CAPÍTULO 1

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

La Revelación

20 de julio de 2023

El viento soplaba con fuerza en San Pablo, sacudiendo las hojas de los árboles hasta desprenderlas; el suelo se percibía gélido, como si hubiera nevado sobre él y todos, incluyendo a Zaid, irradiaban felicidad y esperanza.

Había sido muy difícil para él mantenerse positivo respecto a su vida, ya que sus pasos eran lentos y pesados, no veloces como solían ser. Conoció a Cora cuando tenían quince años y se casaron seis años después. La alegría los envolvía, provocando desagrado en los demás al desbordar cariño en cualquier instancia. Ambos eran trabajadores, en especial cuando anhelaban comprar una casa y formar una familia. Pero las cosas no resultaron como las planearon.

Transcurrieron los años; Cora se distanciaba con cada verano, y Zaid no halló forma de acercarse. Nunca supo qué sucedía en la cabeza de su esposa, al contrario, permanecía como un misterio. Pensaba en ello todo el tiempo, le revoloteaba la cabeza al caminar hacia el trabajo o al dejar la basura a las afueras del apartamento. Se cuestionaba si la razón se relacionaba con su cambio físico, problemas familiares o la falta de ambición que siempre le reclamaba. No comprendía, en ninguna dimensión, la falta de intimidad o el inseparable contacto piel a piel que solían tener recién casados. 

Para Zaid su matrimonio representaba su mayor fracaso. El hombre se sentó en la silla de su oficina, mirando con atención el recuadro que lo inspeccionaba desde su escritorio. Sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, seguido del espasmo de una de sus manos contra la mesa. Parecía como si los ojos en la fotografía se dirigieran hacia él, y aquello le supo amargo, como a la jabonosa sensación que deja una pastilla de vez en cuando.

Las pupilas de Cora en el retrato se mantenían firmes, así que volteó el marco con rapidez. El sonido del choque de ambos cristales rebotó en la habitación.

De pronto, Zaid se sobresaltó por el sonido proveniente de su celular; se trataba de su alarma avisando que era hora de tomar Coraproco, un regulador para su corazón malfuncionante. Se estiró para alcanzar el vaso de agua encima de un gavetero, pero tropezó y cayó, empujando el recuadro con la imagen de la joven. Ahora descansaba entre vidrios rotos y las cuencas que le investigaban el alma.

Sacudió los vidrios de su traje para levantarse sin problema. Su teléfono emitió un ruido por segunda vez; no obstante, no era una alerta, sino un mensaje de texto de un número desconocido.

«Usted no me conoce. Estoy cansado de ver que su esposa lo engaña con otro hombre, así que esté más atento»

«¿Qué?», pensó el varón con sorpresa.

De inmediato, comenzó a temblar y su debilitada corona, no se detenía de latir a gran velocidad. Dudaba si era cierto o era una broma de mal gusto. No razonaba; no entendía.

ZAID:

¿Quién es usted? ¿Por qué me dice eso?

DESCONOCIDO:

Yo voy a algunas fiestas donde llega Cora y la he visto con ese tipo.

ZAID:

¿Cómo consiguió mi número? ¿Qué más sabe? ¿Quién es él?

DESCONOCIDO:

No sé cómo se llama, pero le dicen Gato.

ZAID:

¿Tiene pruebas?

DESCONOCIDO:

No. Solo le digo que sea cuidadoso.

Podía percibir un tambor en sus orejas, creciendo y creciendo. No comprendía por qué su querido amor estaba involucrado en esos asuntos. Tampoco sabía si era correcto creerle a un extraño que un día decidió revelarle un asunto tan delicado. El tic nervioso de su rostro reapareció, provocando que su párpado se moviera a gran velocidad, además de estirar los músculos de su cara hacia el abajo.

Gritó, lanzando su celular lejos.

Ava, su asistente, corrió con temeridad. Abrió la puerta y observó al caballero con preocupación. La escena de los vidrios rotos en el suelo la llevó a pensar que tal vez fue un accidente, por lo que se aproximó al escritorio.

—¿Le sucedió algo? ¿Debo llamar a Tyler? —cuestionó la pelirroja, arqueando sus cejas.

Su vista recorrió todo el lugar, notando la fotografía tirada, la de la bella Cora. La joven fue la única que se percató del aspecto decaído y melancólico de su jefe. Nadie lo evidenciaba, ya que Zaid era experto en simular un matrimonio exitoso. Actuó, durante un tiempo, como si fuera el hombre más afortunado del mundo, aunque en su hogar las cosas estuviesen gélidas.

—No traiga ningún doctor, Ava. Mejor vaya a comprarme algo con azúcar; sentí como si se me hubiera bajado. —Zaid repasó el interior de los bolsillos de su traje; no llevaba billetera consigo—. Luego se lo pago.

—¿Está seguro? —replanteó preocupada, inclinando su cabeza.

No obtuvo respuesta.

En el instante que la asistente se marchó, el castaño bajó hasta el primer piso de la edificación. En su trabajo no mantenían reglas tan estrictas con respecto a los horarios para su puesto específico; de hecho, su hora de entrada y salida podía cambiar según lo solicitara. Aparte, se les permitían dos salidas durante el lapso de trabajo, en caso de emergencias o para tomar tiempos de comida. Él casi no las aprovechaba debido a la soledad que lo invadía, y Ava era quien le conseguía los almuerzos.

Lo cierto es que, en ese instante, no pensó en las consecuencias de irse. 

Pisó con vigor el asfalto hasta alcanzar su coche. Al entrar, golpeó el volante varias veces y reposó su cabeza sobre él. A los minutos, luego de haberse insultado por creer en Cora, arrancó. Apagó la música, una pésima decisión, ya que propiciaba que sus pensamientos flotaran en una nube.

«Debo pedirle explicaciones, a ver qué excusa pone», reflexionó con cólera.

El miedo se transformó en ira pura,  como un volcán de lava que ascendía por su garganta. Apretó el pedal para acelerar y, en el trayecto, cometió varias imprudencias. Ya era la hora de reclamarle todo lo que había pasado. Se sintió culpable unos segundos; no conocía la veracidad y, tal vez, afirmar era incorrecto. Pero eso explicaría la absolutez de su distanciamiento, las cosas adquirirían sentido por fin.

Dio un giro en la calle 67, casi provocando un choque contra otro vehículo. No pensaba con claridad y su enojo le nublaba la vista, por lo que parpadeaba con frecuencia para eliminar la sensación. Exhalaba como un toro, empañando el vidrio delantero hasta que llegó.

Cerró, energético, la puerta del auto y descendió de él. Tomó las llaves de la casa y las introdujo en la cerradura. Recorrió el pasillo hasta alcanzar la sala; sin embargo, notó un elemento distinto. Las luces estaban encendidas, el televisor tenía su volumen al máximo, su esposa había desaparecido.

En este punto, su corazón comenzó a fallar, así que prefirió no vociferar el nombre de Cora. Con lentitud, fue revisando las habitaciones y el jardín. La recámara principal no estaba trancada, el bombillo se veía apagado, y un olor extraño se desprendía de ella. Lo más evidente fueron los ruidos provenientes al colocar la oreja en la abertura. Zaid espió por el espacio que dividía el muro y la madera, y ahí se hallaba.

Cora, de repente, era una diosa iluminada por el éxtasis de los movimientos que perpetuaba su amante. Su cabello se agitaba, sudoroso y descuidado, mientras que la lencería negra, que Zaid jamás había visto, lo hipnotizó. El esposo se posicionó detrás de la caoba con un enfado que germinó en sorpresa. Le asombraba esa mujer, dudaba si era realmente ella.

El hombre de ojos claros le tomaba las caderas a la chica y la arrimaba a su cuerpo. Sus pestañas lucían preciosas, sus manos delicadas acariciaban ese pecho aceitoso, ysus piernas se mezclaban con las suyas. Subía y bajaba sonriendo.

Zaid no fue capaz de moverse.

Por un milisegundo, ansío con todas sus fuerzas, ser él. Anhelaba convertirse en el amante que recibía la pasión desenfrenada de Cora. Extrañaba sus gestos, su desnudez tan escultural, y esos luceros achinados. Daría lo que fuera por palpar el hueso de su pelvis una vez más. No obstante, sabía que ella no pensaba lo mismo de él. 

Ese modelo fue esculpido por el dios de la tentación en persona; no se consideraba la mínima competencia.

La chica le susurraba cosas a su amante, algunas perceptibles para su marido, quien, lejos de sentir furia, se ahogó en envidia y celos. No advertía el tiempo que pasó desde la última vez que estuvieron juntos.

Cora apartó el cabello de su rostro y fijó sus iris en la oscuridad que rodeaba la entrada de la alcoba. Se detuvo.

—Maldita sea —susurró la esposa con decepción.

Zaid retrocedió; sin embargo, supieron de su presencia.

—¿Qué pasa? —interrogó el fornido con una sonrisa a medias.

La ondulada se levantó, ajustó su vestido de flores y dio tropezones hacia Zaid. Se vieron con tensión. Él se quedó atónito al darse cuenta de que ella le dirigía la vista.

—Por esto quieres el divorcio —comentó el joven castaño encorvándose, su tono fue débil.

—¿Quién te dijo eso, Zaid? Yo no, yo...

—¿Sabes qué es lo gracioso? —chistó—. Venía en camino para preguntarte sobre unos mensajes que me llegaron al celular, me enojé mucho contigo. Pero cuando te vi con ese tipo, me compadecí de mí.

La chica se maravilló, dejando ver sus dientes y lengua. En simultáneo, daba pasos pequeños hacia él.

Era cierto que lo engañaba con Silas, un varón de ojos mar y una piel bronceada por la bendición del sol. La sedujo lo que no obtuvo de Zaid.

Cora solía compartir con sus amigas de sus pretendientes, incluyendo aquel con el que finalmente se casaría. Al principio, su marido  Zaid no era de su gusto; poseía cuencas separadas, una nariz prominente y un cabello alborotado. Sin embargo, su amor fue creciendo con el paso de las horas, convenciéndose de que él era un buen hombre. A pesar de ello, se recriminaba sabiendo con certeza que su afecto por el castaño nunca sería suficiente. 

Cuando conoció a Silas, todo cambió. Esa chispa ausente en su hogar apareció sin previo aviso. Aunque se trataba de lo físico, como si ambicionara tocar el cuerpo de ese otro con lujuria y desesperación. Quiso acuciar sus encuentros, devorarle los músculos rígidos. Tardó en contactarlo, ya que dentro de ella se libraba una batalla moral respecto a sus acciones. Había jurado fidelidad a Zaid ante la iglesia, pero ¿su entidad terrenal también? Ese era su consuelo, uno que carecía de mucho sentido. Necesitaba hallar una excusa para regalarse el gusto que ansiaba saborear.

—No digas tonterías, tú eres mi esposo. —Tomó las palmas del castaño y las entrelazó con las suyas.

—Cora, deja de lastimarme, por favor. No hemos intercambiado más de dos palabras en meses y nos hemos convertido en extraños desafortunados. Brielle me dijo que querías el divorcio, temía que fuera por mí. Pasé todo nuestro matrimonio suponiendo que hice algo mal, y resulta ser que... —Dejó la oración incompleta, cerrando sus labios delgados y colocando un candado.

Removió su tacto del de ella.

»Te entregué todo. No quiero saber más de ti. Ahora vete con él antes de que llame a la policía.

—Yo también dejé mi vida por seguirte. Quise un descanso de nuestros problemas, nada más —rogó la ondulada, llorando a mares.

Por dentro, Zaid sollozaba como un niño mientras se marchaba.

Silas se incorporó y se vistió. Salió de la habitación con el pecho en alto y el ego por las nubes. Observó el rostro cansado del sujeto frente a la chica.

—Preciosa, ¿este es el hombre del que me hablaste? —expresó el tipo rubio.

Eso era mentira; Cora nunca le conversó de su esposo. Para ella, era claro que sus encuentros eran puramente físicos. Se sorprendió de escucharlo decir eso; sin embargo, antes de poder detenerlo, Zaid caminó hacia Silas.

—Les ordené que salieran de mi casa —bufó el castaño, ensanchando su pecho con aire.

Su esposa le provocaba tristeza, aun así en cuanto examinó a aquel de ojos claros, esa llama se encendió de nuevo. 

—Sácame —retó Silas; escupió sobre los zapatos formales del adverso. 

Una media sonrisa se posó en el rostro del amante, ya que adoraba la confrontación. Para él, tenía un encanto demostrarle a su oponente que podría derribarlo. Su estrategia navegaba en hacer al otro perder los estribos, porque él nunca lo hacía. 

Zaid le golpeó la mejilla y este lo devolvió. Se empujaron, a pesar de que el castaño cayó al suelo y comenzó a sentir un dolor en la parte central de su esternón. Colocó la mano sobre él, respirando fuerte y emitiendo ruidos de molestia. Cora se agachó para ver qué sucedía, al momento que Silas le proporcionó una patada que dejó a su marido inconsciente.

El hombre no tomó su pastilla para el corazón en la mañana, y sufría las consecuencias de haberla olvidado.

—¡Zaid! Despierta. —Ella agitó su camisa, zarandeándolo—. ¡No responde, Silas! —exclamó con desesperación.

—¿No era esto lo que querías? —aclaró Silas con desprecio. 


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro