7. Sin magia

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Los brazos de Casio eran acogedores. Dion se acurrucó en ellos y trató de mantenerse despierto para no dificultarle la cabalgata. Era difícil. El cansancio lo reclamaba, y lo único que le ayudaba a no dejarse ganar por él era la incomodidad de los pinchazos de dolor que cada tanto lo hacían estremecerse, despertándolo. Casio parecía percibirlo, porque cada vez que eso ocurría, él apretaba a Dion con suavidad y susurraba:

—Perdón, perdón.

No era su culpa. Al final del día, la culpa era del mismo Dion, que se había alejado de su zona segura en el bosque por curiosidad, elegido dejarse ver por humanos, y tenido poco cuidado a la hora de esconder su verdadera naturaleza.

En algún momento, Dion se perdió en un denso vaho de vértigo que lo arrastró a un lugar oscuro. Despertó con la voz de Casio, llamándolo. Estaban en marcha todavía, aunque no estaba seguro que estuvieran todavía cabalgando. Dion quiso decirle que estaba bien, pero su cuerpo había decidido que ya no quería obedecerle. Había tenido suficiente. Enterró la cabeza en el hombro de Casio y se dejó ir de nuevo.

La siguiente vez que abrió los ojos, Dion se encontró en una cama. Seguía siendo de noche, y se sentía arder por dentro y por fuera. Escuchó a dos personas intercambiar unas palabras, y poco después, Casio lo levantó con cuidado y lo cargó hasta una bañera con agua tibia. El contacto con el líquido alivió un poco a Dion, al disolver la sensación de agobio. Luego, Casio lo secó con cuidado y volvió a dejarlo sobre el colchón. Las sábanas eran un poco ásperas, pero estaban limpias. Aceptó algo para beber, y escuchó que Casio le decía que descansara, que estaría a salvo. 

—No te vayas —susurró Dion, al sentir que Casio hacía un movimiento para alejarse. Lo retuvo tomándolo de la mano. Casio lo prometió.

Al despertar en la mañana, se sentía mejor. Había un foco de calor contra sus piernas, que resultó ser Niebla, la perra de caza de Casio, que dormía junto a él. Estaba en los aposentos del rey, y tenía puesta una túnica que le quedaba enorme. El cuerpo le seguía doliendo, pero el ardor no era tan intenso como horas atrás. Apenas amanecía, y un olor a lluvia flotaba en el aire.

Buscó a Casio con la mirada y no lo encontró, hasta que notó una cabeza llena de rizos oscuros que se asomaba por el costado de la cama. Casio estaba sentado sobre el suelo, durmiendo con la cabeza apoyada sobre el colchón. Ya no tenía puesta la ropa del día anterior, sino un atuendo más sencillo. Dion estiró un brazo para tocarlo, y cuando lo hizo, Casio abrió los ojos de inmediato.

—¡Dion! —dijo, refregándose los ojos—. ¿Estás bien?

—¿Pasaste toda la noche ahí? —preguntó Dion.

—Sí —respondió él, incorporándose y sentándose sobre la cama—. No quería dejarte solo. Mandé buscar a mi hermano, pero todavía no lo han encontrado. No sé cómo pudo hacer esto. No hay nada que pueda decir o hacer que sea suficiente para pedirte perdón. Nora dijo que el efecto del acónito debería ser temporal. ¿Cómo te sientes?

Sin saber qué decir, Dion no respondió. Se concentró en invocar su magia para intentar acelerar la curación de las lesiones que las cadenas habían dejado en sus antebrazos, y sus esfuerzos no surtieron ningún efecto. Los surcos rojizos se mantuvieron como estaban, inmutables. Casio pareció adivinar lo que estaba haciendo, porque su mirada fue de las muñecas de Dion a sus ojos, y luego al suelo. Un golpeteo tímido en la puerta le hizo levantar la mirada. Casio se incorporó, tomó una especie de abrigo que colocó encima de lo que llevaba puesto y fue a abrir.

