quería gritar a los cuatro vientos que ¡ella iba a ser una Hacedora de Sangre! Pero se contuvo, porque sabía que tenía que ser muy seria y respetuosa.

Los señores sacerdotes llevaban unas túnicas rojas muy largas y muy aburridas. Nada que ver con el vestido que lucía Xeli, también rojo, pero mucho más bonito y brillante. Y es que ella misma lo había adornado con el dibujo de los Hacedores de Sangre, que había aprendido a bordar con mucho esmero.

El señor sacerdote y el señor Hierático estaban tras una mesita, y sobre la mesita había un cojín de terciopelo con una piedra roja en el centro, una piedra que Xeli no podía descifrar. ¡Y mira que había leído un montón de libros sobre las piedras mágicas! El señor Walex estaba un poco apartado, con cara de aburrimiento. Xeli pensó que quizás estaba agotado, porque seguro que hacía muchas cosas chulas. Pero no pasaba nada, Xeli le echaría una mano después, cuando fuera una Hacedora de Sangre. Xeli miraba a lady Cather desde un rincón. A veces ella le devolvía la sonrisa, ¡y qué sonrisa tan hermosa tenía! Xeli pensaba que cuando fuera mayor, quería ser igualita que ella, en todo, en todo, ¡en todo sentido!

La niña se fue acercando poquito a poco, aunque por dentro estaba muy nerviosa porque todos la observaban. Pero Xeli quería que vieran lo feliz que estaba. Hasta le sonrió a Ziloh, aunque él la mirara con malos ojos. Era un poco maleducado, pero Xeli pensaba que sonreír hacía que la gente se pusiera contenta.

Respiró hondo unas cuantas veces para calmarse. Luego, su amigo Campanilla hizo ruiditos en su pecho, como si fuera una campanita muy pequeñita. Xeli sabía que estaba allí para ayudarla a sentirse tranquila cuando estaba triste.

—Hace dos mil años, Diane escogió a los primeros Hacedores de Sangre personalmente, a sus Caballeros Dragón —dijo Zelif—. Eran valientes luchadores; héroes que salvaron al mundo del caos más grande.

» Y ahora, Xeli, tú eres una de ellos.

Poco a poco, Xeli se acercó, mirando fijamente la gema que brillaba en la penumbra. Parecía que tenía un calorcito adentro, como el fuego, pero también una presión fuerte que daba un poquito de miedo.

—Ven, acércate a la gema —le dijo Zelif, con una sonrisa como si fuera su papá orgulloso.

Xeli no podía apartar la mirada de la gema, era como si la llamara. Y ella podía sentir su poder, una conexión que nunca antes había sentido. Campanilla también estaba emocionada, vibrando en su pechito.

Ziloh se acercó y puso la mano en su hombro. Xeli lo miró y le regaló una sonrisa grande, pero de repente vio que tenía una daga oscura en la mano, tan oscura como una sombra. Campanilla se asustó y Xeli retrocedió.

—Necesitas hacer un juramento con tu sangre —explicó Zelif—. Para conectarte con la gema. No duele mucho, lo prometo.

Walex se rio al ver la expresión de Xeli y ella le frunció el ceño, como lo hacía Cather cuando alguien se portaba mal.

—Ven, dame tu manita —dijo Zelif.

Xeli le dio la mano y Ziloh le pinchó el dedo. Xeli soltó un pequeño chillido y retrocedió, confundida y un poquito lastimada. A Xeli le parecía que no debían hacerles daño a las personas, ¡y mucho menos sin pedir perdón con un caramelito!

Pero nadie le dio caramelos.

De pronto, Xeli sintió algo extraño. Miró la gema y el poder adentro cambió. No era calmita como antes, era como un fuego fuerte y loco. Intentó tocarla y la gema gritó. Xeli miró a Zelif y a Ziloh, pero ambos seguían sonriendo. Luego miró a Walex y Cather, buscando apoyo, pero ellos ya no la miraban. Nadie notaba lo que Xeli veía.

Había algo raro con ese poder.

La gema era un lío. El fuego bailaba como una loca y hacía mucho ruido. Un poder que venía y se iba, que apretaba por todas partes. Xeli oyó muchas voces que gritaban, como si hubiera mil personas hablando a la vez, de chicos y chicas, que lloraban y pedían ayuda.

Xeli miró a Zelif y vio que estaba raro. Su aura era distinta, como cansina y tristona. Xeli lo miró con miedo, viendo cómo la sonrisa del viejito se borraba, como si se le cayeran las hojas.

Empezó a jadear.

Miró a Walex y él también estaba raro, un poco despeinado. Él siempre se veía fuerte, pero ahora parecía asustado, como si algo le susurrara y no fuera algo bueno.

Miró a Cather y su aura también estaba rara, como si llevara algo muy pesado, y no parecía valiente, parecía debil, muy debil.

Xeli miró a Ziloh y pegó un grito.

Él... ¿qué era? Xeli no lo entendía. Era como oscuridad pura, como si se hubiera ido la luz. En esos ojos helados, Xeli vio el fin del mundo. Así que soltó la gema y echó a correr a esconderse en un rincón, asustada. Ziloh intentó cogerla del hombro, pero Campanilla chilló.

Xeli tropezó y se cayó al suelo, haciéndose pupa en las rodillas y manchando su vestido lindo. La gema, lejos, brillaba mucho. Y Xeli supo que no quería tocarla más.

El miedo volvió, la inseguridad, todo.

Y... ¿dónde estaba Campanilla? ¿Dónde se había metido su amiguito?

La puerta se abrió de golpe y entraron sus papás.

—¿Qué está pasando aquí? —rugió su papá.

Lady Jhunna corrió hacia Xeli y la abrazó mientras ella lloriqueaba en el suelo. Zelif la miró, a ella y a la gema, con una mirada rara que Xeli no podía entender mientras lloraba en los brazos de su mamá.

—Se suponía... —dijo el Hierático alzando la gema—. Que tú serías la siguiente.

Entonces su papá... su querido papito la miró. Pero no había amor ni comprensión en su mirada, solo decepción. Y... ¿pena? Eso le dolió más que el miedo. Miró a todos en la habitación antes de desmayarse. Creyó que Ziloh sonreía. Él siempre había dicho que Xeli no sería una Hacedora de Sangre. Y que nunca lo sería.

Intentó llamar a Campanilla una última vez.

Pero Campanilla ya no estaba.

Se había ido.

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