Capítulo 3. Muerte al amanecer

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Richard, Jaime y Max se levantaron de la mesa en el momento en que el reloj de pared del cafetín dio las 6 de la tarde y la campana de la iglesia cercana sonó seis veces. Un fuerte golpe de aire se filtró por el gran ventanal del cafetín que daba al patio trasero del colegio. Grandes cantidades de hojas de árboles y polvo entraron con violencia. El ventarrón se llevó por delante los cuadernos que estaban puestos sobre las mesas, y un montón de hojas de papel volaron por los aires.

A varios de los presentes le entró polvo en los ojos y hasta por la boca. Un viento en extremo helado los abrazó, y a muchos hizo estremecer.

Martina conversaba con Drake en otra mesa, y se vio invadida por unas intensas ganas de llorar cuando aquel gélido viento la arropó. Ella se llevó sus manos al cuello al ser embargada por una tristeza que no pudo explicar, como si de alguna manera se hubiese enterado de la muerte de alguien cercano, y de pronto experimentara una soledad total, por ser la única habitante del planeta.

Drake se desconcertó al ver que Martina fijó su mirada hacia el ventanal. La chica estaba pálida, con sus ojos muy abiertos. Tenía su lengua y boca totalmente seca, no se percató en que momento dejó de salivar.

—¿Puedes ver eso en la ventana? —preguntó ella señalando al ventanal, con su mano temblorosa.

—¿Qué cosa? —Drake volvió a ver hacia le ventana, entornando sus ojos para intentar ver algo fuera de la común lejos en el patio.

—Ese... buitre, con... cabeza humana —respondió jadeando, tal cual hubiese terminado de correr un maratón—. Está parado ahí, en el alfeizar, tiene su cara horriblemente quemada.

—¡¿Qué?!

El corazón de Martina estaba desbocado, fuera de control. Se tuvo que poner la mano en el pecho para apaciguarlo. Aquella cosa que solo ella veía era de aspecto infrahumano. En un principio pensó que se trataba de un gigantesco buitre negro de un metro, pues estaba cubierto de plumas negras, parado sobre sus dos grandes patas de ave que terminaban en afiladas garras como arpones. Pero su cabeza era la de un hombre de piel muy negra como papel chamuscado. Sus ojos eran rojos, las venas de sus glóbulos oculares parecían rotas y éstos llenos de sangre. Además llevaba un semblante de sufrimiento y tristeza. Era calvo y su cuero cabelludo también era de una coloración negra de aspecto carbonizado. Dos pequeños y delgados brazos, del mismo aspecto y color que la piel de su cabeza, terminaban en un par de manos de dedos alargados y huesudos con uñas afiladas. Giraba su cabeza de lado a lado, como analizando todo lo que veía.

—¿Estas drogada o me quieres asustar por el trato que te propuse? —preguntó incrédulo—. Porque si es por eso...

—Voy a acceder a lo que me propones; pero sabes muy bien que tengo el don de ver cosas al igual que mi madre —dijo indignada ante el comentario de Drake, aún sin poder controlar el temblor de su voz—. ¿Cómo dudas de mí, si me acabas de pedir ayuda con mis poderes? —Martina volvió a mirar a la ventana, pero ya la extraña ave no estaba—. Debo irme. Tengo un horrible presentimiento. Hoy ha ocurrido algo terrible, que ha desencadenado una serie de hechos macabros por venir para este colegio, para todos nosotros. Quiero estar con mi madre. Quiero preguntarle qué significa lo que vi.

—¿Acaso no lo sabes tú? ¿No se supone que tienes poderes y no sé qué? —se burló.

Martina se puso de pie, bufó con el ceño fruncido y se retiró a paso rápido.

*******

Las altas lápidas se asomaban entre la grama verde y podada en el cementerio municipal. El sol de mediodía era inclemente. Siete personas rodeaban un féretro de caoba cubierto de varias coronas fúnebres, y a su lado, una fosa recién cavada lo aguardaba. Había en el ambiente un intenso olor a grama mojada que muchas personas podrían considerar como la única sensación agradable de aquel lugar; sin embargo, pasaba desapercibida para los dolientes más cercanos del fallecido de turno.

El sacerdote terminaba de proferir algunas palabras de consuelo.

—...Y que el señor acoja en su seno a nuestro hermano Bruno Thompson, quien no encontró la paz en vida, pedimos al señor misericordia para con su alma. Descansa en paz hijo mío —dijo con su voz casi apagada.

El sepelio solo estaban Max, Jaime y Richard, la abuela de Bruno que padecía alzhéimer en estado avanzado, y era llevada en una silla de ruedas por una mujer, que luego los tres chicos supieron que se trataba de una amable vecina que la cuidaba. La anciana ahora iría a dar a un asilo de ancianos del Estado. Además, el sepulturero, que se ubicaba cerca del grupo, con pala en mano, aguardando que el oficio religioso acabara para hacer su trabajo.

A los tres chicos aquello le pareció deprimente, no solo la muerte de Bruno, sino el hecho de que nadie más asistiera, y no les extrañaba; Bruno había dado muchos problemas a todos los que lo rodearon en su paso por la escuela secundaria, y en su vecindario. Tampoco nadie más fue a visitarlo al hospital.

Max, Jaime y Richard no se lo dijeron el uno al otro, pero muy dentro de sí, aquello les hizo entender que debían cambiar su actitud ante los demás, para mejor. Sintieron miedo de tener un final en el que nadie los extrañara, nadie los recordara, y que todos desearan olvidarlos. Solo de imaginarlo, los hizo verse invadidos por unas tremendas ganas de llorar; pero, ninguno lo comentó, pues era una debilidad que no estaban dispuestos a manifestar.

*******

Max no recordaba cuando había sido la última vez que le había costado tanto trabajo dormir como esa noche. Nunca había tenido tantos problemas para conciliar el sueño. Estaba consciente que él era muy básico como para preocuparse por asuntos existenciales que perturbaran su descanso; pero aquella noche fue diferente. Nunca había muerto una persona tan cercana a él. Además, tuvo la mala idea de ver el cadáver de Bruno en él ataúd. No podía apartar de su mente aquella imagen de rostro quemado y descarnado. ¿Por qué tuvo que ayudarlo a vestir para el funeral? Y en realidad no fue una vestimenta lo que se le puso, sino que fue envuelto en vendajes limpios, cual momia. Hubiese sido mejor solo ponerle la mortaja encima. Un profundo asco venía a la boca de su estómago al no poder evitar que su mente le mostrara esa cara chamuscada sin párpados ni nariz.

Miraba de un lado a otro por su habitación en penumbras, iluminada solo por la luz de la luna, estrellas y los faroles del alumbrado público que se filtraban por las cortinas de la ventana. Maldijo en susurros al observar en el reloj de su Smartphone que era las dos de la madrugada. Resopló y se sentó en la cama. Tendría que ir a prepararse un vaso de leche caliente como los niños; él, un muchacho de fama de hombre rudo. Que nadie se entere que tendría que recurrir a métodos para dormir niños.

Se puso de pie y un fuerte golpe impactó en su corazón, al ver una figura humana cubierta con un sudario blanco, sostenida en el aire por quien sabe qué fuerza invisible. Se mantenía estática flotando a medio metro del suelo, frente al espejo de la peinadora, el cual sufría leves sacudidas continuas, tal vez por alguna corriente de aire.

El sistema nervioso de Max colapsó y lo mantuvo paralizado, incluso sus ojos, que seguían clavados sobre aquella imagen. Su mandíbula estaba trabada y su respiración se le descontroló, pues se le dificultaba inspirar y exhalar a un ritmo coordinado.

La temperatura descendió de forma súbita, y una extraña fuente de energía estática le hizo erizar los vellos de sus brazos. El hedor del lugar le recordó a lo que nariz percibió alguna vez que se topó con un gato muerto en la calle.

El sutil viento que se filtraba por la ventana entreabierta hacía ondulaciones en el sudario de aquello. A través de la delgada y traslucida tela, el muchacho apreció algunos rasgos de esa cara quemada y desfigurada. Su boca estaba explayada, con gesto de sufrimiento; sus ojos muy abiertos carentes de párpados, de mirada perdida. Estaba claro para Max de quién se trataba.

La figura humana levantó sus brazos hacia el muchacho de forma muy lenta, mientras el resto de su cuerpo se mantenía inerte. Max recordó que las manos de su amigo se habían carbonizado, cuando aquella presencia extendió sus brazos, y de entre la tela del sudario emergieron un par de grandes patas de buitre, con afiladas zarpas que parecían garfios.

—Br... bru.. n.. no —balbuceó con su paralizada lengua, como si le pesara una tonelada.

De parte de aquel ser solo hubo una respuesta: un largo grito, primero grave que se fue haciendo agudo, muy parecido al grito que Bruno lanzó antes de perder el sentido cuando estaba envuelto en llamas en aquel chiquero; un grito lastimero que se asemejaba al gañido tortuoso de un zorro en la noche.

Fue demasiado para Max. El largo y potente aullido penetró a lo profundo de sus oídos, sacudieron sus tímpanos, y latieron como golpes de tambor.

Por fin Max logró liberar sus cuerdas vocales con un agudo bramido de pánico hasta que le dolió la garganta, mientras Bruno no cesaba en su grito, y ambos chillidos se entrelazaron.

La puerta de la habitación se abrió. Sus padres estaban en el umbral. Max caminó hacia ellos, con su boca abierta, sus ojos desorbitados, con un intento de balbucear algo, pero sus palabras no salían. El desespero de no poder hablar le hizo derramar lágrimas a chorros. Con la manos en su cuello, y caminando torpemente, dio tumbos hasta salir de la habitación, pasando por el medio de sus padres, que lo vieron alejarse por el pasillo. Estaban tan impresionados de su pálida expresión, que en los primeros segundos no se atrevieron siquiera a tocarlo. Ambos pensaron a la vez que podría estar sonámbulo, y en algún lado escucharon decir que era peligroso despertar a un sonámbulo de forma brusca, para evitar riesgos, prefirieron ser cuidadosos.

El señor y la señora Henderson dieron un vistazo a toda la habitación y no vieron nada de lo normal. Creyeron que tuvo una pesadilla.

—¿Oyeron ese grito? —preguntó el chico tartamudeando, de espaldas a sus padres, sin detenerse en su caminar por el pasillo, con sus manos frotando sus brazos.

—Te escuchamos gritar —le dijo el señor Lester caminando hacia él.

—El grito de Bruno, en mi habitación.

—Te escuchamos gritar solo a ti, en la habitación no hay nadie. Tuviste una pesadilla —replicó la señora Ana tomada del brazo de su esposo.

Max se detuvo en el rellano de la escalera que conducía a la planta baja. Desde allí vio salir por la puerta a Bruno, que se trasladaba levitando muy lento, semejante a un globo flotando. Se paró detrás de sus padres en medio del pasillo, junto a la puerta de la habitación; avanzó, y los atravesó como si él fuera una materia incorpórea, como un haz de luz, un holograma o niebla con forma humana.

Sus padres no se percataron de la presencia, con ninguno de sus sentidos. Solo Max lo veía y oía.

Bruno se acercaba a él. Max volvió a gritar al advertir su proximidad. Dio un paso atrás, y su pie resbaló del primer escalón. Rodó escaleras abajo. Se golpeó contra el piso. Estaba adolorido, pero ileso. No tuvo valor para mirar atrás y ver si Bruno seguía persiguiéndolo. Abrió la puerta de la calle y corrió descalzo, bajo la fría madrugada.

El señor Lester salió a la calle en piyama. Al ver que su hijo se perdía de vista y no poder darle alcance, subió a su auto y fue tras él.

*******

Max llegó hasta la casa de Richard ubicada en el mismo vecindario. Lo llamó a gritos. El muchacho despertó, se levantó de la cama de mala gana, la que compartía con una chica dormida, y se asomó a la ventana. No podía creer que se tratara de Max, a las 4 y media de la madrugada. Lo recibió en casa. Cuando Max le preguntó lo que ocurría, creyó que se había drogado. Le confesó que era una suerte que sus padres estuvieran de viaje; pues de otra forma no lo habría recibido.

El teléfono sonó. Era el padre de Max, preguntando si su hijo estaba allí. Richard le pasó la llamada, y Max le expresó su deseo de quedarse ahí esa noche. Su padre le exigió que le confesara si se había drogado. Max no le respondió tal pregunta, porque ni él mismo estaba seguro de lo que le ocurría, solo le suplicó que lo dejara dormir allí y luego hablarían. Lester le dio permiso; pero, le advirtió que al amanecer lo pasaría buscando para hablar de lo que había pasado. Le pidió que le jurara que no se estaba drogando como Bruno, y Max le dio su palabra de que nunca lo había hecho.

Richard acomodó a Max en el sofá de la sala, y le exigió no molestar más, y que se convenciera que todo había sido una pesadilla. Sonya, la chica que acompañaba a Richard, era su vecina de la casa de al lado. Bajó las escaleras mientras se abotonaba el vestido. Regañó a Richard por el hecho de que ambos se quedaron dormidos. Lucía muy nerviosa y enojada. Temía que sus padres se dieran cuenta de que no estaba en la casa. No tenía ninguna llamada perdida en su teléfono, y eso la tranquilizó, aparentemente no se habían dado cuenta que había salido de su casa, por la ventana, luego de darles les buenas noches.

La chica se despidió, dejando a Richard con las ganas de una beso, y de un portazo cerró la puerta. El muchacho regresó a su habitación, luego de agradecerle a Max, con sarcasmo, por haberle arruinado su inicio del día.

Max se quedó sentado en el sofá con los codos apoyados en sus rodillas, y su cabeza apoyado en sus manos. Mientras más se decía a sí mismo que aquello había sido una pesadilla, más se convencía de que todo había sido real. No era tan escéptico en cuestiones sobrenaturales, en realidad nunca había pensado en eso, y prefería pensar que aquello era real, antes de creer que se estaba volviendo loco.

Se acomodó en el sofá, sin importar que sus pies sucios mancharan la tela del mueble. Maldijo al reloj de péndulo de la sala, el ruido no lo dejaría dormir; pero, tal vez era mejor así; no quería estar dormido e indefenso si esa cosa volvía aparecer. No obstante, veinte minutos después, el agotamiento por una noche de insomnio lo venció, y ahora dormía desparramado, roncando.

Mientras Max dormía, Richard también roncaba de lo más cómodo, con sus brazos y piernas completamente extendidos a todo lo largo y ancho de su cama doble.

A las cinco de la mañana, el espejo sobre su peinadora empezó a tener leves temblores. Seis estelas de neblina emergieron de forma muy lenta del espejo, como si este actuara a manera de una especie de portal. Richard, que dormía descubierto, tuvo la sensación de un frío congelante que le acariciaba los pies, los cuales estaban fuera de la cobija que cubría el resto de su cuerpo. Con los ojos cerrados, y más dormido que despierto, alargó más la cobija para cubrir los pies.

La manta salió disparada de encima de él, y voló varios metros contra la pared, como si alguien se le hubiese quitado de encima con rudeza. Sobre el cuerpo de Richard se movían ahora cuatro serpientes completamente negras. El muchacho despertó al percibir el cuerpo escamoso de las víboras que enrollaban sus largos cuellos en sus muñecas y tobillos, y luego, por la cola, se enrollaban en los tubos de la cabecera de la cama y del respaldo frontal, de manera que quedó prisionero con sus brazos y piernas extendidos.

Sacudió la cabeza para aclarar su mente luego del pesado sueño del que regresaba; la consciencia total aún no llegaba a él. Sus pesados párpados apenas le permitieron ver a varios intrusos en su habitación. Seis presencias con forma humana cubiertas con sudarios flotaban en el aire a unos veinte centímetros de altura. Richard percibió el olor a carne podrida, y varias moscas verdes volaban de un lugar a otro, con un zumbido crispante. Aquella imagen le provocó un corrientazo de nerviosismo que lo sacudió de pies a cabeza.

Richard gritó. Max, en la planta baja, apenas se movió para darse vuelta en el sofá.

Al unísono, las seis presencias entonaron un cántico gregoriano en idioma latín. Bruno sacó sus garras de buitre de entre su mortaja. Con ellas le rasgó la frente a Richard y sobre su piel marcó la figura de la estrella invertida de cinco puntas. Las heridas le ardieron como si le hubieran echado sal y limón.

De entre las túnicas de Bruno emergió de forma inaudita un buitre, con un pico tan afilado como una daga. Se posó sobre el pecho de Richard y se lo empezó a picotear con fuertes zarpazos que arrancaban trozos de su piel, y a cada embestida la profundidad de perforación se hacía mayor. El dolor le desgarró hasta el alma.

Bruno lanzó un largo y fuerte grito y su boca abierta se pudo apreciar a través de la traslucida mortaja.

Max despertó de golpe. Vio por la ventana que ya estaba amaneciendo. Se sentó en el sofá. Creyó haber escuchado el mismo grito que había oído en su casa; deseó que se tratara de un sueño.

Subió las escaleras con paso vacilante. Cuando llegó a la puerta de la habitación de Richard, puso su oreja en la puerta y no oyó nada del otro lado. Cuando movió su pie descalzo, su dedo gordo se mojó con algo rojo y viscoso que estaba sobre el piso, y que salía por la rendija inferior de la puerta.

El chico se alarmó. Tocó la puerta con fuerza mientras llamaba a gritos a su amigo. Finalmente se fue contra la puerta y la abrió con violencia. Richard estaba echado sobre la cama con sus piernas y brazos extendidos. Tenía el pecho destrozado hecho jirones, y esa marca en su frente. En el espejo estaban escritos con sangre los nombres de Peter, Harold, Jeff, Andrew y Alex, con la sangre de Richard.

Max gritó. Por el espejo emergió la figura blanca de Bruno y volvió a lanzar aquel grito que le espelucó la piel. Los cristales de la ventana explotaron en pedazos por las ondas sonoras tan intensas.

Una mujer con unos rollos en la cabeza en bata de dormir, acompañada por un hombre gordo, aguardaban frente a la casa de Richard. Ella se frotaba las manos con rapidez, mientras él caminaba de un lado a otro cada dos pasos. Sonya, la hija de ambos, estaba con ellos. Cuando una patrulla de la policía se estacionó frente a la casa de Richard, corrieron hacía ella.

—¡Qué bueno que llegaron rápido, oficial! —exclamó la mujer, poniendo sus manos por encima del vidrio de la ventana abierta de la patrulla.

—Estábamos en el vecindario en nuestra ronda de patrullaje, cuando nos avisaron por la radio de su llamada, señora —respondió.

—Hace rato comenzaron los gritos de nuestro vecino. Sus padres están de viaje. ¿Qué clase de padres se van y dejan a su hijo adolescente solo? —dijo el padre de familia.

Sonya permanecía callada, mordiéndose las uñas. Ella tampoco entendía lo que ocurría, solo sabía que Richard había quedado acompañado por Max, pero no podía decir nada más, o sus padres sabrían que había pasado la noche con un chico, que su pequeña hija andaba en malos pasos.

—¿Cómo eran esos gritos? —preguntó el oficial que acompañaba al conductor, mientras ambos bajaban del vehículo.

Un largo grito se oyó en el interior de la casa.

—Como ese —dijo la mujer, y todos miraron sobresaltados a la casa.

Dentro de la vivienda, Max se encerró en el baño de la planta alta. Tenía mucho frío. Quería gritar a ver si así espantaba a aquella cosa. Cayó de espaldas en la ducha y se golpeó con el palo del trapeador. Agarró la vara de madera y pensó en usarlo como arma. Haló con fuerza para separarlo del trapeador, pero estaba atorado. Con mucho nerviosismo y desesperación rompió el palo. La madera se resquebrajó, gracias a lo cual se forma una afilada estaca, y empuñó la vara como si fuera una lanza.

Abrió la puerta y fue a la habitación de Richard. Tenía miedo, pero Richard era su amigo, no lo abandonaría como lo hizo con Bruno.

Por el pasillo vio venir la figura humana cubierta con una sábana blanca, flotando. Levitó y se fue rápido contra él. Max volvió a gritar, empuñó la estaca, y lanzó una estocada contra el ente. Lo sintió sólido cuando le hundió el palo en el pecho.

La sábana blanca se tiñó de sangre. La presencia se desplomó de inmediato y cayó a sus pies.

Max sacó la lanza, y cayó de rodillas al piso. La policía entró al pasillo y vio al hombre con el palo en sus manos, y aquel cuerpo en el piso, emanando sangre.

—Suelte eso, y ponga las manos en alto. Póngase de pie —le dijo el oficial, apuntándolo con su pistola.

Max estaba hecho una explosión de nervios, lloraba, temblaba. El oficial lo puso de pie de un jalón. El otro oficial le quitó la sábana al cuerpo, y allí estaba la cara de Richard, con sus ojos abiertos, sin mirar a ningún lado. Y esa estrella invertida de cinco picos en su frente, sangrante por sus líneas hechas sobre la piel.

La histeria invadió a Max. Empezó a llorar y a reír a la vez.

—Tiene derecho a permanecer en silencio —le dijo el oficial a Max, mientras el otro le ponía las esposas—. Todo lo que diga podrá ser usado en su contra, tiene derecho a un abogado, sino puede pagarse uno, el Estado le pondrá a disposición un abogado del ministerio público.

Max apenas escuchaba lo que le decía, pues sus gritos lo hacían casi imposible. El chico fue sacado esposado de la casa. Frente a ésta había una gran multitud de vecinos curiosos que rodeaban la patrulla de policía.

*******

—No, Richard no vino aquí, porque no cometió ningún pecado mortal en vida —dijo la gran serpiente en aquella caverna iluminada por las llamas crepitantes del lago de fuego—. Cometió solo pecados veniales, dignos del purgatorio, y allá se encuentra su alma ahora.

—Eso no lo sabía —respondió Bruno con decepción

—Procura que los próximos tengan un pecado mortal encima, antes de que su alma abandone su cuerpo. El pecado de la herejía es mi preferido —recomendó, con un gran tono de satisfacción.

Bruno se giró hacia el océano de almas quemándose eternamente.

—Haré lo que sea, pero, no me metas ahí, te lo suplico —rogó Bruno, con un evidente llanto contenido.

—No depende de mí, yo solo soy un instrumento para que se cumpla la voluntad del usurpador —respondió, con un dejo de frustración, pero a la vez de placer, algo que confundió a Bruno—. El trabajo que harás solo te permite momentos libres para que descanses de tu sufrimiento eterno, pero no más.

—Júrame que lo que me dijiste es verdad, que si hago los méritos suficientes, me convertiré en demonio y no volveré a esto, nunca más.

La respuesta de la serpiente fue solo una carcajada de burla. Un campo invisible de energía empujó a Bruno al fuego, e inició una nueva rutina de sufrimiento perenne, hasta que la serpiente lo decidiera.

*******

En el gran pizarrón acrílico estaba escrito un gran problema de física, que un infortunado estudiante del último año de secundaria debía resolver. Estaba parado allí, de espaldas a sus compañeros de clases. Él podía percibir la preocupación sincera de algunos de ellos, en susurros muy bajos, por el apuro que presentaba al ser incapaz de resolver el ejercicio. Otro grupo de estudiantes se burlaba entre murmullos, y otros se preocupaban por ellos mismos, temerosos de que les llegara el turno de pasar al pizarrón.

La mente de Drake no se concentraba porque el temible profesor Jack Morton estaba parado junto a él, como un buitre acechante esperando que un ser viviente se volviera cadáver para devorarlo. A Drake le molestaba ese olor peculiar a tierra negra del profesor, a humedad, como si su ropa hubiese pasado mucho tiempo guardada en un espacio sin ventilación. El muchacho leía en silencio una y otra vez el enunciado del problema, y nada llegaba a su mente:

"Un tren sale desde el Norte de Ciudad Capital hacia el Sur a 40 kilómetros por hora, al mismo tiempo otro tren sale del Sur de la Ciudad hacia el Norte a 50 kilómetros por hora. Sabiendo que el recorrido entre El Norte y el Sur es de 360 kilómetros ¿en qué tiempo se van a encontrar ambos trenes?

El nerviosismo hacía que la espalda de Drake sudara bajo su camisa a pesar que la ventana estaba abierta, y el día estaba frio y lluvioso.

—Me estoy desesperando, alumno —dijo el señor Morton hablando casi entre dientes, con su grave y ronco tono de voz, cual enfermo de las amígdalas—. Esto lo habíamos visto la clase pasada. Es usted la decepción hecha persona. Sus padres están perdiendo la inversión que hacen en usted. Supongo que lo que usted es ahora, es expresión de lo que será en el futuro, "un nada".

Drake escuchó todo lo que dijo, sin despegar la vista de la pizarra y se imaginó al profesor atado a las vías del tren, gritando, con ambos trenes viniendo en dirección contraria a encontrarse en el punto donde estaba amarrado el hombre. Cuando en su imaginación los trenes estuvieron a punto de arrollar a Morton y chocar entre ellos, el viejo de nuevo habló.

—Si ocupara su mente en resolver el problema en lugar de imaginarme siendo arrollado por los trenes, ya lo hubiese resuelto, pequeño psicópata. Ahora no nos haga perder más el tiempo y siéntese.

Drake se sorprendió. "¿El profesor intuyó que lo había imaginado morir? ¿O solo lo adivinó?" Drake dejó el marcador sobre el escritorio y se fue encogido de hombros a sentar en su pupitre

—Son todos ustedes una vergüenza. Algún día necesitarán de la física y la física no estará ahí para ayudarlos si siguen por este camino. Pero aún quedamos profesores con ética que estamos aquí no solo por un sueldo sino con intención de enseñar. Por eso les tengo una buena noticia. —El señor Morton mostró una media sonrisa con el ceño fruncido; un mal presagio—. Le propuse al nuevo director un cambio en el modelo de evaluación de mi clase. Dicho modelo será una prueba piloto para determinar la viabilidad de su aplicación en toda la escuela. El último examen de la materia, del cual muchos de ustedes dependen para aprobarla, ya no será un examen escrito en una hoja de papel, en donde todos podían copiarse y hacer trampa, como sé que muchos de ustedes lo han hecho. El último examen será diferente, cada uno de ustedes pasará al pizarrón y resolverá dos ejercicios, y además responderá de forma oral una pregunta teórica. De esa forma, nadie podría copiarse, no hay ninguna forma de que hagan trampa. Cada uno tendrá cinco minutos para resolver cada ejercicio.

Los alumnos miraban al profesor, quien hablaba con un tono de furia, pero a la vez, parecía estar disfrutando lo que decía, porque sabía el malestar que les causaba con sus palabras. El profesor Morton medía casi dos metros de altura. Su rostro era muy blanco y alargado, con grandes pómulos, mentón puntiagudo, frente muy ancha y pronunciada que parecía caer sobre sus ojos, lo cual le daba un aspecto de enojo perenne. Su mirada causaba incomodidad cuando lo tenían cerca, decían algunos alumnos, era amenazadora, como la de un buitre, pues se clavaba sin parpadear en los ojos de quien miraba, casi como queriendo matar con su vista. Algunos estudiantes indicaban en tono de burla que nunca lo habían visto parpadear, ni mover los ojos.

La noticia causó revuelo inmediato. Los susurros de cada estudiante en los pupitres, expresando preocupación y rechazo, se unieron al unísono para formar una sola bulla.

—¡Silencio! —gritó el señor Morton dando una fuerte palmada sobre el escritorio, con sus grandes manos de dedos largos y esqueléticos, semejantes a largas ramas secas de árbol. La campana que anunciaba el final de la clase sonó—. Nos vemos la próxima clase en que será el examen final. No traten de hablar con el director. Él está totalmente de acuerdo. Estudien y no sean holgazanes. Y no vengan a pedirme más tiempo para el examen, no cambiaré la fecha del mismo aunque de eso dependiera mi vida, eso pueden escribirlo.

Los alumnos salieron muy alterados del salón de clases. La mayoría de los veintitrés estudiantes que conformaban la clase necesitaban aprobar ese examen para pasar la asignatura.

*******

—He trabajado todo el año lavando carros al salir de clases para ahorrar y comprarme un auto. La mitad del precio lo pagaré yo, y la otra, mi padre —dijo Drake, ya en el cafetín del colegio reunido en una mesa con sus amigos—. Física es la única materia que tengo en peligro de reprobar, si no la apruebo, mi padre no me pagará la mitad del auto.

—¿Te preocupa un auto? Estas a punto de no graduarte —señaló Emilia a su lado mordiéndose un mechón de su rojo cabello rizado —. Esa materia ha bajado mucho mi promedio.

—No has reprobado ni un solo examen —replicó Roberto.

—Pero he aprobado con la nota mínima, necesito una muy buena calificación para subir mi promedio. Necesito un buen promedio para solicitar mi beca en la universidad. Sabes que mis padres no podrán costearme mis estudios en la universidad privada que yo quiero. No quiero ir estudiar medicina en una universidad pública.

—Todos tenemos qué perder sino aprobamos esa materia. Recuerden que también opto a la beca para estudiar deportes, requiero un buen promedio. —Roberto se pasaba un balón de futbol de una mano a otra jugando para drenar el estrés.

—Bueno, yo tenía pautado un viaje a Francia para el verano con mis padres. Evidentemente no podré ir si debo quedarme a reparar la materia —dijo Lucy luego de acomodarse la goma de mascar dentro de su boca para poder hablar.

—Tampoco podemos pasar el verano estudiando para reparar la materia, yo conseguí empleo en un grupo de animadores para una empresa privada —informó Daniel—. Debo salir de gira con el grupo.

—¿Animador? Eres un porrista, ¡Un hombre porrista! —bromeó Roberto, y Daniel lo miró de forma recriminatoria.

—No te burles, ya es suficiente con tener que ocultarlo a mi papá. No me siento bien de haberle hecho creer todo este año que estuve en el equipo de futbol.

—Me debes muchas —dijo Roberto.

—¿Me lo vas a sacar en cara?

—Me lo debes agradecer de alguna forma —dijo riendo—. ¿Crees que fue fácil convencer al entrenador de dejarte entrar al juego las veces que tu papá venía a verte jugar, para que simularas estar jugando, solo corriendo detrás del balón? —dijo Roberto.

—Y yo como capitana del equipo de futbol femenino del club ítalo, en el verano participaré en una competencia deportiva entre los clubes de la ciudad, es una gran oportunidad —dijo Amanda—. Estarán allí varios caza-talentos, directores técnicos de equipos de otros equipos nacionales y hasta internacionales. Ya es muy difícil ser parte de un equipo de futbol femenino como para perder esa oportunidad. Es seguro que mis padres culparán a mis prácticas de fútbol por no aprobar la materia.

La chica le quitó con destreza el balón de fútbol a Roberto mientras éste jugaba con el esférico, y dio unos cuantos cabezazos con él, sin perder el control de la pelota, luego se lo pasó a Roberto, esperando que éste lo hiciera rebotar con su cabeza, pero el chico lo perdió al no mostrar la misma habilidad. Él tuvo que ir a buscar el balón a un rincón del cafetín, mientras los demás bromeaban, cuestionando sus capacidades en el futbol y sobre cómo llegó a ser capitán del equipo si ni siquiera sabe cabecear el balón.

—El caso es que no podemos ir a curso de verano. Tenemos nuestros propios planes —añadió Drake—. El profesor Muerte no puede arruinarnos nuestras vidas.

Drake se jactaba de haber inventado los mejores apodos para los profesores, como el de profesor Muerte o profesor Monstruo para el señor Morton.

—Además, es injusto —le siguió Emilia—. El profesor... es evidente que no explica bien la materia, ni siquiera yo entiendo bien las clases, y ustedes saben lo aplicada que soy. Pareciera que lo hace a propósito para reprobarnos. Es como si odiara a los adolescentes.

—No sé ustedes, pero los pocos exámenes que logré aprobar, lo hice usando acordeones, y no sirvió de mucho, aprobé siempre con la nota mínima, eran demasiado difíciles aún con trampa. Necesitaba aprobar éste examen final de la misma forma y ya no podrá ser. Necesitamos más tiempo para estudiar, y el profesor no nos dará ese tiempo —dijo Roberto.

—Todos aprobamos esos exámenes usando acordeones y solo alcanzamos la nota mínima. Bueno, todos menos la doctora Emilia —aclaró Lucy, con un tono de sarcasmo—. No pretendo ser una "fisicalista" en el futuro, o como se diga. No voy a necesitar la física cuando sea modelo, sino mi físico.

Un chico de rasgos asiáticos pasó junto a la mesa del grupo. Allí iba Chun, con su cuerpo delgado, escuálido y encorvado, como queriendo ocultar su presencia del resto del mundo. Como siempre, usaba ropa una talla por encima de la apropiada para él, le quedaba muy holgada dándole un aspecto nada estético.

—Chinito ¿Cómo se dice caspa en chino? —le preguntó Drake en tono de burla y con la voz en alto, para que todos en el cafetín oyeran, y así fue, logró lo que quería, el resto de los estudiantes se giró para verlo humillar a Chun una vez más.

—No soy chino, soy Coleano de Colea del Sul —respondió con tedio, resoplando, y con un marcado acento asiático.

Todos se burlaron aunque trataron de disimular sus risas, pero Drake lo hizo de forma descarada.

—¡Oh! es verdad, "coleano". Bueno me dijeron que caspa en chino se dice Chin- Chan-pú. Luego te digo como se dice en co-le-ano.

Solo Lucy rió del chiste y Chun siguió su camino.

—Oye no lo molestes más, qué cruel —dijo Roberto—. Llevas toda la secundaria haciéndole la vida imposible. Ya un día se va a cansar y se va a desquitar de ti.

—Estamos a punto de graduarnos, no creo que eso pase. De todas formas... mis bromas han sido inofensivas comparadas con los golpes y abusos físicos que Bruno le hizo, yo no lo he golpeado al pobre infeliz. Por lo menos ahora que se murió tendrá paz. Y qué te importa a ti. Nunca lo defendiste. De hecho todos ustedes le hacían la vida imposible.

—Sí, pero maduramos —replicó Emilia—. Tú te quedaste con la mente de alguien de segundo año.

Roberto miró a todos lados del cafetín como buscando la solución al problema que les causó el señor Morton, y creyó haberla visto—. ¿Por qué no le pedimos a nuestros representantes estudiantiles que hagan algo con respecto al señor Muerte? Para eso los elegimos.

Roberto señaló a una mesa del cafetín donde estaban sentados Samanta y Ken, la presidenta y el vicepresidente del Centro de Estudiantes.

El grupo corrió hacia la mesa e instaron a la pareja a hacerse cargo del problema que los embargaba.

—Tienen que ayudarnos. El hecho de que ustedes hayan elegido mención humanidades para salvarse de estudiar física, química y matemáticas, no es excusa para no ocuparse del problema que atañe a los demás estudiantes que cursamos la mención de ciencias —señaló Emilia.

—El señor muerte es nuestro gran problema. Una cuestión de vida o muerte ¡Hagan algo! —añadió Drake.

—Te aclaro que yo elegí humanidades porque me gusta, no por escapar de la muerte, o de la vida —dijo Samanta sin alterarse—. Hablaremos con el señor Morton y veremos qué se puede hacer, le pediremos una semana más de tiempo para que puedan prepararse mejor.

—Aunque en vez de preocuparse, deberían ocuparse del problema —propuso Ken—. Deberían estar estudiando y no perdiendo el tiempo en el cafetín.

—Ustedes también están en el cafetín —replicó Drake.

—Nosotros no tenemos problemas con la muerte —repuso Ken con tono sarcástico.

—Debemos irnos a una reunión, les prometemos que hablaremos con el señor Muert... Morton. —Samanta se frenó porque intentaba siempre no ser parte del montón de estudiantes que se mofaban de los profesores. Para ella, su condición de presidenta estudiantil le exigía una conducta sumamente respetuosa.

—Pero no les prometemos que lo solucionaremos; según lo que sé, ese profesor odia a los estudiantes por algún motivo —dijo Ken con un intencional tono desmotivador. Era evidente su desagrado hacia la gente que le gustaba pasarse de lista, y para él, ese grupo de chicos mala conducta lo era, y estaban recibiendo su merecido por hacer trampas y no dedicarse a sus estudios con responsabilidad.

Samanta y Ken cursaban materias comunes con ellos, como geografía y literatura, entre otras. Solo diferían en materias que comprendían la especialidad de sus menciones: Humanidades, en la que cursaban filosofía, latín, y en la especialidad de Ciencias Drake y los demás veían matemática, física y química.

En las materias que cursaban juntos, Samanta y Ken, quienes eran buenos estudiantes, reprochaban siempre la conducta tramposa de sus compañeros para aprobar las evaluaciones. Samanta era más piadosa y se mostró sincera al ofrecerles ayuda para que el señor Morton retrasara un poco el examen; en cambio, Ken pensaba que era justicia divina, no era correcto que se copiaran en los exámenes.

La presidenta y el vicepresidente se fueron del cafetín, y el grupo de chicos volvió a la mesa a continuar con su preocupación.

Drake vio entrar a Martina, vestida totalmente de blanco, con una falda hasta las rodillas.

—Tengo una idea —le dijo Drake al grupo—. Esperen aquí.

Drake corrió hacia Martina y ella lo miró con tedio, pues él solo la saludaba para pedirle algún favor, dinero para la merienda, o la tarea cuando Chun, siendo uno de los chicos más aplicados de la clase, no podía ser objeto de sus timos para robársela. Una vez, los abuelos de éste habían acusado a Drake ante el director por dicha causa, y Drake era muy vigilado desde entonces.

—No tengo dinero, y no te prestaré la tarea —dijo Martina con una mirada de ojos entrecerrados antes que Drake dijera algo.

—Calma, solo vengo a proponerte un negocio.

Drake la invitó a sentarse a una mesa alejado de todos.

—¿Otro negocio? Te ayude con ese hechizo de amor para que Lucy volviera contigo, porque ella es tan pesada y despreciable, que su peor castigo es estar contigo, solo por eso. Pero no suelo usar mis poderes para tonterías.

—Este es diferente... tu madre es... una... bruja ¿cierto? —le preguntó el muchacho dudando sobre cómo llamarla.

—Es experta en medicina oculta, una iluminada. Sus poderes son dados por los espíritus blancos del bien, al igual que yo, y...

—Sí, sí. —Interrumpió Drake para evitar que le diera un fastidioso discurso en el que mercadeara a su madre—. El caso es que... necesitamos de los poderes de tu madre, o de tus poderes, para ganar tiempo. Te podemos pagar por un trabajo de... medicina oculta. ¿Tu mamá puede enfermar al profesor Morton por digamos... tres semanas? Es el tiempo que necesitamos para estudiar para el último examen.

La chica arrugó la cara con asco ante tal propuesta.

—Por Dios, eso es horrible. Los poderes de mi madre y míos son para el bien. Ella es muy católica.

Drake guardó silencio por unos segundos

—Sí... —respondió cambiando su gesto de preocupación por uno de malicia, con sus ojos entornados, como si tramara algo—. Ella es tan católica que... no aceptaría lo de... tu orientación "no heterosexual".

Los ojos de Martina se desorbitaron aunque ella intentó disimularlo.

—Estás loco— respondió ella, se puso de pie, ya lista para marcharse.

Drake la tomó de la mano y la indujo a sentarse cuando le mostró en la pantalla de su smartphone una foto que la perturbó. En ella, Martina se besaba en la boca con otra chica, una hermosa rubia. Estaban en una discoteca de ambiente gay. Martina cambió de actitud de forma inmediata y estuvo dispuesta a trabajar para él, ante aquel chantaje, sin protestar.

—Solo tengo una pregunta. Tú no pareces el tipo de chico que cree en estas cosas. Tú luces muy básico, y estos temas son muy profundos, entonces ¿por qué?

Drake aspiró aire de forma profunda y luego lo botó muy lento, como si tratara de insuflarse fuerzas.

—Mi mamá, quien todos saben murió hace un año, enfermó. Nunca los médicos encontraron la causa de su enfermedad, y mi papá que es un excelente médico se esforzó en hacerlo, sin ningún resultado. Luego, una bruja en la feria a quien consulté, con Lucy, me leyó la mano; yo solo quería dejar a la bruja en ridículo cuando fallara en sus adivinaciones, o ese pensaba yo que ocurriría; era una apuesta con Lucy, pero no fue así. Yo nunca la había visto, pero supo que mi madre había muerto en extrañas circunstancias, sin que las decenas de médicos que la examinaron determinaran su enfermedad. —A Drake se le quebró la voz en ese momento—. La mujer me dijo que mi madre murió por un hechizo de magia negra, y que tal hechizo fue realizado por la ex esposa de mi padre, mi otrora madrastra con quien papá regresó a juntarse luego de morir mi madre. Me dijo que en el patio de mi casa había algo enterrado: una muñeca de trapo con la foto de mi madre con alfileres clavados. Me dijo que usara guantes negros para sacarla. Busqué en el lugar que me dijo, y efectivamente allí estaba. Tenía mechones del cabello de mi madre. De alguna forma esa mujer había logrado entrar al patio y lo sepultó allí. Desde entonces creo en todo lo sobrenatural. Se lo conté a mi papá y le dio su merecido a esa maldita. La vasija donde estaba la muñeca llena de tierra de cementerio tenía las huellas de esa mujer, mi padre lo corroboró en un laboratorio. Pero nadie va a la cárcel por hacer brujería, los jueces no creen en ella, y no está penada por la ley.

Martina lo escuchó con gran atención muy impresionada. Drake tenía los ojos acuosos, y su mirada cabizbaja. La chica sintió compasión.

—¿Y por qué no vas con esa bruja a que te ayude?

—No puedo, el circo ambulante en que trabajaba se fue de la ciudad. Y por lo visto tu madre es muy buena, es muy famosa.

—Lo intentaré, se lo pediré, pero sé que ella no accederá.

—Entonces, lo harás tú. Tú también practicas esas... artes oscuras. Es solo un trabajito, una diarrea, un malestar estomacal que tenga al señor Muerte fuera de la escuela por solo tres semanas. Si no, tu madre verá esa foto.

La compasión que Martina había sentido se esfumó, y de nuevo sintió rabia ante el chantaje de Drake. Ella había pensado sinceramente en ayudarlo sin aquella sucia treta.

Drake volvió a la mesa, con un aire de triunfo. Todos le preguntaron del motivo de su alegría.

—Solo debo decir que, gracias, Lucy por esa foto, fue una gran idea mantenerla en secreto. Nos fue útil como creí que nos sería.

—¿Cuál foto? —preguntó Lucy confundida.

—La de... chica besando chica

Todos los miraron desconcertados, excluidos de la conversación.

—Oh sí, esa foto. Bueno, hay que darle gracias a mi prima, ella quería ir a ese sitio cuando salió del closet y no quería ir sola, y como la vida es un pañuelo...

—Tenemos quien nos ayude —dijo Drake.

—¿De qué hablan? —preguntó Emilia.

Drake les contó lo del chantaje y les mostró la foto.

—Eso es algo muy bajo —dijo Roberto.

—Es su vida privada —dijo Emilia—. No estoy de acuerdo. Además... ¿brujería? ¡Por Dios!

—No voy a mostrarle la foto a su madre, la bruja —se defendió Drake—. Solo usaré la foto para disuadirla para que nos ayude, tampoco me crean un monstruo.

—Esa chica se complica la vida, ser lesbiana o gay hoy en día es algo chic —dijo Lucy—. Es decir, hasta los artistas famosos simulan ser gay para estar a la moda y causar polémica.

Roberto se levantó de la mesa y anunció que iría por un café ante la tardanza del mesonero en atenderlo.

A Emilia le sonó su smartphone. Se trataba de un mensaje de texto en su red social. Lo sacó de su mochila con premura, como si estuviera ansiosa de recibir una gran noticia. No sé dio cuenta que los demás habían parado su conversación al ver el estado de emoción que la embargó cuando recibió el mensaje.

Cuando lo revisó, sonrió apretando los labios y en pocos segundos sus mejillas se tornaron de un color rosáceo intenso.

—¿Otra vez tu admirador secreto? —preguntó Amanda tratando de ver la pantalla del móvil, ante lo cual Emilia lo tapó con la mano.

—Sí, pero este mensaje no lo puedo mostrar, es muy... intenso, pero romántico —dijo susurrando.

Los demás rieron.

—Ya quiero que revele su identidad, me muero por conocerlo —dijo Emilia.

—¿Quién crees que sea? —preguntó Drake.

—Puede ser alguien de la mención de humanidades, lo que escribe es muy profundo y filosófico —respondió.

—Es para lo único que sirve un filósofo, para escribir poemas y cosas extrañas que encaje en los extraños gustos de las chicas —añadió Drake.

—Bueno, podría ser alguien de ciencias —añadió Daniel.

—Pero definitivamente no debe ser alguien del club de algún deporte, ellos solo piensan, en... deportes —dijo Emilia.

—¡Oye! —protestó Amanda —. Soy capitana del equipo de futbol femenino, y también pienso en otras cosas profundas, como... en chicos—. Amanda le dio un leve codazo a Emilia en su brazo y ambas rieron con picardía.

Roberto regresó a la mesa con el café, y gracias a las protestas de Amanda se enteró del nuevo mensaje que le llegó a Emilia. Al ser Roberto miembro del gremio deportivo apoyó a la chica.

—Eres muy dura con los deportistas, recuerdo que siempre rechazas a aquellos que quieren pretenderte, antes de darles una oportunidad —dijo Roberto.

—Reconozco que tengo prejuicios. No quiero decir que los deportistas no puedan ser románticos ni interesantes, es solo que creo que... no lo son al nivel que me gustan —dijo.

Daniel resopló, se llevó las manos detrás de la nunca y se recostó sobre el espaldar de la silla con la cabeza echada hacia atrás, y su mirada clavada en el techo.

—¿En qué piensas? —preguntó Emilia.

—En tu hermana Érika, si ella estuviera en la ciudad nos ayudaría. Ella hizo historia en este colegio —respondió.

—sí, mi hermana fue un fenómeno. Es hermosa, además se graduó con honores, fue la reina del baile de graduación, fue presidente del centro de estudiantes, fue la más popular de su generación, capitana del equipo de voleibol, equipo invicto por tres años consecutivos en todos los eventos que participó, y además se ganó un beca para irse a estudiar a esa prestigiosa universidad ¿me faltó algo?

—Qué todo el mundo la amaba —respondió Daniel.

—Que su cabello era hermoso, que aún sin maquillar era hermosa —dijo Drake.

—Que a pesar de lo perfecta, es muy humilde y modesta y eso hace que todo el mundo la aprecie. Es difícil encontrar gente humilde a pesar de tener enormes virtudes, por lo general son engreídas —añadió Daniel.

—La extraño. Solo la vemos en vacaciones —dijo Emilia. Se sacó de sobre el cuello de su blusa una medalla. Estaba hecha de plata, tenía la forma de la mitad de un corazón—. Espero que ella me recuerde cada vez que vea la mitad de su medalla. Pasado mañana es su cumpleaños, recuerden enviarle felicitaciones.

Regresaron al tema del maestro Morton. El resto del grupo aún no creía del todo que funcionaría el hechizo para enfermarlo. Conocían los motivos de Drake para creer en la brujería debido a la extraña muerte de su madre, pero ellos no creían mucho en esos temas de magia negra y magia blanca. Además, ya tenían la palabra de Samanta de que los ayudaría. Sin embargo, cuando ella les informó que el señor Morton no accedió a darles más tiempo, la brujería era la única opción que les quedaba, estaban desesperados.

El Smartphone de Emilia volvió a sonar. Creyó que se trataba de un nuevo mensaje anónimo y se apresuró a leerlo, mientras los demás conversaban. A medida que leía los párpados de sus ojos se abrían, hasta que sus globos oculares casi se desorbitan.

—¡Dios mío! —exclamó—. Vean las noticias locales, miren lo que pasó con Max y Richard. —Colocó el Smartphone en medio de la mesa y todos se abalanzaron sobre su pantalla para leer.

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