Capítulo 27: Pandemónium: tercer acto

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng



Mi hermano apareció en la fiesta cuando los preparativos ya habían finalizado y la gente comenzaba a ocupar sus mesas reservadas. Nosotros nos pusimos cerca del escenario y esperamos a que la señora Honda y Alfred acudieran también. Eché un vistazo a la tarima y observé que Antonio había alzado la vista para toparse con la mirada ruborizada y cortada de Romano. Al bibliotecario se le iluminó el rostro. 

—¿Vas a hablar con él? —susurré pero Lovino negó con la cabeza—. ¡Oh,venga ya! Mírale. Está deseando hablar contigo. 

—Yo no tengo nada que hablar con él —espetó Romano intentando zanjar el asunto. Lo dejé estar y no insistí más en el tema. 

Alfred llevaba a la señora Honda del brazo. Aquella mujer irradiaba un aura de solemnidad allá por donde fuera. Con una sonrisa teñida de tristeza, inclinó el rostro a modo de saludo y se sentó en frente de Ludwig.

—Os agradezco en el alma que hayáis montado esta fiesta en honor a Kiku. Realmente no tengo palabras —dijo la mujer con un hilo de voz. Ludwig asintió pero no dijo nada. Yo me limité a desviar la mirada apesadumbrado. Era demasiado doloroso ver la imagen de Kiku reflejada en sus pupilas.

Francis, Antonio y Gilbert se habían retirado a los camerinos tras el escenario. Roderich tocaba el piano para amenizar la cena previa al espectáculo. Era increíble como sus manos se movían ágiles y certeras sobre el teclado. Realmente tenía un don. 

Tenía el ceño fruncido en un gesto de preocupación que no supe descifrar. ¿Habría discutido con Gilbert? ¿Estaría preocupado por otro motivo? Parecía mentira que él estuviera allí después de que le hubiéramos visto enclaustrado entre las paredes de su apartamento, temeroso de enfrentarse al mundo exterior. Y allí estaba, tocando, haciendo lo que le gustaba frente a una audiencia, fuera de su casa. 

Cuando terminamos de cenar, Roderich recibió una ovación del público y con una reverencia, se retiró para dejar paso a las siguientes actuaciones. Rammy, que hacía de camarero, nos retiró los platos y dedicó a la señora Honda unas amables palabras.

—Espero que esté siendo de su agrado esta cena, señora Honda —dijo Rammy con una sonrisa radiante. 

—Claro, joven. A Kiku le habría encantado estar aquí... —El sonido de las palabras de la mujer se perdieron entre el multitudinario aplauso que de repente se escuchó por todo el recinto. Antonio, Gil y Francis habían salido dispuestos a comenzar. 

A partir de este instante, mis recuerdos de esa noche son borrosos y confusos. A día de hoy apenas puedo recordar lo que pasó debido a que mi memoria y la visión de un ojo quedaron bastante perjudicadas. Lo único que poseo para continuar esta historia son los informes de la policía y el testimonio completo que Gilbert y Ludwig me dieron, hace cinco años, para que yo pudiera esclarecer lo que ocurrió y completar esta historia que ahora estáis leyendo. Empecé este relato lamentándome y siendo una persona completamente diferente. Pero ahora, quien os está hablando es un Feliciano Vargas diez años más viejo y más cambiado. Aquella noche en Kiku's fue el final de una etapa pero también de una vida que me arrebataron. Fue el acontecimiento que trastocó y cambió nuestros caminos y nuestras formas de ser para siempre.

***

Gilbert se quedó petrificado cuando lo vio entre el público, tras terminar de cantar y ejecutar su coreografía hortera que Francis había ideado. Se había presentado. Su corazón comenzó a latir como un loco en su pecho. Sentía que sus sienes iban a explotar por la fuerza de sus palpitaciones. Se giró para buscar con la mirada a Roderich entre bastidores pero no lo encontró. El pianista no estaba cuando más lo necesitaba, cuando tendría que haberle dicho que todo aquello era fruto de un mal sueño, que no lo mirase. Pero Ivan Braginsky seguía ahí, sin desaparecer. Esa era la diferencia de lo que Gilbert había esperado que sucediera.

El ruso lo observaba con un gesto distinto del que Gil había esperado contemplar. No parecía mofarse. Al contrario; estaba muy serio. Con un gesto de su mano, Ivan le indicó que se dirigiera con discreción hacia los baños del local. Gilbert tragó saliva; era el momento de poner fin a su pánico. Si se enfrentaba a Ivan de una vez, lo haría con toda la rabia acumulada durante todos esos años. 

—Haremos un descanso de media hora. Más tarde comenzará el espectáculo de boys. Espero que lo disfruten —dijo Gil por el micrófono. El ruido de los aplausos se fue desvaneciendo y dejó paso a un murmullo general. Francis, que se había dado cuenta del cambio de actitud de su amigo se acercó a él rápidamente.

—Oye, ¿estás bien? ¿Quieres parar la actuación? —dijo.

—No, estoy bien. Solo necesito bajar al aseo y beber algo de agua. Perdonad —se disculpó Gilbert de forma apresurada. No quería dar pie a que ninguno averiguara lo que estaba pasando. 

Bajó de la tarima y con paso rápido, descendió escaleras abajo. Unos minutos más tarde, el ruso lo siguió. Y el único que fue testigo de todo aquello fue Rammy que lo había visto desde la barra. Cruzó los dedos mentalmente y acarició la forma del taser que guardaba en su bolsillo.


***

Cuando la puerta del baño se cerró tras él, Gilbert esperó un prudente intervalo de tiempo antes de girarse para encararse con su destino. Trató de serenar su respiración y abrió y cerró los puños para calmar su estrés. No, aquello no podía estar sucediendo. Era peor que todas las pesadillas que había tenido relacionadas con el médico. 

—Espero que tengas una buena razón para presentarte aquí. Si no la tienes, me daré la vuelta y te patearé la cabeza hasta que dejes de respirar. —Aquella amenaza había salido con furia de su garganta. El resentimiento era demasiado grande como para contenerlo por más tiempo—. Tienes media hora para hablar. 

—No he venido para quedarme mucho más —dijo Ivan. Su rostro permanecía en sombras debido a la mala iluminación que daban los halógenos del baño—. Cuando te diga lo que he venido a decirte, me marcharé y no volverás a verme. 

—¿Vuelves a chantajearme, Ivan? —Gil estaba  punto de perder los estribos.

—No, es una promesa. En cuanto te lo diga, me iré para no volver y te dejaré en paz —aseguró Ivan. Su tono seguía siendo serio. 

—¿Cómo me has encontrado? —dijo Gil con gesto amenazador. 

—Le pregunté a Rammy porque quería verte cuanto antes. Él vino una noche a mi despacho para advertirme que no me acercara porque si no, llamaría a la policía. Yo intenté apuñalarle cuando me enteré de que tú habías interpuesto una denuncia contra mí. De modo que él estaba preocupado por si yo volvía a cometer otra locura como aquella —explicó Ivan sin moverse de su sitio. Parecía un fantasma.

—Eres un monstruo —dijo Gilbert como si escupiera una sustancia desagradable de su boca—. Si pensaste que después de lo del otro día en el hospital y todo lo demás, voy a tratarte como si nada hubiese pasado, es que no tienes ni una pizca de inteligencia en tu cabeza ni tampoco corazón, Ivan. Estás dañado y dañaste a los demás que tenías a tu alrededor. No esperes comprensión por mi parte.

Sobrevino un tenso silencio hasta que Ivan se decidió a hablar. Sus palabras temblaban en su garganta debido a la emoción de confesar una terrible verdad. 

—Cuando mi ex mujer me desplumó y la policía ordenó arrestarme, huí lejos y acabé viviendo en la calle como vagabundo. Lo había perdido absolutamente todo y jamás me había visto en esa situación de modo que continué buscando consuelo en la bebida hasta que mi hígado comenzó a fallar. Esa esa la causa por la que he venido a verte una última vez. Porque me estoy muriendo. Quizá sobreviva este año como mucho pero los pronósticos son demasiado optimistas. —El médico se movió por fin hacia Gil pero se detuvo a medio camino—. Este ha sido mi castigo por ser un cabrón toda mi vida, Gil. Pero sobre todo por haberte tratado como te traté. 

