MARINA

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

No quiero dejarte sola —había dicho Mateo—. No voy a quedarme tranquilo.

Luego de haber pasado horas frente a la ruina de la posada haciendo la declaración a la policía, con llantos de por medio, llegamos a la casa de Martín. Tomamos té en silencio. No me sentía con fuerzas para hablar, aunque tampoco quería. Lo único que deseaba era encontrar a mi acosador y hacerle pagar por lo que había hecho. La bronca se había apoderado de mi cuerpo y buscaba justicia.

Pero me ganó el cansancio y le dije a Mateo que quería acostarme.

—No te preocupes. Voy a estar bien.

Mateo me observaba con aprehensión. No confiaba en mis palabras y tenía razón. En ese momento podía llegar a cometer cualquier locura.

Alguien llamó a la puerta. Mateo abrió y se encontró frente a Angie, quien no pudo ocultar la sorpresa de verlo conmigo. Luego de reponerse, lo apartó y corrió a abrazarme.

—¿Cómo te sientes, querida?

—¿La verdad? No sé. Siento tantas cosas que no sé por dónde empezar.

Me acarició la mejilla y me ofreció una tierna mirada.

—¿Por qué no descansas un poco, mi vida? Martín no va a tardar en venir.

—¿Lo llamaste?

—Claro. Estaba muy preocupado. Inmediatamente tomó el auto para venir.

—Gracias. Bueno, me voy a dormir.

Angie se dio vuelta y con una mirada altanera se dirigió a Mateo.

—Por favor, querido. La nena necesita dormir. Nada de distracciones. Ahora me encargo yo.

Noté cierta vacilación en él, pero al final me saludó a lo lejos y salió.

—Parece que se aproxima una tormenta —dijo antes de que Angie cerrara la puerta.

—Ve a dormir, linda. Te llevo un té con hierbas para que puedas relajarte.

No lo necesité. Cuando apoyé la cabeza en la almohada y me envolví con las sábanas, el cansancio me cayó de golpe y me dormí.

Sentí unas manos que me acariciaban. Su caricia era tierna pero despertaba mis sentidos más salvajes. Quería que esos brazos me envolvieran y quería dejarme llevar por el deseo. Un fuego se encendió dentro de mí y lo dejé volar, cubriendo todo a mi alrededor.

—Mi amor —susurró.

Sus labios se apoyaron en los míos y dejé que los besos me hicieran olvidar. No quería pensar, solo sentir. Le saqué la remera. Mis manos le acariciaron el cuerpo atlético, mis uñas le rasguñaron la espalda. Oí la risa que me instaba a seguir y provocarle más placer.

—Mari... dios...

Pero no dejé que siguiera. Con un beso le sellé los labios y me subí encima de él. En ningún momento abrí los ojos, dejé que mis otros sentidos me guiaran. Me imaginé que estábamos en la playa, él solamente con un short de jean azul y yo con el vestido blanco que usé durante mi primer día en la Lucila. Dejé que me imaginación volara y me diera placer. Imaginé cómo él me sacaba el vestido lentamente y dejaba que el mar se lo llevara, cómo yo le desabrochaba el short y se lo sacaba, cómo mis labios le tocaban los abdominales mientras que mis manos jugaban con los vellos del pecho.

Las manos fuertes me tomaron y me obligaron a volver a su pecho. Abrí los ojos y el azul profundo de esa mirada me descolocó. Mateo se mordía el labio inferior a la vez que me miraba con deseo.

—No —dije.

Di un salto hacia atrás y me terminé cayendo de la cama. Me golpeé la cabeza contra el suelo.

—¡Marina! ¿Estás bien? —Martín ese encontraba a mi lado, acariciándome la nuca—. ¿Qué pasó? Estábamos tan bien...

Trague saliva y me aclaré la cabeza.

—Nada... Perdón. En un momento me vino Julio a la cabeza...

—¿Julio? ¿Quién es Julio?

Lo miré, incrédula.

—Julio. El dueño de la posada Poseidón.

—¿Posada qué? No hay ninguna con ese nombre.

—¿Cómo qué no? Hasta ayer yo me hospedaba ahí, Martín. —Me ayudó a levantarme. Cuando me senté en la cama, lo miré, esperando una respuesta.

—Me parece que te diste un golpe fuerte —dijo riendo.

—No me pasa nada. Hablo en serio. A Julio lo asesinaron ayer y la posada quedo en ruinas.

—Mi vida... ¿te sientes bien?

Me sonrió y me tomó de las manos.

—¿Qué sucedió mientras yo no estuve?

—¡Nada! ¿No te contó Angie cuando te llamó?

—Me dijo que volviera cuanto antes porque el día anterior te habías intoxicado con algo que habías comido. Me contó que estuviste con Mateo y que él te cocinó. ¿No te acuerdas? Ella me dijo que tú se lo habías contado.

—Nunca dije algo así.

—¿Qué hacía Mateo en mi casa? No me gusta que esté a tu lado.

—Eso no importa, Martín. ¿Qué sucede? ¿Por qué no te acuerdas de Julio?

—¿Quién es? ¿Acaso es algún amante? —Me tomó de la muñeca con fuerza—. ¿Dormiste con alguien?

—Me estás lastimando.

Traté de soltarme pero él tenía demasiada fuerza.

—Por favor, Martín. Déjame.

—Me parece que necesitas un médico.

—¡No estoy loca!

En ese momento, me soltó. Aproveché para vestirme y salí de la habitación.

—Marina, ¡vuelve!

Corrí hacia las ruinas de la posada, pero me encontré frente a un edificio alto y blanco. En letras doradas, arriba de la gran puerta, se leía "Hotel Embarque". Al lado, decía "cinco estrellas".

—Buen día —dijo una mujer que estaba detrás de un mostrador—. ¿En qué puedo ayudarla?

—Dígame la verdad, ¿no había una posada aquí? Se llamaba Poseidón.

—No, señorita. Siempre estuvimos en este lugar.

—Eso no es cierto. Me está mintiendo.

—No, señorita. ¿Se siente bien?

Estaba agitada y mi aspecto no debía ser bueno.

—Sí —dije jadeando—. Es usted quien no está bien. ¿Cómo me puede decir eso? ¡Aquí había una posada y la administraba Julio Cireno!

Golpeé el mostrador con los puños.

—Voy a tener que pedirle que se calme, señorita.

Salí corriendo del hotel hacia Deep Blue. Carolina estaba atendiendo a un cliente pero, al verme, apresuró la venta para saludarme.

—No te veo bien, Marina. ¿Qué te pasa?

—Caro, amiga, no me puedes mentir. Martín piensa que estoy loca, pero yo sé que no es así.

—Claro, pero ¿de qué hablas?

—La posada Poseidón. La que se derrumbó. Sabes de qué hablo, ¿no?

—Mmm, no. ¿Posada Poseidón? No entiendo.

—Sí. La que administraba Julio. Él murió ayer.

—¿Quién es Julio?

Me quedé aturdida. ¿Qué sucedía en este pueblo? ¿Por qué nadie se acordaba de Julio?

—¿Dónde está Lucía?

—Acostada. No se siente bien.

—Necesito verla.

Caminé hacia la parte de atrás del negocio pero Caro se puso en mi camino.

—Tiene mucho dolor de cabeza y necesita dormir.

—Necesito verla. Por favor, apártate.

—No. No puedes molestarla.

Por primera vez, vi una actitud desafiante en Caro. La aparté pero no medí mi fuerza. Cayó sobre un estante y la mercadería se quebró al caer al piso. No esperé a ver cómo estaba. Abrí la puerta y entré a la sala trasera.

Lucía estaba sentada en una silla, tomando un té.

—¿Qué sucede, Marina?

Tenía el rostro demacrado, pálido; las arrugas eran pronunciadas, y temblaba.

—¿Qué fue ese ruido que oí?

—¡Marina! No puedo creer que...

Caro había entrado en la habitación, pero Lucía levantó una mano para callarla.

—Por favor, Carolina. Déjanos a solas.

—Pero... usted necesita descansar.

—Lo sé. Pero en este momento deseo hablar con ella.

Giré para ver la expresión dolida de mi amiga. Al salir de la habitación, me acerqué a Lucía y me senté a su lado.

—No sé qué me sucede, Lucía. Ayer murió alguien a quien quería mucho, y hoy me entero de que nunca existió. Pero yo no estoy loca, estoy segura de lo que viví durante este tiempo. Estuve durmiendo en su posada, ahí nos conocimos. Mi madre me la había recomendado. Pero nadie... nadie la conoce.

Comencé a temblar. Lucía me acercó una manta y me la puso sobre los hombros.

—Calma, Mari. ¿De qué me estás hablando?

Me puse a llorar. Sentí el abrazo de Lucía.

—Perdón, yo metida en mi drama y no le pregunté cómo se siente usted.

—Más o menos. Un poco débil, pero ya pasará.

—Siento mucho lo de Julio. Sé que usted lo quería mucho.

—¿Julio?

Un chillido me aturdió. El vidrio de la ventana explotó y una esfera oscura ingresó y se expandió por todo el techo. Un viento helado se instaló en la habitación a medida que el chillido del ente se incrementaba. No tenía ojos, era una masa uniforme, pero atacó contra mí.

—¡NO! —gritó Lucía.

Me apartó. Caí al piso y me golpeé la cabeza contra una silla. Se me nubló la vista, pero vi cómo una luz blanca salía por delante de Lucía hacia el ente oscuro. Chilló y peleó hasta disolverse.

Carolina entró cuando yo me desmayé.

Al despertarme, noté que estaba de vuelta en la casa de Martín. Se encontraba sentado a mi lado, preocupado.

—¿Cómo te sientes?

Sentí una punzada en la cabeza cuando intenté sentarme.

—Tranquila. Te diste un golpe fuerte.

—¿Cómo me encontraste?

—Lucía me llamó. Meditabas con ella para calmarte pero te relajaste tanto que te dormiste y caíste hacia atrás.

—No, eso...

Callé. No quería meterme de nuevo en una pelea. Por algo Lucía había dicho eso. Pero, ¿qué había sucedido realmente? ¿Qué era ese ente? Cerré los ojos porque el dolor volvió a azotarme.

—¿No te acuerdas? El médico te revisó y pasé a buscarte. Tienes suerte de que el golpe no haya sido tan fuerte. Llegamos a casa y corriste hacia la cama. Hace horas que duermes.

—Sí, claro... Quiero darme una ducha.

Me levanté y camine hacia el baño. Pero al llegar, giré y miré a Martín.

—Perdón —dije.

—Está bien. Después hablamos.

Abrí la ducha y dejé que el agua me reconfortara. Algo raro sucedía en el pueblo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro