9 🐺 Comprensión

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Italia

Santa Margherita Ligure

Imperiale Palace Hotel

La fiesta había sido por todo lo alto, desde la mejor vajilla hasta el perfecto souvenir para cada invitado. En el atardecer la pareja realizó su primer baile de casados en un sector al aire libre del hotel. Ella se quitó la capa con capucha para entregársela a Vittoria y él la sujetó de la mano para caminar hacia la pista que se había armado para la ocasión.

―Estoy algo preocupada porque no tengo idea qué pasará después de esto.

―¿A qué te refieres?

―¿Viviremos en ese departamento donde me instalé? ―preguntó intrigada con el ceño fruncido―. Siento que me asfixio ahí, es muy lindo, pero necesito libertad.

―Tengo una casa a las afueras de Génova, pensé en esa casa para vivir.

―No importa dónde, no quiero un lugar sin verde, me siento enjaulada y no pretendo mucho.

―Vivirás como una reina y podrás hacer lo que quieras allí.

―No quiero vivir como una reina, pero es lo que me tocó. Aunque no estoy del todo conforme por las circunstancias en las que llegué a esto, tampoco puedo despreciarlo ―dijo con sinceridad―. No sé tampoco por qué te cuento estas cosas si prácticamente nos conocemos poco y no sabemos nada del otro. Pero siento la necesidad de decirte estas cosas, me salen sin planearlas.

―Lo sé, percibo tu sinceridad y que me dices las cosas de manera espontánea y sin vueltas.

―Es raro, todo es raro... Y quiero que Ambarino viva en esa casa también, no voy a dejarlo y ni tampoco lo regalaré.

―No te pediría que dejes a tu mascota.

―Gracias ―le dijo con una sonrisa.

Valentini le dio un beso en la mejilla.

El ardor de la piel que le produjo el beso de Amos en ella fue instantáneo y se extendió por todo su cuerpo.

Luego intercambiaron pareja de baile y más tarde se continuó entre los demás invitados. Millennia por un momento dejó de ver a Amos, quien había desaparecido entre las personas y la joven se alejó de allí para ir a ver dónde se encontraba.

Lo divisó en un rincón muy alejado del salón donde habían almorzado y merendado. Estaba de espaldas a ella y sujetándose contra la pared que tenía frente a él con la cabeza gacha. El Siberiano inspiraba y expulsaba el aire con lentitud, calmándose, controlándose para que el aroma natural de la muchacha no lo impregnara todo. Si estaba muy distante de ella, podía sentirla con sutileza, pero ahora sabía que estaba muy cerca de él porque la olía como si estuviera a su lado.

―¿Amos, está todo bien? ―cuestionó acercándose a él.

―Sí, no tienes porqué seguirme ―escupió con molestia en su voz, aunque no pretendía para nada espantarla con su poco tacto en aquel momento.

Quería decirle muchas cosas, pero sabía que podría salir corriendo de su lado porque creería que todo era una locura.

Millennia quedó petrificada por su respuesta, los ojos le ardieron y la barbilla le tembló, pero no estaba mal por aquellas palabras, aunque las había sentido algo crueles, esa manera de contestarle fueron la gota que le había colmado el vaso para llorar por todo lo que le estaba sucediendo. Se giró en sus talones y salió de allí sintiendo él, el taconeo de sus zapatos. Cuando se dio vuelta para mirar cómo se alejaba, sus ojos se volvieron azules por completo.

Antes de la cena nupcial, Vittoria le avisó a su hermano que no había visto a su esposa y que quería devolverle la capa. Amos le dijo que no se preocupara y que él la iría a buscar para darle la capa también. Se guio por su esencia. La encontró en el lugar donde se habían terminado de sacar la última foto cuando se habían besado. Esta vez estaba casi oscuro salvo por los faroles del hotel. Ella miraba el mar, viendo cómo la luz lunar brillaba en el agua.

―Parece plateado, ¿no?

―Sí, lo parece. Te estuve buscando por todos lados. Vittoria me dijo que no habías ido con los demás.

―No me siento cómoda.

―Pero es nuestra boda.

―Nadie se percatará de que la novia se ausentó por unos minutos.

―Media hora pasó.

―Estoy cansada. ¿Cuánto más durará esto?

―Hasta la medianoche o quizás hasta la una.

Millennia agachó la cabeza y se quebró.

―Ya no lo puedo resistir más, ya no me sale mantener la sonrisa para los invitados, estoy agotada ―lloró con congoja.

El hombre la abrazó por los hombros y la apoyó contra su pecho para que llorara con tranquilidad, pero quiso hablar de lo que la estaba perturbando.

―Se suicidaron, estoy segura de que eso hicieron ―respondió con la voz quebrada.

―¿Por qué crees eso? ―Unió las cejas con intriga.

―Porque eso parece. Aunque no lo sé la verdad.

Los ojos de Amos cambiaban de color constantemente.

―Luego de cenar si quieres, nos podemos retirar.

―Sí, por favor ―le expresó con sinceridad levantando la cabeza y mirándolo a los ojos.

Un leve destello lila fue lo que Millennia observó en los ojos del hombre, pero se mantuvo callada. Y él no sintió su efusividad en la respuesta, percibía el cuerpo de la chica cansado, dolorido y agotado por todo lo que había vivido desde hacía casi dos meses atrás.

―Millennia... discúlpame por lo anterior, no debí hablarte así, no era manera... ―admitió, pero ella se puso en puntas de pie para llegar a sus labios para besarlo y así decirle que lo perdonaba.

―Me molestó tu actitud, pero tuve un cúmulo de cosas y no pude evitar llorar.

―Es lo más comprensible. ¿Volvemos? ―la tomó de las manos.

―De acuerdo.

―Pero antes... déjame cubrirte con la capa, el aire está fresco.

―Te lo agradezco ―sonrió y dejó que le prendiera la capa por delante.

La abrazó por los hombros para darle un beso en la frente y después le tomó el brazo para entrelazarlo con el suyo, sujetar su mano y caminar hacia el interior del hotel.

Para las ocho y media de la noche, se sirvió la cena nupcial y Amos estuvo atento a ella en todo momento. Se acercó a la joven para hablarle;

―Después de la cena, cortaremos el pastel y nos podremos ir, ¿te parece?

―Está bien, no había pensado en eso.

Alrededor de las diez de la noche, cortaron el pastel y fue el turno de Amos darle un pequeño pedazo de este a Millennia con la mano. La joven quedó extrañada, pero comió de su mano, lo mismo hizo ella y el hombre sujetó con delicadeza la mano para chupar sus dedos untados en chocolate y crema de avellanas.

Media hora después, la pareja se retiró de la fiesta nupcial.


🐺🐺🐺


Suite

Amos dejó que pasara primero Millennia al interior y él cerró la puerta a sus espaldas. La joven se quitó la capa y la dejó sobre una de las sillas. Miró las cajas acomodadas en un rincón y una maleta que no había visto antes.

―¿Y la valija? ―preguntó con curiosidad.

―Es tuya. Mis hermanas y mi madre se tomaron el atrevimiento de comprarte ropa.

―¿Por qué? ¿La que uso no es adecuada? ―Quiso saber.

―¿Has ido de vacaciones alguna vez, Millennia?

Ella negó con la cabeza.

―Siempre me quedé en la finca.

―Es momento para que tengas vacaciones y conozcas algo más que solo la finca, y la ciudad de Génova.

―¿Y dónde piensas ir?

―México, iremos de luna de miel.

―Es muy apresurado.

―Después de una boda viene la luna de miel, es lo más lógico.

―Algunas parejas no la tienen. No es necesario en nuestro caso.

―Pero quiero tenerla contigo, no las tomes como luna de miel, tómalas como vacaciones conmigo.

Millennia quedó callada y solo asintió con la cabeza. Se acercó al neceser de tamaño mediano, donde había puesto un camisón con una bata junto con algunos productos personales suyos y entró al baño.

Por otra parte, Amos comenzó a desvestirse para estar más cómodo, solo se dejó el pantalón y la camisa de afuera con los primeros botones sueltos y los puños remangados. Se soltó el pelo que lo había tenido sujeto durante todo el casamiento y ya le molestaba. Fue hacia el pequeño bar del cuarto donde sirvió dos dedos de champaña en cada copa y esperó por la chica.

Cuando él escuchó la puerta abrirse, esperó para que se acercara. Ella caminó hacia su encuentro y este le ofreció la copa. Por cortesía la tomó en la mano.

Amos palpó el nerviosismo en el cuerpo de la joven y él para distraerla quiso brindar.

―¿Por qué brindaremos?

―Por lo que tú quieras.

―Brindo... porque espero... no arrepentirme de esto. Sé que fue algo planeado, pero no te conozco y aunque fueron pocas las veces que no vimos, no te conozco en realidad, no sé quién eres en verdad. No sé prácticamente nada de ti y tengo miedo de que no seas quien aparentas ser ―se llevó la mano a la boca y mordisqueó su dedo índice de nervios.

―¿A qué le tienes miedo?

―A que seas cruel y despiadado, y que termine peor de lo que ya estaba.

―Hablas de maltrato, tienes miedo de que sea un abusivo y golpeador, ¿verdad?

Millennia solo asintió con la cabeza de nuevo y vio cómo Amos dejaba su copa de champaña sobre el mueble del pequeño bar. La argentina se puso rígida y más nerviosa que antes cuando vio que sus manos estaban libres.

Dio un paso atrás de manera fingida.

―Estás tan nerviosa que siente la vena de tu cuello palpitar en mi oído ―la chica abrió más los ojos ante tal confesión―. Y acabas de echarte hacia atrás. ¿De verdad crees que soy así? ―preguntó avanzando un paso―. No vuelvas a dar un paso atrás, no te haré nada, mujer ―le dijo―, he dejado la copa en el mueble porque tenía intenciones de sujetarte de las manos. ¿Acaso no puedo eso?

La muchacha volvió a acercarse a él y dejó la copa sobre la repisa. Él sujetó las manos femeninas entre las suyas.

―Relájate ―se miraron a los ojos.

La luz que daba desde el exterior iluminaba la mitad de su rostro y más atractivo lo hacía. La joven quedó sin aliento cuando él continuaba observándola con fijeza.

En aquel momento, Amos debió poner de todo su autocontrol para no dejarle ver el cambio de color de sus ojos.

Por una extraña razón, ella presentía que algo sucedía con él, pero no sabía qué.

―¿Quién eres en verdad, Amos Valentini?

―Soy un empresario que compra, refacciona o derrumba propiedades para hacer otros edificios o mejorar las que compro.

―No me refería a eso, quien es el hombre.

Amos abrió más los ojos sorprendiéndose.

―Parece que mi comentario te removió algo, ¿verdad?

―No vas a comprender nada de lo que te diga.

―Ponme a prueba, cuéntame algo y yo te cuento lo que me sucedió desde que te apareciste en mi vida, porque desde que llegaste a la finca, nada fue igual ―le apuntó con el dedo índice―. Apareciste ese mediodía, tuviste tratos con mis padres ―volvió a puntearle el pecho, pero él se mantuvo inerte―, volviste a aparecer mil veces más cuando ni siquiera estabas cerca, me dijiste que eras vecino de la finca ―manifestó con enojo y continuó con el dedo índice contra su pecho―, tengo sueños extraños desde que llegaste, apareció un hombre con un lobo negro, incluso me encontré con Ambarino la noche anterior a tu llegada. Qué casualidad, ¿no? ―respondió con sarcasmo y ardida sin dejar de mover el dedo contra su piel―. Pues parece que ya dije todo ―su voz se quebró y apoyó la frente contra el pecho de Amos.

―¿Qué sueño tienes?

Ella levantó la cabeza mirándolo. Tenía los ojos casi llenos de lágrimas.

―Millennia no puedo verte así ―expresó con honestidad y le quitó las lágrimas debajo de sus ojos.

―Una cueva redonda y cinco lobos.

―¿Les tienes miedo?

―No, me guían hacia la cueva y soñé lo mismo más de cuatro veces.

―Ocasionalmente hay sueños que se repiten, nada más.

―Algo parecido me dijo tu padre, qué casualidad ―casi rio ante lo que escuchó de su boca.

La joven se separó de él y caminó hacia la ventana que daba al océano.

―Siento que me estoy volviendo loca ―admitió angustiada y frotándose la frente.

―No te estás volviendo loca y tampoco lo estás.

―¡Pues entonces cuéntame! ¡Dime algo! ―gritó exasperada dándose la vuelta para enfrentarlo.

―No puedo, es apresurado ―negó con la cabeza.

―Pues entonces, no te daré nada de calorcito esta noche ―dijo con ironía.

―No pretendo que tengamos relaciones, después de todo lo que te pasó, ¿crees que soy tan egoísta y cruel en pedirte que tengamos sexo? ―cuestionó uniendo las cejas―. Lo único que necesitas ahora es descansar, relajar tu cuerpo y tu mente.

La discusión fue cortada por él con aquellas palabras y Millennia agachó la cabeza mirándose las manos falsamente en la penumbra de la suite. Amos entró al baño y dejó la puerta entornada. Ella escuchó los grifos de la ducha abrirse.

Se quitó la bata dejándola en el diván de los pies de la cama y se sentó en el borde del lado de las ventanas. Quedó pensando en varias cosas, en lo que le había contado a él, en el anillo que tenía el hombre en el dedo meñique y en el destello lila que percibió cuando estaban solos en la terraza. Por un momento quedó mirando en un punto fijo y se sorprendió de pensar que posiblemente era un lobo o un descendiente de lobos, casi estalla de la risa cuando ella misma dedujo aquello. Era imposible.

Se levantó de la cama, la desarmó y se metió dentro dándole la espalda a la puerta del baño. Él se metió dentro un rato después y se acercó a ella para abrazarla por la cintura y respirarle en el cuello. Los dos se quedaron dormidos de aquel modo.

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