Gilbert no dijo nada. Se limitó a desviar la mirada y a fruncir los labios en un gesto indescifrable. ¿Sentía rabia? ¿Sentía lástima por él? Lo que sí sabía que estaba experimentando era el sobrecogimiento de su corazón al recordar todos aquellos episodios junto al ruso. Como si oprimieran su pecho de forma dolorosa.

—Katya, mi prometida, me encontró en la calle hablando solo y retorciéndome en el suelo. Ella me salvó de mis demonios, me curó y me devolvió mi anterior aspecto, como ves, mucho más desmejorado. Ambos fuimos a alcohólicos anónimos para que yo pudiera dejar la adicción y conseguí salir de ese agujero. No bebo ni consumo drogas ya y he vuelto más o menos a la normalidad. Pero el otro día, me preguntó por qué nos conocíamos tú y yo. Y le conté la verdad. Le dije lo que te había hecho y cómo te había tratado. Ella no dijo nada; solo me escuchó y trató de consolarme. Pero eso no era suficiente para mí y la idea de volver a verte para contarte la verdadera razón de todo era cada día más urgente. Por eso se lo pedí a Rammy. Por eso estoy aquí hoy. 

Gil se dio la vuelta por fin pero no avanzó hacia él, sino que se sentó en el suelo del baño apoyando su espalda contra la pared de azulejos. La impresión de lo que le había confesado Ivan le había dejado tocado, tanto que no sabía siquiera como ponerse ni como mantener la compostura. Se llevó una mano a la boca para tapársela, aún sin decir nada. Su cabeza, después de la declaración de Ivan y de aquella violenta explosión de recuerdos, estaba en blanco. En shock.

—Sé que no tengo perdón. Te pegué, te humillé y te agredí sexualmente. Sería un mentiroso si dijera que no fui yo y le echara la culpa a la bebida. No, el alcohol no tuvo nada que ver. Únicamente potenció un monstruo que yo llevo en mi interior desde que nací. Mi educación, lo que yo viví desde pequeño y mi conformidad al aceptarlo, me llevaron a ser un hijo de puta con aquellos a los que quería. Siempre fui una mala persona pero hubo una época en mi vida en la que mi maldad encontró un oponente muy fuerte que la venció: la bondad de mi hermano Raivis. Mi madre se separó de mi padre maltratador y se casó con otro hombre. Después de un año de matrimonio, tuvieron a mi hermanito. Y pude ver un poco la luz. Era la persona más dulce y más cariñosa de la Tierra. Me alejó de mi pasado lleno de violencia y me enseñó  una forma de querer que no implicaba ni fustigar ni dar puñetazos o bofetones. Sin embargo, la alegría de ver que podía compartir mi vida junto a alguien que me quería de esta forma, no duró mucho. A él le gustaba mucho jugar al fútbol y estaba en un equipo de su colegio pero llegó un momento en que tuvo que dejar de asistir a los entrenamientos. Le habían detectado cáncer pancreático y cada día que pasaba lo debilitaba un poco más. Nada más terminar las prácticas de especialización en pediatría infantil,  lo tomé como mi primer paciente e hice que lo internaran en la sección infantil del centro médico. Yo intentaba mantenerlo con fuerzas y él me ayudaba a superar los días y las noches con su sonrisa llena de amor. Tú lo viste durante unos meses, era el niño que me dibujó aquel sol con sonrisa —dijo Ivan.

Gilbert exhaló un tembloroso suspiro y se llevó las manos a los ojos para enjugar unas lágrimas inminentes. 

—Nunca volví a ver su expediente... —dijo Gil con un hilo de voz. No era capaz de fijar la vista en Ivan de nuevo. 

—Lo destruí. Era demasiado doloroso recordar una y otra vez lo que pasó. Fue justo después de que terminases las prácticas. Raivis había empeorado muchísimo. La luz de su cara se iba apagando poco a poco y yo estaba desesperado. Quería que permaneciera junto a mí, aunque fuera un mes más pero al parecer, los médicos decían que era imposible. ¿Recuerdas su cama junto a la ventana? Sus últimos días de consciencia los pasó viendo amanecer y anochecer desde su almohada, sin decir ni una sola palabra. Yo le preguntaba una y otra vez que qué sucedía, si le dolía algo. Pero él se volvía hacia mí y me sonreía. Estoy bien, el Sol brilla mucho hoy, decía. —Ivan también se sentó en el suelo. Parecía estar muy cansado—. Comencé a beber pensando que así me sentiría mejor. Pero ese alivio que me proporcionaba de forma fugaz, se volvió una necesidad y comencé a beber más y más. El hecho de ver que no había ni una mejora por pequeña que fuera, me hacía beber como un loco y se convirtió en un círculo vicioso. Yo veía su carita de preocupación todos los días, pero no por él mismo, sino por mi estado lamentable. Apestaba a alcohol, no me afeitaba y mi pelo crecía descontrolado. No distinguía el sueño de la realidad. Por eso, el día de la última y esperanzadora operación de Raivis me colé en la sala de operaciones pegando alaridos y exigiendo a voz en grito que me dejaran operarle solo a mí. El cirujano intentó tranquilizarme y me ordenó que me marchara pero yo le empujé y cayó de espaldas contra el carro de los utensilios y todo el suelo se llenó de bisturís. Me precipité contra el cuerpo adormecido de mi hermano gritando que yo era capaz de curarlo y de devolverle la salud. Y él, como era de esperar, no me contestó. Estaba dormido profundamente debido a la anestesia. Era incapaz de decirme nada, ni siquiera podría sonreírme por última vez. 

Ivan se abrazó a sus rodillas como un niño desconsolado y continuó su relato con los ojos empañados de lágrimas. 

—Dos enfermeros me inmovilizaron y me obligaron a salir de la sala. Después me sedaron con un potente tranquilizante y me ataron a una cama para que yo no pudiera zafarme. Cuando me desperté, me dijeron que mi hermano no había sobrevivido a la operación y que había pocas esperanzas de que lo hubiera hecho. Yo tomé aquello como que había sido mi culpa. Podría haberle curado sino hubiera estado borracho y por mi inconsciencia, Raivis se había ido para siempre. Pero no dejé el alcohol y el monstruo que era acabó por liberarse del todo —continuó Ivan—. Cuando volviste de las prácticas y te contrataron como fijo, yo ya estaba completamente perdido. El alcohol me había anulado por completo la capacidad de distinguir el sueño de la realidad, por eso fueron muy pocas las veces que yo te hablé y te sentí junto a mí consciente de que lo estaba haciendo. Tu bondad y tu cariño me recordaban a los de mi hermano, por eso necesitaba alejar su recuerdo lo máximo posible y la violencia era lo único que se me ocurría para mantener todo el dolor a raya. Por esa razón, e imitando los métodos que mi padre utilizó conmigo, te maniaté, te azoté y te pegué hasta que me quedé a gusto. 

Gilbert lo miró por primera vez. Tenía los ojos enrojecidos por el llanto que estaba a punto de florecer en sus ojos y tenía los labios temblorosos fruncidos en una mueca de contención. De nuevos, esos recuerdos que Ivan no había mencionado, volvieron para torturarlo. Ivan desvió la mirada.

—Cuando te di aquella paliza y tú huiste al parque, se me despertó por fin algo de consciencia. Y fue la primera vez que tuve el brote de una especie de locura curativa; vi a mi hermano muerto llorando y suplicando que fuera en tu busca. De modo que fui a por ti y te encontré moribundo e inconsciente en un banco. Llorando, te llevé de vuelta al hospital, te curé lo mejor que mis manos adormecidas por el alcohol fueron capaces y te dejé en el ala de urgencias sin que ningún miembro del personal médico se enterase. Mandé un mensaje a Rammy desde tu móvil para que fuera a buscarte para alejarte de mí lo antes posible. Por esa razón despertaste en su casa. Y yo traté de rehacer mi vida. Pero todo se precipitó al abismo y acabé huyendo a esta ciudad sin un céntimo, solo y enfermo.

El silencio se adueñó de la conversación y permaneció allí largo tiempo hasta que Gilbert se aventuró a ahuyentarlo de nuevo. Era incapaz de hacerse a la idea de que Ivan se estuviera muriendo. Hubo una época en que lo deseó con todas sus fuerzas, pero también hubo una época anterior a esta, que amó a aquel médico con todo su corazón. Y el amor, mucho más fuerte que cualquier odio, era el que al final de todas las cosas, permanecía para siempre.

—Estos días de atrás, tuve pesadillas relacionadas contigo y con el pasado que compartimos. Desde que me curaste en el hospital, he estado obsesionado con volver a verte y con poner punto y final a esto, y he tenido miedo de hacerlo debido a los recuerdos dolorosos que me dejaste para siempre. Pero ahora... ahora todo eso no tiene sentido. —Las lágrimas se escaparon silenciosas de sus ojos y Gilbert, sollozando y con voz temblorosa, prosiguió—. No sabía nada de todo lo que me has contado. De modo que... solo quiero saber por qué. ¿Por qué no me contaste nada, Ivan? 

—Por miedo. Pensaba que si te lo contaba y me abría a ti, el recuerdo de Raivis se me escaparía de las manos. Era mi culpa lo que le había pasado y no podía dejar que se fuera. Eso era lo que pensaba en aquel entonces y era incapaz de salir de ese pensamiento. Hasta que Katya me dijo que no era mi culpa. Hasta que me hizo ver más allá y me dijo que Raivis no estaba triste porque se iba a morir porque yo no no podía hacer nada. Raivis estaba triste porque yo no podía aceptar que él se marchara. Y aunque él me lo hizo ver todos los días hasta el final, yo estaba ciego y demasiado borracho —respondió Ivan—. Estabas enamorado de mí pero yo no podía dejar que lo estuvieras. No tenía ningún derecho a que nadie me amara.

Ivan se levantó del suelo sin apartar sus ojos tristes y ojerosos de Gilbert. 

—Como te prometí, no iba a estar mucho tiempo aquí. Me voy ya —dijo dando media vuelta para dirigirse a la puerta del baño. 

—Espera, Ivan. Espera a que me levante —dijo Gilbert con un hilo de voz temblorosa. Ivan se detuvo y fue a tenderle una mano para que se incorporara más rápido. Gilbert lo miró con una mezcla de conmoción y dolor y le dio su mano mientras se incorporaba lentamente sin apartar la vista del ruso.

El tiempo, que al principio había ido muy despacio, para compensar  su tardanza, se precipito y aceleró y en una décima de segundo, Ivan atrajo a Gilbert hacia sí y lo abrazó con fuerza. Gilbert, cerrando los ojos con fuerza y reprimiendo un sollozo, se aferró a la espalda de Ivan y hundió su rostro en su pecho cuyo corazón latía desbocado por la emoción. Permanecieron así sin pronunciar una sola palabra. No las necesitaban en ese momento. Para ellos, el mundo se había detenido de nuevo en ese segundo pese a que el humo se estaba colando por el hueco de la puerta. 


(***)

Ludwig echó un rápido vistazo en todas direcciones para acabar posando sus ojos en Feliciano. Feliciano, mientras tanto, se había alejado un poco de él para observar, de incógnito y amparado por la multitud de la fiesta, cómo Romano se había acercado a Antonio para empezar una conversación.

—Has estado... genial antes —dijo Lovino ruborizado. Antonio sonrió y se acercó a él lentamente.

—Estoy feliz de que hayas venido a verme, Lovi. —llevó una mano hasta su mejilla y la acarició—. Siento haberme comportado como un estúpido contigo antes...

—No, Antonio. No. No te disculpes. Esta vez he sido yo el que se ha comportado como un estúpido. Estaba triste y furioso y la tomé contigo porque sé quien le hizo aquello a Kiku y no puedo hacer nada. Siento haber dicho todas esas cosas. 

Se abrazaron y se besaron perdidos entre la multitud solo observados por Feliciano. Sonriente, les dejó intimidad y se acercó de nuevo al grupo donde Ludwig estaba. Rammy servía en la barra con una sonrisa de oreja a oreja, feliz y Alfred y la señora Honda se despedían del grupo. 

—Ha sido una cena maravillosa —dijo Alfred y la señora Honda le secundó. 

—Debemos volver al hospital antes de que se haga tarde —dijo ella. 

—Claro, no os entretengáis más. Ha sido un placer estar con vosotros —despidió Ludwig. 

En ese momento, cuando Alfred y la señora Honda subieron las escaleras que daban a la salida, un chico rubio las bajó para internarse en el bar sin ser visto. Ninguno de ellos se percató de quien era el otro y viceversa. Arthur Kirkland había bajado al bar sin un motivo concreto, sin saber qué hacer. Por un lado deseaba pedir perdón y por el otro, no quería dar su brazo a torcer. Kiku le había ofendido y lo que le había pasado era justo. Así que... 

Sacó su mechero y un cigarrillo. Lo encendió, se lo llevó a los labios y dio una profunda calada. 

—Eh. —Rammy se le acercó arqueando una ceja—. Está prohibido fumar aquí. 

Arthur le dedicó una mirada de odio cuando Rammy se dio la vuelta y tiró el cigarrillo al suelo sin apagarlo. No estaba dispuesto a que le dijeran lo que tenía que hacer. Pero ¿qué se había creído ese tío? Con un resoplido, dio media vuelta y volvió a ascender por las escaleras hacia la salida. 

Rammy volvió a su puesto con gesto de malhumor y Ludwig se acercó a la barra.

—¿Qué sucede Rammy?

—Oh, nada. Un niñato que se estaba encendiendo un cigarrillo aquí. Y está prohibido fumar—dijo él reordenando los vasos y mirando a Antonio y a Romano—. Bueno, bueno. Parece que esos dos ahora están mejor. ¿Y tú? ¿Qué tal con Feli?

Ludwig se ruborizó un poco y bajó la cabeza algo avergonzado.

—Supongo que... bien. 

—Uh, me huele a boda. Espero ser el padrino porque si no, me llevaré un disgusto. Vaya, ¿dónde estará tu hermano? Está tardando demasiado...

El cigarrillo rodó hasta los rodapiés que comenzaban en la entrada del bar y la ceniza aún candente, los prendió. La llama se propagó por la pared como la pólvora y, antes de que el público que esperaba impaciente el regreso de Gilbert se diera cuenta, el primer piso comenzó a arder desde los laterales hacia el techo.


El pánico y el caos se desató.


(***)


Roderich, preocupado porque Gilbert estaba tardando demasiado, sorteó los monitores del escenario y bajó por las escaleras al cuarto de baño. Cuando le había visto entre bastidores, el rostro de Gilbert estaba muy pálido, como si hubiera visto a un fantasma. Y el hecho de que estuviera tardando tanto confirmaba sus sospechas; algo andaba mal. 

De pronto, se sintió muy mareado, como si el mundo le diera vueltas y le faltase el aire. Se sentó en las escaleras para recobrar el aliento pero nada parecía aliviar aquel mareo. La visión se le tornó borrosa y los colores comenzaron a difuminarse, como si todo se volviera gris ceniza. Apoyó su cabeza en uno de los escalones y cerró los ojos sumido en un sopor pegajoso que no le dejaba en paz. Tenía que encontrar a Gilbert, costara lo que costase. Porque lo que más miedo le daba es que, como aquella vez, saliera corriendo y no le diera tiempo a alcanzarle para hablar con él, para besarle y decirle que lo quería. Solo tenía en mente aquello. Los gritos de terror que llegaron lejanos hasta sus oídos parecían el inicio de aquella pesadilla involuntaria y no estaba dispuesto a sumirse en ella. Tenía que encontrar a Gilbert. Tenía que hacer frente a su último miedo. 


Pido perdón de antemano por los feels y por las ganas de asesinarme. Pero yo no soy yo si no le añado la guinda de angst al pastel. Confieso que mientras escribía la escena RusPru estuve llorando como una magdalena sin poder parar. Ha sido muy intensa y terriblemente bonita y espero que os haya gustado a vosotros también. Os quiere, vuestro amigo y vecino Magpieus. 

https://youtu.be/LvwfTQLx7Bo










Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro