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Aquella sensación de desesperación sólo había empeorado tras haberle visto.

De cierta forma me sentí culpable pues, mientras cumplía con mi deber como Ángel de la Muerte, no fui capaz, ni una vez, de centrarme en la persona que se encontraba en las puertas de la muerte, no podía concentrarme en sus pensamientos, en las conversaciones que intentaban plantear, ya fuera para ganar unos minutos más o para repetir la misma pregunta de siempre.

Sólo quería guardar aquellas almas y poder volver junto a JungKook, pero cada vez que terminaba con una, era llamada a otra.

¿A caso Lucifer había sido descubierto por Dios?, ¿o a caso me mantenía alejada por alguna razón?

Suspiré por décima vez en el día, quería volver y asegurarme de que estaba bien, quería romper aquel sentimiento tan agobiante y que, por momentos, me dejaba sin aliento, sólo quería estar equivocada.

"Mía" su voz me pareció diferente, estaba más apagada, como sin vida. Y aquello no sólo me preocupó aún más, también confirmó, de cierta manera, que él había cometido la mayor locura que se me podía pasar por la cabeza.

Cuando me presenté en su habitación le vi sentado en el suelo, con la espalda apoyada en su cama, en el suelo habían demasiadas pastillas para ser algo bueno, su piel estaba pálida, casi amarillenta, y su respiración forzosa arrasaba en mis oídos.

—¡JUNGKOOK!— ni si quiera me preocupé de mantener mis emociones a raya, con los ojos llenos de lágrimas me abalancé hacia donde él estaba, quería creer que aquello era una pesadilla, incluso una alucinación provocada por mi ansiedad.—¡¿Qué has hecho?!— estaba desesperada.

—Mía.— el susurro en su voz, la forma de nombrarme, fueron sólo cosas que me hicieron llorar con aún más fuerza. Su cabeza se movió y sus ojos me buscaron, como siempre lo hicieron cuando hablábamos, sólo que esta vez sí pudo verme, y en sus labios amoratados se dibujó una sonrisa que me rompió el alma.—Puedo verte...

—¡Idiota!— oculté mi rostro como bien pude, mis manos apretaban su mano derecha, donde aún permanecía ese bote de pastillas vacío. No quería creer que él había decidido renunciar a su vida. Me negaba a creer eso.—¡¿Por qué has hecho esto, por qué no has podido esperar a que tu momento llegara?!— el dolor me arañaba la garganta, los gritos me dejaban sin aliento, pero verle en aquella situación era mucho peor.

—Eres hermosa.— su mano libre pasó entre los mechones de mi cabellera hasta apoyarse en mi mejilla, su mano se sentí tan fría que dolía al tacto.

La desesperación sólo se apoderaba de mí, que no sabía qué hacer para que él pudiera seguir viviendo.

Le miré a los ojos, que estaban cada vez más opacos, cada vez con menos brillo.

—No llores más, tus preciosos ojos grises se empañan y no logro verlos bien.— los sollozos no dejaron de escapar de mi garganta, sin embargo él sólo mantenía aquella sonrisa que dolía como el infierno, con su tacto frío sobre mi piel.—Realmente entiendo porqué me he enamorado de tí en estas tres vidas.— quise negar con la cabeza. Quitarse la vida por mí no era amor, no podía serlo.— No sólo eres tan hermosa como la luna, también eres amable, cuidadosa, cariñosa y, sobre todo, siempre te has preocupado por mí.

—Para por favor.— supliqué, no podía aguantar aquellas palabras, no sin sentir que algo dentro de mí se rompía en miles de pedazos que se clavaban en mis entrañas.— No deberías haber hecho esto. Yo podía esperar.

—Pero yo no.— sus palabras me dejaron sin habla, el aire dejó de pasar por mi boca y todo pareció detenerse.— No era capaza de aguantar un minuto más sin poder verte, sin poder sentirte. — su voz era tan débil que supe que pronto su cuerpo habría muerto.— Te amo, mi niña de ojos grises.

Sus labios rozaron los míos como un soplo de aire frío, un roce tan mínimo que me asustó. Su cuerpo volvió a apoyarse sobre la cama.

Pero aquella frase, aquellas palabras, habían acabado conmigo, él había recordado cómo me llamó tantas veces en nuestra vida pasada.

Ya sólo podía aceptar que él estaba en el punto de no retorno. Pero era difícil.

—Yo también te amo, Kook.— su sonrisa se extendió un poco más antes de echar su último aliento. Y el dolor fue tan grande al presenciar aquello, que me pregunté cómo demonios había logrado él aceptar mi muerte en mi vida pasada, porque yo no era capaz.

Y sólo pude gritar, gritar llena de rabia, de dolor y de angustia. Incluso si nadie me escuchaba, incluso si el alma de JungKook luchaba por salir de aquel cuerpo ya inerte. 

Mis gritos siguieron hasta que mi voz desapareció, incapaz si quiera de susurrar, con sólo mis lágrimas.




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