Capítulo 15: reconoce que lo eres.

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Mi hermano estaba enamorado de Antonio incluso antes de que aquel día tratáramos de intercambiar nuestras identidades para cumplir cada uno, la misión del otro. A él nunca se le dio bien mostrar sus verdaderos sentimientos. En lugar de hacer las cosas fáciles, se cubría de un muro de soberbia y mal humor. Nunca supe lo que pensaba de mí o de los demás y eso, a la hora de estrechar lazos fraternales, resultaba muy complicado y contribuía a que yo estuviera más deprimido y pensara que era lo más inútil sobre la faz de la Tierra. Para mí, mi hermano estaba en otra dimensión inalcanzable. Los hermanos generalmente tenían una relación de confidencialidad y hasta se contaban las preocupaciones diarias, porque la figura de un hermano era la encarnación de la confianza y el cariño que faltaba de los padres ocupados con la excusa de que trabajaban demasiado. Pero mi hermano, era alguien que estaba en mi casa e ignoraba mi presencia, quién sabe si de manera deliberada o simplemente porque, por la edad, tenía otros problemas de los que ocuparse y yo no era una de sus prioridades. Sin embargo, con Antonio resultó diferente a pesar de que realizar ese juego de máscaras para que su deshonra no fuera el tema principal de las comidillas del instituto. ¿Él, enamorado? Antes muerto. 

Él fue durante varios cursos a la biblioteca a pesar de que la única lectura que frecuentaba normalmente eran las revistas de fútbol. Con la excusa de leer varios libros sobre temas aburridos como la formación de los continentes o de la población masai, Romano se acercaba a la recepción de la biblioteca y dejaba que Antonio registrara los libros que acababa de tomar prestados para devolvérselos a mi hermano con una encantadora sonrisa que hacía temblar a Lovi de pies a cabeza. Estuvo guardando aquellas emociones que el bibliotecario le provocaba hasta que un día explotó, ruborizándose enfrente de Antonio cuando iba a devolver unos libros.  

-¿Sé puede saber que tienes conmigo para sonreírme de esa manera, eh?- exclamó mi hermano, rompiendo el reglamentario silencio de la biblioteca. Antonio chistó para que bajara la voz ya que varios alumnos estudiosos se habían girado para dirigirle miradas reprobatorias. Romano, con el ceño fruncido, se calló y esperó a que Antonio contestara a su pregunta. 

-Nada, sonrío a todos los que pasan por aquí. ¿Acaso te molesta que mi sonrisa no sea exclusivamente tuya?- preguntó Antonio pinchando a mi hermano para que se volviese a poner como un tomate. 

-¡Por supuesto que no! ¡Como si me molestara una cosa tan estúpida como esa!- aquella nueva exclamación le valió a mi hermano una nueva ronda de miradas recriminadoras. 

-Lovino Vargas, alumno de tercero y el chico más fácil de leer que ha pasado por este lugar. -Antonio le tendió los libros a Romano y este los agarró con violencia mientras intentaba mantener la vista fija en el suelo.- Y sin embargo, eres el único muchacho al que nunca he visto sonreír. ¿Por qué siempre estás tan enfadado?

-No es asunto tuyo.- replicó mi hermano, borde. Se cruzó de brazos esperando que el otro chico le echara de allí por maleducado, pero en vez de eso, Antonio seguía allí parado enfrente de él, observándolo con detenimiento. 

-Los libros no te gustan demasiado. Así que supongo que estás aquí para que yo te devuelva la sonrisa, ¿verdad? Pero creo que este es el lugar menos adecuado para ello. ¿Qué te parece si mañana vamos a la cafetería de la ciudad y tomamos un buen Capuchino? Yo te invito.

-Creo que yo sé muy bien como pagarme mis propios capuchinos. Así que me gustaría que dejaras de tomarme por tu damisela o tu nuevo juguete y empieces a hacerte a la idea de que voy a ser tu peor pesadilla si me propones algo así.- mi hermano acostumbraba a darse esos aires de gángster para intimidar. El problema, es que con Antonio no le funcionaron esos trucos. 

-Bueno, a las cinco entonces en el café. Te vendré a buscar a la salida del instituto. -dijo el bibliotecario como si nada y eso hizo que Lovi se enfurruñara más todavía. 

Estuvieron saliendo varios días más después de lo del incidente en el colegio y siempre quedaban a tomar un café. Se obró el ansiado milagro; Romano parecía más afable con Antonio y se mostraba más comunicativo con él que con cualquier otra persona, inclusive sus familiares. Inclusive conmigo. Quien sabe si las cosas hubiesen sido diferentes...


Quedaron un día en el que yo me preparaba para un examen general de matemáticas con Ludwig y Gilbert se decidía a presentar a Roderich y a Rammy. Ajeno a que en el ínterin se estaban desarrollando unas historias paralelas maravillosas y que la suya propia formaba parte de todo el compendio, mi hermano Romano, se preparaba para sonreír por primera vez en su vida a alguien que no fuera su propia imagen en el espejo.  Una sonrisa, un examen y una presentación. Todo ello mezclado como un elixir para invocar al Destino. Tiene gracia, cuando pienso en ello después de lo que ocurrió ya que las vidas, como los ríos, tienen las más extrañas maneras de desembocar en el amplio mar de la certidumbre. Confluyen entrelazándose unas con otras a la sombra de nuestra consciencia y cuando nos queremos dar cuenta, ya ha pasado todo el proceso. Las discusiones torrenciales, las conversaciones interminables como meandros, las carcajadas que alegres discurren como riachuelos que van a dar a un lago tranquilo... Palabras. Estábamos todos sujetos a las palabras de los demás y a las nuestras como lo está la inercia de un río que debe desaparecer en las turbulentas aguas del océano aunque el río recorra su cauce en apacible calma. Pero, ¿qué iba a saber mi hermano o incluso yo de la influencia de las palabras? ¡Ah! ¡Cuánto hablar de agua para referirme al lenguaje! Pero creedme; a veces es en lo único que pienso. Si al menos hubiese tenido agua...

Mi hermano entró en el café aquel día y encontró a Antonio con un hombre de lacios bucles rubios recogidos en un coletero, un rostro hermoso tiznado de vello oscuro en la barbilla y unos afilados ojos azules que escrutaban al bibliotecario con profundo interés. Lovi se acercó a ellos lentamente, pero antes de presentarse ante los dos hombres se acercó lo bastante como para escuchar los trozos de su conversación:

-He comprado el Serenata 20. Necesita algunas reformas pero creo que en un mes estará listo para la inauguración. Y necesito un buen camarero. -el hombre rubio dio un trago a su copa de vino esperando una reacción de entusiasmo por parte de Antonio. Pero en cambio, el rostro de Antonio era la representación viva de la indecisión.

-No sé, Francis. Sí que me gustaría ganarme un dinero extra como camarero. Pero no sé si podría compaginarlo con el trabajo de bibliotecario. Ese instituto mira con lupa tu expediente laboral y si trabajara en un bar de copas y además de esa guisa, no se si lo verían con buenos ojos...

-Venga, si yo también voy a participar. También tengo el oficio de camarero. Será como la casa playboy pero a la inversa. Y cuanto más exhibamos, más pasta ganaremos.-dijo Francis intentando persuadir a Antonio.- También puedes proponérselo al amigo de tu colega Ludwig...Ese chaval que me presentaste que parece que tiene el cabello de plata. 

-¿Quién? ¿Gilbert? No sé. No te digo que no le veo haciendo eso pero...Es médico y es un oficio muy respetable. Daría que hablar en su círculo... No sé, Francis. Deja que me lo piense y que lo consulte con Gil y te digo...-dijo Antonio mesándose la barbilla. 

-Sí, porque veo que tienes compañía.- dijo Francis levantándose al ver como mi hermano se acercaba a la mesa, vergonzoso y ruborizado.- Tranquilo, amour, sólo te lo he robado un rato. 

El rubio se levantó de la mesa y con un estrambótico gesto de de despedida salió del restaurante. Mi hermano se dejó caer enfadado en la silla que estaba frente al asiento de Antonio y cruzado de brazos, le dijo:

-¿y bien?

-¿Cómo dices?-dijo Antonio, desconcertado por el comportamiento del arisco recién llegado. 

-¿Quién era ese?-preguntó Lovino, susurrando entre dientes, visiblemente enojado. Entonces Antonio comprendió el porqué de que estuviera disgustado y se echó a reír.

-¿Estás celoso?- preguntó el español guiñándole un ojo.

-¿Yo? ¡Por supuesto que no!- dijo mi hermano poniendo morritos. El bibliotecario enseguida lo tranquilizó.

-Tranquilo, Lovi. No te he roto el corazón en mil pedazos. Es un antiguo amigo. Trabajábamos en un bar y ahora él se dedica a la hostelería. Ha montado un bar y quiere que yo haga de camarero...pero...No se si esto te va a gustar...

-¿Qué quieres decir?

-Es un bar de boys. Los camareros tenemos que ir bueno...en cueros, sirviendo las copas...

Antonio no pudo terminar porque mi hermano se echó a reír y estuvo de esa forma durante un cuarto de hora dando la nota con su risa estridente que molestó a varios comensales. Sin embargo, Antonio pensó que jamás había escuchado una risa tan preciosa de alguien tan serio como lo era Romano.

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