𝘃𝗶𝗴𝗶𝗻𝘁𝗶 𝘁𝗿𝗲𝘀. sagrado y profano.

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Capítulo 23
Sagrado y profano


Desde el momento en que comenzamos a limpiar la capilla, bajo la mirada vigilante del Sacerdote Felix y del Padre Hyuck Ho, se podía sentir una tensión palpable en el aire. El rubio, Hyun Jin, con su cabello brillante bajo la luz tenue de la capilla, se dedicaba a fregar el suelo con una evidente falta de entusiasmo, su postura revelaba su descontento con la tarea. Yo, por otro lado, me encontraba puliendo los asientos de madera, mi atención dividida entre la tarea a mano y la interacción entre el sacerdote y Hwang Hyun Jin. No pude evitar notar cómo el sacerdote, con sus faroles iluminados y penetrantes, no le quitaba la mirada de encima al nieto de la Madre Superiora. La rigidez en sus hombros y la forma en que sus ojos seguían cada movimiento del adolescente, evidenciaban una tensión que iba más allá de la simple supervisión.

Esta observación me hizo pensar que, posiblemente, el sacerdote aún albergaba un fuerte resentimiento hacia mí y lo que sucedió. Sin embargo, opté por no darle importancia y me concentré en la tarea en cuestión. Nos sumergimos en la limpieza de la capilla, una labor que resultó ser más ardua de lo que habíamos previsto, cada rincón parecía esconder una nueva capa de polvo que requería nuestra atención. Para cuando llegó la hora de la comida, el hambre me retorcía el estómago. Hemos pasado la mayor parte del día en un solo lugar, dedicados únicamente a la limpieza, y eso hizo mella en nuestras energías, o en la mía, debido a que mi colega se veía sencillamente enojado por el castigo que le han otorgado, entre que la fatiga se instaló en mi cuerpos, y el estómago rugía pidiendo alimento.

De manera abrupta, cuando estaba en pleno proceso de acomodar los manteles que iban a vestir el altar para la misa venidera, un dolor punzante e intenso me asaltó, eso fue como si una estocada invisible me hubiera golpeado, dejándome paralizada en el acto. El dolor era tan abrumador, tan insoportable, que mi único deseo era huir a la enfermería o encontrar el refugio del baño más cercano para aliviar el malestar. El estrés y la tensión que estuve acumulando, a raíz de los conflictos con el sacerdote, parecían haber cobrado su peaje, entendí que quizás Chae Hyun tenía razón, el hecho de reprimir mis sentimientos, de no poder expresar lo que en serio me afligía, está afectando mi salud de una manera que no había previsto.

—¿Qué te ocurre, hija mía?—inquirió el Padre Kim Hyuck Ho, su tono lleno de preocupación. Se detuvo a mi lado, sus ojos escrutando mi semblante pálido en busca de algún indicio.

—No me encuentro bien...—logré murmurar, mi voz apenas audible.

Desde la distancia, podía sentir la mirada del sacerdote que nos supervisaba. Era una presencia sombría que se mantenía en silencio, observándonos desde las sombras, sin intervenir. No obstante, antes de que el Padre pudiera proseguir con el diálogo, salí corriendo, mi mano tapando la boca, y llegué justo a tiempo para desahogar el contenido de mi estómago en un cubo cercano. En ese instante, percibí la presencia del sacerdote, ese hombre que se suponía me detestaba por haberle revelado un secreto que ha fracturado su corazón, también sentí los ojos curiosos de Hyun Jin. La persona que no dudó en hablar.

—Tiene que ir a la enfermería.

—¿Y? ¿Dónde están todos?—la voz autoritaria de la Hermana Superiora Hyun Soon resonó en la capilla. Levanté la vista, todavía jadeando después del ataque de náuseas, y vi al nieto de la Madre Superiora explicándole mi estado. Cuando ella se acercó a mí, me examinó con una mirada intensa.—¿Qué te sucede?

Con un toque de sarcasmo, respondí.

—Hermana Superiora, parece que he desarrollado una repentina y profunda afición por los cubos de basura. ¿Quién lo diría, verdad?—respondí llena de sarcasmo en todas mis palabras. Ella apretó su mandíbula ante mi respuesta.—Necesito ir a la enfermería. No me siento para nada...

