7. LAS AMERICANAS

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Recapacité durante un segundo. Estaba a salvo.

Juntas volvimos a la sala. Me tranquilizó diciéndome que había hablado con sus compañeras y que habían decidido que para mí iba a ser más seguro quedarme con ellas antes que salir. Alguien les había contado que los alrededores de la plaza se habían convertido en una guerra urbana horripilante.

La verdad es que, por entonces, no entendía muy bien lo que me decía cuando hablaba. Pero solo nos costó unos pocos días encontrar la fórmula. Por miedo o no sé por qué, confíe en ella. Aunque seguramente al principio fuese porque se trataba de ella, de Jude, de la cantante de uno de mis grupos favoritos.

La seguí y llegamos de nuevo a la sala. Esa fue la primera vez que nos vimos de verdad. Bueno, que ella me vio, porque yo ya la había visto en mi cabeza cada vez que bajaba la aguja del tocadiscos y que el vinilo comenzaba a girar.

Al entrar, todo el mundo estaba mucho más calmado y la sala mucho más vacía también. La mayoría del equipo estaba preparando y cargando los instrumentos y todo lo que habían traído consigo las cuatro chicas. Evelyn, Jordanne y Gabrielle se esparcían en un sofá de cuero marrón, desparramadas y visiblemente cansadas. Nos colocamos junto a ellas en dos butacas laterales, y me quedé en silencio sintiéndome incómodamente examinada. Las miraba ahí sentadas, frente a mí, y parecían venidas de otro planeta. Cuando me di cuenta, reparé en que estaba rozando con las palmas de las manos el vestido que Juana me había prestado y que me había parecido increíble y moderno. ¡Qué ilusa! Ellas de vez en cuando me miraban y después volvían a mirar a otro lado, resoplando en ocasiones o frotándose los ojos. Hasta que Jordanne, que parecía la más impulsiva de las cuatro, se levantó de golpe y porrazo, y vociferó algo que no logré comprender, pero comprendí por el tono de su voz que estaba realmente enfadada. Me fulminó con la mirada buscando una respuesta que yo no le pude dar:

—Eh, perdona, no te he entendido —conseguí decir susurrando, nerviosa como un flan.

—Dime, ¿cuándo podremos salir de acá? —preguntó Jordanne irritada, con un acento inglés terriblemente cerrado.

—Jordanne, por favor... Tienes que perdonarnous, okay... —dijo dirigiéndose a mí esta vez—. ¿Cómo es tu nombre, tía?

—Carlota.

No levanté la mirada del suelo, pero Jude se acercó y me levantó el mentón para que la mirase.

—Yo soy Jude, hola —dijo dibujando una amplia sonrisa.

—Lo sé.

—Perdónanos, Charlo... Carlota. Lo que pasa es que somos muy nerviosous. No sabemos muy bien qué ha pasado. Por qué han entradou los malditous policías.

—Yo tampoco lo sé. Pero creo que es porque hemos sido demasiado alborotadores.

¿Alborotadoures? What does it even mean, fella? —preguntó Gabrielle suavemente, con expresión de no haber entendido una palabra.

—Sí, eh... ¿Locos? Creo... —apuntó Evelyn.

—¿Locos?

La cara de sorpresa de todas fue bastante reveladora. Estaba claro que no relacionaban la locura con un público emocionado disfrutando de su música favorita.

—Sí, locos —les dije—. Aquí no es muy normal ver a la gente comportarse así. Tan... emocionados —Traté de utilizar palabras que ellas pudiesen entender.

—Oh, got it... —dijo Gabrielle asintiendo.

Después de eso, Jordanne se sentó, y como el tiempo pasaba y no nos venían a buscar, la conversación comenzó a fluir, y de ahí pasaron a interrogarme de una forma abrumadora. Pero comprendí que se trataba de curiosidad y asombro, sobre todo. Primero, si era muy normal que la policía interrumpiese eventos como ese. Después, me contaron también que habían visto Eurovisión y que habían conocido a la ganadora en un viaje a Londres, que entonces les pareció que España era un país bastante progresista. Me preguntaron si no lo era. Sabían que el país quizá era algo más serio y religioso que el suyo, pero no tan cerrado como para prohibir uno de sus conciertos. De hecho, les habían tratado estupendamente en su llegada al aeropuerto, aunque estaba claro que el régimen no simpatizaba mucho con ellas y su estilo. Estaban realmente aturdidas. Más perdidas que un pulpo en un garaje.

—Pero, esto es normal también en Estados Unidos, ¿no? Quiero decir, si la cosa se pone comprometida..., ¿no hay policía? —pregunté.

No era yo una muchacha del todo ignorante. Por supuesto, sabía que la cultura de otros países era muy diferente a la nuestra. Había visto aquellas manifestaciones y también era consciente, por lo que había visto en los últimos tiempos, de que la música y los libros aquí no llegaban sin ser revisados antes. Pese a todo, no era un entendimiento real. Me faltaba mucho por saber, mucho por aprender y mucho por ver. Además, desgraciadamente, la manipulación de información hacía más difícil todavía abrir los ojos.

Yeah... The police is there I guess, but nou para estas cosas. The music is free, C. —dijo Gabrielle reclinándose hacia atrás, estirando sus pies descalzos y sacando una pipa donde, seguro, por su intenso aroma, no había solo tabaco.

—Está la policía en sitios peligrosos, nunca es en la música. A veces en las manifestaciones... pero siempre pedimous que se escuchen nuestros derechos pacíficamente —explicó Eve.

—Es verdad, ¿recuerdas, Eve? Desde el escenariou del festival de San Franciscou se veía un montón de gente abrazándozse y gritando, ¿alborotadores? Como hoy —recordó Jude emocionada—. Unos llevaban flores en el pelo en señal de paz, algunas habían montado una mesa para recoger firmas contra la guerra de Vietman... ¡Fue una maldita pasada! —exclamó divertida—. But... nunca policsía así de mal.

Así terminaron hablando de aquel festival que había tenido lugar en San Francisco el verano anterior. Allí miles de personas se habían concentrado para protestar contra la guerra a través de la música. Yo les escuchaba con los ojos como platos. Percibí cómo se me salían de las cuencas. ¿Luchar contra la violencia a través de la música? ¿Derechos? Me parecía algo bastante imposible. Una especie de chiste de mal gusto. Para empezar: ¿se podía protestar contra una guerra? Aquí no se podía rechistar. Solo unos años antes de aquel concierto, habían echado a profesores y alumnos de la universidad por intentar opinar. Por no hablar de las personas encarceladas, muertas y olvidadas. ¿De verdad la policía no hacía nada?, ¿dejaban que los jóvenes se reuniesen para protestar y encima montando un cuadro musical?

Todas las cosas increíbles que estaban aconteciendo en América parecía imposible que ocurriesen en España. Y alcancé a asimilar el porqué de su asombro. Estaba claro que esperaban encontrarse con una situación muy diferente, y que no estaban para nada familiarizadas con un lugar tan controlado como Madrid. Les expliqué que, para llegar a conocer España de verdad, había que quedarse más tiempo y había que hacer algo más que dar un concierto en una plaza de toros que aparentaba haber sido transportada desde otro punto del globo y colocada en medio de la ciudad como si nada. Además, me parecía imposible conocer el país y su situación sin salir de la capital; si hubiesen visto Coela terminarían entendiendo que nada era lo que parecía.

Una hora después, Gabrielle ya había sacado whisky de un armario, y se nos había olvidado por qué estábamos encerradas en aquella habitación casi vacía. Hablábamos con tranquilidad sobre nuestras vidas. Sus historias no dejaron de fascinarme. Incluso nos reíamos las unas de las otras. Jordanne hablaba bastante bien español, pues sus abuelos habían emigrado a los Estados Unidos desde México. Sin duda la que peor se comunicaba era Gabrielle. Jude y Evelyn me contaron entre carcajadas que se habían esforzado mucho con los idiomas en sus giras, sobre todo, cuando se dieron cuenta de que si no hablaban más o menos bien el idioma del país en el que se encontraban terminaban desayunando, comiendo y cenando pizza and cola porque era lo único que conseguían. Y que una vez en Japón, tuvieron que correr en busca de un hospital porque Eve, que era alérgica al sésamo, se había comido tres platos de Ramen. Y nunca supo decir que era alérgica.

