CAPÍTULO 22: De frente

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—¡¡Bravo!! ¡¡Bravo!! —Un enigmático hombre, enfundado en una larga túnica de cuero negro y escamas, aplaudía enérgicamente desde el otro lado del templo, celebrando la demostración de poder que había tenido lugar segundos atrás. No aparentaba ni lo más mínimamente relajado, a pesar de mostrar una inquietante sonrisa de oreja a oreja. Su postura era recta, elegante, más bien clásica. Parecía joven, un muchacho en la treintena. Sin embargo, Michael Eville había sobrepasado los cuarenta lustros desde hacía ya mucho tiempo—. ¡Así se hace, querida! —Levantó los brazos con delicadeza e hizo crecer la llamarada hasta dejar rodeada a Star, que sufrió un ataque de tos repentino debido al humo.

Después, con un chasquido de dedos, el hombre hizo que el incendio se extinguiera. Michael Eville era capaz de hacer todo aquello sin mover un solo dedo, ahora bien, quería que la muchacha viera de lo que era capaz. Quería que «la única» supiera, a ciencia cierta, que asimilara en lo más profundo, que él no era como Matteo, que su nombre era Michael Eville: el invencible e implacable Dómine.

—Tú... —musitó Star, aceptando el hecho de que tenía delante, en persona, al mismo individuo que había visto proyectado en la vieja televisión del Brighton Chestnut Valley de Sceneville.

—Sí, yo —intervino este con desdén, llevándose dignamente una mano a la barbilla.

Star dio dos pasos firmes y audaces hacia Michael, que le contemplaba con curiosidad. Separó las piernas y apretó los puños tratando de contenerse. No quería mostrar su poder y mucho menos de forma accidental, pues era su única arma secreta y necesitaba primero saber si Ben se encontraba a salvo. La única persona capaz de responder a esa pregunta, era él. Ese que le miraba a los ojos.

—¿Dónde está mi gato? —exigió Star intentando sonar segura.

—¿Tu gato? ¡Ja! —respondió el Dómine cruzando los brazos sobre su pecho erguido—. Deberías vigilar más a tu asqueroso «gato». —Recalcó bien esta última palabra.

—¡¿Dónde está?! —repitió—. Te exijo que me lo devuelvas ahora mismo.

—¿Me exiges? —precisó retrayendo la comisura derecha de los labios—. Tranquila, querida. Tu garante está donde siempre debió estar. —Confundida Star arrugó la frente.

—¿Qué significa eso?

—Bueno... Creo que eso te lo puedo explicar más tarde. Cuando estés... veamos... muerta, ¿quizá? Ahora, ¿por qué no tomas asiento? —Un sillón de madera, con dos calaveras talladas en cada reposabrazos, surgió de la nada, impulsando a Star a hundirse en él, sin elección ni resistencia—. Esto no te dolerá demasiado. En realidad, quizá sí te duela querida, pero no me importa. —Unas cadenas recubiertas de filos nacieron del sillón y apresaron los brazos de la chica.

—¿No creerás que me voy a quedar aquí sentada esperando a que me mates? —declaró sin mover ni un ápice de su cuerpo. Lo controlaba con soltura.

—¿Te atreves a desafiar al Dómine? —advirtió este levantando el mentón.

—No sé qué es un Dómine, pero sé que tú, no me das miedo. Maté a tu... tu hermano o lo que sea... puedo hacer lo mismo contigo —se encaró.

—¿Mi hermano? ¿Quién? ¿Matteo? —se carcajeó con saña—. No me hagas reír. Mi nieto, por desgracia, es una absoluta deshonra. No vale para nada.

—¿Tu nieto? —preguntó desconcertada, mientras Michael apretaba más las cadenas con la mente—. ¡AAaay! Suéltame de una vez o...

—¿O qué? Demasiado atrevida, debo decir.

—Atrevida o no, dime qué quieres de mí. Me has traído aquí por algo.

—Matarte. Ya te lo he dicho. —Por un momento, dejó de mirarla y se giró hacia la pared, observando un dibujo tallado en el altar—. Me recuerdas a ella —susurró.

—¿A quién?

—A Belia. ¿Es que no sabes nada, niña? —se burló dibujando media sonrisa volviéndola a mirar a la cara. Star negó levemente, por primera vez, algo incómoda. Se preguntaba por qué Ben le había explicado tan poco—. Está bien, total, morirás de todos modos... —manifestó con altanería—. Te contaré esto: Belia era tu bisabuela.

—¡Eso ya lo sé! —Michael la fulminó con la mirada y Star cerró la boca. Por supuesto, no estaba dispuesta a morir, pero quería escuchar la historia. Quizá él le contaría por fin aquello que Matt no pudo, semanas atrás, bajo el agua. Así que, dejó que continuase.

—Bien. Pues sabrás también lo que somos. Yo y... Matteo...

Entherius.

—Eso es, querida. Bueno, algo sabes, en realidad. Tú también eres una Entherius. Lo acabo de comprobar hace unos minutos mientras prendías fuego a Claire. De todos modos, si no lo fueras tampoco podrías haber entrado en este templo. Pero... —Levantó un dedo y se lo colocó en los labios—. No es lo único que eres, ¿verdad? —Star no respondió—. Ahora te has vuelto tímida, vaya. —Chasqueó la lengua—. Una Gravithus vive en ti y ya no hay Gravithus en este mundo. ¿Sabes cómo lo sé?

—No tengo ni la menor idea. —Star trató de contestar utilizando el mismo tono que Michael, solo para demostrarle que no le tenía ningún miedo. La realidad era otra: estaba muy asustada, pero no por tener que enfrentarse a él, sino porque ese hombre, fuera quien fuera, manejaba más información sobre su pasado que ella misma. Ese pasado que siempre había provocado que su vida fuera un desastre. Ese pasado que había mantenido a Nahama y Hanson Moon tan ocupados, que a menudo olvidaban que tenían una hija.

—Lo sé porque eres bisnieta de tu bisabuela.

—¿Mi bisabuela fue una Gravithus? No puede ser...

—Sí puede ser. La vi con mis propios ojos. —Hizo una pausa—. La vi, la acogí... Ella compró esta casa para nosotros.

—¿Por qué haría eso Belia?

—Porque quería un lugar seguro para alguien.

—¿Para quién?

—Oh, querida. El amor es demasiado poderoso. No tanto como el Elmahi, claro. Pero sí lo suficiente como para cometer una locura. Tu bisabuela Belia y mi hijo Damon... Bueno, ya sabes... Y tú eres su descendiente. Así que ahora, podrás imaginarte, por qué viven en ti ambas fuerzas.

Elmahi —reafirmó para sí recordando las palabras de su garante—. ¡¡Pero eso no puede ser!! —exclamó refiriéndose a la historia de Belia.

—¿Por qué no? ¿Dices que me equivoco, niña?

—Digo que ni mis padres, ni mis abuelos son nada de esto. Ni poder ni leches. Son gente normal. Demasiado normal, diría... Si tuvieran alguna clase de poder me habría dado cuenta. No viviríamos en... en esa casa, ni de esa forma.

—No. En eso tienes razón, pero tiene una explicación que jamás conocerás, porque querida, me estoy cansando ya de todo esto.

—Espera —interrumpió esta—. ¿Y cuándo lo supiste? ¿Cuándo supiste todo esto? Fui a vuestra fiesta de Halloween. Podrías haber acabado allí conmigo, si tan importante era matarme.

—No, querida. Por desgracia, no he sabido todo esto hasta hace unas horas. Si no, puedo asegurarte que estarías muerta hace ya mucho tiempo. Es suficiente —sentenció dando dos palmadas—. Ahora terminaré lo que el inútil de mi nieto empezó y no terminó, y mañana todo volverá a estar en orden para el día del Hanngu.

—¡Y una mierda! —Star se liberó de las cadenas potenciando su materia oscura y empujó a Michael con todas sus fuerzas. Solo lo movió unos centímetros. El Dómine casi ni se inmutó. Sin mover ni un músculo, este expulsó a Star haciéndola chocar duramente contra la pared del lugar santo.

La muchacha ya arrastraba heridas, pero después del último golpe tardó más de la cuenta en abrir los ojos. Cuando lo hizo, estaba sobre el ara de mármol, y encima de ella, la mancha semilíquida, se arremolinaba amenazante. Con la pierna derecha, trató de empujar a Michael, pero este, mucho más veloz, la detuvo con uno de sus tentáculos pegajosos gentilmente, como si no le costara ningún esfuerzo. Entonces, ella giró sobre sí misma e hizo caer la lámpara del tejado utilizando su telekinesis. Al caer al suelo, provocó un ruido inesperado, provocando que el Dómine relajara su atención. De esta forma, pudo ponerse en pie. Iba a atacar. Iba a terminar con él. Estaba decidido. Aunque muriera en el intento, cortando uno a uno esos apéndices pringosos y espeluznantes, que ya había visto con anterioridad. 

Iba a terminar con él hasta que, vertiginosamente, la puerta de metal, cerrada tras ellos, saltó por los aires en mil pedazos. Algunos fragmentos chocaron contra el rostro de Star, otros contra el rostro del Dómine. Al contrario que ella, este se mantuvo sólido, estable y expectante ante lo que acababa de ocurrir. Algo insólito.

Una niña de unos nueve años, con los ojos rasgados de color rojo, asomó entre los escombros. Llevaba una cinta en la cabeza, anudada en el cogote. A su lado, una mujer robusta le sujetaba la mano, mientras se sacudía el polvo de una raída chaqueta negra de cuero. Detrás, un joven musculoso, se mojaba los labios con la lengua. Entre ellos, había dos personas más, un desconocido casi igual de elegante que Michael Eville y alguien conocido: un hombre hercúleo de dimensiones estratosféricas, que, una vez, había impedido que Star entrara en la mansión donde ahora mismo se encontraban, y que ahí plantado, sujetaba un bate de béisbol envuelto en alambre de espino.

—Kuna. Beros. —Las pupilas profundas de Michael Eville mostraron por primera vez una emoción real: sorpresa. Su rostro reflejaba un asombro tan alarmante que rozaba el terror.



Nos encontramos cara a cara con el Dómine, finalmente 🦋 Queda muy poco para terminar. Dime, ¿qué te ha parecido? 

https://youtu.be/bnefm57d7z4


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