Capítulo 10: Pelea.

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—Vámonos —ordenó Basil dándose la vuelta, pero Percy había visto la verdad en su rostro en cuanto una sonrisa torcida se llenó de vida en sus facciones endurecidas.

«Es perversa», pensó Percy.

Se estremeció en cuanto la chica lo tomó del codo y decidió arrastrarlo lejos del alcance de Grover y la mirada iracunda de los campistas.

Al mirar hacia atrás, notó como es que su mejor amigo, el chico al que apenas y reconocía con sus patas cabrunas, los observaba con una cara extraña y llena de perplejidad. No cabía duda que Basil era una chica irracional en cuanto a sus acciones. Nunca se sabía cual sería su próximo paso, pero raramente, Percy deseaba sumergirse en aquella jungla llena de obstáculos.

Necesitaba desentrañar la anomalía que Basil parecía representar. Sus manos picaban con la sola idea de averiguar sus más oscuros secretos, ¿sería tan dura cómo todo el mundo creía que era? ¿Sus habilidades, su descendencia y fuerza eran tan implacables cómo demostraba? ¿Había algo más qué frialdad en su interior?

Necesitaba saber todo sobre ella, y sin darse cuenta, Percy empezó a preguntarse demasiadas cosas sobre la mestiza.

No tenía idea de que aquello desembocaría en una necesidad mucho más que "común".

(…)

—¿A dónde vamos? —preguntó un confundido Percy, mientras era arrastrado entre los matorrales y árboles frondosos del bosque— Nunca había venido a esta parte del bosque.

—Esa es la idea —farfulló Basil—. Que nadie vaya hacia donde nos dirigimos.

Siguió arrastrándolo, sin importarle como Percy parecía batallar para seguirle el paso; sus zapatos trastabillaban y se enganchaban en todo tipo de ramas y raíces que lo obligaban a saltar antes de caer entre el fango y el polvo. Basil podía ser muy disconsiderada cuando le apetecía.

—Aquí —Movió una gran cantidad de ramas, revelando un bonito arroyo del que caía una mediana cantidad de agua cristalina—. Es aquí donde veníamos.

Soltó su brazo y dio pasos largos, agachándose ante el agua limpia y deshaciéndose de la suciedad que envolvía sus brazos después del intensivo entrenamiento que había tenido horas atrás. Desató los mallones de sus brazos, quitando las manchas de sangre y desprendiendo las costras más viejas con dedos ágiles y rápidos. Odiaba ver protuberancias en su piel, pero con el trabajo que siempre parecía consumir su tiempo, no tenía más opción.

Gajes del oficio.

—¿Qué lugar es este? —preguntó un asombrado Percy, mirando como las aves y grillos revoloteaban por allí, sin miedo a ninguna clase de depredador, uno de ellos el más grande de todos; el humano— Parece tan…

—¿Etéreo? —preguntó en un murmullo, mirándolo de reojo y notando su maravillosa expresión de perplejidad— No existía hace diez años.

Percy frunció el ceño extrañado.

—¿Y cómo es que está aquí? Parece que nunca fue tocado por la mano humana.

—Porque ningún simple mortal había pisado este pasto —admitió adormilada, desenredando su cabello oscuro con un ademán de manos y jugueteando con el agua—. Quise un lugar para mí misma desde que empecé a notar que nunca tenía mi espacio, así que estuve averiguando un poco. Hice algunas llamadas, moví algunas influencias… y al final, logré que algunas ninfas acondicionaran el lugar… para mí.

—¿Para ti? —preguntó incrédulo— ¿Moviste… influencias? ¿De quién diablos eres hija?

Lo miró perezosa, cansada de sus preguntas. Comenzaba a irritarla, pero no lo suficiente como para lanzarlo de vuelta al campamento.

—¿Importa?

—¿Te das cuenta de que siempre respondes mis preguntas con otra pregunta? —preguntó con sarcasmo.

Se quedó en silencio, sin ganas de contestar a sus cuestionamientos. Estaba un tanto cansada, normalmente no dormía mucho, pero últimamente había estado durmiendo mucho menos desde que se enteró de la precaria situación del Olimpo.

A veces, cuando lograba conciliar el sueño, despertaba con la respiración agitada después de tener un horrible panorama en el que era obligada a encontrar el rayo maestro de Zeus. Uno en el que era devorada por una dracaena o capturada por un grupo de cíclopes que triturarían sus huesos y devorarían sus entrañas con su sangre escurriendo de su piel que caía en tiras.