De repente, mi voz se apagó, mis ojos se cerraron y un manto de oscuridad se apoderó de mí. Mi fisionomía cedió y me desplomé, perdiendo la conciencia, cuando volví en mí, me encontré recostada en una camilla en la enfermería del internado. El olor a desinfectante llenaba el aire y la luz blanca y fría del lugar me cegó por un momento, me incorporé lentamente, apoyándome en los codos, sintiendo cómo la debilidad se desvanecía poco a poco. Dirigí mi vista a la ventana del establecimiento, buscando orientarme en el tiempo y supe que era casi medianoche.

Me preguntaba si ya era hora de retirarme a descansar, ya que el cansancio se apoderó de cada fibra de mi ser, el hecho de haber estado vomitando durante casi todo el día drenó mis energías, dejándome agotada y débil. Justo en el tiempo en que me hallaba a punto de salir, observé cara a cara a la enfermera del internado. Su faz reflejaba un desagrado evidente, pero la razón no era porque no le agradaba verme, sino porque debía de seguir recostada en la camilla.

—¿Adónde crees que vas, señorita?—cuestionó la enfermera, su tono era firme y su mirada severa.

—Enfermera...—comencé, permitiendo que las palabras se deslizaran lentamente, como si estuviera buscando la manera más suave de expresar mis deseos.—Quiero regresar a mi habitación para descansar. Este lugar, la enfermería, no me brinda la comodidad que necesito y usted está al tanto de ello.

Ella soltó un bufido, como si entendiera que mi determinación era inquebrantable. Con los brazos cruzados sobre su pecho y una expresión que recordaba a la de una madre preocupada y frustrada, finalmente respondió.

—Desconozco las razones exactas de tu desmayo y los vómitos, Mi Sae.—articuló, su voz llena de preocupación.—Pero por ahora, lo más importante es que descanses. No te ves bien, tu rostro está pálido como la cera. Si deseas retomar tus clases, necesitas recuperarte primero.

—Lo entiendo, enfermera. Gracias.—agradecí, continuando mi camino.

Cuando me encontré con la enfermera, ella estaba fuera de la enfermería, por lo que no tuve obstáculos para seguir mi camino.

No obstante, al girar a la izquierda, la silueta del Sacerdote Cha Eun Woo se hizo visible, él estaba apoyado contra la pared, inmerso en la lectura de un periódico y con unos auriculares puestos. Al notar mi presencia, guardó el periódico en una banca de madera, una de las muchas repartidas por todo el internado, y se quitó los auriculares, regalándome toda su atención. Me quedé allí, perpleja, con una expresión seria en mi rostro, no lograba comprender por qué estaba allí esperándome.

—¿Cómo te sientes? Oí que te desmayaste en la capilla.—preguntó, prestándome toda su atención.—Vamos, te llevaré hasta su habitación.

Asentí, desconcertada y sin entender muy bien por qué decidió acompañarme hasta mi habitación, o incluso por qué me estuvo esperando fuera de la enfermería. Durante todo el trayecto, el sacerdote me estuvo interrogando sobre las posibles causas de mi malestar, mencionando que nunca ha presenciado una situación como la mía. Incluso, llegó a sugerir que hablara con la Madre Superiora para obtener un permiso y hacerme un chequeo en el hospital, una idea a la que me opuse rotundamente.

Si la enfermería del internado ya me resultaba incómoda, la mera idea de ir a un hospital me llenaba de terror. Los hospitales, con su olor a desinfectante demasiado fuerte, los pasillos blancos e impersonales, los médicos y enfermeras de faz serias, y el constante recordatorio de la enfermedad y la muerte, siempre me han parecido lugares aterradores.

No, definitivamente no quería ir a un hospital.

