30. Entre los hilos de la telaraña

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Dion no tuvo tiempo de indagar más sobre la identidad de la figura blanca, cuyos contornos no llegaba a distinguir con total claridad. Antes de que pudiera, la conexión con ella se cortó, aunque estaba seguro de saber cómo llegar al lugar donde se encontraba. Por lo que Casio había contado de la batalla anterior, tenía que tratarse de quien acompañaba a la reina guerrera.

Al salir del trance, el frío que sentía fue reemplazado por un cosquilleo efervescente, mientras se cercioraba de que sí, algo en su interior le permitiría llegar adonde ella estaba. Una brújula interna lo guiaría, si decidía aceptar la propuesta; la fuente del mensaje era un lugar más allá de Doslunas, aunque no demasiado lejos. Allí, escondida por magia de ojos intrusos, se estacionaba la reina con su ejército. Lo preocupante era que la figura blanca lo hubiera invitado, como si no le importara ser descubierta.

Dion abrió los ojos y notó que a su alrededor flotaban algunos rastros de escarcha. Se encontró también con que Casio y Drustan, ambos todavía con sus apariencias femeninas, lo contemplaban en silencio. Casio se veía intrigado, mientras que el rostro de Drustan, que tenía la boca abierta, estaba desfigurado por la sorpresa. Parecía haber olvidado a Cora, aunque fuera por el momento.

Con un movimiento grácil, Dion bajó al suelo y anunció:

—Creo que sé dónde se esconde la reina.

—¿Cómo...? —preguntó Casio, dando unos pasos hacia él.

—Estaba buscando el origen de este frío, y la brisa me lo contó.

—Realmente estás mejorando el uso de tus poderes. —Casio tomó una de las manos de Dion entre las suyas, y una corriente chispeante circuló entre ellos. Como si acabara de entender lo que Dion se había guardado, Casio dijo entonces—: Pero te preocupa lo que descubriste.

—A través del viento, ella me invitó a ir. La de blanco. La que tú viste en la batalla. No tiene miedo.

—Un ejército como el que tiene ella no tiene por qué temerle a un grupo pequeño, pero ella no sabe que vamos a Doslunas. Si conseguimos concretar una alianza y nos movemos hacia donde están ellas, quizás podamos tomarlas por sorpresa. ¿Qué crees?

Dion suspiró. No estaba seguro de que fuera a ser tan fácil. Tenía la invitación incrustada en lo profundo de su mente, y esta latía con insistencia. Estaba cargada de una fuerza tan sigilosa como invasiva. Sacudió la cabeza para despejarse y pensó antes de responder:

—Podría ser. No hizo referencia a saber nada más sobre mis circunstancias, ni a ti. ¿Será que me quiere por la misma razón que Dalia? Quizás me equivoqué al abrirme para escucharla...

Mientras Casio le ofrecía unas palabras de consuelo, Drustan se mantuvo a una distancia respetuosa, con la cabeza gacha, aunque la mirada se le escapaba hacia el epicentro de atención una y otra vez, y la curiosidad hacía que sus ojos se vieran más grandes que de costumbre.

El guardia no se atrevió a hablarle hasta que Casio volvió al vagón a revolver entre el equipaje, y Dion quedó a solas con él.

—Increíble... —murmuró Drustan—. Ahora entiendo la actitud de Arami luego de que nos cruzamos con ustedes en la capital.

—¿Qué actitud? —preguntó Dion, volando hacia Drustan, cuyos ojos lo recorrieron con fascinación.

—Insistía en que tú y Cora eran extrañas. Yo le dije que no se pusiera celoso. No se lo tomó a bien, dijo que era algo serio y todas esas cosas. Tuvimos una discusión por eso.

—¿Extrañas en qué sentido?

—Que sentía una magia distinta venir de las dos. Yo le dije que tenía sentido, porque tú... porque Diana era una aprendiz, ¿no? Y él dijo que no era lo mismo y que no eras solo tú, que Cora también. Pero parecía confundido. Dijo que desde que llegó la reina guerrera, todo está enrarecido. Al final, dejó el tema de lado y se quedó el resto de la noche sin quitarme un ojo de encima ni a mí ni a Bruna.

A Dion se le puso la piel de gallina al recordar la manera en que Arami los escudriñaba con su mirada azul aquella noche.

—Pero no llegó a ver el intercambio del mapa, ¿verdad?

—No, entonces ya no había nada para ver. Aceptó tomar algo para mantener las apariencias; creo que le pegó más fuerte de lo que suponía, porque en un momento ya no pudo aguantar y se quedó dormido. Lo terminamos llevando a un cuarto y pensé que me había librado de él, pero no. Después me siguió... Bueno, ya conoces el resto...

—¿Dónde está él ahora?

La respuesta no estaba lejos. Unos metros más allá, sentado sobre la hierba y asegurado con cuerdas contra el tronco de un árbol, estaba Arami. Se veía ya más despierto, aunque somnoliento. Tenía las muñecas todavía encerradas en grilletes, solo que ahora estos estaban ajustados por delante y no por detrás de la espalda. Su pelo era una maraña caótica.

Al ver a Dion y Drustan acercarse, los ojos del mago se abrieron un poco más. Dion cayó en la cuenta de que él no los había visto cambiar, y que, a raíz del hechizo de Nora, tampoco los había escuchado. Lo último que Arami recordaba era probablemente a Nora haciéndole beber lo que fuera que le había dado para adormecerlo. La transición a su nueva situación no podía haber sido fácil.

—Creo que no entiende nada —dijo Drustan desviando la vista—, supongo que ni se da cuenta de quién soy, ahora que me veo como una chica. Encima me mira con esos ojos, hasta lástima me da. Creí que iba a ser más fácil. ¿Será que como tengo el corazón roto, tengo las defensas bajas?

Con una sonrisa dulce, Dion se arrodilló frente a Arami, que le sostuvo la mirada con sus pupilas vidriosas. Nora había puesto las manos sobre las orejas de Arami para iniciar el hechizo, así que Dion imaginó que podría deshacerlo de la misma manera. Con las palmas le cubrió los oídos y se concentró en el nudo de magia que Nora había dejado atrás. Con cuidado se visualizó desenredándolo, hasta liberar a Arami de su peso.

Las energías le obedecieron; el nudo se desató.

—¿Dónde estamos? —preguntó Arami, cuando Dion terminó de romper el hechizo—. ¿Hasta cuándo me van a tener así?

La pregunta fue un golpe inesperado. Sin saber qué responder, Dion se volvió hacia Drustan, quien se encogió de hombros.

—Con suerte, esto se acabará pronto —dijo Casio desde unos metros más allá, donde estaba rescatando del vagón lo más parecido a mantas que había entre lo que traían.

Arami se lo quedó mirando a él y luego a Drustan, mientras este iba por leña para crear una fogata. Luego, volvió la mirada hacia Casio.

—¿Cora...? —murmuró Arami.

—¿Entiendes lo que está pasando? —preguntó Dion.

Ante la negativa de Arami, Dion explicó la identidad de cada uno. Si iban a borrarle la memoria, no sería un problema que lo supiera, pensó. Al menos, serviría para calmarlo de momento. Arami escuchó la historia sin hacer comentarios. La forma en que lo miraba, con ojos que no llegaban a fijarse del todo en él, hizo que Dion se preguntara si estaba del todo despierto o necesitaba más tiempo. Cuando habló lo hizo con voz apagada y temblorosa:

—Sabía que había algo raro en todos ustedes, debí ser más eficiente... Al final no serví para nada, mírame...

Desarmado por las circunstancias, Arami se veía más vulnerable que nunca. Dion supuso que esto cambiaría cuando el efecto de la poción tranquilizante de Nora pasara, pero de momento no quedaba más que la sombra de la actitud orgullosa de antes.

El cielo estaba pintándose de naranja para cuando Erika y Nora volvieron al campamento. Traían algo de comida, aunque Nora no había encontrado todos los ingredientes que necesitaba para el nuevo brebaje. No había tiempo de hacer nada más que prepararse para pasar la noche en el campamento; al día siguiente saldrían lo más temprano posible y pasarían cerca de otros pueblos.

Después de que Nora deshiciera el hechizo de glamour, se juntaron alrededor de una fogata a comer, mientras la oscuridad tomaba el bosque. Dion se entretuvo viendo bailar a las pequeñas hadas de fuego que llegaron, atraídas por el calor, y se bañaron en las llamas. Por el rabillo del ojo vio a Casio hacer lo mismo.

