|7| Eldarius

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Tamara corría desesperadamente a través del pasillo que halló detrás de la puerta con el símbolo canino. En las paredes, unas peculiares antorchas de aspecto metálico se hallaban encendidas por un enfermizo fuego color verdoso que daba un aspecto tétrico al camino. Cuando escuchó que, tras ella, el sonido rítmico y metálico volvía a imponerse, supo que su padre adoptivo ya no se encontraba en este mundo.

Conforme avanzaba, un insoportable olor nauseabundo lo iba envolviendo todo, causando que Tamara trastabillara por el mareo que le causaba. Sintió que estaba cerca de desmayarse por el intolerable hedor, pero tuvo la fortuna de llegar al final del pasillo, lanzándose a través de una puerta metálica que allí encontró.

Había ingresado a una pequeña estancia iluminada por el mismo tono verdoso del pasadizo. En el piso se encontraba un círculo dorado similar al que les había permitido descender al subsuelo, y en el techo la luz verde se perdía entre la penumbra de un gigantesco agujero. A un lado del recinto se hallaban las dos prisioneras, abrazadas entre sí, temblando de pavor.

―¿Dónde estamos? ―preguntó Tamara, acercándose al par.

Las chicas, aterrorizadas, no eran capaces de pronunciar palabra.

―¿¡Donde demonios estamos!?

―Es... la tumba... de Ubyr.

La cautiva mayor señaló al fondo de la cámara, donde se erigía un majestuoso trono dorado. Sentado en este se encontraba un cadáver envuelto en mantones y telas que, en su momento, debían de haber sido muy lujosas y bellas, pero para entonces no eran más que sucios harapos. El esqueleto portaba en una de sus manos una larga vara, adornada por un aterrador ojo viviente en su parte superior. La pupila de este no paraba de moverse de un lado a otro, observando a las mujeres y a la puerta de manera intermitente.

―¿Qué es eso?

―Es Ubyr ―dijo la prisionera, con un hilillo de voz―. Según las leyendas, luego de sellar a Oper se encerró a sí misma en este lugar por si en algún momento el demonio volvía a resurgir. Dicen que invocó un ritual prohibido para que las víctimas del demonio...

―No parece muy viva como para enfrentarlo ―masculló Tamara, decepcionada―. Su vara... es rara.

―Es un Ojo del Enjambre. Ubyr invocó parte de su poder para detener a Oper.

―¿Y no podemos sellar nosotras a esa maldita cosa?

La prisionera meneó la cabeza.

―No sé usar magia. Y aunque si lo supiera, los hechizos y encantamientos se han perdido para siempre...

Tamara chasqueó la lengua y se acercó al cadáver. Sin miramientos, le arrebató el peculiar cayado, rompiendo su brazo esquelético en el proceso. El ojo de la vara dejó de moverse y su pupila se clavó directamente en la chica, tras lo que se cerró por completo. Ella rebuscó entre sus ropajes con su mano libre y extrajo la vara rojiza que le había arrebatado a Komak.

―¿Eres una hechicera? ―preguntó la prisionera mayor, abrazando con más fuerza a su compañera.

―No, pero conocí a uno por algunos años... No moriré sin intentar luchar.

Los sonidos metálicos provenientes del pasillo se hacían cada vez más fuertes. Las chicas, incapaces de salir de aquella sala, se pegaron al fondo, frente al trono cadavérico. Tras unos instantes de tensa espera, el silencio se impuso y Oper hizo acto de presencia. El monstruo tenía clavado el filo de un gigantesco sable en el vientre, y su rostro se veía desfigurado por una cuchilla con borde de sierra. Si bien no parecía molestarle aquellas heridas, sus movimientos eran disfuncionales y poco equilibrados.

―¡Así que no eres inmune, maldito monstruo! ―exclamó Tamara, utilizando la técnica de provocación que había aprendido con Demencia.

Como simple respuesta, el ente demoniaco alargó los tentáculos de sus brazos, atravesando a ambas prisioneras y causando su inmediata explosión al retraerlos. La sala entera se cubrió de sangre y, al mismo tiempo, el círculo dorado del piso comenzó a ascender con suma lentitud, con Oper y Tamara sobre él.

Te doy la oportunidad de sobrevivir, forma de vida inferior ―pronunció la criatura, rodeando la estructura en torno a la chica―. Acepta servirme y ayudarme a tomar el control absoluto de este repulsivo planeta.

―¡Ni en sueños! ―Tamara apretó con fuerza las dos varas mágicas que portaba, calculando sus posibilidades mientras pensaba cómo ganar tiempo―. ¿De qué te serviría tenerme como sierva?

El mundo debe haber cambiado desde la última vez que caminé en su superficie. Necesito alguien que me guíe. Tú no me temes, eres digna de asistirme.

Tamara se percató de que las paredes por las cuales ascendían tenían diversas estribaciones y agujeros. Dentro de estos se encontraban cadáveres acurrucados de huesos amarillentos. Pero no eran esqueletos normales, ya que sus vacías miradas parecían seguir con atención todos los movimientos de Oper. Además, Tamara creía oír extraños rasguños y ruidos de piedras debajo del ascensor, como si multitud de personas estuvieran escalando sin descanso.

Por su parte, la atención de Oper estaba centrada únicamente en la joven, de modo que no se percató de lo que sucedía a su alrededor hasta que el primer esqueleto saltó sobre él. No tuvo problemas en tomarlo con uno de sus apéndices para destrozar sus huesos contra las paredes rocosas, técnica que repitió con los siguientes muertos que se le abalanzaron. Al comienzo, la demoniaca criatura parecía tener la situación controlada, pero la cantidad de cadáveres que lo rodeaban era tan exorbitante que comenzó a ser aplastado por la masa mortuoria.

La vara... ¡Suelta la vara, forma de vida inferior! ―exclamó Oper, intentado atacar a Tamara con sus apéndices.

La chica esquivó la acometida de la criatura, pero dicha acción la obligó a tirar ambos cayados. Fue capaz de recuperar casi al instante el báculo del ojo, el cual se había vuelto a abrir apenas se había visto libre de su agarre. Sin embargo, los muertos habían perdido fuerza y algunos incluso se desmoronaban sin oponer resistencia a los feroces ataques de Oper. Por ello, Tamara se deslizó entre los restos y recogió la vara de Komak, tras lo que los cadáveres retomaron su ventaja.

Tamara se mantuvo a un lado, evitando ser impactada por los muertos que salían despedidos contra las paredes, y por los apéndices y tentáculos con los que el demonio barría todo el lugar. Luego de unos minutos de intensa pelea, solo quedó una descomunal masa de purulentos cadáveres, que se retorcían como gusanos intentado devorar a su infernal víctima.

En eso, la joven sintió que algo le caía desde la parte superior. Notó que era arena, pero no supo cómo podía haber llegado hasta allí hasta que vio que la luz del sol se colaba lentamente por una apertura que se abría en el techo. El ascensor se detuvo en el exterior, obligando a Tamara a cubrirse con los brazos, ya que temía las consecuencias que iba a sufrir su piel por aquel problema. Sin embargo, no sintió absolutamente nada y vio que su cuerpo entero estaba cubierto por una delgada película transparente que emergía del ojo de la vara de Ubyr.

Los que sí fueron afectados por la inclemente luz solar fueron los muertos, quienes comenzaron a incinerarse sin siquiera detener su hambrienta vorágine contra Oper. Finalmente, todos los cadáveres se transformaron en cenizas, y los restos del demonio quedaron a la vista, reducido a una masa amorfa repleta de mordidas y arañazos. Tamara emitió un muy largo suspiro, pero se le formó un nudo en la garganta al ver que la masa comenzaba a moverse y a retomar su forma original.

La chica, en silencio y con un creciente miedo invadiéndola, observó cómo Oper se regeneraba sin impedimentos. Debajo de ellos se escuchaban golpes y alaridos, posiblemente de los muertos que habían quedado aprisionados en el subsuelo, pero ninguno de ellos era capaz de ayudar a Tamara.

Insensata ―pronunció el demonio―. Nadie puede enfrentarme. Nadie puede derrotarme. ¡Soy inmortal! ¡Soy indestructible! ¡Soy...!

La criatura no pudo terminar su frase, ya que un proyectil proveniente del cielo destruyó su mitad superior. Rápidamente, regeneró su cuerpo dañado y dirigió su atención a un helicóptero plateado que se acercaba con suma rapidez. Oper volvió a recibir más descargas y, aunque se regeneraba casi al instante, se veía incapaz de responder con ningún tipo de ataque.

En eso, del helicóptero saltó un joven, que cayó de pie sin dificultades en la arena. Estaba vestido con un tecnológico traje de combate blanco, con la espalda cubierta por una larga capa azulada adornada con el símbolo de dos espadas negras cruzadas frente a una cruz blanca. El peculiar personaje avanzó con dirección a Oper, mientras desenvainaba una larga espada de brillante filo rojo. Sin dejar de caminar, hizo una señal al helicóptero, el cual detuvo sus inclementes ataques.

Repulsiva... forma de vida... inferior ―dijo el ente demoniaco en medio de su regeneración, mirando al recién llegado con odio―. Tú... no puedes hacer nada... contra mí.

―Tu existencia es un peligro para la humanidad ―sentenció el caballero blanco con una voz suave pero firme―. Pero eso no significa que debas ser eliminado, ya que tienes el derecho de redención. Si aceptas entablar una audiencia con los Ejecutores, te daremos la oportunidad de unirte a la Asamblea como penitente...

Oper, sintiendo que aquello era un insulto a su poder, emitió un desgarrador rugido y atacó con todos sus tentáculos. El caballero, sin el más mínimo asombro ni temor, los esquivó con increíble facilidad y se colocó a unos centímetros del monstruo.

―Estoy obligado a darte una segunda oportunidad. Ven con nosotros y podremos pactar un acuerdo que nos beneficie a todos. Tus actos malvados pueden ser perdonados si estás arrepentido y dispuesto a...

El demonio, suponiendo que su adversario no podría esquivar a tan corta distancia, retrajo sus tentáculos e intentó aprisionarlo con sus apéndices, pero todo fue en vano. El caballero pareció no hacer nada en especial y con un par de saltos se alejó de la bestia, envainando su espada en el proceso.

Forma de vida inferior...

Repentinamente, la cabeza de Oper cayó cercenada a la arena, mientras que su cuerpo se difuminaba en un polvo rojizo que se perdió en el aire del desierto. Tamara, quien hasta aquel momento se había quedado estática sin la menor idea de lo que estaba sucediendo, se puso en guardia cuando el misterioso hombre se acercó a ella.

―Soy Alessandro Dionore, pero puede llamarme Sandro ―se presentó el caballero, extendiendo una mano con la palma hacia arriba―. Mucho gusto.

―Soy... ―Meneó la cabeza con confusión―. ¿Qué eres?

―Un ser humano, como tú.

La chica frunció el ceño, ofuscada.

―Me refiero a... ¿de dónde vienes? Tu traje es de...

―La Asamblea de la Inquisición. Nuestros sistemas detectaron una fluctuación demoniaca de baja intensidad en este lugar. Decidimos adelantarnos al Tribunal Hereje y al Concilio Panteísta, por lo que fui enviado aquí de inmediato.

―Todo esto es tan surreal ―murmuró Tamara, meneando la cabeza―. Todo es tan vacío...

―Vendrás con nosotros a la Sacra Roma ―indicó Alessandro―. Consideramos que...

―No lo haré.

Dicho ello, Tamara comenzó a caminar sin ningún destino en específico.

―Eres portadora de un interesante pero peligroso poder ―explicó Sandro, andando a su lado, mientras que el helicóptero los seguía a una distancia prudente―. Mucha gente irá tras de ti.

―Como ustedes...

―Nosotros te ofrecemos protección y una vida digna. El Tribunal Hereje y el Concilio Panteísta no serán tan benevolentes... Y en el peor de los casos podrías ser contactada por Ethereal Corporation.

―Ya veré como me las arreglo.

El caballero se detuvo.

―No ganarás nada quedándote sola. El ser humano es un animal social, necesitas de otros para sobrevivir.

La chica redujo el paso, pero continuó avanzando.

―Hay mucha gente como tú en la Asamblea ―continuó Sandro―. Yo mismo fui acogido por la Iglesia cuando quedé sin nadie en quien confiar. Te aseguro que no encontrarás un mejor lugar para aprender a utilizar tu poder.

Tamara volteó.

―¿Qué gana la Asamblea con eso?

―Un nuevo elemento con el cual proteger a la humanidad del mal ―respondió el caballero con una sonrisa sincera en el rostro―. Ayúdanos a propagar el bien por el mundo. Ayúdanos a hacer de este un lugar mejor. Ayúdanos a...

―Cállate ―espetó la chica, suspirando y guardando ambas varas bajo sus ropajes―. Me uniré, pero solo para que dejes de torturarme con tu idealismo.

―¡Magnífico!

Sandro hizo una señal al helicóptero y el aparato comenzó a descender. Él y Tamara se dirigieron hacia el vehículo cuando consiguió estacionar en la arena.

―Pero no soy neocristiana ―dijo Tamara antes de subir―. ¿No habrá problema con eso? ¿O me obligarán a convertirme?

―Tu misma decidirás convertirte por voluntad propia ―afirmó Alessandro, sentándose en un compartimiento del helicóptero y ayudando a subir a la chica―. Cuando el Sumo Pontífice hable contigo descubrirás la verdad de nuestro mundo.

―¿En serio? ―Tamara hizo una mueca burlona, mientras se sentaba frente a su nuevo compañero― ¿Qué? ¿Me contará sobre cómo era todo antes del Gran Cataclismo y sobre qué lo originó?

―En efecto. ―Sandro sonrió enigmáticamente―. Eso es justamente lo que hará. Dependerá de ti si esa información te horrorizará hasta la locura, o te dará una razón por la cual pelear por la humanidad.

Tamara enarcó una ceja, pero la fatiga le impidió continuar con el interrogatorio. Antes de caer rendida por el sueño, dio una última mirada al desierto que iba a abandonar. Allí quedaban buenos y malos recuerdos, pero estaba decidida a continuar viviendo con todas sus fuerzas.

―Por cierto, ¿cuál es tu nombre? ―preguntó Alessandro, luego de hacer una señal al piloto para que se pusiera en marcha.

―Tamara... ―La chica lanzó un gran bostezo y cerró los ojos―. Tamara Eldarius...


-FIN DE LA HISTORIA-

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