Capítulo 5: Consejera.

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—¿Hay una película de orientación? —preguntó incrédulo después de un gran tramo de conversación en el que Basil decidió no entrometerse.

Basil bufó harta de todo eso.

—Esa basura no sirve.

—Permítame, señorita Basil —Hubo una pausa—. Pues bien, Percy. Sabes que tu amigo Grover es un sátiro. Has matado al Minotauro. No una hazaña pequeña, muchacho. Lo que probablemente no sepas es que los grandes poderes están en trabajo en tu vida. Dioses (las fuerzas que llamas dioses griegos) están muy vivos.

—Lamentablemente.

Hubo un trueno que irrumpió en el cielo despejado. El señor D miró a la pelinegra con cansancio.

—Ya hemos hablado de esto —Parecía aburrido—. Nada de insultar a los dioses. No todos se lo toman tan bien como yo.

—Sabes que es una tarea imposible —le respondió al dios—. Me fascina ser una molestia.

Mientras ambos mantenían una conversación ajena al resto, la conversación entre el nuevo campista y Quirón avanzó hasta que Basil ya no entendió en que parte iban.

—Zeus —escuchó decir a Percy—. Hera. Apolo. Se refiere a ellos.

Volvió a tronar.

—Chico —dijo el señor D con semblante imperturbable—. Realmente debería ser menos casual acerca de tirar esos nombres alrededor, de ser tú.

—Y yo que me creía insolente —mencionó Basil, resoplando de aburrimiento—. Este tal Percy es mucho más impertinente.

—¿Disculpa?

—Disculpado, corazón.

Percy se quedó con la boca abierta, al igual que Grover, quien jamás la había visto decir un apodo cariñoso en todo su tiempo en el campamento. Aunque ambos estaban sorprendidos por diferentes razones.

—Basil, querida —la llamó el señor D, esta vez sin equivocarse en su nombre. Percy notó lo parecidos que eran en cuanto a lo mezquinos y maleducados; como si nada ni nadie les importara—. Ya sabes que opino de este tipo de situaciones, así que hazlo en otra parte.

Parecía una conversación en la que solo ambas personas entendían. Nadie más comprendía de lo que estaban hablando.

—Como sea —dijo la menor—. Necesito entrenar.

Se levantó, dispuesta a marcharse.

—Señorita Green...

Basil suspiró, cansada.

—Puedes llevarlo conmigo cuando terminen su charla. Mientras tanto, deseo estar sola.

Y se fue, dejando una curiosidad enorme en Percy, quien nunca lograba guardar la distancia entre la curiosidad y lo entrometido.

(…)

—¿Quién es ella, exactamente?

Grover lo miró con ojos nerviosos.

—Es una campista, te lo he dicho antes.

—No, Grover —le dijo—. Me refiero a quien es su padre.

Un trueno resonó en el cielo despejado. El chico cabra pareció aún más nervioso, casi aterrado por el extraño trueno.

—No creo que sea bueno que te lo diga. Deberás preguntárselo tú mismo, ¡bee-ee! —Ambos llegaron a un ruedo, en el que habían muchos chicos con camisetas naranjas y espadas con filo. Notó, con cuidado, que Basil estaba en un extremo lejano, practicando con un arco y flechas.

—¿Por qué no puedes decírmelo tú? No creo que le agrade mucho como para preguntarle.

Grover lo miró de reojo mientras se acercaban, muy lentamente, a la chica que causaba tanto pavor en el de cabello rizado.

—Si no le agradaras, estarías en la enfermería —lo miró de reojo. Percy no entendió a que se refería.

—Quirón dijo que ella me ubicaría en el campamento —murmuró—. Que sería mi consejera.

—Solo será por un tiempo —le aseguró—. No permanecerás tanto tiempo a su lado. Solo será así mientras te acostumbras y aprendes del lugar. Para tu suerte, Basil no es de las que suele estar pegada a sus pupilos. Te dejará tranquilo la mayor parte del tiempo.

Percy notó que lo decía como una forma de consuelo, como si estar cerca de ella fuera un suplicio.

Se preguntó que había pasado entre ambos como para que Grover le tuviera tan poco estima o para que en verdad temiera estar cerca de la chica. Se veía bastante normal, quitando que era muy directa, casi hasta lo blasfemo.

—Allí está —le señaló en la dirección de la chica, donde seguía lanzando flecha tras flecha, dando siempre al blanco. Sus manos iban rápido, como si su puntería siempre hubiera sido así de buena—. Aquí es donde te dejo. Debo ir con el señor D...

Parecía realmente infeliz.

—¿Pasa algo?

Grover negó con frenesí.

—No es nada —dijo con la voz temblorosa, su rostro empezaba a chorrear sudor con mucha rapidez. Era obvio que mentía—. Solo es protocolo. Nada de lo que preocuparse.

Se fue corriendo sin esperar una respuesta de Percy.

Sin saber que más hacer, se acercó a paso torpe en dirección a Basil, quien seguía disparando de tres o cuatro flechas al mismo tiempo.

No lo miró en cuanto se colocó a su lado, solo se detuvo cuando las flechas dejaron de aparecer en su carcaj.

—Eres... buena.

Basil lo miró de reojo.

—Vamos —le dijo, ignorando su halago—. Te mostraré el lugar.

Soltó el arco y dejó todas las flechas clavadas en el blanco. Nadie pareció molesto por ello, era como si pudiera hacer lo que quisiera y nadie diría absolutamente nada en su contra.

Percy se preguntó porque.

Basil consultó en un reloj que llevaba en la muñeca. No sabía que hora era, pero a juzgar por el rostro de ella, era tarde.

—Aún tenemos tiempo para un paseo por el campamento. Después te llevaré a tu litera y te explicaré lo que no has logrado comprender.

Ambos marcharon, sin decir nada más.

Pasaron por el hoyo de voleibol. Varios de los campistas se dieron un codazo el uno al otro. Uno señaló el cuerno de minotauro que Percy llevaba. Otro dijo: «Es él».

Al ver que estaban llamando mucho la atención, Basil les mandó una mirada fría que logró hacerlos apartar la mirada. Era obvio que ella tenía la autoridad en el campamento, aunque, a pesar de enviarles miradas llenas de advertencia, algunos tenían la osadía de ver un poco más de lo necesario.

A pesar de que Basil y Percy no empezaron nada bien, el azabache agradecía que alejara la atención que tanto detestaba. Tal vez no era tan mala, solo un tanto extraña y distante con las personas.

Pronto notó que la mayoría de los campistas eran mayores que ambos. Los sátiros eran más grandes que Grover, todos ellos trotando en camisetas naranja de CAMP HALF-BLOOD, con nada para cubrir sus melenudos traseros desnudos.

Percy no era normalmente tímido, pero la forma en que lo miraban le hacía sentir incómodo. Se sentía como que estaban esperando que diera un sopetón o algo así.

—No les des el gusto.

—¿Cómo? —Se desconcertó.

Basil lo miró de reojo mientras pasaban al lado de un par de campistas que no solo lo miraron a él, si no que le echaron una mirada larga y tendida a la chica que se había convertido en su consejera temporal.

Apartaron la mirada en cuanto vieron que la pelinegra no se las regresaría, aunque lo intentaran por horas.

—Mientras más cohibido estés, más se sentirán con el derecho de mirarte y señalarte.

Se dio cuenta que era una clase de consejo, como si en verdad le preocupara la incomodidad de Percy.

Nuevamente, entendió que no era tan mala. Solo muy, muy inexpresiva y directa. No se andaba con pelos en la lengua.

Asintió, dándole la razón.

Percy miró hacia la granja. Era mucho más grande de lo que había percibido (cuatro pisos de altura, cielo azul con adornos blancos, como un balneario de lujo). Estaba mirando a la veleta del águila de bronce en la parte superior, cuando algo le llamó la atención; una sombra en la ventana más alta del ático.

Algo había movido la cortina, solo por un segundo, y tuvo la clara impresión de que estaba siendo vigilado.

—¿Qué pasa ahí? —preguntó, sin reparar a quien le estaba preguntando.

Basil miró hacia donde señalaba con aire aburrido, hasta que sus ojos cayeron en el ático y la chica bufó, nada sorprendida.

—Es el ático —le explicó—. No mires mucho. No es lugar para los novatos.

Percy hizo una mueca, no había logrado responder su pregunta.

—¿Alguien vive ahí?

—No hay nada vivo allí. Nada que pueda ser de tu interés; solo un montón de trofeos de guerra, algunas trampas de la cabaña once, un montón de medallas empolvadas y momias con telarañas.

Percy se preguntó si estaba bromeando, pero Basil no parecía ser la clase de persona que bromeaba con un desconocido.

—Vamos, aún hay más cosas por ver.

Caminaron a través de los campos de fresas, donde los campistas estaban recogiendo sacos de bayas, mientras que un sátiro interpretaba una melodía en una flauta de caña.

Basil le explicó como el campamento cultivaba una buena cosecha para exportar a los restaurantes de Nueva York y el Monte Olimpo. Donde recibían una buena cantidad de plata y dracmas, que era el dinero de los dioses.

—Paga los gastos —le explicó—. Las fresas son fáciles de cosechar.

Le contó que el señor D tenía un gran efecto en plantas con frutos: Se volvían locos cuando él estaba cerca. Esto trabajaba mejor con las uvas de vino, pero el señor D se limitó al cultivo de estas, por lo que crecieron fresas en su lugar. Aunque el señor del vino parecía muy decepcionado con que no fueran uvas.

—Es parte de su castigo —le dijo mientras caminaban entre las fresas y tomaba algunas, para después comerlas—. El señor del cielo decidió que sería lo suficientemente malo para que se la pensara mejor antes de desobedecer sus órdenes nuevamente.

Igualmente, ningún campista dijo nada cuando siguió arrancando fresas, y si opinaban algo, se lo guardaban. No creía que estuviera permitido comer de las fresas.

Basil le tendió una cuantas y Percy las tomó con gusto. Eran dulces y sabrosas, algo que su estómago en verdad agradeció.

Le surgió una duda mientras veía a un sátiro tocar la flauta.

—Grover no se meterá en demasiados problemas, ¿verdad? —le preguntó a Basil, con voz cautelosa. Se había mostrado paciente y educada en todo el recorrido, pero no quería tentar a la suerte—. Quiero decir… él fue un buen protector. De verdad.

Basil suspiró, como si hubiera estado evitando esa pregunta. Caminó entre las fresas y jugueteó con una daga que no sabía de donde había salido.

—Grover tiene demasiadas expectativas de su trabajo —empezó a contar—. Lo he conocido por años y puedo decir que no es del tipo de sátiro que se deja doblegar por un no. Sin embargo, tiene que demostrar que es muy valiente, pero para ello debe ser un guardián con gran éxito; encontrando un campista nuevo y trayéndolo sano y salvo al campamento —Notó como dijo las últimas palabras con amargura, como si en verdad sopesara lo último.

—¡Pero él lo hizo!

—Podría decirse que sí —dijo Basil—. Pero no es mi lugar juzgarlo. El señor Dionisio y el consejo de los ancianos son los que deciden su destino. No creo que vean este resultado como exitoso.

Percy se sintió furioso.

—Tendrá una segunda oportunidad, ¿verdad?

Basil bufó, casi con burla en su expresión insolente. No parecía cómoda con la conversación, pero tampoco se detuvo al hablar.

—Esta era la segunda oportunidad. El consejo no se encontraba especialmente ansioso de darle otra; después de lo que sucedió la primera vez, hace cinco años en la colina mestiza —Hubo un atisbo de melancolía en su mirada, pero tan rápido como llegó, se fue—. Quirón le aconsejó esperar más tiempo antes de intentarlo de nuevo. Le advertí al viejo centauro que no era buena idea, que no estaba preparado; debía esperar más. Prepararse correctamente. No estaba listo. No aún, al menos. Para ser un sátiro, todavía es muy pequeño...

—¿Pero qué edad tiene?

—Veintiocho años —dijo como si nada.

—¡Qué! ¿Y está en sexto grado? —la pelinegra notó su sorpresa.

Basil negó con la cabeza, haciéndole notar que no entendía su punto.

—Los sátiros maduran más lento que los humanos, Percy —dijo con gesto severo, como si él en verdad debiera saber todo eso—. Grover se ha visto exactamente igual por los últimos seis años.

—Eso es horrible.

—Lo es —concordó con él—. Aún así, Grover maduró demasiado tarde, incluso para los estándares de sátiros. Además, su magia no está bien desarrollada, no logra hacer mucho con ella. Pero a pesar de sus limitaciones, siempre estuvo ansioso por cumplir su sueño. Espero que esta vez decida elegir otra carrera, necesita un buen escarmiento para entender que no está hecho para ser un buscador...

—No es justo —la interrumpió Percy, sin siquiera notarlo. Basil le dirigió una mirada curiosa, como si fuera alguna clase de espécimen extraño—. ¿Lo que sucedió la primera vez? ¿Fue tan malo?

—Absolutamente lo fue —le aseguró, casi ofendida—. Una chapuza horroroza. Incluso para los semidioses fue trágico.

—¿Pero cómo es que pudo...?

—No más preguntas —Parecía molesta, su voz sonó con un tono mordaz, como si planeara arrancarle un pulgar de un mordisco si seguía indagando en el tema—. Aún falta mucho por ver.

♠️♠️♠️

Pregunta:

¿Qué creen que pasará?

Atte.

Nix Snow.

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