Capítulo 7. La Reunión

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El sábado en la mañana sepultaron a Daniel. En el cementerio, los padres del muchacho acusaron a Vicky de ser la causante de su muerte; pues, luego que Roberto y Drake contaron que ese mismo día, ella terminó con él, el suicidio era la primera hipótesis que se manejaba. Ella lo negó. A sus padres les molestó que la chica no llorara por la muerte de su hijo, se presentó allí con los ojos muy secos, y un semblante de indiferencia, que los indignó. Ken le comentó a Samanta que no creía que Daniel se hubiese suicidado, su padre, el teniente Johnson le dijo que el cadáver tenía una mordida humana en la nuca, que no tenía explicación.

*******

Roger Dawson se sorprendió cuando Marcos lo llamó por teléfono ese sábado a las nueve de la mañana, para preguntarle si podía ir a verlo con carácter de urgencia. Roger le dijo que se presentara a mediodía y aceptara la invitación para almorzar con su familia. No pensó que regresaría tan pronto de Italia, apenas unas horas luego de haberle contado la tragedia familiar de Frank. Marcos le indicó que necesitaba reunirse al mismo tiempo con otras personas, con el viejo grupo de amigos del último año de preparatoria. Por esa razón, el sacerdote consideró inconveniente un almuerzo que fuera invitado por él, sería abusar. Roger le pidió que fuera a almorzar a las doce del mediodía y citaría al resto del grupo a la una de la tarde.

Vicky llegó a su casa, desde el cementerio, a eso de los once de la mañana, con muchas ganas de meterse a la cama y no salir de allí por el resto del día. Tenía sentimientos encontrados. No sabía si sentirse culpable por el supuesto suicidio de su novio. Creía que no podía ser para tanto el rompimiento de su relación con Daniel; nunca se dijeron que se amaban, si quiera. Esa no podía ser la causa del supuesto suicidio. En eso pensaba la chica cuando cruzaba la puerta. Se disponía ir directo a su habitación, pero Roger, su padre, frustró sus deseos. Allí estaba él, con su esposa, y con Leonard, sentado en la sala. Victoria ni siquiera les dijo lo que había ocurrido en la escuela, y le había pedido a Leonard que tampoco les contara, no quería otro sermón familiar, ni que estuvieran indagando en su vida personal.

Roger le comunicó acerca de su invitado a comer. Vicky sintió curiosidad, no sabía que tenían a un sacerdote como amigo de la familia. Lorena, su madre, le comentó que él había tomado los hábitos muy joven y se había ido a estudiar Teología a Italia. Lo recordaba como una joven muy delgado, cabezón, con granos, muy pelirrojo. En broma lo llamaban cabeza de fósforo prendido.

—Ese es un buen sobrenombre para el maestro de química, quien también es pelirrojo —dijo Leonard, riendo.

*******

A las once y cincuenta de la mañana Vicky se hallaba en su habitación, sentada frente a su peinadora, pasando el cepillo por su larga y sedosa cabellera. Estaba resignada a una hora de aburrido almuerzo en compañía de un sacerdote. Debería ser estricta con sus modales, no levantar la voz, decir por favor y gracias, reírse de algún chiste absurdo, entre otras tonterías que las buenas costumbres imponían. Lo peor sería que tendría que oír los sermones del sacerdote, flaco, cabezón y lleno de granos, y asentir como si estuviera de acuerdo, aunque desaprobara que los sacerdotes se inmiscuyeran en la vida privada de las personas, para criticarlas como si fueran el mismo Dios en el juicio final.

Se amarró el cabello con una banda elástica. El único maquillaje que se colocó fue un poco de labial rosa. Se vistió con una blusa de manga larga y un vestido hasta las rodillas. Todo lo hizo con tedio y mala gana.

La chica se miró al espejo, posó de medio perfil y se sonrió. Estaba de acuerdo con lo que la mayoría de los chicos que la conocían decía: que era muy hermosa. Sacó una pila de panfletos de la gaveta. En cada uno había una foto de Vicky llevando una corona dorada que se apreciaba echa de cartón y forrada de papel brillante. Había un titular que rezaba: "Voten por Vicky Dawson para reina del baile de graduación".

—Lo tengo que lograr —susurró para sí misma.

Tocaron a la puerta. A pesar que la chica invitó a pasar nadie lo hizo. Volvieron a tocar la puerta y ella se levantó bufando. La puerta y brincó alterada cuando Leonard sacudió las cuerdas de la guitarra eléctrica frente a ella. El sonido fue estruendoso. Del instrumento musical salía un cable eléctrico que cruzaba el pasillo, entraba a la habitación de Leonard y terminaba en una gigantesca corneta.

—¡Estúpido! —le gritó Vicky con sus manos sobre sus oídos y su cara arrugada.

—Deberías agradecerme, con el susto tu cabello se erizó, ahora luce moderno —Leonardo se carcajeó y corrió a su habitación. Cerró la puerta justo cuando Vicky impactó uno de sus zapatos en ella.

El timbre sonó. Roger y Lorena, desde la planta baja, llamaron a sus hijos a bajar de inmediato a recibir a la visita. Solo Vicky obedeció, y bajó las escaleras a paso lento, como si sus pies pesaran una tonelada. Le dijo a sus padres que Leonard tenía un escándalo en su habitación con su guitarra eléctrica, seguramente no había escuchado el llamado.

Lorena abrió la puerta, y los tres miembros de la familia se sorprendieron al ver al hombre frente a ellos, sobre todo Vicky, quien no pudo evitar abrir la boca. El joven medía un metro ochenta aproximadamente. Era moreno claro, corpulento, hombros anchos, pelirrojo. Tenía grandes pómulos. Llevaba puesta su camisa clerical negra, el alzacuello y una chaqueta gris de lana.

—Buenas tardes —dijo.

—¿Marcos? —preguntó Roger con una risa de asombro—¿Eres tú? ¿O te comiste el chico flaco que recordaba?

Marcos rió.

—Nos hacen hacer mucho trabajo físico en el monasterio —dijo sonriendo—. Tenemos que cortar leña para el invierno, labrar la tierra, eso ayudó.

Mientras Marcos hablaba, Vicky se quedó mirándole el hoyuelo en su prominente barbilla, sus brillantes dientes blancos de perfecta alineación y sus uñas bien limpias y arregladas. Al mismo tiempo, la chica aspiraba con disimulo la fragancia del perfume de Marcos que la atrapaba y le transmitía la sensación de elegancia, frescura y pulcritud.

—Adelante, Marcos —le dijo Lorena—. Perdón, quise decir, padre Marcos.

—Llámenme Marcos, solo Marcos.

—Ella es nuestra hija. Victoria, le decimos Vicky —dijo Roger.

—Mucho gusto, Victoria —le dijo con mucha educación y le extendió la mano. La chica le estrechó la mano, la sintió muy cálida, con algunos cayos. Pensó que debía ser por su trabajo de leñador. No pudo evitar sentir que las orejas le hervían. Sabía que se estaba ruborizando y no quería que se dieran cuenta.

—Mucho gusto, padre —dijo la chica con una sonrisa nerviosa, y mirándola fijo a sus ojos verdes, y se perdió en ellos. Pero Marcos en seguida retiró su mirada de ella y los dirigió a Roger.

—Tienes un bonito hogar, amigo.

—Gracias, pasemos al comedor.

—Yo... recordé que no me he lavado las manos, voy a hacerlo, vuelvo en seguida —señaló Vicky, y en seguida caminó hacia las escaleras.

—Bien, y de una vez trae a tu hermano —le dijo Lorena.

El matrimonio y el sacerdote tomaron asiento en las sillas del comedor. Roger alabó el blog de Marcos y le aseguró seguir sus publicaciones cada semana. Lorena comentó la buena idea que resultaba usar la tecnología para acercar la palabra de Dios a la gente común.

*******

Vicky entró corriendo a su habitación, algo alterada. Con mucha rapidez, en dos minutos, hizo una serie de movimientos que en otras ocasiones siempre le llevaba más tiempo: se quitó la banda elástica del cabello, y se lo alborotó. Sobre sus labios se pasó un tono de pintura de rojo intenso. Se colocó perfume, y una máscara en las pestañas y que las hizo ver más largas y negras. Además, se soltó el botón superior de su blusa.

Se detuvo frente a la puerta de su habitación y respiró profundo, como insuflándose fuerzas. El picaporte de la puerta no respondió cuando ella intentó girarlo. Trató de hacerlo de nuevo con más fuerza.

—No es posible —susurró ofuscada.

—Lo que no es posible es tu nivel de inmoralidad, ¡perra! —dijo alguien con una voz nasal y chillona desde algún lugar de la habitación.

Vicky se giró sobresaltada hacía el sitio que le pareció el origen de la voz: el gran espejo sobre la peinadora. Allí, sentada sobre ésta, había una presencia humana que ella de inmediato, en medio de sus nervios, identificó como un enano disfrazado de payaso, pero sobre el espejo no había ningún reflejo del hombre.

—¿Te la vas a ofrecer a un sacerdote?, perra —el payaso se carcajeó—. Tus padres debieron haberte dado unas buenas tundas cuando eras niña para que no te descarriaras. Pero ahora yo te las voy a dar.

Un grito escapó de la garganta de la chica, casi sin darse cuenta. El payaso di un gran salto, se le guindó del cuello con una mano, y con la otra empezó a darle bofetadas, y a halarle del cabello. Vicky percibió al hombre en miniatura muy pesado. Intentó quitárselo de encima, pero él tenía mucha más fuerza. Por fin el peso la venció y ella cayó sobre la cama, con el payaso encima, aun golpeándola, mientras le gritaba ¡perra! en repetidas veces.

Marcos, Roger y Lorena, desde el comedor, oyeron los gritos de Vicky.

—¡Oh Dios! —exclamó Lorena preocupada.

—Otra vez deben estar peleando —dijo Roger en tono muy molesto, y se puso de pie—. Esta vez se han propasado, no respetan una visita.

Marcos no sabía qué decir, pero un largo grito de dolor de Vicky hizo que los padres de familia opinaran diferente sobre lo que ocurría.

—Eso no parece una simple pelea —dijo Lorena. Los tres corrieron escaleras arriba. Cuando llegaron al pasillo, a las puertas de la habitación de Vicky, notaron que de la recámara de Leonard provenían fuertes tonadas de su guitarra eléctrica, y en la habitación de su hija escuchaban golpes de bofetadas y gritos.

Roger intentó girar el picaporte de la puerta sin ningún éxito. Golpeó la puerta repetidas veces. Marcos y él se lanzaron contra la madera y abrieron la puerta de golpe. Se horrorizaron al ver en la cama, al enano payaso sobre Vicky golpeándola, zarandeándola con fiereza. Lorena emitió un largo grito y se quedó petrificada de miedo. El payaso detuvo su ataque, Vicky se mantuvo inmóvil sobre la cama, con sus manos sobre la cara, gimoteando. El enano giró su cara hacía Marcos, Lorena y Roger. La pareja de esposos estaba conmocionada. Roger estuvo a punto de lanzarse sobre el atacante de su hija para golpearlo, cuando el payaso le habló:

—Henos aquí de nuevo. Padre Marcos, su bendición —dijo con sarcasmo, con una gran sonrisa.

Roger creyó reconocerlo. Marcos sabía de quien se trataba. Lorena vio en el espejo a Vicky reflejada, echada sobre la cama, pero el payaso no tenía reflejo.

—¡Maldito, voy a matarte! —le gritó Roger. El padre de familia se abalanzó sobre él, lo sujetó del cuello, pero el payaso le dio una gran mordida que le arrancó un enorme trozo de piel y músculo de su mano. Roger cayó al suelo, y de su mano se soltaban regueros de sangre.

El payaso miró con odio a Marcos, y cuando parecía que se le iba a lanzar encima para agredirlo, el sacerdote sacó del bolsillo de su chaqueta una pequeña botella de vidrio, con un líquido incoloro dentro de ella. Lo colocó frente a su rostro con mucha solemnidad. El payaso lo observó inexpresivo, como esperando su próximo movimiento. En el momento en que puso su mano en la tapa del frasco para abrirlo, el payaso corrió a cuatro patas, como animal salvaje y saltó al espejo, el cual atravesó ante la mirada absorta de todos.

*******

Leonard continuaba sacándole alaridos a su guitarra eléctrica, ignorando lo que sucedía en la habitación contigua de su hermana. El ruido estridente hacía imposible que pudiera oír cualquier otra cosa. Había varios afiches pegados a la pared con las imágenes de un grupo de rock metálico con la cara pintada con marcas negras, y medallas de una estrella de cinco picos encerradas en un círculo. Leonard se zarandeaba con rudeza mientras tocaba la guitarra, parecía en éxtasis.

Detuvo su concierto privado cuando vio de reojo que una silueta de colores pareció haber emergido del espejo y correr debajo de la cama.

—¡Mierda! ¿Qué fue eso?

El chico apagó el equipo de sonido. Se quedó mirando a la cama, y cuando estuvo a punto de agacharse para mirar bajo ella, la cama se levantó, y vio con asombro que un globo de color rojo se estaba inflando, crecía de tamaño al tiempo que alzaba la cama. La esfera de látex seguía creciendo en tamaño de manera muy rápida.

—¡Mierda! —Leonard se fue hacia la puerta pero no lograba abrirla, algo la bloqueaba.

Del otro lado de la puerta, sus padres tocaban y le pedían salir, y se alarmaron cuando Leonard les gritó lo que estaba ocurriendo. El globo creció de tamaño a dimensiones inauditas, aumentaba su volumen empujando con fuerza todo lo que se encontraba a su paso, la mesa, la silla, la cama, el equipo de sonido. Todo fue a dar contra la pared. El globo había abarcado todas las dimensiones de la habitación. Pronto Leonard quedó atrapado entre el globo y la superficie de la puerta, sentía todo la fuerza del peso del aire sobre él. Tenía el látex presionando sobre su cara, tapando su nariz, era como si tuviese un automóvil sobre su cuerpo. No podía respirar, se estaba asfixiando.

Del otro lado de la puerta, Marcos y Roger empujaban con todas sus fuerzas, haciendo enérgicas embestidas. Leonard estaba atrapado entre el globo y la puerta, con su espalda presionada sobre la superficie de la madera, y a través de ella percibía los empujones de su padre y Marcos. El látex rojo del colosal globo oprimía con intensidad su cuerpo y su cara, y le hacía casi imposible hablar, porque su boca estaba tapada por el balón de aire. Con mucho esfuerzo giró su cabeza hacia su izquierda y logro encontrar un espacio libre que el crecimiento del globo aún no había ocupado; ya podía mover sus labios.

—¡No empujen la puerta hacia dentro! ¡Hálenla hacia afuera! —gritó con angustia—. ¡O no podrán abrirla! ¡Estoy atrapado contra la puerta por un globo gigante!

Solo pudo gritar eso, no sabía cómo describir lo que ocurría, pero sabía que no tenía tiempo de explicar más, solo esperaba que del otro lado de la puerta lo entendieran.

—Algo está obstruyendo la puerta —dijo Roger, agitado—. Iré por la sierra eléctrica a la cochera. Marcos quédate con Lorena y mi hija.

Roger echó a correr escaleras abajo, mientras Lorena quedaba recostada la pared, temblando. La mujer vio que en un rincón del pasillo, junto al rellano de las escaleras, Vicky estaba echada en el piso en posición de cuclillas, apretándose los brazos con sus manos en un abrazo a sí misma, como si quisiera protegerse. La madre se agachó y abrazó a su hija. La joven veía todo lo que sucedía a su alrededor, su mente le decía que debía ponerse de pie para ayudar, pero era como si sus nervios interrumpieran la conexión entre su cerebro y el resto del cuerpo, pues no se atrevía a moverse.

Marcos le habló a Leonard a través de la puerta, tratando insuflarle ánimos, al tiempo que halaba de la perilla con rabia y frustración, en un inútil intento por abrir la puerta hacia afuera.

La presión que el globo ejercía sobre el cuerpo del muchacho era enorme, y lo resentía sobre todo en su pecho y costillas, como si tuviera a diez hombres parados sobre él. El globo creció y ocupó todas las dimensiones de la habitación. Leonard tuvo que cerrar los párpados cuando la esfera de látex presionaba sin piedad sobre sus ojos.

Por fin Roger regresó jadeando, como si hubiese corridos kilómetros. Encendió la sierra eléctrica y apuntó a la madera de la puerta junto a las bisagras. Leonard escuchó el ruido y se despertó en él una esperanza de salir vivo. La sierra cortó la madera y pronto la bisagra superior se desprendió de la puerta. Cuando Roger ya estaba cortando la zona de la puerta junto a la bisagra central, la madera junto a ésta empezó a resquebrajarse, al igual que la madera de la bisagra inferior. La presión del aire del globo era tan fuerte que él mismo empujaba la puerta, hasta que ésta salió disparada con Leonard en ella. Marcos recibió un golpe en su brazo cuando la puerta le pasó junto a él y luego fue chocar contra el muro. Leonard estaba semiconsciente tirado en el piso.

El globo seguía creciendo indetenible, una parte de él sobresalía por el vano de la puerta y continuaba inflándose. Mientras ayudaban a Leonard a ponerse de pie, vieron sobresaltados que la zona de la pared que bordeaba la puerta empezaba a agrietarse. Roger supo que debían salir de inmediato de la caza cuando vio al payaso dentro del globo, con un alfiler en la mano, sonriendo, como si estuviera a punto de cometer una inocente travesura. Los demás también lo vieron.

—¡Hay que salir de aquí! —gritó Roger. Se colocó detrás de los miembros de su familia y los indujo con su cuerpo a caminar.

Cuando empezaron a bajar las escaleras, la pared del pasillo de la habitación de Leonard se reventó y sus restos volaron por el aire. Varias astillas de madera impactaron en las espaldas de Marcos y Roger que, por instinto, se habían quedado atrás para proteger a los demás.

El globo seguía su aumento descontrolado de tamaño y se expandía ya por el pasillo principal de la segunda planta, derribó el resto de paredes y se llevó por el medio todo lo que se interponía en su camino.

Marcos, Roger, y el resto de la familia salieron a la calle. Los vecinos se alertaron al oír los gritos de las mujeres y corrieron a su encuentro, pero Roger gritó que debían alejarse de la casa. La gente, sin mayor explicación, hizo caso de la advertencia porque vieron a los habitantes de la vivienda correr como escapando de un peligro. Mientras el padre de familia huía, tomado de la mano de Vicky y Leonard, miró hacia atrás por un instante al escuchar sonidos crujientes que provenían de la casa, y vio como el látex rojo del globo se asomaba por todas las ventanas, tanto de la primera planta como de la segunda. Entonces, la casa explotó con un sonido atronador, y los restos de madera y ladrillo salieron escupidos por todas direcciones, como si un volcán hubiese emitido una erupción de desperdicios.

Roger, su familia y Marcos, se detuvieron a unos cuantos metros de las ruinas de lo que hacía unos minutos había sido su hogar. Lorena aún no entendía que había ocurrido, solo se lanzó sollozando a los brazos de su esposo, y hundió su cara en el pecho del hombre. Roger alargó el brazo para cobijar a Vicky quien se encontraba en igual condición de depresión que su madre. Leonard, por su instinto natural, trató de hacerse el más fuerte, pero al final no pudo aguantar las ganas de recostarse al hombro de su madre para palpar la realidad de estar vivos, y agradecer la fortuna de haber escapado de aquello que ocurrió, sea lo que haya sido.

—¡Vecinos, ¿pero qué fue eso que sucedió?! —preguntó una mujer gorda de unos 50 años de edad, que llevaba una bata de maternidad y toda su cabeza cubierta con rollos para el cabello, luego de salir de su casa—. ¿Están bien?

Roger no había notado hasta ese momento que la calle estaba llena de gente que había salido de sus viviendas a curiosear, para enterarse de lo ocurrido en su casa luego del fuerte sonido de la explosión. Él no respondió nada, siguió abrazado a su familia.

Marcos se adelantó a atender a la mujer para que no molestara a la familia.

—Aún no lo sabemos señora, parece que fue una fuga de gas —dijo.

********

—Jaime, insisto en que no deberíamos llegar tan temprano a la casa de Roger, vamos a interrumpir su almuerzo con Marcos —le dijo una mujer regordeta, sentada en el asiento del copiloto de un automóvil, a un hombre obeso que manejaba el vehículo. Le mujer giró su vista al asiento trasero del carro—. Junior, no comas dentro del auto, eso atrae hormigas y chiripas.

El joven hizo caso omiso y siguió devorando una barra de chocolate. Tenía sus labios manchados de marrón.

—Bárbara, me parece que estuvo mal que Roger y Marcos hicieran una reunión ellos solos. Se supone que somos amigos de casi toda la vida, ¿por qué los secretos ahora? —respondió Jaime—. Por eso quiero ir a sorprenderlos. Está muy raro eso de que primero se reúnan ellos y luego con nosotros, sobre todo por lo que le ocurre a Frank.

—Ay papá, tú y yo sabemos muy bien que quieres que lleguemos al almuerzo, para que nos inviten a comer, porque te encanta cómo cocina la señora Lorena —comentó Junior, un preadolescente de trece años. Habló con la boca llena atragantado por el chocolate, al tiempo que se sobaba su voluminosa panza—. Y a ti también mamá.

—Bueno... ella es una chef profesional, pero eso no significa que me guste ir sin invitación a comerle su comida—respondió la mujer—. No dejes caer las migas al piso ¡Junior! ¡Dame eso! —le mujer le arrancó el chocolate de sus manos y se lo engulló de un solo bocado.

Junior se sintió frustrado ante el robo de su comida por parte de su propia madre. Sacó el smartphone de su bolsillo y comenzó a manipularlo, mientras sus padres hablaban acerca de la comida que Lorena podría haber preparado.

—Pá, má, vean esto. ¿Es el mismo señor Frank? El amigo de ustedes? —Junior les acercó el smartphone y ambos padres vieron el contenido de una noticia en una página Web: "El hombre acusado de asesinar a su familia, Frank Thompson, se fuga de la cárcel de forma inexplicable".

—Es él —respondió Jaime muy asombrado viendo la foto de Frank en la noticia.

—Pero, ¿cómo es eso posible? —preguntó Bárbara.

—Vean esa columna de polvo que sale detrás de aquellas casas, parece como si demolieron un edificio —dijo Jaime señalando hacia delante.

Jaime condujo el vehículo hasta cruzar una esquina y se adentró hasta la calle principal de un vecindario, donde estaba el origen de la columna de polvo.

—¡Dios mío!, la casa de Roger y Lorena —exclamó Bárbara.

Había mucha gente en las aceras y en medio de la calle mirando hacia la casa en ruinas. Jaime tuvo que detener el auto ante la imposibilidad de avanzar. Todos bajaron del carro y caminaron unos pasos.

—Allá está Roger y su familia —dijo Jaime señalando hacia un montón de personas aglomeradas. Entre ellas se asomaban los rostros de Roger y Marcos.

*******

Bobby tenía cinco años de edad, de mejillas rosadas y rizos en su cabello café claro. Estaba parado frente al espejo en la pared más grande que él. Llevaba una camisa blanca, pantalón beige y unos pequeños zapatos muy bien lustrados. Sonreía con muchas ganas ante el cristal, como si estuviera viendo algo muy gracioso. Levantó su mano derecha y rió, la bajó y luego alzó su mano izquierda y una carcajada escapó de su boca. Un payaso al otro lado del espejo, de casi su misma estatura, remedaba sus movimientos y eso le arrancaba risas al niño.

Bobby levantó su pie derecho y el payaso hizo lo mismo, y esta vez rió tanto que fue como si le hicieran cosquillas. El payaso también mostraba una sonrisa jocosa y amistosa, mientras el pequeño reía a carcajadas.

Una joven abrió la puerta y se asomó al interior de la habitación.

—Bobby, ¿ya estás listo? —preguntó Susan—. Papá está impaciente.

—Pero empecé a jugar con Yeyo —dijo el niño retirando la vista del espejo.

—¿Con quién? —preguntó desconcertada—. ¡Ah sí!, tu amigo el payaso. ¿Otra vez vino a visitarte en el espejo?

—Sí.

La chica entró, se detuvo frente al espejo donde por supuesto no esperaba ver a nadie.

—¿Y dónde está? —preguntó la joven sonriente, siguiéndole la corriente al niño, en lo que ella pensaba era una manifestación de su imaginación.

—Pero ya se fue, es muy tímido —respondió el niño.

Por la puerta se asomó una mujer de unos cuarenta años de edad, que usaba un vestido de seda azul.

—Susan, te mandé a buscar a tu hermanito y te pones a jugar con él, estamos retrasados —reclamó la mujer, al tiempo que se ponía unos zarcillos en sus orejas.

La corneta de un auto comenzó a sonar de forma insistente repetidas veces, e hizo que los tres se alarmaran.

—Carol, ya es casi la una de la tarde. ¿Por qué si ustedes saben que tardan tanto en vestirse no, comienzan a hacerlo más temprano? —preguntó el hombre de mal humor mientras conducía el auto. Tenía una media calva en su cabeza. Detuvo el vehículo en un semáforo con la luz en rojo.

—Lo sentimos, Armand —dijo Carol con la mirada en sus manos sobre sus rodillas, como un dejo de temor.

—Les tengo en buena noticia —dijo Armand, cambiando el tono a uno más alegre—. Este verano nos vamos de vacaciones a Francia.

Nadie respondió nada.

—¿Y bien? ¿No se alegran? ¿Susan? ¿Bobby? —. El hombre miró a la chica y al niño por el espejo retrovisor.

Luego de unos segundos de silencio Carol tomó la palabra:

—¿De dónde sacaste el dinero?

—¿Cómo de dónde saqué el dinero? ¡De mi sueldo como secretario de gobierno de la alcaldía. —Luego de un breve silencio, el humor del hombre volvió mostrarse agresivo—. ¡Ah! Están creyendo todo lo que se dice de mí por ahí, todo lo que dice la gente envidiosa, de que me robo el dinero público.

—Es que les has dado de qué hablar a la gente —respondió Carol—. Siempre hemos sido personas de pocos recursos. Hace menos de dos años que eres secretario de gobierno municipal, y ya compraste una casa, este auto de lujo, ahora nos vamos de vacaciones a Francia. La gente sabe que un funcionario público municipal no gana tanto, y además los servicios públicos están muy mal, la basura no se recoge...

—¡Ya basta, no quiero hablar de eso! —el hombre gritó, la mujer de nuevo bajó la cabeza. El rostro de Armand estaba enrojecido. Detuvo el vehículo en un semáforo con la luz en rojo, y algo golpeó el vidrio de la ventana junto a él, que lo hizo sobresaltar: era una bolsa llena de basura. Un hombre la había lanzado.

—¡Puerco infeliz, recojan la basura! ¡Tienen a la ciudad echa un basurero, se roban nuestros impuestos! —gritó el hombre.

Armand bajó del vehículo exasperado, con la intención de caerle a golpes al lanzador de basura, pero el hombre entró a una casa cercana. Había una mujer regando las flores del jardín de una casa, y ella se le quedó observando. Una pareja de esposos que iba paseando a su perro por la acera también se le quedó mirando. Armand volvió a subir al vehículo y arrancó cuando el semáforo cambió la luz.

Susan iba revisando su smartphone. En la red social twitter leyó mensajes en contra de su padre: "El alcalde ladrón y su secretario de gobierno se roban los impuestos". "Mientras la basura inunda las calles de la ciudad, el secretario de gobierno tiene una casa nueva y auto nuevo de lujo". "¿Cuánto gana de sueldo un secretario de gobierno?". Luego abrió la página Web del blog del padre Marcos, revisó publicaciones anteriores, esperando encontrar alguna frase sabia que la reconfortara e hiciera sentir mejor.

—¿Ya inscribiste a Bobby en el club de fútbol? —le preguntó Armand a Carol.

—No... respondió y luego se mordió los labios—. Es que... él quiere aprender a tocar flauta...

—¡Claro que no!, ningún hijo mío hará algo tan afeminado. Bobby entrará al equipo de fútbol para que aprenda a tener carácter desde pequeño.

Susan le tomó la mano a Bobby cuando notó que éste se entristecía. A pesar de su corta edad, él lo entendía todo.

—Susan, Nelson me dijo que no le respondes ninguna de sus llamadas —continuó Armand—, ni sus mensajes, y siempre le pones excusas cuando te invita a salir. Es hijo de uno de los más grandes empresarios de esta ciudad, sé más amable con él ¿sí? Me dijo que quiere ser tu novio formal, y me parece bien decente que hable conmigo antes, eso muestra que tiene buenas intenciones contigo...

—Papá, sabes que no me interesa eso de tener novios. Mi decisión de entrar a un convento sigue en pie —respondió la chica.

—No, eso no va a suceder, aunque estés por cumplir dieciocho, yo voy a decidir que es mejor para ti. No voy a dejar que cometas el peor error de tu vida siendo monja, para rendirle culto a un ser imaginario, por esa idea estúpida de querer salvar... mi alma. Ni el alma ni Dios existen. Si sigues con la idea te llevaré un psicólogo que tampoco se arrodille a seres imaginarios. Te vas a casar con ese muchacho que te asegura un gran futuro.

Susan, preocupada, se comenzó a morder la uña de su dedo pulgar al pensar la posibilidad de que su padre fuera el infierno, no solo por robar dinero del erario público, sino porque nunca tendría la posibilidad de arrepentirse y pedir perdón a Dios, porque era ateo. Se resistía totalmente a creer en Dios.

El auto entró en la calle principal de un vecindario mientras Armand seguía con su reprimenda hacia sus hijos.

—¿Es verdad que si me lanzó de una ventana muy alta, me saldrán alas de ángel y podré volar? —preguntó Bobby.

La pregunta hizo callar a Armand de forma súbita, y todos, desconcertados, lo miraron.

—¡¿Quién te dijo esa estupidez?! —preguntó su padre elevando la voz.

—Fue Yeyo —respondió.

—¡¿Quién?!

—Yeyo es su amigo... imaginario, el que Bobby dice que lo visita en el espejo —respondió Susan—. Es un juego de niños.

—¿Ves por qué tiene que entrar a un equipo fútbol? Necesita tener su mente ocupada para no andar pensado en estupideces ni creando amigos imaginarios.

—¡Dios santo! —exclamó Carol señalando hacia su frente—. Miren allá, es la casa de Roger y Lorena.

Todos vieron a través del parabrisas la casa de Roger en ruinas a la distancia. Había una cinta de seguridad policial que cerraba el paso al lugar. Ya no había gente curioseando en las inmediaciones.

Armand detuvo el vehículo. Él, Carol y Susan bajaron del auto. Carol le pidió a Bobby quedarse en el vehículo mientras ellos iban a averiguar qué había sucedido. Armand marcó al número celular de Roger pero sonaba ocupado, así que tocaron la puerta de un vecino que les informó lo ocurrido.

Bobby, a través de la ventana del carro, observaba lo que hacían sus padres a solo unos metros de él. Entonces, escuchó una voz familiar que lo alegró.

—Hola, Bobby.

—¿Yeyo? ¿Dónde estás? —preguntó emocionado mirando a todos lados.

—Aquí, aquí.

Bobby identificó el origen de la voz, venía del espejo retrovisor. Se acercó y los ojos de George lo miraban a través del cristal.

—Mi familia dice que no es verdad lo que me dijiste, que si salto por una ventana muy alta me saldrían alas de ángel y podría volar.

—A los padres no les gusta que los niños se diviertan, Bobby —aseguró el payaso—. Tu papá quiere obligarte a hacer algo que no te divierte ¿no es cierto? Jugar fútbol, ¡qué aburrido! ¿y tu mamá siempre te obliga a comerte las verduras y vegetales que tanto odias.

—Es cierto —respondió Bobby arrugando la cara luego de recordar el sabor del brócoli.

—Confía en mí, Bobby. Encuentra un lugar muy alto desde donde lanzarte, que todos te vean. Te aseguro que todos se asombrarán cuando te vean volar.

—Está bien, lo haré, pero tú tienes que volar conmigo.

—Trato hecho. Cuando consigas un lugar alto desde donde volar, ahí estaré, y volaremos juntos.

—¿De verdad? ¿Lo prometes?

—Lo prometo. Recuerda que tengo poderes mágicos, por eso puedo aparecer y desaparecer, entrar y salir del espejo. Hacer que volemos... será pan comido.

Bobby giró su vista al advertir que sus padres y a su hermana regresaban. Cuando volvió su mirada hacia el espejo el payaso ya no estaba.

—Entonces vamos a la estación de policía —dijo Armand abriendo la puerta del vehículo para luego entrar—. Supongo que Roger y los demás están allá dando declaraciones de lo que ocurrió. Es una suerte que haya salido ilesos según nos dijo la vecina.

Bobby regresó al asiento trasero del vehículo. Carol y Susan entraron. Cuando el padre de familia estuvo a punto de poner en marcha el carro, su smartphone sonó. Le sorprendió escuchar que se trataba de Marcos. El sacerdote le pidió que él y su familia fuesen de inmediato a la casa parroquial. No tenía caso ir a la estación de policía, pues Roger ya había rendido declaraciones del caso y ya iba en camino también a la casa parroquial.

Armand pidió mayores explicaciones, pero Marcos le aseguró que al llegar a la casa parroquial se las daría. También le informó que Jaime y su familia ya estaban en la casa parroquial también. Armand se puso en marcha con mucha curiosidad por saber lo que ocurría.

El hombre le informó a su familia que un viejo amigo había llegado de viaje desde el exterior. Carol también mostró sorpresa cuando Armand le dijo que se trataba de Marcos. Susan escuchó aquel nombre y a su mente vino el recuerdo del padre Marcos y su blog y tuvo la necesidad de revisarlo en su Smartphone; entonces, se le ocurrió lo que consideraba que podía ser una vaga posibilidad. Le preguntó a su padre de qué país había regresado el padre Marcos que él conocía, y cuando le mencionó Italia, le preguntó si el hombre de la foto en el blog era él. Armand y Carol confirmaron que se trataba de la misma persona. En ese momento algo revoloteó dentro de ella, un regocijo que la reconfortó, una esperanza de que todo estaría bien. Aquello no podía ser una simple coincidencia, sino una intervención de Dios. El padre Marcos tal vez podría ayudarla a convencer a su padre para que cambiara para mejor, y así salvarse del infierno

Armand y su familia llegaron a la casa parroquial en pocos minutos, y el hombre estacionó el vehículo frente a la fachada. Salieron del auto y Bobby lo hizo con más lentitud. Mientras que Armand, Carol y Susan caminaron hacia la puerta de entrada de la casa parroquial, el niño permaneció de pie junto al auto, con su mirada fija en la torre del campanario de la iglesia que se ubicaba frente a la casa parroquial, cruzando la calle. La construcción era muy larga, de unos quince metros de altura.

—Es la altura que buscamos Bobby, esa servirá —dijo la voz del payaso desde el espejo retrovisor lateral del vehículo, y Bobby se alegró al saber que el payaso había tenido la misma idea que él.

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Ese mismo sábado al mediodía, Martina tenía una reunión en su casa con Samanta, Hilda, Amanda, Drake, Lucy, Emilia, Roberto, Harold, Peter, Jeff, Andrew, Alex, Richard y Chun. En otra ocasión, todos ellos no hubiesen aceptado estar en el mismo sitio en el mismo momento, pero ahora, lo hacían a regañadientes. Martina había preparado una especie de amuleto que le entregó a cada uno. Se trataba de una pequeña bolsita de tela roja, con un contenido que no quiso revelar. Les pidió que se la colgaran del cuello, y esos los protegería de Bruno mientras la madre de Martina regresaba de ese misterioso viaje, para ayudarlos. El fin de semana esperaban no tener ninguna perturbación de parte de Bruno.

—¿Qué hay de Susan? —preguntó Samanta.

—Preparé uno para ella, pero al último momento me escribió al teléfono para avisarme que no podría, porque se le presentó un compromiso familiar importante. Más tarde me veré con ella y se lo daré.

—¿Crees que quiera usar esta cosa de brujería? ¿Ella? La monjita —comentó Hilda con el amuleto en la mano.

—Espero que quiera, por su bien. De todas formas, este amuleto no resistirá mucho tiempo, espero aguante hasta que mi madre regresa.

Todos se miraron unos a otros, y alternaban sus miradas con el amuleto. Era tan surreal lo que estaban viviendo. No sabían ni qué decir, ni qué preguntarle a Martina. Todos, de alguna manera, deseaban con todas sus fuerzas que las muertes ocurridas se trataran solo de una cadena desafortunada de coincidencias, pero, la inaudita realidad los golpeaba cuando recordaban la aparición de Bruno a todos, al mismo tiempo, algo sin ninguna explicación científica posible.

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