5.El altar centenario

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El viento recorre todo mi cuerpo, me hace sentir todas las esencias del lugar, la salinidad del lago, la humedad del musgo, el aroma de las flores que bordeaban la zona, el quejido del árbol centenario, la rigidez de las rocas que cubren la orilla del lago, la calidez que asoma en los primeros rayos de sol.

Sin darme cuenta he pasado toda una jornada observando a ese ser poético ausente, él apenas ha mostrado señales de vida más allá de su ulular característico. Aunque su mirada ya no es tan vacía, su rostro junto a todo su cuerpo se ha convertido en un imponente raíz más del árbol centenario.

Verlo allí sentado me permite observar todo su cuerpo, cada rincón del mismo me resulta atrayente e innovador, como una criatura así de hermosa y sensual se había ocultado ante mis ojos y mis oídos tanto tiempo.

El característico rasgo de mi especie me estaba arrastrando hasta aquel ser de una manera ineludible, como podría ser que él estuviera expuesto a mí y realmente yo no supiera nada de él. Cómo no dejarte llevar por la curiosidad innata de las de mi especie, somos hijas del divino creador y estamos aquí para conocer y ayudar a quien lo necesite.

Sin saber como mis pasos me acercan a él, mi corazón está acelerado por la situación, temo estar cometiendo un error, y de alguna manera romper las leyes de la naturaleza, pero necesito saber más de él, necesito escuchar su voz y empezar a encontrar respuestas a las infinitas preguntas que nuestro encuentro ha generado, necesito escuchar su historia y así de alguna manera llegar a la respuesta de la primera pregunta que me surgió en la cabeza: Quien o que eres?

Él sigue completamente quieto, pareciera que está tallado de las mismas raíces, si no fuera por el realismo de su ser. No hay ningún gesto ni desvío de la mirada que indique que está notando mi presencia, y menos aún que noté mi acercamiento hacia él.

Me hallo delante de él a escasos pasos de su rostro, paro de caminar dispuesta a flexionar mi rodilla y verlo desde cerca cuándo sin previo aviso su voz surge de la nada:

- No lo hagas, no soy lo que parezco, ya no hay vida en mí.

Esas palabras suyas que han surgido sin modificación alguna en su rostro petrificado me han dejado confusa y alerta, a que se refiere exactamente, que es lo que según él no puedo hacer, entonces lo entiendo, no puede ser verdad que se refiera a eso. Cuando voy a responderle, él me interrumpe de nuevo.

- No lo digas, ya he observado que eres ligeramente insolente y perseverante.

No puedo creer lo que acaban de escuchar mis oídos, ese patán desdeñoso y descarado me ha llamado insolente cuando es él quien, con sus propios actos, lo está siendo. Para más ímpetu desde que dijo esas palabras, no para de reírse a carcajada limpia, resulta ciertamente molesta su actitud. Suspiró a la espera de ver con que me sorprenderá esta vez, dispuesta a marcharme si lo considero oportuno.

Al parar de reírse me mira con una leve sonrisa y una mirada fresca y en cierta manera tierna, es como si ya no fuera el que era hace un momento.

El sátiro decide trepar a la copa del árbol centenario y agarrar un fruto del mismo, ese acto ha creado en mí que nuevamente regrese esa curiosidad que tanto me domina últimamente, debo reconocer que se ha convertido una necesidad hallar respuestas sobre todas las dudas que este ser me genera.

Recostado en la copa del árbol y con el fruto en mano, él procede a recitar sus versos al viento a la espera de que alguien esté dispuesto a oírlos. No puede haber más predisposición en mí para ello.

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