𝗰𝗮𝗽𝗶𝘁𝘂𝗹𝘂𝗺 𝗳𝗶𝗻𝗮𝗹𝗲. un último sacrificio.

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Capítulo final
Un último sacrificio

Eun Woo había estado en el hospital durante una hora interminable, su mente era un largo torbellino de preocupación y miedo. Caminaba de un lado a otro en la sala de espera, esos ojos clavados en la puerta por la que han llevado a su colega, Lee Felix. La incertidumbre era una tortura, y nadie parecía dispuesto a aliviarla. Necesitaba saber cómo estaba Felix, aunque fuera un atisbo de información.

Después de lo que pareció una eternidad, la puerta se abrió y un doctor salió. Lo conocía a la perfección, ya que era el nieto de la Madre Superiora Bang Jun Yeong, él había estudiado brevemente con Eun Woo, antes de que el pelirrojo decidiera formarse en la medicina. Pero volviendo al sacerdote nervioso, su rostro era serio, sus faroles reflejaban un equilibrio entre el profesionalismo y la preocupación. Eun Woo se acercó a él, su corazón latiendo con fuerza en su pecho.

—Eun Woo...—comenzó el doctor, su voz tranquila y llena de gravedad. Se podía notar en su faz que de igual modo se veía apenado por lo sucedido.—Hemos hecho todo lo posible por estabilizar a Felix. Los flagelazos que recibió fueron severos y han causado un daño significativo.

Él sintió un nudo en la garganta, porque sabía que podía hacer algo para que esa señora no fuese capaz de hacerle una cosa como esa a ese hombre joven que en estos momentos se encontraba postrado en una cama de hospital. Eun Woo pude hacer algo más por él, por ambos, solamente que no lo sabía.

Asintió, instando al doctor a continuar.

—Perdió mucha sangre, y varias de las heridas son profundas. Hemos tenido que suturarlas y también hemos administrado antibióticos para prevenir infecciones. Su cuerpo sufrió un trauma considerable y la recuperación será un proceso largo.—el doctor hizo una pausa, permitiendo a Eun Woo asimilar la gravedad de la situación.—Sin embargo, estoy muy seguro de que Felix es fuerte, y estamos haciendo todo lo posible para asegurarnos de que se recupere. Vamos a mantenerlo en cuidados intensivos durante las próximas horas para monitorear su progreso.

El doctor puso una mano tranquilizadora en el hombro de Eun Woo.

—Chan, necesito saber sí estará bien, si él se salvará. No puedo volver al internado y decirles que eso no sucederá.—exigió con ojos aguados.

—Sabemos que esto es difícil, Eun Woo. Pero te prometemos que estamos haciendo todo lo posible para ayudar a Felix.—Chan aseguró, era una de esas miradas que te daban consuelo.—Te mantendremos informado sobre su estado.

—Gracias.

El sacerdote Cha Eun Woo expresó su agradecimiento al doctor Bang con un asentimiento, antes de regresar a su asiento en la sala de espera.

Se hundió en la silla, pasando las manos por su cabello, mientras intentaba controlar el torbellino de pensamientos que amenazaban con consumirlo, su mente se llenaba de escenarios oscuros donde Dios no parecía estar de su lado, ni del lado del Sacerdote Felix. Pero Eun Woo sabía que esos pensamientos eran solo el reflejo de su miedo y ansiedad.

Debido a que Felix era un hombre de fe inquebrantable, un hombre que vivía su devoción a Dios y a su iglesia con una intensidad que Eun Woo rara vez había visto. El chico de ojos claros encarnaba la bondad, la misericordia, el amor y la compasión que eran los pilares de su fe compartida. Eun Woo cerró los ojos, buscando consuelo en la oración.

—Padre Celestial, te imploro por Felix...—murmuró, su voz apenas audible.—Dale la fortaleza para superar esta prueba. Nos ponemos en tus manos y confiamos en tu infinita misericordia.

Fue entonces cuando un pensamiento golpeó a Eun Woo con la fuerza de una revelación. Si había alguien que verdaderamente merecía la salvación divina, ese era Felix. Si había alguien que había vivido la fe con una pureza y devoción sin igual, ese era Felix.

—Dios mío, si hay alguien que verdaderamente merece tu gracia, ese es Felix...—susurró Cha Eun Woo, su voz llena de una convicción inquebrantable.—Por favor, guíalo a través de esta oscuridad.

Imploró, derramando la primera lágrima de la noche. No obstante, una voz femenina interrumpió sus pensamientos, haciendo que levantara la vista. Se encontró con una figura demasiado familiar para él. Era la Hermana Park Lily, solo que ahora vestía ropas civiles, no se parecía en nada a la mujer que todas las niñas del internado han conocido desde el principio. El Sacerdote Eun Woo se precipitó hacia ella, sus cuerpos chocando en un abrazo desesperado que parecía no querer terminar nunca.

Pero eso solo pareció preocuparla más. Con delicadeza, Lily se apartó de él, aunque aún dejó sus manos descansar en los brazos del sacerdote.

—Sacerdote Eun Woo, me estás preocupando. ¿Qué pasó?—preguntó, su voz llena de ansiedad.

—¡Sacerdote Eun Woo!—exclamó Kim Chae Hyun, acercándose rápidamente al hombre que ahora parecía necesitar compañía más que nunca. Pero se sorprendió al ver a Lily.—Hermana Lily.

—Ya no soy una monja, solo llámame Lily.

—Está bien, pero ¿qué hace aquí?—cambió la dirección de su mirada al muchacho.—¿Y dónde está el Sacerdote Felix? ¿Le dijeron algo los médicos? Necesito saberlo, antes de que Mi Sae despierte.

—¿De qué estás hablando?

El sacerdote parecía aturdido.

—Mi Sae se desmayó. Está en urgencias.—explicó la menor, echándole un breve vistazo a una de las chicas a cargo de que Chae Hyun y Jeong In estén ahí.

—Necesito muchas explicaciones.—afirmó Lily, su voz temblaba por la preocupación. Por demás de que el hecho de saber que una de las niñas que cuidó por unos largos años estaba en el hospital le aterraba.—Estoy a punto de explotar de nervios, necesito saber qué pasó. ¿Cómo que Felix y Mi Sae están aquí?

Y así, Eun Woo y Chae Hyun comenzaron a relatar los sucesos horribles que habían ocurrido en el internado. Cada detalle, cada revelación, golpeaba a Lily como un puñetazo en el estómago. Se llevó la mano a la boca cuando escuchó cómo la Madre Superiora Hwang ha intentado «purificar» a Cho Mi Sae, y cómo el Sacerdote Felix sufrió un castigo brutal por ambos.

El horror se apoderó de ella mientras la historia se desplegaba, cada palabra pintando una imagen cada vez más oscura de lo que las niñas han tenido que soportar desde que la última dirección se fue de allí para siempre. La sala de espera del hospital se llenó de un silencio pesado, entre que Park Lily procesaba la información, su rostro pálido reflejaba la conmoción y la incredulidad. Hasta que con los fanales cristalizados movió su cabeza, tomando la muñeca de Chae Hyun, y dedicándole una mirada al sacerdote.

—Mantenme al tanto de como sigue el Sacerdote Felix. Iremos a ver a Mi Sae, quiero suponer que su madre llegará en cualquier momento—supuso, logrando que Kim Chae Hyun asienta en confirmación.—y debe de tener respuestas, que tal vez los que estén presentes con ella, no sepan dar.

Mis párpados se sintieron como si estuvieran cargados de plomo, luchando contra una fuerza invisible que los mantenía cerrados.

Pero con un esfuerzo supremo, logré abrirlos, solo para ser recibido por una luz cegadora que me hizo entrecerrarlos nuevamente. La luz era tan intensa que parecía llenar todo el espacio, bañando cada rincón con su resplandor, en la distancia, una figura radiante y blanca parecía moverse, extendiendo su mano hacia mí, como si me invitara a levantarme de la camilla. La confusión me invadió. ¿Qué estaba pasando? No recordaba cómo había llegado aquí. Empero, al mirar a mi alrededor, me di cuenta de que me hallaba en una cama de hospital. Sin embargo, el entorno no parecía ser una habitación de hospital. En lugar de paredes y techos, hay... ¿nubes?

Sí, nubes.

Blancas y esponjosas, flotando a mi alrededor como si estuviera en algún tipo de sueño surrealista. ¿O acaso estoy soñando? ¿O estaba... muerto?

Sacudiendo la cabeza para despejar los pensamientos aterradores, decidí levantarme de la cama. Desconecté los cables y las vías intravenosas que se encuentran unidos a mis brazos, sintiendo una extraña sensación de libertad al hacerlo. Usando el soporte de la bolsa de suero como apoyo, me puse de pie. La figura blanca parecía cada vez más cerca, su luz era tan intensa que me obligaba a entrecerrar los ojos. Pero no me detuve. Seguí caminando hacia ella, a la luz, a lo desconocido. Hasta que todo se tornó extraño.

Un recuerdo en particular volvió a mí, uno que había intentado enterrar en lo más profundo de mi mente. Fue una época de vacilación, una desviación de mi camino de fe y devoción, cuando mi madre descubrió mi primera tentación. Todo ocurrió porque decidí confiar en mi primo y contarle sobre una chica que conocí durante unas vacaciones, justo antes de que mi vida volviera a ser completamente dedicada a la difusión del amor de Dios.

La imagen de mi madre, su rostro marcado por la ira y la decepción, se grabó en mi memoria. Estaba furiosa, no solo por cómo me he comportado con ella, sino también por cómo traté a mi inocente hermana, Hye In. Sin embargo, lo que más me dolía era la decepción en sus ojos, la tristeza de ver que me desvíe del camino recto que ella creía.

—Cuando las luces de la gracia divina se apagan, todos los pecadores emergen de las sombras, arrastrándose en su vileza. Así que prepara tu lecho de muerte, hijo mío. Vendrán clamando justicia, sus voces resonarán con la furia del cielo, y todo será por la calamidad que has desatado.

—Pero madr...—me callé cuando un golpe en la mesa de madera me interrumpió.

—Lo que has hecho es un pecado imperdonable. Estás caminando por el sendero que conduce al infierno, Felix. Pero aún hay una posibilidad, una oportunidad para que tu condena no sea tan severa en la eternidad. Harás lo que te digo.

Ese recuerdo, ese instante puntual de dolor y arrepentimiento, servía como un espejo que reflejaba las maneras en que mis acciones me habían alejado de la luz divina de Dios. Era un recordatorio contundente de mi humanidad, de cómo, a pesar de mi fervorosa devoción, aún era susceptible a la tentación y al error. Sin embargo, en el centro de ese torbellino de remordimiento, hay un rayo de luz: fue gracias a ese momento de desviación que encontré al amor de mi vida, la persona con la que anhelaba compartir cada amanecer y cada ocaso de mis días.

No obstante, de repente, como una película antigua que cambia de escena sin previo aviso, la imagen se volvió borrosa, y un fragmento de ese día que había olvidado surgió de las profundidades de mi memoria. Ahí estaba yo, suplicándole a mi madre que dejara de golpearme, mientras las lágrimas trazaban surcos en mi rostro pálido.

—¿Podrías mostrarme un poco de misericordia si me arrodillo?—rogué entre sollozos desgarradores.

Porque añoraba a la madre dulce y cariñosa que siempre he conocido, antes de que la cruda realidad de la adultez y la comprensión de las complejidades del mundo se apoderaran de mi existencia. A medida que las palabras salían de mi boca, pude ver un destello en los ojos de mi mamá. ¿Era dolor? ¿Era remordimiento? No estaba seguro, pero por un momento, la dureza en su rostro pareció suavizarse.

—¿Misericordia...?—repitió, su voz apenas un susurro.—¿Es eso lo que quieres, Felix?

Asentí, las lágrimas aún corrían por mis mejillas.

—Sí, madre. Misericordia. Como la que Dios nos muestra a todos nosotros.

Hubo un silencio largo y tenso. Luego, mi madre soltó un suspiro profundo y se arrodilló frente a mí. Extendió sus manos y las colocó suavemente sobre mis hombros temblorosos.

—Felix,—comenzó, su voz suave pero firme.—he sido dura contigo, lo sé. Pero es porque quiero que seas fuerte, quiero que seas capaz de resistir las tentaciones de este mundo y seguir el camino de Dios.

Miré a mi madre, buscando en su mirada no solo la dureza de la disciplina, sino también el amor de una madre que únicamente quería lo mejor para su hijo. Y en ese instante supe que, a pesar de todo, mi madre me amaba y que siempre estaría a mi lado, guiándome en mi camino hacia Dios...

Sencillamente que ese recuerdo era una quimera, una ilusión creada por mi mente desesperada por creer que mi madre no era un monstruo, que no era como la persona que me había castigado tan severamente que me mandó al hospital.

—¿Misericordia?—la voz de mi madre era gélida, como un viento ártico que cortaba hasta los huesos.

—Sí, madre.

—La misericordia, Felix, no es algo que se otorga a la ligera. Es un regalo divino, reservado para aquellos que realmente se arrepienten de sus pecados. No es un premio que se gana simplemente por arrodillarse y pedirlo. ¿En serio te arrepientes, Felix? ¿O solo estás buscando una salida fácil?—su tono era severo, sus palabras como una espada que atravesaba mi corazón.—La misericordia de Dios no se concede a aquellos que no están dispuestos a cambiar, a aquellos que no están dispuestos a abandonar sus pecados y seguir el camino recto. ¿Estás dispuesto a hacer eso, Felix? ¿O seguirás cayendo en la tentación, alejándote de la luz de Dios?

Sus palabras eran duras, sin embargo, no hay crueldad en ellas. Solo la dura verdad de una fe inquebrantable y un amor severo. Y en ese momento, comprendí que nunca debí haber tolerado ese trato. No sabía si este nuevo cambio en mí tenía que ver con haber conocido a Cho Mi Sae, pero no me importaba.

De hecho, si ese era el caso, estaba agradecido, me había permitido ver algo que he estado ciego desde que comencé mi camino hacia el sacerdocio. Entonces, giré la cabeza hacia la derecha, y en una nube parecía estar otro recuerdo que no parecía nada bueno. Nunca creí que algo así realmente hubiera sucedido en mi vida. Porque no lo recordaba, ni siquiera una versión falsa de él, sentía que era una broma cruel.

Podía verme en ese mismo día, el día en que todo casi sucedió, cuando me fui de vacaciones a Australia y tuve que alquilar una habitación en una casa familiar. Las dueñas eran unas mujeres que vivían con su única hija adoptiva, una adolescente. Ella era dulce, tierna, pero también una mujer sensual y abiertamente sexual. Era un contraste desconcertante, y me sentía terriblemente mal por albergar esos pensamientos sobre la joven Maeve. Sin embargo, no entendía por qué ahora ella yacía frente a mí, vistiéndose con esas prendas cortas, sintiéndose el calor de Sydney, igual que esa vez cuando fui, empero, me miraba con una expresión que no podía describir.

—Señor Lee,—comenzó, su voz tan suave como la brisa de verano, pero con un borde afilado que me hizo estremecer.—¿no se cansa de ocultar tantos pecados a la luz del día?

Las palabras de Maeve me dejaron aturdido, como si me hubieran lanzado un balde de agua fría. Por demás de que trataba de comprender en qué clase de sueño me encontraba ahora mismo, ya que estaba viendo que mantenía la ropa del hospital, aún manteniéndome del soporte del suero con una mirada que en verdad está más que confundido por todo este mal suelo.

Quería despertar, pero mi boca fue más rápido.

—Maeve...—balbuceé, luchando por encontrar las palabras adecuadas.—No sé a qué te refieres...

Ella me miró con una expresión extrañamente serena.

—Señor Lee, todos tenemos secretos. Todos tenemos cosas que preferiríamos mantener ocultas. Pero eso no significa que debamos hacerlo, no significa que debamos cargar con ese peso solos. Libérate, Señor Lee...—continuó Maeve, su voz apenas un susurro.—No tienes que cargar con todo esto solo. No tienes que vivir en la oscuridad.

Una lágrima se deslizó lentamente por mi rostro, trazando un camino húmedo a través de mi piel, mientras que miraba la figura de Maeve, que me sonreía de forma amable. Dio un paso adelante, su cuerpo cambiando hasta adoptar la misma forma en que la había conocido por primera vez. Pero hay algo diferente esta vez, no parecía tener el deseo de arrancarme la ropa o de atraerme a su lecho, ni de mostrarme enlaces a contenido para adultos con la intención de provocarme.

No, ahora parecía más una amiga.

—La lujuria que ambos albergan es una carga que llevan a cuestas, dos pecadores no pueden ser absueltos con una única oración.—demandó con una voz suave.—Entonces... ¿Por qué no abandonar la idea de la expiación?

Las palabras de Maeve resonaron en la habitación, llenándola de una tensión palpable. Por un instante, todo quedó en silencio, a excepción del suave tamborileo de mi corazón latiendo en mi pecho. Abrí los labios, dispuesto a ofrecer una respuesta, cuando una ráfaga de viento me arrancó de ese pequeño nubarrón que me mantenía al margen de la realidad, de lo que realmente se suponía que debía hacer. Sin embargo, parecía que quien estuviera dirigiendo este sueño inquietante no quería que permaneciera allí, y de repente me encontré al final de un pasillo blanco. Miré a lo lejos, donde una silueta blanca se destacaba entre un grupo de niños que jugaban alegremente. Estaban en medio de un espléndido paisaje natural, rodeados de árboles frondosos y flores de colores vibrantes. Aunque no podía ver claramente a la silueta, sentí que me observaba.

—Felix, hijo mío, has llegado.—pronunció la silueta con voz suave y tranquila.

No podía comprenderlo. Si era quien pensaba, no podía creerlo. Habían pasado tantos años desde que me convertí en cristiano, desde que mi madre me introdujo en esta fe.

Di un paso hacia adelante, un torbellino de emociones revoloteando en mi interior.

—¿Di...?

—Lo que importa es que eres mi hijo, Felix. Y como tal,—hizo un gesto con la cabeza, abarcando todo a su alrededor.—no quiero que mis hijos sufran. Ya cometí ese error una vez. Así que, hijo mío... ¿Qué haces aquí? No deberías estar en estos senderos. Debes volver.

—¿Volver a dónde, padre?

Pregunté, atravesando por completo ese pasillo que parecía ser una división entre dos mundos. No iba a desaprovechar esta oportunidad, tenía la suerte de estar en su presencia y de poder discutir tantas cosas que necesitaba respuestas antes de que mi confusión me consumiera. A menudo me encontraba atrapado en una encrucijada espiritual, sin saber qué camino tomar. Si seguía con Cho Mi Sae, ella me brindaba felicidad y emoción, pero también me llevaba a la tentación y al pecado, alejándome del sendero de la rectitud. Sin embargo, si continuaba como sacerdote, podría ser un servidor de Dios, un guía para las almas perdidas, aunque tendría que lidiar con mis propias debilidades y tentaciones.

No sabía qué camino escoger. ¿Debería seguir los dictados de mi corazón o los preceptos de mi fe? Empero, oír su voz me saca de esa inspección que me estoy dando, para prestarle atención.

—Responderé a una sola pregunta, hijo. Espero que mi respuesta a los pensamientos que te atormentan te ayude a encontrar la luz en la oscuridad.—anunció con un tono de voz lleno de compasión y sabiduría divina.—La respuesta es: No.

—¿No?

Pregunté, aturdido, mi mente girando en un torbellino de confusión.

—Así es, Felix. Pero antes de que puedas comprender, necesito que veas algo. Por favor, acércate.

Guiado por una fuerza misteriosa, me encontré moviéndome a esa figura radiante. La luz era tan brillante que amenazaba con cegarme, pero aún así, continué. La figura se levantó y se dio la vuelta, permitiéndome acercarme. Detrás de donde él y los niños estaban sentados, había una fuente de agua cristalina. Reflejada en su superficie, vi una escena que me dejó sin aliento. Era una habitación de hospital, llena de médicos y enfermeras reunidos alrededor de una cama. Y en esa cama... estaba yo.

Yo estaba muriendo, y lo peor de todo era que no quería hacer nada para detenerlo. Estoy dispuesto a hacer un último sacrificio por todos.

—La respuesta es no, hijo mío.—dijo la figura con una voz llena de tristeza y amor.—No debes tomar esa decisión. No debes sacrificarte. Eres un hijo de Dios, y eso significa que estás lleno de gracia y bondad, a pesar de tus errores y pecados. Pero esto,—señaló de nuevo la escena en la fuente.—esto será un sacrificio que será demasiado erróneo. Ahí sí estarás haciendo algo mal.

Pero a pesar de sus palabras, no podía dejar de pensar en ella. En su luz, en su vida. Quería salvarla, quería protegerla. Y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para lograrlo.

—Necesito dejarte ir, Mi Sae...—murmuré, las palabras apenas un susurro.—Porque tus ojos brillan tanto que quiero salvar esa luz.



THE END
FIN


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Sí, sí, ya me veo venir los comentarios matandome por dejar un final abierto, pero lo bueno de todo esto es que no termina acá porque voy a subir un epílogo. ¡Así que pueden respirar! ¡Y dejar de tener pensamientos donde me matan! Ahora, fuera de joda, tengo que decir que ando muy nerviosa por lo que pueda suceder dentro de unas horas, días, semanas o meses. Ya que todavía no sé muy bien cuando pueda subir el epílogo, mucho menos cuál será, solamente espero que hayan disfrutado lo poco que se saben de

El pecado de Felix.

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