La recién llegada era Nora, y traía una bandeja con un desayuno.

—Te ves mejor —comentó Nora—. ¿Cómo está tu magia?

—Todavía no ha vuelto —dijo Dion, llevándose a la boca un vaso con jugo, que le supo un poco amargo—. ¿Y si no vuelve?

—No tendría sentido —respondió Nora, con una risa nerviosa que no despertaba ninguna confianza—. Pasaste la peor parte, ahora solo queda que seas paciente.

—¿Recuerdas algo más? —preguntó Casio.

Cuando Dion habló de la copa que había recibido, que ahora entendía contenía licor envenenado, los ojos de Casio se endurecieron. Buscaría al criado que se la había ofrecido y lo interrogaría. Dion también mencionó a Alhelí, a quien quería llevarle un regalo por su ayuda. El rostro de Nora se iluminó al escuchar sobre Alhelí, y entender de dónde había venido aquella voz. Ella también quería ir a verla.

Casio dijo tener asuntos urgentes que necesitaba atender con sus consejeros, en vista de las circunstancias, pero quiso asignar a alguien que protegiera a Dion en su lugar hasta que él quedara libre. Para eso ya tenía a alguien de confianza en mente, a quien mandó llamar.

Unos minutos después llegó a la habitación una mujer alta de rasgos severos y un rostro de una seriedad que quedaba acentuada por sus oscuras cejas tupidas. Formaba parte de la guardia real de Casio, quien la presentó como Erika.

—Un gusto —dijo Dion, mirando hacia arriba. No recodaba haber visto un humano de tanta estatura; le sacaba casi una cabeza de ventaja.

Erika asintió con gravedad, y Nora debió notar la incomodidad de Dion, porque luego lo apartó a un lado y le susurró:

—No tengas miedo, es su cara. Es muy buena, te lo prometo.

La sonrisa de Nora lo tranquilizó. Además, a pesar de su actitud antipática, la mujer alta no había encendido su alarma de peligro, como Rufus en la fiesta. 

Para bajar al jardín, Dion ocultó su cabello bajo una capucha, ahora que ya no podía usar magia para cambiarle el color. Al menos, aunque no la tuviera, podía seguir detectando las energías sutiles, porque le fue fácil encontrar a Alhelí, que estaba sentada en el centro de una amapola.

—¿Cómo estás, tonto? —le preguntó Alhelí.

Nora se mantuvo a distancia, mientras él se agachaba para hablar con la pequeña hada, entre susurros.

—No puedo hacer magia.

—¿Por qué no vuelves a tu bosque? ¿No te podrían ayudar las otras hadas grandes?

Dion lo había considerado también, solo para descartarlo, por ahora. Existía la posibilidad de que lo castigaran por irresponsable. Explicar sus acciones no sería fácil. También le asustaba que decidieran impedirle volver a salir durante años como castigo, y que para cuando lo dejaran, el mundo hubiera cambiado mucho. Casio sería quizás ya un anciano, o estaría muerto.

—Me da miedo volver así —confesó Dion. Miedo y vergüenza. No tuvo que decirlo para que Alhelí entendiera: bastaba con su actitud cabizbaja y su voz apagada—. Gracias por ayudarme. Debió ser agotador para ti recorrer esa distancia, con tu tamaño.

—Está bien —respondió ella—. Que crea que eres un poco bobo no significa que me caigas mal. Espero que tu magia vuelva pronto.

Unos pasos más atrás, Nora esperaba a ser llamada. Dion se volvió hacia ella con una sonrisa, y le hizo un gesto para que se acercara. Alhelí se dejó ver, y luego voló hasta la oreja de la hechicera para decirle algo que la hizo reír. Nora dejó en el cantero media cáscara de nuez llena de ponche.

A continuación, Dion acompañó a Nora mientras esta seleccionaba hierbas del jardín para un preparado, ahora siendo guiada por Alhelí hacia las más efectivas. Luego fue con ella hasta su lugar de trabajo, un estudio que olía a hierbas y especias, con estanterías llenas de libros, plantas y frascos con ingredientes de distintas texturas y colores. Erika los seguía como si fuera una sombra, pero al llegar al estudio de Nora, Dion notó que su postura se relajaba.

Incluso la vio sonreír mientras hablaba en voz baja con Nora, quien se puso a preparar algunos menjunjes con las plantas que había recogido, y a buscar recetas que tenía señaladas con marcadores entre sus muchos cuadernos. Dion se acomodó en un sofá individual que estaba cerca de un ventanal, y dormitó arrullado por el sonido de la alegre conversación entre las dos mujeres, y el aroma a lavanda y romero. A veces despertaba y probaba invocar su magia, algo pequeño como una luz suave entre sus dedos, sin ningún resultado, y suspiraba, frunciendo la boca en un mohín de frustración.

Volvió a encontrarse con Casio en la tarde, cuando este pasó a verlo por los aposentos de Nora, con el paso cansado de quien estuvo el día entero de arriba abajo y cargando en sus hombros con sus asuntos y los de otros. El criado que le había entregado el licor envenenado a Dion había jurado entre llantos no saber nada, y haber estado cumpliendo una simple orden de Dalia, la hechicera de Rufus. Casio lo había dejado ir, con orden de vigilar todos sus pasos. No había novedades del paradero de Dalia ni de Rufus.

Antes de que volvieran a la cámara del rey, Nora les entregó algunos ungüentos y una poción que había preparado, y que esperaba que sirviera para acelerar la recuperación de Dion. Dijo que las recetas provenían de su viejo maestro. Al probar la poción, Dion encontró que tenía un efecto calmante, y el ardor que le picaba por dentro disminuyó con la caricia del líquido espeso en su interior.

—¿Cómo puedo agradecerle a tu maestro? —preguntó Dion.

Nora sonrió, pero meneó la cabeza y cruzó los brazos.

—Ah, eso es complicado. Vive en el medio del bosque, lejos de todo. Es muy anciano, y dice que está cansado de lidiar con la gente, porque ya tuvo suficiente. En especial de los líos de palacio. Empiezo a entender a qué se refería...

De regreso en la recámara del rey, Dion esperó en la cama a que Casio saliera de la bañera, mientras aplicaba sobre su piel los bálsamos de Nora, agradeciendo de vuelta en silencio al anónimo maestro hechicero que lo había creado. Esa noche no sería tan poco cuidadoso como para dejar que Casio terminara durmiendo en el suelo. Sería Dion quien se retiraría a uno de los sillones largos que adornaban la alcoba, como correspondía. Ya había causado suficientes problemas. Al ver a Casio salir del baño, Dion abrió la boca para hablarle, pero él se le adelantó:

—Tengo una idea para que puedas recuperar tu magia —dijo Casio, sentándose en la cama junto a Dion y tomando su mano—. Tú me diste parte de tu magia. ¿Crees que quede algo en mí todavía? ¿Podrías tomarla de vuelta, en ese caso? Quizás solo haga falta un poco para que se prenda una chispa. Como una hoguera —agregó, señalando la chimenea encendida—. Prenderla desde cero es difícil, pero si queda algo de carbón encendido, es mucho más fácil.

—Quizás... —dijo Dion.

—Adelante.

Recordando las sensaciones que había experimentado la primera vez, Dion decidió que incluso si no funcionaba, valía la pena volver a probar los labios de Casio, y cuando se acercó a ellos, su boca palpitó anticipándose al beso.  

Continuará

En el siguiente pasan cosas 👀

Pero más allá de eso, ¿qué tan alta es Erika, la guardia real? Algo así como 1.95m.

Lavanda y romero: Sugeridas por una amiga medio bruja a quien a veces le pregunto "¿Con qué prepararías una poción para ____?"  (hay amigos míos que reciben preguntas muy bizarras).

¡Gracias por leer, votar y comentar! Aprecio muchísimo a quienes que me acompañan y siguen adelante.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro