Tormenta sepia

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Todos hemos tenido alguna experiencia sobrenatural. Cosas inexplicables que incluso evitamos contar por temor a que no nos crean. Esta historia que voy a contarles a continuación, la recuerdo tan nítida como si todos los días reviviera ese momento. Nunca me quedó claro si fue producto de mi imaginación, o una visión de algo que realmente pasó mucho antes de que yo viviera allí. Sea lo que fuere, cada detalle se quedó grabado a fuego en mi cabeza.

Cuando era adolescente, mi tía y mis dos primas vivieron un buen tiempo con mi familia. Vivíamos en un apartamento en el tercer piso de un edificio, en un barrio residencial. Yo siempre tuve mucha afinidad con mi prima porque nos criamos juntos y compartimos muchísimas vivencias. Ella para mí es como mi segunda hermana pequeña, mi mejor amiga.

En ese entonces, compartíamos habitación con ella, mi prima más pequeña y mi hermano menor. Ellos siempre se iban a la cama antes que nosotros, y cuando se dormían, nos acercábamos al ventanal y nos quedábamos allí conversando y trasnochando hasta que alguien nos descubría y nos mandaba a dormir. Era una pequeña picardía que se nos había hecho costumbre.

Aquella noche llovía a cántaros. La tormenta, que había teñido el cielo de sepia, rugía sobre nuestras cabezas haciendo temblar las hojas del ventanal con cada relámpago. La calle de gravilla se había convertido en un charco gigante de barro, y las ramas de los árboles se sacudían con violencia.

A mí siempre me gustaron un montón las tormentas, y de no ser porque esa noche estaba un poco más fría de lo normal, me habría aventurado a salir a hurtadillas para correr bajo la lluvia.

—Ese árbol se va a caer —comentó mi prima mientras señalaba un viejo árbol, algo escondido entre dos edificios.

La feroz tormenta ya le había arrancado varias ramas, y ahora se paseaban por las calles encharcadas. Apoyé el mentón en la palma de la mano mientras seguía con la vista fija en aquel árbol tenebroso, y de pronto, vi una figura emerger del suelo, como si se hubiese formado de la misma tierra, moviéndose alrededor del tronco. Parecía que estaba buscando algo en el suelo, entre las raíces del árbol.

Curiosamente, en ese momento no sentí miedo. Más bien fue la curiosidad lo que me mantuvo pegado al marco del ventanal, siguiendo los movimientos volátiles de aquel espectro que parecía desgranarse en el aire.

Recuerdo haberle hecho un comentario a mi prima, pero ella, creyendo que yo estaba intentando asustarla, acabó apartándose del ventanal y tapándose hasta la cabeza con las sábanas.

Yo me quedé allí, tratando de entender lo que estaba viendo, y justo frente a mis ojos, otras dos figuras emergieron de las raíces del árbol, y comenzaron a golpear al primer espectro, que al verse en desventaja, se puso en cuclillas, abrazándose a sí mismo. Las otras dos siluetas lo siguieron golpeando hasta que ya no se movió, y luego de eso, por una fracción de segundo los tres espectros desaparecieron.

Pestañeé y me froté los ojos para ver si realmente acababa de ver todo aquello, y justo en ese momento, la silueta volvió a aparecer. Llevaba algo entre las manos, pero no llegué a ver bien de qué se trataba. Caminó alrededor del árbol, luego se trepó por el tronco y desapareció entre las frondozas ramas. Creí que la visión había terminado, hasta que de pronto, la silueta volvió a aparecer. Lo que llevaba en las manos era una cuerda, que utilizó para colgarse del árbol. Me quedé congelado mientras lo veía patalear desesperadamente, mientras se llevaba las manos al cuello para intentar zafarse del nudo que él mismo había hecho. A pesar del terror que me estrujaba las entrañas, me quedé allí, mirándolo hasta que finalmente dejó de luchar. Por una fracción de segundo, todo lo que vi fue el cuerpo inerte de aquel hombre sin rostro siendo mecido por el viento. Tenía la espantosa sensación de que él sabía que yo lo estaba mirando, pero incluso a pesar del miedo que me abordó, no me aparté del ventanal, y en un abrir y cerrar de ojos, comencé a tener otra visión. Dos hombres aparecieron en una camioneta blanca, iban en la cabina. Ellos tampoco tenían rostro, ni ningún detalle que me diera la certeza de que eran reales. No lo eran.

Bajaron de la camioneta y sin una pizca de gentileza, descolgaron el cuerpo del hombre y lo lanzaron a la cabina del vehículo como si se tratara de un saco de papas. Luego se subieron, se sentaron y la camioneta arrancó sin más, y a mitad de camino, se esfumó de mi vista como un montículo de arena siendo dispersado por el viento. En ese momento, sentí como si alguien hubiese chasqueado los dedos muy cerca de mi oído. Pestañeé un par de veces y volví a mirar hacia el árbol, pero ya no había nada allí. Me aparté de la ventana, apoyando la espalda contra la pared. Me sudaban las manos, tenía la boca seca, y una angustia espantosa alojada en el pecho.

Desde luego, esa noche no pude dormir. Le conté todo lo que había visto a mi prima, pero ella no sabía si creerme o tomarlo como una broma de mal gusto. Sin embargo, a pesar de su reticencia, accedió a acompañarme hasta el árbol al día siguiente. Lo encontramos medio destartalado por la tormenta, pero nada que me indicara que lo que había visto la noche anterior había sido real.

Varios días después, encontraron a una señora mayor colgada del ventanal, en el apartamento de enfrente. Todo el mundo estaba hablando de eso, y entre los comentarios, escuché a una vecina contar el caso del hombre que se había ahorcado en el árbol. Traté de averiguar un poco más de qué se trataba, y lo que me contó, me puso la piel de gallina:

—Eso pasó hace tiempo, ustedes ni siquiera vivían acá. Nunca se supo por qué lo hizo, pero según escuché, hubo un testigo que presenció todo y después terminó suicidándose. Dicen que vivía en tu casa y que vio todo desde el ventanal, pero viste que la gente suele inventar mucho.

—Sí, vaya a saber...

Luego de ese día, no volví a ver nada parecido nunca más en mi vida. Seguí con la costumbre de mirar por el ventanal mientras charlaba con mi prima, y con el tiempo, el miedo de ver alguna otra cosa desapareció.

No sé exactamente qué fue lo que pasó esa noche. Quizás la historia de la vecina fue real, y el testigo de aquel suicidio quiso mostrarme lo que tanto le atormentó hasta que finalmente decidió buscar un poco de paz en la muerte.

Hoy, ya siendo un adulto, todavía siento escalofríos cada vez que recuerdo esa noche tormentosa, y a ese ser sin identidad que se quitó la vida otra vez frente a mis ojos.  

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