Bastó que le agradeciera con un movimiento de cabeza para ingresar a mi cuarto, y cuando fue así me llevé la grata sorpresa de observar a mi compañero de cuarto. Jeong In estaba sentado en su cama con la pijama ya puesta, se podía ver claramente que tenía cierta preocupación en su mirada, como si algún familiar más que cercano estuviese cerca de la muerte. Solo que yo no era ningún familiar y muchísimo menos me encontraba cerca de la muerte, estaba más que segura de que era por el cambio de clima o por todos los posibles problemas que me generaba toda esta situación de estar pasando exactamente lo mismo que la primera vez en que llegué al internado.

Le hice entender a mi compañero de habitación que no debía preocuparse por mí, también le sugerí que era mejor que se centrara en su propia experiencia en el internado, ya que nunca se sabía qué podrían hacer esas dos mujeres con los internos que vivían aquí. Ya en mi cama, con la mirada perdida en la ventana, la luna arrojaba su luz plateada en la pieza, la única fuente de iluminación en la oscuridad. Era imposible no pensar en cómo se acercaba rápidamente mi decimonoveno cumpleaños y la posibilidad de que tuviera que dejar el internado para siempre.

No sabía a dónde más mi familia podría enviarme para «corregir» mi supuesta rebeldía. Quizás podrían enviarme a un internado más estricto, donde las reglas fueran aún más rígidas y la disciplina más severa o tal vez podrían considerar un campamento de reforma, esos lugares donde se supone que transforman a los rebeldes en ciudadanos respetuosos de la ley. Incluso podrían estar pensando en una academia militar, con su rígida disciplina y su enfoque en la obediencia y el orden. O, en el peor de los casos, podrían considerar una institución psiquiátrica, creyendo erróneamente que mi rebeldía es un signo de algún trastorno mental. Aunque nada negaba la idea de que todas esas posibles ideas vengan de parte de mi hermana Mi Yeon.

No quería que mi mente se viera asaltada por recuerdos de Cho Mi Yeon en este momento debido a que cada vez que su imagen se cruzaba en mi pensamiento, el resentimiento se apoderaba de mí, envolviéndome como las capas de mi uniforme. Ella era mi hermana mayor, se suponía que debía ser mi apoyo, no la causa de mi angustia.

Su insistencia en «enmendar» mi comportamiento solo había generado más discordia entre nosotras. Así que decidí borrarla de mi mente, al igual que al resto de mi familia. En este instante, no me importaba su bienestar, no quería saber nada de ellas, la única persona que significaba algo para mí era Uchinaga Aeri. La pelirroja era la única que realmente me entendía, que veía más allá de mi comportamiento rebelde y conocía mis sentimientos más profundos. Pero, para mi infortunio, las nuevas reglas del internado han restringido severamente las visitas, lo que significaba que tendría que esperar meses para volver a verla. Y para cuando eso sucediera, yo ya no estaría en el internado.


Cuando el muchacho de cabellos oscuros como la noche abrió la puerta de su habitación, se topó con la vista de su colega de cuarto, claramente agitado. Su nerviosismo se reflejaba en el constante movimiento de sus piernas y sus manos, que yacían sobre sus muslos. Sus manos se entrelazaban fervientemente, como si estuviera murmurando un Padre Nuestro en silencio, y entre ellas, un rosario oscilaba con un ritmo constante. En el momento en que el sonido de la puerta al abrirse perforó el silencio, el muchacho de cabello gris se giró abruptamente, levantándose de la cama.

Sus faroles, azules como el cielo en un día despejado, estaban llenos de temor. Eran dos fanales de miedo en su rostro, brillando con una intensidad que reflejaba la tormenta de emociones que se agitaba en su interior. Estos ojos, comúnmente llenos de alegría y curiosidad, ahora están nublados por la preocupación y la incertidumbre. Se clavaron en su compañero de cuarto, transmitiendo un miedo palpable, como si estuviera en la víspera de una terrible tormenta, preparándose para lo peor, sin embargo, su colega sonrió tímido.

—¿Cómo está ella? ¿Está bien?—inquirió, su voz llena de inquietud y temor.

Cha Eun Woo cerró la puerta detrás de él, indicándole a su compañero que era mejor que tomar asiento otra vez, mientras que él se encaminaba a sentarse en su cama, entre que comenzaba a quitarse los zapatos que no se ha podido quitar en todo el día. El sacerdote, especializado en exorcismos, se encontraba en un dilema, porque no quería verse envuelto en la situación en la que el Sacerdote Felix se había metido con una estudiante del internado. Sin embargo, él era su amigo y la estudiante, Mi Sae, era alguien a quien apreciaba mucho. Su corazón bondadoso no podía soportar la idea de no brindarles su ayuda. Pero también sabía que debía hacerle entender a su amigo que ella se estaba recuperando poco a poco.

—La enfermera le recomendó descansar, suponemos que para mañana va a estar mejor.—le comentó, intentando infundir algo de sensatez en la situación.

—Oh... Eso me tranquiliza.

Una vez que se despojó de sus zapatos, el Sacerdote Eun Woo se puso de pie, fijando su mirada en su compañero. Pero esta vez, había una seriedad inusual en sus ojos. Por un momento, una idea peculiar cruzó por su mente. No le agradaba la idea de añadir ese comentario a la conversación, empero, desde que presenció aquella escena hace unos meses, cuando su compañero estaba recibiendo sexo oral de la estudiante, sentía que era un tema que necesitaba ser abordado.

Según las enseñanzas de Dios, las relaciones sexuales son un acto sagrado, reservado para el matrimonio. Son un regalo de Dios, destinado a ser disfrutado dentro del contexto del matrimonio, y no solo para la procreación, sino también para la unión y el placer mutuo de la pareja. No obstante, cualquier acto sexual fuera del matrimonio, incluyendo el sexo oral, es considerado inmoral y pecaminoso.

Eun Woo comenzó a despojarse lentamente de su traje talar, primero, desabrochó el broche que mantenía unida la capa, permitiendo que la tela pesada se deslizara de sus hombros y cayera al piso con un suave susurro. Segundos después, desabotonó la túnica, cada botón liberado con un cuidado deliberado, revelando la sotana blanca que llevaba debajo. Todo el tiempo, sus pensamientos estaban en la alumna del internado, buscando el coraje para expresar sus preocupaciones sobre su supuesta enfermedad a su amigo.

—Felix...—llamó, quien apenas comenzaba a quitarse su traje talar.

—Dime, hyung.

Cha Eun Woo lo miró brevemente, antes de volver su atención a la pijama que estaba abrochando. Sentía una incomodidad creciente en su estómago, como una mariposa atrapada, sabía que tenía que hacer la pregunta, pero temía la respuesta.

—No quiero ser inapropiado contigo, y mucho menos con Mi Sae. Pero tengo una duda...—comenzó, su voz llena de incertidumbre.

Su mirada se desvió, incapaz de mantener el contacto visual mientras formulaba su pregunta. Podía sentir el calor subiendo por su cuello, su incomodidad evidente. No obstante, eso llama la atención del peligris, que detuvo lo que hacía para mirar con atención al sujeto nervioso que está del otro extremo de la habitación que era la que compartían por meses.

Felix asintió, dándole la palabra.

—No creo que seas inapropiado, hyung, puedes decirme lo que estés pensando. Estoy más que seguro de que tienes buenas razones para preguntar. Así que hazlo sin miedo.—respondió su amigo, alentándolo a continuar. Solamente que había notado los nervios que están pasando por la cara de su hyung, y recordó un pasaje de la Biblia que parecía apropiado para la situación.—«Porque nada hay oculto, que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de salir a luz...»—citó con los ojos en la pared.

—Marcos 4:22.

Completó la frase el sacerdote, acostándose en su cama de una plaza. Con la mirada en el techo del cuarto creyó que era la oportunidad perfecta de expresarle a su compañero lo que pasó brevemente por su cabeza de la chica que le gustaba a Lee Felix.

Él, en cambio, terminó de ponerse su pijama cuando de igual modo tocó la incómoda cama, cuando su colega decidió hacerle una pregunta que lo dejó mucho más que petrificado.

—Lo que intento decir, es que quizás Cho Mi Sae no está lidiando con una enfermedad, como hemos pensado.—inició Cha Eun Woo, su voz llena de cautela.—Recordando ciertos... encuentros íntimos que ustedes han compartido, me pregunto si podría ser posible que ella esté esperando un hijo.

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