—Realmente hay más en este mundo de lo que imaginaba posible —dijo Casio—. Es un poco chocante, darme cuenta de que hay tantas cosas que antes eran invisibles para mí. No me gustaría perder esta nueva visión.

—No siento que estés perdiéndola —respondió Dion—. Al contrario.

Puede que Doslunas y el extraño mensaje que Dion había recibido estuviera en la mente de todos, pero ya no estaba en sus bocas. Alhelí le contaba a las hadas de fuego sobre su jardín y se quejaba de lo largo de su viaje, que esperaba terminara pronto. Erika y Nora hablaban en voz baja sobre asuntos triviales, en tanto que Drustan guardaba silencio. Cada cierto tiempo, su mirada se escapaba hacia Arami, sobre quien Nora había reactivado el hechizo que le impedía escuchar. Él, a su vez, evitaba mirar hacia donde estaba el resto. Apenas había aceptado un poco de comida.

Acordaron que Drustan y Erika se turnarían para vigilar el campamento, y que ella tomaría el primer turno.

Antes de dormir, Dion compartió discretamente con Casio la visión que había tenido, esta vez con más detalles. Lo hizo a través de una piedra mensajera, que puso en el medio de su palma mientras le daba la mano, de forma que los dos la tocaban a la vez.

—Sí, es ella, la albina... —dijo Casio. Y en voz baja suplicó—: Ten cuidado, por favor.

El sueño tardó en llegarle a Dion, y cuando lo hizo, estuvo lleno de imágenes incómodas en que caía a un pozo helado, en el fondo del cual había una telaraña gigantesca. Era imposible escapar de sus hilos, que se adherían a él impidiéndole volar. Poco a poco iban multiplicándose y tornándose cada vez más duros y amarillentos, hasta cubrir por completo su piel de un material sólido.

Pronto, la capa se volvía más gruesa; tanto así, que Dion quedaba encerrado en un cristal que servía de prisión. Con horror, lo reconocía como ámbar, un material que según las leyendas se usaba en casos extremos para encerrar a las hadas que cometían los crímenes más imperdonables. En ese sueño, Dion quedaba suspendido, por fuera de todo, atrapado en una nada peor que la muerte.

No, dijo Dion, y su propia voz lo despertó.

La situación con la que se encontró al abrir los ojos le confundió. El fuego todavía ardía. Casio, Nora y Drustan dormían. A unos metros de él, ahora libre, estaba parado Arami. De él emanaba una magia que manchaba el aire de una pesadez innatural, contra la que Dion tuvo que luchar para no volver a caer dormido.

De alguna manera, Arami se había liberado y había iniciado un hechizo que mantenía a todos encerrados en un sueño. Solo Dion había podido despertar de ese sopor extraño, pero había algo más afectándolo, y era que su magia era limitada. Los grilletes que antes restringían la magia de Arami estaban puestos en él, detrás de su espalda. ¿Cómo habían llegado allí sin que se diera cuenta?

Una mano cubrió su boca antes de que pudiera hablar, empujándolo hacia atrás, donde su espalda terminó apretada contra el pecho de la persona que lo sostenía. No quiso creer que era quien sospechaba, pero solo había una respuesta: Erika.

—Perdóname —susurró ella en su oreja. Y luego, dirigiéndose a Arami, dijo—: ¡Haz algo!

Él se quedó inmóvil donde estaba, iluminado por el fuego de la hoguera.

—¡No puedo! —exclamó Arami—. Te dije que probablemente no funcionaría con él, no es lo mismo que afectar el sueño de un humano... Además, ¿qué le vas a hacer? Creí que solo me ibas a dejar escapar...

—Tengo que llevarlo conmigo. Y si no él, al menos su sangre. ¡Es la voluntad de Dalia! 

Continuará.

Próximo capítulo: Sábado 5 de diciembre

¡Hola! Creo que este cliffhanger es peor que el anterior. ¡PERDÓN!

¿Qué creen que esté pasando y cómo se resolverá? 

¿Es Erika una traidora?

¿Y qué pasó con Arami?

Bueno, creo que a nadie le sorprenderá que hubiera un incidente en el camino hacia Doslunas, jejeje. Pero veremos en qué termina eso.

¡Gracias TOTALES a quienes leen, votan y comentan por los ánimos que me dan! Falta menos para terminar (al menos para mí, que estoy adelantada con capítulos xD), pero antes tienen que pasar algunas cosas muy importantes.



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