14. El corazón de los árboles

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Lo que sorprendió a Casio sobre la reina del bosque fue que la energía que llegó de ella estaba cargada de ternura y compasión. La sintió a través de la hierba sobre la que se arrodillaba, como si esta fuera una extensión de ella, junto con cada flor y hoja del escenario, que vibró mientras la reina se acercaba.

—Hijo —dijo ella, abriendo los brazos—. Me asustaste.

 Dion se incorporó para ir a abrazarla, y ella lo recibió con con una sonrisa.

—Perdón —susurró Dion, hundiéndose en los brazos de su madre, que besó su frente y lo apretó contra sí.

Casio permaneció con la cabeza gacha y bajó la vista, sin querer interferir ni llamar la atención. Por el rabillo del ojo percibió la mirada curiosa de Zuri, que se encontró con la de él por un momento. 

—Trajiste a un humano —dijo la reina—. ¿Es esta persona la razón de tu ausencia?

—Le debo un favor —murmuró Dion. Con cada palabra siguiente, su voz se fue empañando de congoja—. Se metió en problemas por ayudarme y no tengo suficiente poder para curarlo. Sé que no fui cuidadoso, pero pagaré el precio que sea para que él pueda salvarse. Cualquier castigo, cualquier orden...

Aunque no pudiera ver las lágrimas desde donde estaba, Casio supo que estaban allí. Manchaban las palabras de Dion con una angustia desgarradora que Casio sintió como propia.  Casio se atrevió a volver a mirar hacia adelante y vio que Dion ya no estaba abrazado a la reina, sino postrado ante ella, con la frente apoyada en la tierra.

La reina se acercó a Casio en silencio. Al llegar a él, le hizo un gesto para que se pusiera de pie, y Casio obedeció. Dion permaneció donde estaba, hecho un ovillo.

—Has sido ensuciado por magia de muerte —dijo la reina, poniendo una mano sobre el pecho de Casio, tal como Dalia había hecho antes.

El contacto encendió su corazón con un calor delicado: una semilla arrojada al oscuro hueco del que emanaba el frío que congelaba sus entrañas. De ella nació un brote que esparció el calor, y raíces de energía vital comenzaron a limpiar el área. Por donde antes había invierno pasó una ráfaga de magia primaveral que se expandió por todo su cuerpo.

Envuelto en ella, Casio luchó por mantenerse despierto, al darse cuenta de que su cuerpo estaba rindiéndose a la promesa de un soñado descanso. A pesar de lo agradable de la sensación, temió que si se rendía a ella despertaría de vuelta en el mundo de los humanos, sin haber podido despedirse de Dion, sin poder volver a estrecharlo en sus brazos. ¿Podría volver a verlo, incluso? Tenía la certeza de que estaba siendo curado y exiliado al mismo tiempo. Al final, a pesar de haber trabajado para evitarlo, su mente se había aferrado a la idea de que Dion seguiría siendo parte de su vida, y mientras se sentía desaparecer en la corriente de energía proveniente de la reina, sus pensamientos fueron para él.

—Dion —alcanzó a decir. Una luz inmensa lo cegó. Venía de todas partes, y se llevó todo lo que estaba a su alrededor.

Despertó sintiéndose descansado. A lo lejos sonaba una suave música, y un poco más cerca, un murmullo de agua que corría entre las piedras. Un aroma dulce inundaba el aire. Supo que no estaba en la entrada del bosque cuando entendió que yacía sobre una superficie mullida. Sus latidos se aceleraron, al tiempo que se preguntaba si alguien lo habría encontrado y llevado a otro lugar.

Al abrir los ojos, su mente entró en modo de alerta; buscó por instinto la daga con la que usualmente dormía, aunque por supuesto que ya no la tenía consigo. La cama en la que estaba era distinta a cualquiera que hubiera visto: era circular y colgaba del techo. Estar en ella era como estar en un nido gigante.

El cuarto era grande y luminoso, decorado con tules. La temperatura era perfecta. Al incorporarse, sintió el cuerpo flojo, excepto por la herida en su vientre, que le dio un tirón que le hizo tensarse. Más allá de esa molestia, no quedaba rastro del frío sobrenatural, y su corazón no tardó en tranquilizarse. Las paredes estaban hechas de madera entrelazada, y a través de los enormes ventanales circulares entraba una brisa agradable. El lugar le resultaba conocido, a pesar de no haberlo visto antes. Reconoció, en una especie de estante, algo que ya conocía: piedras tornasoladas, como la que el búho había usado para llevarle un mensaje a Dion. ¿Sería que seguía en el bosque?

Se levantó con cuidado y se acercó al ventanal para mirar hacia afuera. Su sospecha de que se encontraba todavía en el reino de las hadas se confirmó. Las vio retozando en el pasto, entre las flores, volando hacia la copa de un árbol para tomar un fruto, y junto al arroyo estaba la que tocaba el instrumento que Casio había escuchado. Le sorprendió que una de ellas estaba montada sobre el caballo que habían usado para viajar hasta allí. Alguien lo había dejado entrar. ¿Cómo podía ser posible?

La voz de Dion, dulce y familiar, hizo que Casio se diera vuelta. Dion se asomaba por la puerta de entrada del cuarto, que al igual que las ventanas, era circular.

—Casio —dijo Dion, y flotó hacia él con una contagiosa sonrisa en el rostro, de esas que Casio venía extrañando.

—¿Cómo es que sigo aquí?

—Mi madre iba a enviarte de vuelta, pero cambió de idea. Dice que está bien que seas nuestro invitado. Que no cree que tengas malas intenciones.

