Capítulo 2: Enredados

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La tensión que rodeaba el instituto había alcanzado un punto de ebullición. Nadie sabía con certeza qué estaba ocurriendo, pero el aire estaba impregnado de un oscuro presagio. Cada rincón del edificio escolar parecía susurrar un secreto, uno que solo Hiroki Mori podía comprender.

Había pasado apenas una semana desde que comenzó a desplegar los hilos de su venganza, y aunque aún estaba experimentando el alcance total de su poder, el impacto ya era palpable. Las marionetas que había empezado a controlar —aquellas personas que una vez lo habían traicionado—, ahora no eran más que piezas en un juego que solo él comprendía. Un juego en el que las reglas habían dejado de existir.
Kanako y Nao no podían escapar de su influencia, aunque ninguna de las dos se daba cuenta aún de la profundidad de la trampa en la que estaban atrapadas.

La mañana en el instituto había empezado como cualquier otra. Los estudiantes llegaron a sus clases, aunque el murmullo inquietante persistía. Había algo en la atmósfera, una pesadez que nadie podía sacudirse. Mientras los profesores intentaban continuar con sus lecciones, los ojos de muchos de los alumnos estaban fijos en Nao y Kanako, como si ellas, de alguna manera, fueran la clave de todo lo que estaba sucediendo.

En los pasillos, algunos hablaban abiertamente:

—¿Escuchaste lo que pasó en la casa de los Mori? —susurró un estudiante, inclinándose hacia su compañero de clase— Dicen que Hiroki ha estado actuando raro desde que todo eso pasó. Nadie lo ha visto mucho últimamente, pero cuando lo hacen, parece… diferente.

—Sí, he oído rumores. Dicen que ha cambiado completamente. Algunos incluso dicen que tiene algo de poder… algo oscuro.

Nao, sentada en su lugar habitual, sentía cada mirada dirigida hacia ella. Desde que había empezado a notar la sutil manipulación de Hiroki, su mente no había conocido descanso. Era como si hubiera una sombra constante acechándola, tirando de los hilos de sus pensamientos, de sus acciones. Intentó concentrarse en la lección frente a ella, pero todo parecía una neblina distante. A su alrededor, los cuchicheos de sus compañeros eran como el ruido sordo de un enjambre de abejas. ¿Sabían algo? ¿Podían sentirlo también?

No muy lejos de ella, Kanako mantenía una postura rígida, pero el miedo empezaba a invadir sus entrañas. En algún lugar profundo, ella también sentía el cambio. Hiroki ya no era el niño indefenso al que podía controlar a su antojo. Él había cambiado, y lo había hecho de una manera que ni siquiera su mente calculadora podía comprender. Esa noche… la sensación de los hilos tirando de ella había sido aterradora. Intentó racionalizarlo, decirse a sí misma que era imposible. Pero, ¿lo era?

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En la mente de Hiroki, todo era claridad. Sentado en un rincón oscuro, lejos del bullicio del instituto, sus ojos estaban cerrados mientras extendía los hilos de su poder, tocando a sus víctimas, una por una. Los hilos no solo eran físicos; eran psicológicos. Se insertaban en sus mentes, torciendo sus pensamientos, sembrando dudas, miedos, y un sentimiento creciente de desesperación.

Sus dedos se movían ligeramente, como si estuviera tocando un instrumento, y cada movimiento afectaba a alguien en la distancia.
"Es solo el comienzo", pensó para sí mismo, saboreando el control que había ganado. Nao era fácil de manipular, su mente ya era frágil y su necesidad de aprobación la hacía una marioneta perfecta. Kanako, por otro lado, requería más esfuerzo. A pesar de todo, su hermana seguía siendo fuerte, con un control férreo sobre sus emociones y su entorno. Pero Hiroki no tenía prisa. Sabía que la clave para destruirla estaba en jugar con ese orgullo que tanto la definía.

En el salón de profesores, las cosas no eran muy diferentes. Algunos de los profesores más experimentados habían comenzado a notar cambios sutiles en el comportamiento de ciertos estudiantes, especialmente en los círculos cercanos a Hiroki.

El profesor Kawamura, un hombre de mediana edad con una vasta experiencia en manejar adolescentes problemáticos, había visto de todo en su carrera. Pero lo que ocurría en ese momento con los Mori era diferente. Había escuchado los rumores y las habladurías, pero no era un hombre que se dejara llevar por el chisme. Sin embargo, algo estaba claro: algo oscuro estaba ocurriendo.

—¿Has notado lo que pasa con Nao y Kanako? —preguntó la profesora Ayaka, mientras revisaba unos papeles en su escritorio.
Kawamura asintió, su expresión seria.

—Sí. Nao parece distraída últimamente, como si estuviera bajo una constante presión. Y Kanako... bueno, siempre ha sido fuerte, pero he notado que su actitud ha cambiado. Es más distante.

Ayaka lo miró fijamente, como si esperara algo más de su colega.
—¿Y Hiroki? ¿Has escuchado algo de él?

Kawamura frunció el ceño. Hiroki no había estado presente en muchas de las clases últimamente, y las pocas veces que lo había visto, el chico parecía... diferente. Había algo en su mirada, una frialdad que antes no estaba allí. Hiroki siempre había sido un joven tranquilo, casi tímido. Pero ahora, había un brillo peligroso en sus ojos.

—No lo he visto en clase en días. Pero algo me dice que lo que sea que esté pasando en esa familia, no va a terminar bien —respondió Kawamura, mirando por la ventana hacia el campo de deportes, donde algunos estudiantes jugaban al fútbol, completamente ajenos a las tensiones invisibles que se estaban desarrollando a su alrededor.

Mientras tanto, Hiroki seguía extendiendo su poder, disfrutando del control que tenía sobre los que lo rodeaban. La escuela no era más que un escenario para él ahora. Cada estudiante, cada profesor, era una pieza en su tablero. Los hilos invisibles se enredaban en cada rincón del instituto, y él estaba en el centro de todo, tirando de ellos con precisión calculada.

Pero sabía que aún no había terminado. Esto era solo el principio. Sabía que tenía que ser paciente. La venganza no se servía de inmediato, sino que se cocinaba lentamente, asegurándose de que cada uno de los que lo había traicionado sintiera el peso de su error. Kanako, Nao, incluso Ayumu, todos caerían eventualmente. Y cuando lo hicieran, él estaría allí, riendo mientras sus vidas se desmoronaban.

El siguiente paso sería más directo. Ya no bastaba con controlarlos desde la sombra. Pronto, necesitaría demostrar su poder abiertamente, y cuando lo hiciera, nadie volvería a desafiarlo.

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Ayumu nunca había sido el tipo de persona que se dejaba dominar fácilmente por la culpa. A lo largo de su vida, había hecho lo que sentía que era necesario para sobrevivir en el mundo que la rodeaba, sin importar las consecuencias para los demás. Pero desde aquella noche con Kokujin, algo había empezado a quebrarse dentro de ella, algo que ahora no podía ignorar.

Sentada en su escritorio, miraba por la ventana de su habitación, intentando concentrarse en sus estudios. Pero su mente seguía volviendo a esa noche, una y otra vez, reviviendo cada detalle con una mezcla de culpa y… placer. Sabía que estaba mal. Hiroki había sido su amigo, quizás su mejor amigo, y ella lo había traicionado de la peor manera posible. Pero entonces, cuando Kokujin la había sometido, algo dentro de ella se había encendido. El control que él tenía sobre su cuerpo, el poder que había demostrado, la forma en que había logrado doblegar su voluntad con tan solo un apretón de manos… no había sido capaz de resistirlo.

—"Soy patética..."— pensó Ayumu, dejando caer la cabeza sobre el escritorio. El eco de su propio desprecio resonaba en su mente. ¿Qué clase de persona era? ¿Qué clase de amiga?

La imagen de Hiroki, amarrado en ese armario mientras ella se entregaba a Kokujin, volvía a perseguirla. Recordaba haber escuchado sus débiles golpes desde el interior del armario, sus intentos desesperados por escapar. Había sabido que él estaba allí, escuchando todo, pero aun así… no se había detenido. Había seguido adelante, dejándose llevar por el placer de ser sometida.

Ahora, algo había cambiado en Hiroki. Lo sabía. Lo sentía. Desde aquel día, él había empezado a actuar de forma distinta. Ya no era el mismo chico tímido y callado que ella había conocido. Había algo en su mirada, algo oscuro y frío que nunca había estado allí antes. Y cada vez que lo veía, no podía evitar sentir una punzada de miedo. ¿Lo sabía él? ¿Sabía lo que ella había hecho? ¿Estaba de alguna manera castigándola, controlándola desde las sombras, como ella se merecía?

Los días en el instituto se habían vuelto insoportables. El ambiente era tenso, los susurros de los compañeros sobre Hiroki, sobre Nao y Kanako, eran cada vez más frecuentes. Y aunque nadie lo decía en voz alta, todos sabían que algo oscuro estaba ocurriendo.

Ayumu había intentado acercarse a Hiroki, hablar con él, pero cada vez que lo intentaba, sentía un nudo en el estómago que la detenía. No era solo la culpa lo que la paralizaba, era el miedo. Miedo a lo que él podría decir, a lo que podría hacer. A que él supiera la verdad.

—"Tienes que hablar con él"— se dijo a sí misma en un murmullo. "No puedes seguir así, huyendo de lo que hiciste."

Pero la realidad era que no podía enfrentarlo. No todavía. Era como si algo invisible la estuviera reteniendo, como si los hilos de su propia debilidad y deseo la ataran a una red de la que no podía escapar. Y mientras tanto, Hiroki seguía cambiando. Día tras día, parecía volverse más lejano, más inalcanzable. Más peligroso.

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En los pasillos del instituto, los estudiantes se mantenían alejados de Hiroki. Algunos simplemente lo miraban de reojo, murmurando a sus espaldas, mientras otros lo evitaban por completo. Nadie quería ser el próximo objetivo de su creciente poder. No había ninguna prueba tangible de lo que estaba sucediendo, pero todos lo sentían. El control que ejercía sobre aquellos que lo habían traicionado era tan real como el aire que respiraban.

Nao, quien una vez había manejado a Hiroki a su antojo, ahora se encontraba perdida en su propia desesperación. El control que creía tener sobre él se había desvanecido por completo, y lo que era aún peor: sentía que era ella quien estaba siendo manipulada ahora. Cada paso que daba, cada palabra que decía, era como si estuviera siguiendo un guion invisible, uno que no entendía pero al que no podía resistirse. Kanako no estaba en mejor situación. A pesar de su fachada fría y calculadora, en su interior comenzaba a desmoronarse. Sabía que algo estaba mal con su hermano, y aunque intentaba ignorarlo, el peso de la verdad era demasiado grande para ser negado.

Ayumu finalmente decidió que no podía seguir huyendo de Hiroki para siempre. Al final de las clases, lo vio sentado en una banca, solo, mirando al vacío. Respiró hondo y, con el corazón latiendo rápidamente en su pecho, se acercó.

—Hiroki... —dijo en voz baja, intentando sonar casual, aunque su voz traicionaba su nerviosismo.
Hiroki levantó la mirada lentamente, sus ojos oscuros y vacíos la atravesaron, como si estuviera viendo directamente a través de ella.

—¿Qué quieres, Ayumu? —su voz era fría, carente de cualquier emoción, y Ayumu sintió un escalofrío recorrer su cuerpo.

—Quería… hablar contigo. No hemos tenido la oportunidad de… de hablar desde… —hizo una pausa, incapaz de continuar.

Hiroki sonrió, pero no era una sonrisa cálida o amistosa. Era una sonrisa cruel, llena de un desprecio apenas contenido.

—¿Hablar? ¿De qué quieres hablar, Ayumu? ¿Sobre lo que ocurrió? —su tono era burlón, y Ayumu sintió como si el suelo se abriera bajo sus pies.

—Yo… Yo no… —intentó hablar, pero las palabras se le atragantaron en la garganta.

Hiroki se levantó de la banca y dio un paso hacia ella. Aunque no era mucho más alto que ella, en ese momento se sintió diminuta, como si estuviera ante una fuerza imparable.

—No te preocupes, Ayumu. Sé exactamente lo que hiciste. Lo escuché todo, ¿recuerdas? —su voz era suave, casi un susurro, pero cada palabra era como un cuchillo que se clavaba en el pecho de Ayumu.

Ella retrocedió un paso, el miedo apoderándose de su cuerpo. Intentó hablar, pero las palabras no salían.

—Y sabes qué, Ayumu... —continuó Hiroki, sus ojos brillando con una crueldad que nunca antes había visto en él— ahora eres solo una más de mis marionetas. Así que, a partir de ahora, harás exactamente lo que yo te diga. Y si alguna vez intentas desobedecerme… bueno, ya sabes lo que puede pasar~

Ayumu sintió como si el aire la abandonara. Había perdido. Había sido consumida por su propia culpa y su propio deseo, y ahora Hiroki estaba en control. Sabía que no podía escapar de él. No después de lo que había hecho.

—¿Entendido? —dijo Hiroki, su sonrisa se ensanchó mientras observaba cómo Ayumu, aterrorizada, asentía con la cabeza.

—S-sí… —murmuró ella, incapaz de mirar a Hiroki a los ojos.

—Bien. —Hiroki se giró y comenzó a caminar, dejándola allí, temblando y sola.

Ayumu cayó de rodillas, sintiendo una mezcla abrumadora de miedo, culpa y… un retorcido placer que no quería admitir. Sabía que había caído en una trampa de la que nunca podría salir.












Continuará...

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