Aquellos sueños no eran los peores, pero sí los que lograban dejarla un gran tramo de horas sin dormir.

Hizo un momento de silencio, pensando que debía contestar.

—Mi padre… —murmuró con el ceño fruncido, notando la presencia de Percy unos cuantos pasos más atrás—, es Zeus. El dios que suele fornicar con cualquier ser que se le atraviese por enfrente; sin importar su clase social, especie o si incluso es familiar. No le importa en absoluto. Lo ha demostrado en centenares de historias y estoy segura que seguirá haciéndolo.

Un trueno retumbó en el cielo, las nubes grises empezaron a formarse muy rápidamente y supo que fue por su comentario que probablemente llenó de cólera al señor de los cielos.

—Presumido —gruñó por lo bajo.

No escuchó nada por unos cuantos segundos, parecieron casi minutos llenos de suspenso y el niño seguía sin decir nada.

—Creí que los tres grandes no podían tener más hijos con mortales.

—Pues no les importó.

—¿Y qué pasa, entonces?

—¿Qué pasa de qué? —preguntó malhumorada.

Percy exhaló.

—¿Qué pasará contigo?

Se encogió de hombros, sin realmente saberlo.

—Hades intentará matarme en cuanto salga de aquí, Poseidón probablemente también lo intente. No lo sé, no me importa.

—¿Y no tienes miedo de que algún día vengan por ti?

Bufó, divertida por su comentario. No entendía porque le importaba tanto.

No le temía a los dioses, había criaturas y mortales más atroces de los que debía cuidarse más precavidamente. Por lo menos sabía que esperar de ellos, en cambio, el resto era un completo enigma para ella. No tenía idea de lo que había en sus retorcidos corazones, o si por lo menos les quedaba algún gramo de humanidad.

Dejó de creer en el mundo el día en que entendió que nadie velaba por su bienestar a pesar de que en un principio, no llegó sola al mundo.

Pero aquello era historia para otro momento.

—Temo más al mundo —admitió con voz relajada, sin demostrar una pizca de temor del que hablaba—. Temo que algún día, cuando los adultos se den cuenta del daño que le hacen al planeta, no nos dejen más que una sociedad a la que intentaremos construir con las migajas que nos lanzaron.

—¿Temes a las personas? —preguntó confundido— Eso no tiene sentido.

—Tampoco tiene sentido que hayas disuelto un minotauro y no tengas ni puta idea de como sostener una espada. Eso no tiene ni una pizca de sentido.

Percy se ruborizó hasta las orejas y aquella vista le pareció bastante divertida a la hija de Zeus.

Suspiró, haciéndole una seña al chico para que se sentara. Pero no muy cerca de ella, no le gustaba que invadieran su área física.

—No es para tanto. Exageras.

—Lo mataste con tus manos.

—Usé el cuerno.

—Que le arrancaste.

—¡Pero estaba desesperado! ¡No sabía que estaba haciendo! —exclamó como último recurso.

—Cuando yo estoy desesperada, uso un palo para atacar, una piedra o el filo de una lata para cortar lo que está a mi alcance, no me lanzo como una troglodita hacia la muerte.

—Igual lo vencí —repuso con voz aguda, casi ahogada—. Pero él se llevó a…

Se quedó callado, sin saber que decir a continuación.

Sabía lo que estaba apunto de decir; que había luchado y ganado, pero que no podía considerarse una victoria al haber perdido a su madre. Había sentido esa sensación antes, cuando destruyó a una manada de cíclopes, dos empusas, el león de Nemea y las tres grandes furias de la mitología griega, pero no pudo salvar a su hermana de su terrible final.

Hay cosas que están destinadas a suceder, y salvar a todos no era una de esas.

—Tu madre —completó por él, impasible.

Percy se estremeció y sus ojos parecieron llenarse de lágrimas. Algo se retorció en el fondo de su estómago, como si le estuvieran atravesando las entrañas con una vara a fuego vivo.

No le gustaba la sensación. Frunció el ceño y se levantó con una sacudida, deshaciéndose de la tierra en sus shorts. No le gustaba para nada. Sentía una chispa de electricidad en sus extremidades.

—Levántate —tomó su codo y lo sacudió hacia delante como si fuera un muñeco de trapo. Percy seguía sin entender como es que tenía tanta fuerza al ser una chica tan joven, sus ojos parecían arder en llamas molesta—. No te atrevas a cortar tus palabras.

—¿Cómo…? —preguntó confundido, pero lo cortó antes de acabar— No entiendo.

Los labios de Basil quedaron en una fina línea, su expresión era fría.

