Capítulo VI - Gotas de sangre

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Mientras caminaba paso a paso iba notando un silencio cada vez mayor allí. Mi respiración estaba tan acelerada que no sería capaz de seguir viva muchos minutos más.

A veces mi mente me hacía soñar en otro mundo distinto sobre lo que me hubiera gustado encontrar aquí en esta oscuridad, como ya me pasó antes con el libro y la linterna. Comenzaba a cerrar los ojos y a perder el conocimiento a cada segundo que pasaba. Por una parte, no quería rendirme, pero no sabía que sería lo mejor, si luchar o acabar con esta agonía.

Mi rostro estaba congelado, no podía sentir mis manos, el frío se hacía cada vez más fuerte, más incluso que la propia oscuridad. Poco después escuché de nuevo aquella voz que se dirigió anteriormente a mí desde algún punto de este laberinto de espinas.

—¡Sé fuerte! ¡Tenemos que reencontrarnos! ¡Umi!— Susurros de aquella voz en la oscuridad.

Sabía que se trataba de una alucinación, era la voz que quería escuchar pero que nunca llegó a suceder.

El propio espacio era más luminoso que aquel siniestro pasillo.

Poco a poco iba dándome cuenta de algo, mientras caminaba cada vez más cansada. Empezaba a recordar con terror la fecha que ponía en aquella ventana de la habitación que llegué a abrir cuando todo esto comenzó.

—¿Quién podría haber escrito eso?— Me preguntaba a mí misma.

Aquella persona sabía que iba a pasar más tarde, donde me iba a encontrar o el dolor que iba a provocarme.

—¡¿Por qué lo has hecho?! ¡¿Por qué me has quitado mi vida?! ¡Por favor si hay alguien aquí, que grite y de ese modo iré! ¡Por favor! ¡Por favor!

Gritaba y lloraba al mismo tiempo, esperanza y dolor se mezclaban entre mis sentimientos, no sabía que más hacer. Me aproximé a la pared de la derecha y me senté en aquel helado suelo del pasillo mientras empezaba a abrigarme con mi uniforme de clases.

—¡Sigue mi voz, Umi!— Continuaba taladrándome mis pensamientos.

Podía sentir como cada vez aquella voz empezaba a perder fuerzas, se estaba alejando de mi sendero.

Después de caminar un poco más en mi solitario rumbo hacia la esperanza, la helada brisa y el frío eterno de aquel túnel inmortal empezaron a provocarme varias heridas en mis manos y mi rostro aún más profundas que hasta hace poco. No podía cerrar mis dedos, apenas podía sentir mis huesos. El poco aire de allí abajo era frío de invierno. Caminaba descalza, con mis zapatos perdidos desde la caída a mi tumba.

No podía seguir y guiarme con mis manos apoyadas en la pared. Tenía que seguir adelante de la única forma que podía ahora, a ciegas.

—Si me caigo ahora no me podré levantar de nuevo.. tengo que ser fuerte.

Avanzaba lentamente y, en ese momento, una siniestra mano se posó en mi hombro. No quería girarme, el miedo me tenía paralizada y atrapada.

—¡¿Quién eres?!..¡Háblame!— Pregunté mientras seguía inmóvil en ese punto de la nada.

Al no haber respuesta alguna, retrocedí unos pasos y decidí esperar por una segunda presencia. Estaba muy asustada y mi corazón latía rápidamente. Unos segundos después, levanté mis manos congeladas y empecé a buscar algo que pudiera ayudarme a saber que era lo que había allí detrás de mí.

Me quedé en suspense al sentir algo cortante en mis pasos a medida que retrocedía. No dudé en agacharme y coger con mis manos aquello que parecía ser un trozo de cristal dejado a consciencia en este universo oculto de la vida.

—¿Qué hará este cristal.. aquí?— Con una expresión algo apagada.

Me quedé junto a aquel cristal, sentada en la oscuridad, con miles de pensamientos e ideas circulando por mi mente en ese momento.

Debe de ser la solución a todo esto, pensé.

Con el pequeño trozo de cristal en mi mano, caminé un poco más en mi perdición eterna. Desesperada y oculta de mis sentidos, empecé a apretar aquel cristal en mis muñecas, durante mis pasos. No sentía dolor ni tristeza, llegué a un punto donde no quería pensar o sentir nada, solo continuar mi descenso hasta que mi cuerpo me obligara a dormir para siempre.

No quería seguir viviendo más tiempo en aquella oscuridad.

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