—Nos vamos. —El hombre que me había echado abrió la puerta para decir aquello y volvió a marcharse tras un portazo.

Las chicas se levantaron rápidamente y comenzaron a recoger sus bolsos y chaquetas. También el tabaco y unas monedas sueltas que había sobre una mesa. Eve cogió el whisky y lo guardó en el bolso de tela de Jude. Cuando terminaron, se colocaron frente a mí y me miraron.

—¿Qué? —les dije.

—¿Sabezs llegar a casa? —Jude puso una mano en mi mejilla—. ¿Sabezs?

—Sí —dije que sí, pero en realidad, aunque hubiera sabido llegar a mi casa, no quería salir sola. Hacía rato que ya no se escuchaban ruidos, pero aún estaba bastante asustada.

—¡Jooohn! —gritó Jude, y el hombre volvió a aparecer—. John, vamous a acompañar a Carlota a szu casa.

—¿No puede ir sola?

—Claro que nou, tío, ¿has vistou lo de ahí fuera?

John no dijo nada más. Salió por delante de nosotras para guiarnos hasta una furgoneta enorme de color oscuro. Efectivamente, ya no había nadie en la calle. Solo quedaban en el suelo botellas rotas, papeles quemados y sangre seca en el asfalto. Ya era de noche, pero todavía hacía un calor abrasador.

—Sube, dude —me indicó Jude quitándose la chaqueta—. Está un poco suzsia, pero...

—Es perfecta —afirmé.

Subí a la furgoneta y ellas subieron detrás de mí. John se sentó en el asiento del conductor, encendió la radio y sintonizó los Cuarenta Principales a todo volumen. No hablamos en todo el trayecto, y pronto llegamos hasta mi portón, en la Calle de los Artistas. Cuando aparcamos, Jordanne se acercó a mí y desde dentro me abrió la puerta, invitándome a salir. Bajé con cuidado y, cuando alcancé el suelo, la puerta de la furgoneta se cerró tras de mí. La furgoneta arrancó sin más demora.

Sola, en aquel silencio exclusivamente henchido con el viento sur de la noche, me quedé respirando unos minutos. Pronto salió el sereno para abrirme y subiendo las escaleras me acordé. Juana, María, Pepe y Fran, ¿dónde habrían terminado? Me sentía una persona horrible. Con los disturbios me había olvidado completamente de mis amigos y, al llegar a un lugar seguro, un lugar además único por la presencia de aquellas muchachas tan diferentes, supe que estaba a salvo y no fui capaz de acordarme de nadie más que de mí, mi familia y de la cárcel. Subí las escaleras a todo correr, rezando, como hacía mi madre, para que aquella sangre seca del pavimento no fuese de ninguno de ellos.

La intranquilidad dio paso a la calma unos minutos después. Entré en mi habitación y casi sin darme tiempo a quitarme el vestido, algo chocó contra la ventana. Después, escuché la voz de Juana que me llamaba. Abrí y allí estaban todos:

—¡Carlota!, ¿estás bien? —chilló.

—¡Sí!, ¿y vosotros?

—¡También! Nos vamos a casa. Nos vemos mañana

Vi que Pepe tenía un ojo amoratado.

—¡Pepe! ¿Qué te pasó?

—¡No es nada, Carlota! Un policía un poco torpe. —Su humor era infinito —. Descansa, ¡nos vemos mañana!

Mi madre irrumpió en la habitación.

—Vaya horas, guaja. Diles a tus amigos que pa casa, que ye tarde.

Cerró la puerta y se marchó.

Me alivió saber que no estaba al corriente de lo sucedido. Nunca lo supo. Ni ella, ni nadie, excepto los que tuvimos la mala fortuna de vivirlo en riguroso directo.

—¿Y Fran? —pregunté antes de cerrar la ventana.

—Lo han detenido.

—¡Calla, ho!

—Sí. Pero no te preocupes, Carlota. No es la primera vez, seguro que mañana lo sueltan. Fran se conoce los calabozos tanto como su propia casa.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro