VI

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Aunque la humanidad de Makhor se extinguía poco a poco devorada por la amalgama de las naturalezas cósmicas que ya formaban parte de él, una porción permanecía intacta en las profundidades de su ser mientras proyectaba la claridad necesaria para recordarle por qué inició su viaje y aceptó sacrificar una parte de sí mismo.

—Debo evitar el fin... —pronunció con la voz ronca, antes de mirarse la mano y percibir los contornos de los dedos a través de los centenares de gotas de sangre seca que flotaban en el aire—. Tengo que desprenderme del último latido... —La garganta, reseca tras recorrer durante días un sofocante páramo de ceniza ardiente, le produjo un intenso escozor que lo forzó a carraspear—. Daré el último paso, me reuniré con Draert, consumaré mi venganza y completaré mi juramento...

Reemprendió la marcha, sintió el tacto árido de las gotas de sangre secas en la piel de su rostro y parpadeó para esclarecer la visión rojiza cuando estas impactaron en sus ojos. El entorno y el pasado conspiraron, y los pasos lentos fueron acompañados de culpa y una inmensa frustración.

—Kayi... —susurró, inmerso en lejanos y dolorosos recuerdos.

La atmósfera roja se tornó menos densa y Makhor alcanzó a ver una alta torre que apenas se mantenía en pie. La construcción, que erigieron los descendientes de la emisaria de un Inmemorial que se alimentó con la sangre pútrida de una estrella de carne muerta, aún mantenía un leve halo de su antiguo esplendor; algunas partes de los muros que conservaban las finas capas de mineral negro resplandeciente todavía reflejaban la insondable luz oscura.

Makhor se detuvo al percibir en las suelas las leves vibraciones de un temblor, giró muy despacio la cabeza y fue testigo del colapso en la distancia de una gran montaña.

—Las capas están cediendo... —susurró y reemprendió la marcha, tras alejar sus pensamientos del derrumbe de los cimientos de la existencia.

Al detenerse delante de una inmensa compuerta de barrotes rojizos, antes de que le diera tiempo de tocar la aleación recubierta por un cálido líquido que descendía muy despacio hacia un charco, una brisa le rozó la nuca y le erizó el vello.

Sin esperanza, vacío, tu destino depende de los pecados tras un final doloroso... —las confusas palabras que fueron murmuradas cerca del oído de Makhor produjeron un leve siseo—. El sacrificio debe cumplirse...

El líquido que recorría los barrotes se cristalizó, se quebró en centenares de diminutos fragmentos y estalló varias veces hasta dar forma a una neblina.

—No estoy para juegos —masculló Makhor, antes de dar una patada frontal, partir algunos barrotes con la suela y volver a golpear para agrandar el orificio—. Acabaré lo que empecé.

Caminó a paso ligero, se adentró en la torre y alcanzó unas escaleras circulares de piedra maciza que descendían hacia un oscuro subterráneo. A medida que bajaba los escalones, las antorchas incrustadas en las grietas de los muros negros se prendieron con grandes llamaradas rojizas.

Sin detenerse, Makhor contempló las llamas rojas y una visión se apoderó de sus pensamientos. Un fuego, ancestral, incontrolable, se fundió con la imagen de Draert.

—Es por eso... —susurró, antes de que un temblor sacudiera la estructura de la torre y cediera una parte del muro a su espalda.

Makhor creó trazos de tinta sólida para que frenaran el derrumbe y corrió hasta alcanzar la gran cámara construida en el subsuelo. Se separó varios metros del último escalón, deshizo la tinta y los escombros cayeron y sepultaron los peldaños.

Al sentir cómo calaba la humedad en el calzado, bajó la mirada y contempló el tenue fulgor rojizo que emitía el líquido que cubría algo más de un palmo las losas de la cámara. Muy despacio, alzó la cabeza y observó la delgada bruma que brillaba con un débil añil alrededor de las agrupaciones de mineral azulado que emergían del techo.

Paso a paso, Makhor hundió las botas en el líquido y, tras escuchar los gemidos que producían, dirigió la mirada hacia los seres pálidos, carentes de pelo y vello, con largos dedos que se fundían a sus gargantas, venas abultadas en los muslos y rostros deformados por burbujas de grasa amarillenta; todos estaban retenidos en grandes estructuras de minerales violáceos que traslucían lo suficiente para mostrarlos y que se vieran los leves espasmos que sufrían.

—Engendros nacidos de la sangre corrupta... —masculló y centró la mirada en una condensación de vapor rojo que ocupaba una gran porción de la cámara—. ¡He venido en nombre de lo sin forma!

El silencio tras sus palabras solo fue interrumpido por un nuevo temblor que hizo que parte de la estructura crujiera.

—Entonces, has venido a tu tumba. —La voz de quien respondió desde el interior del vapor generó leves ecos—. Estás en la casa de la condena y de los condenados.

Con suma lentitud, una entidad ataviada con una fina prenda blanca con inscripciones en una lengua largo tiempo muerta, que tenía la piel roja, una larga melena violácea rizada y los ojos imbuidos en sangre negra, surgió del vapor y observó el rostro ennegrecido de Makhor.

—Lo sé —afirmó él—. Sé que estoy en la casa de la condena y de los condenados. —Miró a los seres presos en el mineral—. Estoy en el hogar de los últimos descendientes del Inmemorial de sangre pútrida. —Volvió a centrar la mirada en los ojos negros—. Ante su emisaria.

Una sonrisa se dibujó en el rostro de la entidad.

—Nuestro recuerdo no se extinguió del todo —pronunció ella mientras caminaba hacia Makhor—. Dices que vienes en nombre de lo sin forma, pero la fuerza más allá de la creación no interviene. —Sus ojos emitieron un brillo oscuro—. Aunque no mientes...

Makhor negó con un ligero gesto de cabeza.

—He venido a saciar parte de tu hambre y a liberarte para que tu estirpe crezca de nuevo —le explicó, tras remangarse—. Las últimas gotas de sangre que recorren mis venas junto a la tinta te permitirán alejarte de este reino condenado antes de que las capas de la realidad que lo bordean sean destruidas.

La entidad alternó la mirada entre el brazo y los ojos de Makhor.

—¿Por qué? —preguntó, tras abrir un poco la boca y acariciar con la lengua los incisivos de forma instintiva—. ¿Por qué lo sin nombre interviene para liberarme?

Makhor permaneció unos segundos en silencio.

—Nadie comprende lo sin nombre y sin forma. —Se aproximó a la entidad y le ofreció el brazo—. A no ser que se diluyan a través de emisarios, ni siquiera podemos alcanzar sus pensamientos sin perder la cordura. —La miró a los ojos negros—. Quizá tú y tu estirpe seáis necesarios para evitar el colapso. O puede que sea al revés. Quién sabe.

La entidad acarició el brazo de Makhor y se estremeció al percibir residuos de sangre impregnada con la esencia de Los Difusos, de El Inmemorial Infecto y de una estrella de carne muerta.

—¿Por qué aceptas este destino? —le preguntó, extasiada ante el tacto de las venas que sobresalían un poco de la piel—. ¿Por qué sirves a un propósito que desconoces?

Makhor alzó el brazo y lo acercó a la boca de la entidad.

—Porque de todos los caminos, este me garantiza que algún día recuperaré a mi hija —respondió y contempló cómo la emisaria del Inmemorial de la sangre pútrida se relamía.

Tras unos segundos de duda, la entidad hincó los dientes en el brazo y sorbió para alimentarse con las últimas gotas de sangre que recorrían las venas de Makhor.

—Cargas con tanto dolor... —susurró, tras separar un poco los labios del brazo—. Tu carne dará una nueva vida a los siervos que nacieron de la primera sangre.

Los seres atrapados en mineral, destrozaron sus prisiones, separaron los largos dedos de sus cuellos, rajaron las burbujas de grasa de sus rostros y dejaron al descubierto amplias fauces repletas de largos y finos colmillos amarillentos.

Makhor los miró mientras se acercaban y volvió a dirigir la mirada hacia la entidad.

—Queda poco —dijo, tras cerrar los ojos y prepararse para abrazar su destino.

La entidad volvió a hundir los dientes en el brazo al mismo tiempo que los siervos clavaban los colmillos en la carne de Makhor. La voracidad aumentó, los desgarros se incrementaron y tan solo el ruido que precedió al colapso de la estructura interrumpió los feroces mordiscos.

La emisaria del Inmemorial corrompido por la pútrida sangre de una estrella de carne muerta creó un portal de vapor rojo, lo atravesó junto a los siervos y dejó a un malherido viajero de las realidades a punto de ser sepultado por toneladas de rocas.

—Así debe ser... —fue lo último que dijo Makhor antes de que la torre cediera y lo enterrara vivo.

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