6- Dios, mi rey y mi caballero (#ETAPA 6, LA HORA DEL TERROR 2- ELECCIÓN: ADA).

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Toda la corte francesa observaba cómo Corazón de León se arrodillaba ante Felipe y le rendía vasallaje. Para ambos la ceremonia, en cambio, significaba mucho más. Era una promesa de amor eterno.

—Yo, Ricardo, Duque de Normandía, os juro a vos, mi señor, además de obediencia, ayudaros con mi ejército, daros consejo siempre que me lo pidáis y todo el auxilio económico que necesitéis —expresó con ardor, mirándolo a los ojos desde su posición en el suelo y transmitiéndole a través de ellos miles de recuerdos compartidos: sus figuras entrelazadas en la cama, besos apasionados, respiraciones agitadas durante noches y días placenteros, aroma a sudor y a sexo; como una ofrenda personal, que se apartaba de la fórmula tradicional, agregó—: Os juro también por mi honor, desde el fondo de mi corazón, que siempre os seré leal y fiel y que con la fuerza de mi brazo y de mi espada os protegeré de cualquiera que intente haceros daño. Soy vuestro caballero.

  Reflexionó, mientras proseguían con los ritos, que desde pequeño asumió su condición y fue consciente de que solo lo atraían las personas de su género. No obstante ello, al principio dominó sus instintos y se mantuvo célibe, sintiéndose impelido por su rango, como si fuese un segundón obligado al sacerdocio por el aristocrático linaje. Con el tiempo comprendió que su teología era la Biblia, el erotismo y los desnudos masculinos, liberándose así de todas las trabas de su estamento. Ahora Felipe Augusto era su Dios. Por encima, incluso, de aquel por el que lucharía en Tierra Santa.

  Juntos, sitiaron al viejo rey en Mans, donde el anciano se creía invulnerable. Juntos, se aprovecharon del error del senescal inglés, que quemó los burgos cercanos sin percatarse de que el fuego traspasaría la muralla calcinándolos, y conquistaron la ciudad. Juntos, persiguieron al patriarca en su huida a Tours y cruzaron el río caminando sobre las aguas igual que Jesús, según los rumores que se desparramaban por la Europa Cristiana. Porque juntos eran invencibles.

  Después de esta manifestación de autoridad y predestinación todos, con excepción de Guillermo el Mariscal, apoyaron al que consideraban el heredero legítimo de la Corona Inglesa. ¡Hasta Juan abandonó a Enrique II! Vacíos fueron sus días desde aquella tarde que se fue. Pero la muerte, codiciosa, lo abrazaba con ansias, congelándole el cuerpo por entero. Ella nunca renunciaba a nadie, a todos anhelaba para sí.

—¡Ricardo debe saberlo! —exclamó el padre, con remordimientos, poniéndose trabajosamente de pie: las piernas, igual que bisagras oxidadas, le crujieron.

  No pudo llegar lejos. Se desmayó sobre el lecho y ya no recobró el sentido. Entretanto sus cortesanos se repartieron las pertenencias. Inclusive las vestiduras que llevaba puestas, permitiendo que agonizara desnudo. También se apropiaron de la carta secreta del abuelo Godofredo, escondida en el fondo del cofre de oro y al lado de una ramita de retama. La quemaron sin leerla.

  Una pena, hubiese podido advertir al nuevo rey de Inglaterra del destino que lo acechaba...

https://youtu.be/0Aslt_zT1uc

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