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Su voz retumbaba en mis oídos como un trueno, y su figura se alzaba imponente como una montaña oscura. Me hablaba con el mismo fervor que a otros. Su voz encendía una llama en mi pecho, una calidez que me embriagaba y vigorizaba. Me sentía liberado de una presión que me impulsaba a actuar y a expresar mi rencor hacia los heroístas, sin saber por qué. Solo obedecía a un mandato que ya no tenía sentido. Sé que muchos han sufrido lo mismo.

Y les compadezco.

De las notas de Zelif.


—¡Lady Cather! —exclamó una voz familiar, vibrante como una campana.

La Caballera Dragón, aturdida, se sobresaltó. Su sangre hervía como un río incandescente que la inundaba de poder. Empuñaba a Juicio, su espada legendaria. La sensación se extendió por su cuerpo, un alud de fuego líquido, y casi llevó el filo letal al cuello de Ziloh hasta que vio las miradas aterrorizadas de los guardias sacerdotes. Sus armas se erguían en un gesto vacilante.

—Perdón —balbuceó Cather, llevándose una mano al frente.

—¿Está... bien? —preguntó Ziloh con cautela.

Cather asintió, mientras trataba de dominar la ola candente que bramaba en su interior. Ansiaba el eco de ese poder, la emoción de control que la sangre ancestral le confería. Su mente giraba, su cráneo estaba magullado, y su armadura estaba surcada por arañazos y cortes.

—¿Qué demonios ha pasado? —gruñó Cather, sintiendo un dolor punzante en la cabeza.

Parpadeó con dificultad, tratando de acostumbrarse a la luz cegadora que la envolvía. La calle empedrada se desplegaba ante ella, bordeada por edificios altos que se elevaban como centinelas. El sol caía implacable sobre su armadura, haciéndola sudar. Oía murmullos a su alrededor, pero no entendía lo que decían.

—Estás en la frontera entre el norte y el sur —le informó Ziloh, su compañero de armas—. Te desmayaste después de la pelea.

—Maldita sea —escupió Cather—. Esos bastardos se nos escaparon. ¿Y Voluth y Kazey? ¿Dónde están?

Cather dio un paso adelante, pero sus piernas flaquearon bajo el peso de su cansancio. Los guardias sacerdotes retrocedieron por instinto.

—Están a salvo —respondió Ziloh con serenidad—. Kazey nos avisó. Convocó a refuerzos y desplegó a los hombres en busca suya y del asesino.

Cather se enderezó con esfuerzo, apoyándose en la pared fría y húmeda.

—¿Y bien? ¿Encontraron alguna pista?

—Nada de nada —respondió Ziloh con desánimo—. Dígame, ¿es ella?

Cather guardó silencio, su mirada perdida en la distancia.

—Tengo que hablar con lord Stawer.

Ziloh arqueó una ceja, pero no insistió.

—Por supuesto, miladi —asintió con reverencia—. Permítame acompañarla al castillo. Iba a reunirme con Lord Stawer de todas formas.

Cather negó con delicadeza.

—Vaya usted solo, Ziloh —ordenó, recuperando la compostura con una frialdad fingida—. Yo tengo otros asuntos que atender antes.

—Como desee, miladi.

Cather se desplomó sobre los adoquines cuando Ziloh se fue. La noche anterior había sido una vorágine de sucesos, un remolino de desafíos que la habían empujado más allá de sus límites. Había sido la dueña de la situación, una maestra en el combate y la estrategia, pero ahora se enfrentaba a un enigma que desafiaba sus certezas. El asesino había sido astuto, osado, provocador. No era la sombra desalmada que había esperado; parecía un reflejo distorsionado, un ser atormentado por sus decisiones.

Cather cerró los ojos, meditando sobre la paradoja que se desplegaba ante ella. El asesino había vacilado, había dudado, y en su grito había resonado el eco de la angustia. La imagen del hombre implacable se esfumaba, reemplazada por el alma afligida.

«¿Por qué no uso su hoja de sangre?», pensó.

La ciudad seguía su curso a su alrededor, indiferente a los pensamientos de una guerrera atrapada en su encrucijada. En lo profundo de su mente, resonaba la pregunta que no se atrevía a formular: ¿cómo podría enfrentarse a un enemigo que no comprendía del todo, un enemigo lleno de contradicciones como el corazón humano?

Además, el rostro de Xeli era un lienzo de inexperiencia. No había alcanzado los senderos profundos de la Hacedora de Sangre. Era un brote en las sombras, aún por florecer, y sus pasos eran torpes, como los de un cervatillo. Su agilidad era una promesa incumplida, sus movimientos eran lentos y temblorosos.

¿Qué secretos yacían en la noche pasada?

Lady Cather se alzó de nuevo, entre gemidos ahogados por la armadura que parecía fundida con sus huesos. La sensación de un cuerpo maltrecho la acompañaba en cada paso. Se adentró en las callejuelas, una guerrera en busca de rastros en una ciudad que se reponía del choque de fuerzas sobrenaturales.

Finalmente llegó al callejón donde se había enfrentado a los Hacedores de Sangre. La calle se presentaba ahora en calma. Los charcos habían cedido y el silencio había vuelto. Pero no había olvidado el conflicto que había estallado allí. Los adoquines, marcados por el choque de acero y poderes divinos, eran testigos mudos de la danza de muerte.

Un objeto ajeno al entorno captó su atención. Un libro, antiguo y humedecido, descansaba como un tesoro en medio de la quietud. Cather se acercó a él con cautela. ¿Por qué el asesino llevaría consigo un libro? ¿Cuál era su significado oculto? Había sido una artimaña, un cebo lanzado a su mente. Pero dudaba que esa fuera su única función.

El tomo envejecido y desgastado parecía una reliquia, un fragmento del pasado que se entrelazaba con su destino. Cather extendió sus manos con cuidado, como si temiera deshacerlo. Las letras impresas en las páginas iniciales se presentaron como sombras borrosas, un mensaje ilegible cuyo significado se retenía en sus pliegues. Las hojas, frágiles como la memoria de un sueño, parecían deshacerse con un suspiro.

Cather guardó el libro entre sus pertenencias. Era una pista, un fragmento del enigma que necesitaba resolver, pero no era el momento de desvelar sus secretos. El castillo la aguardaba, un refugio de sombras y misterios, y el futuro oscilaba como una llama, lleno de incertidumbre y desafíos.



Cather avanzaba por los corredores hacia la Sala de Audiencias. Las lámparas, semejantes a estrellas en el cielo, vertían una luz tenue sobre su camino. A pesar de su abundancia, no lograban disipar la penumbra. Más bien parecían contar historias de sombras y misterios. A través de esos cristales, la ciudad se revelaba tranquila, ajena a las convulsiones del castillo. Nadie habría imaginado que Cather rompería esa aparente calma.

—He hablado con los armeros —interrumpió Kazey, sus ojos reflejando preocupación—. Prometieron tener tu armadura lista para hoy.

Cather emitió un resoplido ronco.

El combate con el asesino había superado sus expectativas. El enemigo, astuto como una pesadilla, le había infligido más daños de los previstos. Su armadura, antes reluciente, mostraba ahora claras señales de combate: un brazal dañado y un peto marcado por arañazos.

Preferiría presentarse ante lord Haex empapada por la lluvia, con la armadura manchada de barro y sangre. Sin embargo, sus escuderos la convencieron de retirarse a sus aposentos para un baño. Optó por su uniforme militar, impecablemente blanco, realzado por una capa oscura y el broche del Gran Consejo en su pecho. Juicio colgaba de su cinturón, en una vaina roja escarlata.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Kazey, con genuina inquietud—. ¿Te hirió gravemente?

—Fue un simple rasguño —respondió Cather—. Apenas me rozó con su cuchillo. Cuando me liberé, no pudo mantener su Habilidad. La desperdició en un esfuerzo desesperado. Si me hubiera sacado más sangre... ¿Están seguros de que no les extrajo la vuestra?

Ambos negaron con convicción.

—¿Qué sucedió mientras estaba con lady Xeli?

—No sabemos —confesó Kazey—. Vimos acercarse una sombra roja, como un espectro. Intentamos reaccionar, pero nos superó. Despertamos justo antes del amanecer, y tú ya no estabas.

«Podría haberlos matado —pensó Cather—. Usarlos para amenazarme, forzarme a rendirme. Pero no lo hizo. ¿Quién será este asesino?»

—¿Vieron su rostro? ¿Lo reconocieron?

Ambos negaron de nuevo, con gestos sinceros.

Al llegar a la entrada de la Sala de Reuniones, recordaron la junta de días atrás. Las enormes puertas estaban custodiadas por dos guardianes de Walex, que se inclinaron antes de abrirlas. Lord Haex Stawer, señor de Nehit y protector de Sprigont, se erguía al final de la mesa. Su postura transmitía un desdén real, absorto en complejas reflexiones. Observaba a Cather con una mirada imperturbable, como espejos que ocultaban pensamientos profundos. A su lado estaban la dama de Nehit, cuya elegancia se reflejaba en su porte y labios rosados, y el heredero Rilox con su prometida, lady Janne Malwer. Era la primera vez que Cather los veía juntos de esa manera.

Lady Jhunna adoptó una actitud serena, con las manos sobre las piernas, y sus cabellos en una trenza que se deslizó por su hombro. El vestido azul que llevaba parecía una oda a la belleza. Por su parte, Rilox emulaba a su padre, ataviado con los ropajes verdes de su linaje. Ambos se alzaron como contrapartes del Gran Señor y ofrecieron un apoyo sólido.

Con dignidad, Cather avanzó hacia la sala. Sus manos colgaban tras su espalda. Ziloh se situó a su costado, flanqueado por guardias y sacerdotes, como uno de los consejeros de Lord Haex. Estos ocuparon sus asientos alrededor de la mesa, como guardianes mudos del poder y la sabiduría. Mientras, Lord Walex jugueteó con una copa de vino y le guiñó un ojo a Cather.

—Perdonen que los moleste sin previo aviso —dijo Cather, realizando una reverencia y tocándose el pecho con una mano antes de tomar asiento—. Pero esto no puede esperar más. Pues anoche me enfrenté a dos Hacedores de Sangre fuera de los registros.

Un silencio sepulcral cayó sobre la sala.

Lord Haex se levantó con evidente interés y clavó sus ojos en Cather. Eran unos ojos que mostraban una curiosidad genuina.

—A diferencia de lo que muchos creerían, he conseguido algunas pistas sobre los asesinos —continuó Cather con voz firme—. La primera me le dio Lord Stawer cuando nos conocimos. La encontré en el arma del homicida.

» Nuestras espadas de sangre las forjamos nosotros mismos —explicó, sacando la suya. Un brillo emergió de la hoja—. Cada espada solo obedece a su dueño. Son indestructibles e inmunes a marcas, salvo que su portador así lo desee.

» El arma del asesino tenía un glifo antiguo: el glifo del Héroe. Además, el día que mató al Hierático, llevaba un manto negro.

Entonces, Voluth dejó caer la túnica negra y desgarrada que había encontrado semanas atrás.

El peso de las palabras cayó como una maldición. El ceño de Lord Haex se frunció en una mueca de desprecio. La dama Jhunna mostró consternación en sus ojos, mientras Rilox parecía atónito. El Alto Mariscal y el Capitán reflejaron ira. Por otro lado, Lord Walex ocultó una sonrisa tras el vino, como si supiera más. Ziloh emanó un cúmulo de emociones: sorna, desdén, furia y altanería.

—¿Supo de esto y permitió las muertes? —rugió Ziloh—. Malex y Felix podrían haber vivido. Habríamos podido hacer más. ¡Yo lo sabía! ¡Todos lo sabíamos!

Cather no respondió y permitió que las voces se mezclaran en reproches. La sangre en sus venas hirvió y, con un gesto, elevó la mano, su espada destellando.

—Caballeros y damas —intervino lord Walex—. Les sugiero que dejen hablar a lady Cather. Parece tener más que decir.

Entonces, las miradas convergieron en la espada que Cather sostenía. El silencio se apoderó de la sala. El guiño de Lord Walex parecía plantear una pregunta: «¿Qué harás ahora?»

—Sí, lo sabía —confesó Cather con sequedad—. Pero necesito que me respondáis. ¿Qué sentido tiene que un asesino exhiba sus creencias así? ¿Por qué arriesgarse a que lo descubran?

» Esto es un misterio para mí, igual que para lord Walex. Pensadlo bien. El asesino se vistió de negro para eliminar a Zelif, el Hierático, y luego dejó su arma. Un objeto sagrado para un Hacedor. Decidme, ¿alguna vez habéis visto a lord Walex sin DestrozaOscuridad o a mí sin Juicio? —todos se miraron con incomodidad—. La respuesta es no, ¿verdad? Entonces, ¿por qué desprenderse de un arma valiosa y marcada con el glifo del Héroe?

» ¿Por qué hacerlo tan llamativo, salvo que quisiera que lo encontraran? El asesino no solo quería matar a Zelif, sino también asegurarse de que se supiera que actuaba para el Héroe. Pero ¿para qué? ¿Eran realmente los heroístas?

—Querían meternos miedo —afirmó Ziloh—. ¿Qué otra razón? Era una advertencia, una amenaza que anunciaba el horror.

Hubo un murmullo de acuerdo entre los presentes. Lord Stawer estaba entre ellos. Sin embargo, quien habló fue Rilox.

—Caballeros y damas, os ruego que dejéis a un lado vuestras diferencias —dijo el joven—. Escuchad a Lady Cather. Tiene razón. ¿Por qué alguien haría eso? El asesino podría haber causado más daño desde las sombras, ¿no creéis? Imaginad la alarma y la desconfianza con muertes de heroístas y dianistas por igual.

» La historia nos ha dado ejemplos. Hay formas más efectivas de sembrar el caos, de infundir terror. Podrían haber atacado a mi padre o a mí, y nadie sabría el culpable.

Un asentimiento siguió sus palabras.

—No os comuniqué esto para evitar pánico; preferí esperar más pistas —explicó Cather.

—¿Y ha encontrado alguna? —preguntó el Mariscal.

Cather no respondió de inmediato.

—No estoy segura —admitió—. Creí haber descubierto a la portadora de la espada. Las evidencias parecían conducir a ella. Pero después de anoche, ya no tengo certeza.

—¿Sabe quién es? —preguntó Rilox, curioso.

Cather lo estudió. ¿Conocía él a su hermana? Parecían cercanos, un apoyo en la corte. ¿Estaría al tanto? Después de todo, Xeli había dicho que Rilox la ayudaba en la investigación. Sus ojos se encontraron, pero no detectó nerviosismo. Solo una expresión evaluadora.

Luego, miró a Lady Jhunna y Lord Haex. La primera mostraba poco interés, como si deseara que el asunto concluyera. Por su parte, Lord Haex parecía más intrigado.

—Lady Xeli Stawer es una Hacedora de Sangre fuera de los registros —declaró Cather—. Según la estricta ley del Gran Consejo, eso la convierte en una Silenciadora de la Memoria.

Un silencio profundo y desolador cayó sobre la sala. Cather nunca había sentido algo así, rodeado de personas que no se movían ni emitían ningún sonido. Era como si el aire se hubiera escapado, dejando solo un vacío que reflejaba la verdad cruda.

Cather observó las expresiones atónitas. Rilox parecía sin aliento, su mirada fija en ella. Lady Jhunna parecía al borde del grito, palabras contenidas en su garganta. Sus ojos irradiaban ira, un rojo sangre.

Lord Haex Stawer temblaba.

El silencio se rompió cuando Lord Walex soltó una risotada.

—¡Mentira! —estalló Lady Jhunna, levantándose, sus manos en la mesa—. ¡Mentira! ¡Conozco a mi hija! ¡No es una asesina!

Cather examinó a la dama, observando la voz quebrada, las manos temblorosas y los ojos acuosos.

Lord Walex respondió con una risotada.

—No podía creer lo que veía —dijo Cather, apoyando los codos en la mesa y mirando a Lady Jhunna con severidad—. Al igual que todos aquí, dudé de los heroístas. Pero no soy de las que acusan sin pruebas. Más tarde, hablé con Lady Xeli.

» La muchacha me demostró su inocencia y la de los heroístas. Nunca la vi rendirse ante los dianistas, tampoco la vi faltar al honor. Es una guerrera digna de respeto.

Rilox sonrió con orgullo y Lady Jhunna se relajó un poco. Sin embargo, el ambiente seguía tenso.

—Nos engañó a mí y a todos durante mucho tiempo —continuó Cather, fulminando con la mirada a Ziloh—. También engañó a los sacerdotes hace nueve años.

» Decidí confiar en ella por su historia, pero fue esa misma historia la que la delató.

—Es imposible... —murmuró Lady Jhunna, con el rostro encendido.

—No es tan imposible, miladi —replicó Lord Walex, atrayendo la atención. El Hacedor levantó su copa y luego guardó silencio—. Si me lo preguntan, yo fui el primero en sospechar de Xeli, antes de conocer el glifo y demás.

» Les diré lo mismo que a la Caballera Dragón. ¿Qué motivo tenía Xeli para volver al castillo la noche de las muertes? Curiosamente, no fue la única vez que salió de noche. ¿Fue ella quien mató a Zelif? ¿Cuánto tiempo estuvo oculta?

» Por las noches, nadie sale, mis caballeros y damas. Los únicos que lo hacen son los locos, los mandados y los Hacedores.

—¡Mi hija no es una asesina! —rugió Jhunna, apretando la mandíbula.

Lord Walex respondió con una sonrisa sarcástica.

El furor de Lady Jhunna creció, y ella buscó apoyo en su familia. Sin embargo, Rilox seguía aturdido y Lord Haex parecía aún más consternado, sin alzar la vista.

—¿Quién iba a pensar que Xeli era una amenaza? —continuó Cather—. He visto lo que ha hecho por este reino. Las nuevas cosechas, por ejemplo, fueron prodigiosas. Nunca imaginé ver trigo en Sprigont. No me pasó por la cabeza que ella fuera un peligro. Incluso en la asamblea, valoré su presencia y lo que representaba: una heroína. Pero luego...

» Luego sentí el poder de la sangre en ella. Era inconcebible; solo se puede ser Hacedor a los ocho años, no a los diecisiete. Aun así, la sangre fluía en su interior. Xeli es una Hacedora sin registro.

» Todos somos conscientes de lo que esto implica, ¿me equivoco? El Gran Consejo lo dictaminó y los ocho continentes lo adaptaron a las normas. Cualquier Hacedor de Sangre que no figure en los registros es un Silenciador de la Memoria. Entonces, ¿por qué Xeli ocultaría esto, si no fuera con el propósito de servir al Portador del Olvido? No es corriente que una muchacha apasionada por los Hacedores de Sangre, según se cuenta, haya mantenido este secreto durante tanto tiempo.

» Pero esto no fue todo. Lady Xeli estuvo presente durante la muerte de Malex y Felix. La prueba de ello fue esto —dijo Cather con voz grave, mientras alzaba un colgante de oro que brillaba con una luz de los petralux.

Dejó caer el colgante sobre la mesa de madera, donde rebotó con un sonido metálico.

—Vi este colgante en la escena del crimen, pero Xeli intentó engañarme, mostrándome una copia de este en una vil mentira para ganarse mi confianza—dijo Cather con ira entre los dientes—. Para desviarme. Pero las pruebas seguían apuntando hacia ella. El Silenciador de la Memoria que intentó matarme, ¿lo recuerdan? Antes de morir me dijo que las capas rojas arderían y que debía cuidarme de la nobleza.

Los rostros de los presentes se llenaron de horror y asombro al ver el colgante. Algunos retrocedieron, otros se santiguaron y otros murmuraron palabras de incredulidad. Nadie podía creer que Lady Xeli, la noble y bondadosa, fuera en realidad una aliada del mal. Una traidora que había participado en el asesinato de dos sacerdotes. Una enemiga que debía ser detenida y castigada por sus crímenes.

El único sonido verdadero fue la risa de Walex.

—Después, la enfrenté bajo la lluvia mientras sollozaba y temblaba —confesó Cather—. Creía que ella era la asesina, las pruebas apuntaban a ella. ¿Quién más podía ser? ¿Por qué vestir de negro y portar una espada con el glifo del Héroe? Creía que ella anhelaba ser un símbolo. Un heraldo del Héroe.

» Pero me equivoqué.

Perplejidad se dibujó en las caras, rostros atónitos por las revelaciones.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Walex, frunciendo el ceño—. ¿Te equivocaste?

—Sí —admitió Cather con un suspiro—. Xeli nunca fue la asesina de Zelif. La acorralé con la espada del asesino, esperando que me diera una razón para matarla, que mostrara su destreza, que revelara sus planes.

» Pero ella solo lloró.

—¿Y qué? —replicó Ziloh—. No enfrentarse a ti no prueba nada. No justifica tu desconfianza. Viste el collar, lo que dijo el otro Silenciador, la espada con el glifo y que es una Hacedora de Sangre fuera de los registros. ¿Qué otra prueba necesitabas que ella es una Silenciadora de la Memoria?

—No, es que cuando cogió la espada, esta no brilló. La hoja parecía muerta en sus manos. Ella no era la portadora de aquella arma. Pero entonces, el verdadero asesino apareció, dispuesto a protegerla.

—Cómplices —afirmó Walex—. Eso ya lo sabíamos.

—Lo sospechábamos —corrigió Cather—. Pero hablamos del asesino de Zelif. La espada centelleó con su llegada, pero no la empuñó en nuestro combate.

» Además, si ambos hubieran sido Hacedores expertos, podrían haberme vencido. La forma en que peleaba el asesino, con ayuda, y si tal vez hubiera tomado su espada... podría haber sido mi derrota. Enfrentar a dos Hacedores no es fácil.

» Sin embargo, Xeli era inexperta; no intentó enfrentarme ni usó sus poderes para ayudar al asesino. Solo huía. Volveré a un detalle importante, ¿por qué dejar pruebas tan directas sobre los heroístas? La espada, la capa, el loco, el colgante y la doncella. Esto solo ocasionaría que fueran el foco de atención, con la muerte de Zelif, solo conseguirían ser atacados. Y seguramente llevaría a la destrucción del pacto. Esto no les favorece a los heroístas.

—Pero si lográramos pensar que es demasiado obvio que son ellos, la atención se dirigiría a los dianistas —dijo Rilox.

—Y entonces entraríamos en un ciclo de conjeturas —concluyó Cather—. Los Silenciadores de la Memoria siempre han buscado destruir ambas religiones. Debemos recordar esto durante el juicio. El pacto debe mantenerse.

—¿Y qué pasará con mi hermana? —interrogó el heredero.

—No me malinterpretes —advirtió Cather, severa—. Ella no es la asesina de Zelif, eso está claro. Sin embargo, es cómplice del hombre que mató a Zelif. Y si nuestras suposiciones son correctas, podría haber participado en la muerte de Malex y Felix, ya que estuvo presente en ambos sucesos. Además, sigue siendo una Hacedora de Sangre fuera de los registros y, por lo tanto, una Silenciadora de la Memoria.

Voluth se dejó caer contra la pared y lady Jhunna retrocedió furiosa; Rilox se hundió en su silla, su mirada en el suelo. Lord Haex miró a Cather a los ojos, temblaba y su rostro estaba agitado.

—No... —murmuró el hombre—. Xeli no es una asesina... Ella no es culpable.

Las palabras desgarradoras del asesino volvieron a la mente de Cather.

«Ella no es la asesina. Yo lo maté. ¡Yo maté a Zelif y por mi culpa murieron los sacerdotes! Pero Xeli es inocente. ¡Yo lo maté!»

Sin embargo, Cather apartó esas palabras de su mente.

—Ella lo es —sentenció.

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