—Deja tu actitud débil —le remarcó con voz cruel, sin rastro de la chica de hace minutos atrás—. Deja tu postura blandengue. Mientras más te doblegues, más intentarán pisarte. Si vas a hablar, entonces termina la frase completa. No seas un imbécil.

Percy sacudió la cabeza, empezando a molestarse. Seguía diciéndole que era débil y estúpido con cada oración que salía de su boca. Comenzaba a cansarse de su actitud mandona y prepotente, aunque de cierta forma, sentía un cosquilleo en su estómago, lo cual involucraba sus mejillas rojas y sus orejas calientes.

Detestaba esa sensación. Se sentía expuesto.

Armándose de valor, se sacudió de su agarre y retrocedió dos pasos. Basil pareció no importarle, lo miró con ojos duros y se cruzó de brazos, tomando su misma postura.

—Déjame —dijo con voz atropellada, molesto—. No dejas de darme órdenes y siempre eres arrogante. ¡No eres la perfección andante! Así que déjame en paz —siseó con furia ciega, ¡qué sabía ella de perder una madre! Parecía una chiquilla rica que siempre conseguía lo que quería, que se sentía en la cúspide de la pirámide y era bravucona con el resto. Detestaba ese comportamiento, y le molestaba más el hecho de que siempre sentía sus entrañas retorcerse cuando lo miraba o se acercaba un poco.

Se sentía furioso por una extraña razón que no comprendía, como si el río a su lado le hubiera dado el coraje para enfrentarla.

Basil le sonrió, arrogante.

—No me creo perfecta —dio dos zancadas largas en su dirección e invadiendo su espacio personal, algo impropio de ella—. Soy perfecta. Ninguna otra persona me ha vencido jamás, no me han logrado hacer un solo rasguño.

Percy bufó.

—Solo te temen porque te crees muy fuerte, pero eres patética.

Basil parecía verdaderamente divertida.

—Me temen porque saben que soy mejor, mucho mejor de lo que jamás serán. ¡Soy una hija de Zeus! —exclamó arrogante— Tengo a todo el campamento comiendo de mi mano porque aprendí a hacerme respetar ante mi posición. No me doblegué, ni me dejé arrastrar por las nimiedades. Fui fuerte y pisé a quien tenía que pisar, niño algas.

«¿Niño algas?»

Ignoró el apodo, rabioso por la arrogancia de la chica.

—¡No has sufrido nada en este lugar! —exclamó, harto— ¡No has tenido que pasar por nada malo en toda tu vida! Tu misma lo dijiste, te temen, pero te odian y estoy seguro de que desearían verte caer.

Sin siquiera darse cuenta, Percy había tocado un punto que no debió tocar.

La había cagado.

No supo ni como, ni en que momento fue, pero de repente su vista dio una sacudida fuerte de 360°

Retrocedió, tambaleándose sin darse cuenta de lo que realmente había pasado. Empezó a sentir como algo se deslizaba por su barbilla y al tocar, notó un gran río de sangre que salía de su nariz y boca.

Lo había golpeado, y aunque al principio no sintió dolor alguno, todo pareció cambiar en un santiamén. El ardor lo hizo desestabilizarse, pero antes de poder caer al río, Basil lo tomó de la camiseta y lo arrastró lejos de él.

Se topó con su mirada impasible. No era ni fría, ni desagradable o irritante, mucho menos arrogante. Solo era… sin expresión. Había una indiferencia que lo alarmó, daba mucho más miedo cuando no parecía estar sintiendo nada.

—Te debo el mérito —le murmuró, casi sin mover los labios—. Haz acertado una.

Tragó en seco y se arrepintió cuando el sabor metálico invadió su paladar. Era repugnante.

Intentó decir algo, pero se dio cuenta que se hallaba mudo. La reacción de Basil lo había tomado por sorpresa.

—Es cierto que me quieren ver caer —susurró en su oído, sin alejar la mirada de sus ojos. Se estremeció involuntariamente, le calaba hasta los huesos—. Pero me encargaré de que eso nunca suceda.

Antes de que pudiera recuperar el habla, lo soltó de la camiseta y cayó al lodo del río; cuando logró salir a la superficie, estaba solo. Solo quedaba una fuerte fragancia que lo hizo sentir mareado.

Respiró agitado, comenzaba a sentir como algo se retorcía en su estómago. Era como el vértigo.

No tenía idea de que comenzaba a manifestar sentimientos por la hija de Zeus.

♠️♠️♠️

Atte.

Nix Snow.

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