CAPÍTULO 24: La piedra de Quiguen

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Mientras caía, Star perdió la noción del tiempo. Los gritos de la batalla dejaron de escucharse con claridad y le atravesaban el cerebro en forma de eco. Las voces lejanas de la lucha se le antojaban puñales de un metal frío y oxidado que agujereaban su cabeza. Un dolor punzante que jamás antes había sentido.

Procuró taparse los oídos con las manos. Lo logró con harta dificultad, y finalmente, su cuerpo tocó el suelo de piedra fría como una placa de hielo. Los párpados se le cerraban por inercia, y cuando intentaba abrirlos, no era capaz de ver absolutamente nada. Las imágenes aparecían ante ella borrosas e indescifrables, como envueltas en una noria que no paraba de dar vueltas entre la neblina de una noche cualquiera en Sceneville.

Todavía desconocía que había ocurrido con su garante, si este había conseguido escapar o no. Tampoco sabía si aquel grupo de salvajes estaba ganando terreno en la pelea. Ni siquiera tenía claro si quería que así fuese, pues aunque parecía que su objetivo era detener a ese déspota y protegerla, no conocía las intenciones reales de todo aquel acto de benevolencia. El lugar se tornó oscuro y callado, y Star descansaba en un rincón mientras el Dómine desmembraba el cuerpo del que había sido su guardián durante siglos: Beros.

Lo deshacía con el bate de madera y alambre de espinos. Si algo le había quedado claro es que el Dómine no necesitaba armas, pero había visto lo suficiente sobre Michael Eville para saber que, se trataba de un ser vengativo y cruel, mucho peor que su nieto. El cráneo de Beros se hundía en diferentes puntos, y las heridas eran, en aquel punto, incurables. Su cuerpo ya no se movía, pero el Dómine seguía asestando golpes una y otra vez.

Unas voces ininteligibles invadieron los pensamientos de Star. No provenían ni de los quejidos de los que morían, ni de los gruñidos de los que derramaban sangre en el templo. Los sonidos se asemejaban más bien a la voz de una niña, un ser superior. Alguien venido de otro planeta o de un mundo desconocido. El cántico, precioso y rítmico, le trajo a la memoria algunas de sus canciones favoritas. Su vida, hasta la noche de Halloween, había sido anodina, sí, pero cómo disfrutaba de las pequeñas cosas; de su música. Hacía tiempo que no lo hacía de la misma forma. La voz le llamaba desde algún lugar y le atraía como un imán. Así que, se dejó llevar. No tenía fuerzas para lo contrario.

Una potente luz rodeó su cuerpo inerte y lo elevó en el aire con gracia. La batalla se paralizó unos instantes, pues los Desdenios supervivientes y el Dómine, se detuvieron a observar, absortos, cómo el cuerpo inconsciente de la muchacha flotaba en el aire, guiado por esa iluminación celestial. Simultáneamente, otro halo de luz surgió del ara del templo. En un lateral, al lado de unas inscripciones desconocidas.

Aquella imagen era nueva para los que habían sido los secuaces de Michael Eville, pero para él mismo, fue una sacudida de temor. Un aviso de lo que estaba por venir. Jamás había visto al terreno comportarse de aquella manera, y nunca, más de un hilo de penumbra había llenado aquel santuario. Solo podía significar una cosa. Un hecho auténtico que prefería ni siquiera valorar como opción.

Un objeto minúsculo surgió del mármol y ascendió en busca del corazón de la joven. En busca del núcleo de ella: de La Renacida.

-¿Qué es eso, matriz? -preguntó Tea, con la abertura de su cuerpo casi sanada, tirando del brazo de la mujer.

-No tengo ni la menor idea.

-No puede ser... -masculló Kuna entre dientes-. Esto es... demasiado.

Entonces, el objeto se aproximó al pecho de la joven híbrida y se posó justo en el hueco entre sus costillas. Sin esfuerzo, atravesó su piel, dejando una marca imborrable que le acompañaría siempre. Ninguno de los presentes en aquel templo pudo ver de qué se trataba exactamente aquel diminuto artilugio, ni leer la inscripción tallada. Pero el Dómine y Kuna tenían sus sospechas. Unas cavilaciones más que acertadas.

-¡¡Nooooo!! -gimió Michael Eville haciendo que el eco de las paredes despertara y devolviera su voz en mil direcciones.

Era una piedra, una roca caída en 1701 en los límites de Sceneville, cuando la villa todavía era campo y algunas pocas casas de madera. En ella brillaba una inscripción que había sido grabada cientos de años atrás. Un nombre y un apellido: Quigen Moon. La piedra caída quemó la piel de Star, y ahora, reposaba tranquila entre sus costillas como una extensión de su cuerpo.

Lo que ocurrió después, es difícil de explicar: la muchacha comenzó a vibrar drásticamente. En pocos segundos se había llenado de rayos y relámpagos de un azul eléctrico. Un Gravithus multiplicado por mil. Sin abrir siquiera los ojos, levantó como una marioneta, las dos manos en dirección al Dómine, y proyectó hacia él una onda expansiva mortal.

Durante más de diez minutos, el cuerpo de Star, repleto de materia luminosa, luchó contra la energía oscura del Dómine. Michael Eville tuvo que empeñar más poder del que no había tenido que empeñar contra nadie en los últimos doscientos años, hasta que ambos, exhaustos y casi vacíos de vitalidad, cayeron al suelo profundamente desmayados.


Todo ciclo que se abre, se cierra. Este es el cierre de un ciclo, corre al epílogo y conoce más. Mientras tanto, déjame un comentario y cuéntame qué es lo que más te ha gustado de esta historia. Espera, no, primero corre al epílogo 😅

https://youtu.be/OzheD-UgZZA


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