¿Habría visto ella adentro de él, al curarlo, tanto como para cambiar de idea?

—¿No estás en problemas por traerme?

—Creo que no —respondió Dion—. Hablé con ella sobre lo que pasó, y dice que entiende. Incluso dejó que entrara al caballo de Erika.

Aunque la respuesta lo calmó de momento, la mente de Casio se disparó hacia el afuera. ¿Qué estaría pasando en el castillo? ¿Estaría a salvo Nora? Recordaba cuentos de personas que visitaban un mundo mágico y al salir de él habían pasado siglos. Quizás fuera un mito, como tantas otras cosas; no quería sonar desagradecido preguntando al respecto.

—¿Hace mucho que llegamos?

—Lo que serían unas horas, para ti. —Dion apoyó una mano sobre la mejilla de Casio. Y luego añadió, como si le hubiera leído la mente—: No te preocupes, afuera será igual, cuando vuelvas a salir.

La expresión del rostro de Dion se ensombreció un poco. Casio apoyó una mano sobre su nuca para atraerlo hasta que su frente tocó la de él. Después depositó un beso en sus labios, al que Dion respondió acercando su cuerpo contra el de él. Casio se permitió perderse en el contacto por unos momentos. Ese lugar, con su aroma a flores y colores infinitos, era más cómodo que el exterior, donde le esperaba un panorama incierto y oscuro.

—Ojalá pudiera quedarme contigo —murmuró Casio—. Pero no debo. Mi deber es volver cuanto antes pueda.

La respuesta pareció contrariar a Dion, que bajó la vista hacia donde estaba su herida.

—Perdiste sangre y no has sanado del todo. Te molesta todavía, ¿verdad? —preguntó, volviendo a levantar la cabeza—. Quiero llevarte a un lugar que te ayudará con eso.

Sabiendo que Dion tenía razón, Casio trató de deshacerse, aunque fuera por unos momentos, de la sombra de la culpa que pesaba sobre él.

—Está bien —dijo, suspirando—. ¿Dónde estamos ahora?

—En mi árbol.

Creyendo haber entendido mal, Casio miró a su alrededor. Era cierto que tenía algunas características similares a las de un árbol. Las paredes mismas parecían estar conformadas por ramas, pero el espacio era amplio y luminoso. Su desconcierto debió ser claro, porque Dion dejó escapar una risita; lo tomó de la mano y luego de pasar por lo que parecía ser la sala principal, abrió una puerta que los llevó al exterior.

Al atravesarla, Casio se encontró afuera, frente a un gran árbol con una puerta empotrada en el tronco, como los que había visto antes. A pesar de su tamaño, no era gigante. Ni lo que había visto adentro ni su sorpresa cabían allí. Tampoco entendía de dónde podría venir la luz que iluminaba las habitaciones interiores, cuando no había ventanales visibles en el tronco.

—Se ve mucho más pequeño de lo que es adentro —intentó articular—. No tiene sentido.

—Es cierto que en el mundo de los humanos las cosas tienen el mismo tamaño afuera que adentro —dijo Dion—. Aquí no es así. Cada árbol contiene el mundo del hada que vive en él. Es como si fuera una dimensión distinta.

Un sonido distrajo a Casio, que movió la cabeza hacia un costado en busca de la fuente. Cerca de un arbusto no muy lejos, había un par de hadas observándolo. Ahora ya no lo miraban con recelo sino con curiosidad. Imaginó que se debía a que se había corrido la voz de que era un invitado de la reina misma. Una de ellas incluso lo saludó con la mano, y Casio devolvió el gesto con cautela. Luego se volvió de vuelta hacia Dion.

—Debes de tener hambre, ¿verdad? —continuó Dion—. En el lugar al que vamos hay algo que te va a gustar.

Hacía tiempo que Casio no fantaseaba con comida. Venía de tener el cuerpo demasiado lleno de dolores y la cabeza demasiado llena de pensamientos. La mención a ella, sin embargo, hizo que se le hiciera agua la boca.

—Hay una leyenda que dice que si un humano come con las hadas, no puede volver a su mundo —dijo Casio, bromeando solo en parte.

—¿Sí? Lo mismo se dice aquí sobre que un hada comparta mesa con los humanos. Pero yo lo hice en tu castillo, y aquí estoy.

«Por poco», pensó Casio con amargura. Recordó la traición de Rufus y a Dion en el calabozo, imágenes que cada tanto volvían a él: vestigios de una pesadilla que se negaba a dejarlo en paz, por más que Rufus estuviera lejos y Dion estuviera a salvo de todo peligro en ese bosque mágico.

Aceptó la invitación de Dion, dispuesto a conocer ese lugar que tanto quería mostrarle; era lo que correspondía. Le ofreció su mano a Dion, y este la tomó con un apretón cariñoso. Se estaban poniendo en marcha cuando Dion dijo:

—Hay algo más. Más tarde, tenemos que ir a ver a mi madre.

—¿La reina? —preguntó Casio.

—Sí. Quiere hablar contigo a solas.


Continuará.

La idea de comer con las hadas o visitar su mundo y que al volver haya pasado mucho tiempo está presente en muchas culturas, así que me pareció una preocupación válida para tener.

¿Te arriesgarías a comer delicias con las hadas sabiendo que existe esa posibilidad? Yo creo que sí, jajaja.

La vez pasada dije que podían decirme si querían ver a alguien en especial de entre los personajes, para ver si podía hacerlos con los generadores de picrew.me (mis salvadores xD). Hoy va aproximación de Angus:

En el siguiente pondré a Alhelí, que es un poco verdosa.

¡Gracias por votar y comentar! 

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