La mujer de los cuatro caminos

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Existen decenas, sino cientos, de enfoques espirituales, desde que el mundo comenzó a girar. No hay uno tan constante, como el karma. Para bien o para mal, la suma de las acciones de una persona durante su existencia, se convierte en asuntos decisivos de su destino.

Por años me había cuestionado quién pudo tomar control de la encrucijada, para descubrir que fui el arquitecto de mi propia desgracia.

La mujer a quien llegue a conocer como Brigitte del Cementerio, y su hermano Wedo, no solo eran los oráculos de la llamada Ciudad Creciente, eran la viva imagen de todo aquello que en algún momento traicione.

Jansa de las Tormentas, y su personalidad dual, se las arreglaron para cruzar el océano sin mi ayuda, y ahora, se encontraban frente a mí, en la imagen de una joven criolla y su hermano, los cuales controlaban dos tipos de magia que convergen sobre la ciudad.

Los ojos de la llamada "Dama" y su hermano, el oráculo serpentino, estaban heridos por la luz. De primera intención, pareció una defensa perfecta, pero no contaba con que, dentro de la encrucijada, y en control de Edith, su poder se convertía en algo capaz de competir con el cielo y el infierno.

—¡Maldito demonio! —gritó del otro lado, protegida por un espacio en el cual no me permitía entrar. Sus ojos estaban cubiertos por un color nacarado, lágrimas ardientes bajaban por sus mejillas. La serpiente en su cintura se elevó hasta alcanzar su oído. Me pareció escuchar la palabra "misssericordia"—. La sangre que me dio vida clama venganza. Las promesas que no cumpliste vienen a visitarte, arcángel caído. No necesito verte para ajusticiarte. 

—Entrega a mi bruja, y esta noche es tuya. —No tenía deseo de antagonizar. Solo me interesaba Edith, su cuerpo estaba tan tenso que pensé que podía morir en un instante.

La mujer de los cuatro caminos sonrió, y se me hizo evidente por qué se le entregó la encrucijada. Tenía la capacidad de Sage para clamar inocencia y la de Lucifer para ser el más grande de los hijos de perra, sin presumir de sus crímenes. Un perfecto balance, como el negro y blanco de sus ropas.

—¿Entregar tu bruja, dices? ¿Sin que exista un cobro por la falta? ¡Este es el sur! Donde todos conocen su lugar y los modales son ley. Entras a mi casa sin anunciarte, matas a mi guardián, atentas contra mí y luego me pides que me retire, y te deje abandonar mi suelo sin ni siquiera un rasguño. No, ángel caído. Angelito engreído. No sé lo que hiciste para ganarte el odio de la Corte de Luz y la de Sombra, pero yo no soy el relojero, en su eterno observar, el barman, con ganas de repartir redención, o el serafín, con sus juegos. 

»Yo soy la muerte, aquello que tú no conoces. En mis manos está llevarme todo lo que secretamente has amado, y el devolver todo lo que alguna vez has aborrecido. No me provoques, hombre de negro, porque puedo hacer cosas peores de las que tengo en mente.

—Basssta, Brigitte. —Su hermano, quien hasta una vez más decidió presentarse como un jovencito, trató de detener su mano, obligándola a soltar a Eddie. Wedo tuvo un gesto amable con ella. No le permitió caer al verse libre de la influencia de Brigitte. La sostuvo, ayudándola a mantenerse en pie. A Eddie le volvió el alma al cuerpo con una bocanada de aire, y en nada agradeció las bondades.

—¿Puedes entrar? —Dijo, sin mencionar mi nombre. Buena chica. Desconocía la extensión del poder de Brigitte y mi nombre, podía darle mayor control.

—No. No sin que ella entregue la encrucijada. Solo puedo entrar por medio de una bruja y ella nos mantiene separados por una barrera. De mí, no ha escuchado tu nombre, y no lo escuchará, sin esa información no puede hacer nada, y si decidiera actuar contra los intereses de La Corte de Luz, perdería el control sobre los cuatro caminos. Como es, y hasta ahora, está ciega... 

—Mi hermana no es un lobo del Bayou Goula. No debe ssser provocada. Si sssabes cómo proceder, puede que obtengas misssericordia. —El jovencito con la cadencia extraña en su voz no tenía una intención, amenazante. Era todo lo que no era su hermana. Eso no dejaba de hacerlo peligroso.

—Nunca entenderé tu inclinación a ser misericorde, Wedo —contestó La Dama—. Si tan segura estás de poder controlar los cuatro caminos, bruja —su atención se volcó hacia el lugar donde estaba Edith. Enfocó en ella con cuencas vacías, mientras nuevos ojos se formaban entre los espacios vacíos—, dime tu nombre, cuéntame tus planes.

Eddie estaba siendo forzada a hablar, mientras yo permanecía impotente, del otro lado.

—Nnnn... no.

—¿No? Ves lo que te digo, Wedo No ayudan.

Brigitte del Cementerio agarró a Edith con tanta certeza como si hubiera recuperado la vista. La atrajo hacia sí, inhalando el olor que se escondía en su piel bajo su perfume.

—Todos tenemos una debilidad, bruja. Pensé que la tuya era el demonio, pero no. Tienes otro nombre grabado en la piel, o debo decir, dos. El primero es el motivo de tu orgullo... ¿Devereaux? El segundo, ah, el segundo... ¿Lujuria? Neh, eres demasiado fría para arrastrarte por lo básico. ¿Pasión? —Chasqueó la lengua antes de lamer la piel de Eddie, como quien quiere asegurarse de un sabor. Luego, arqueó una ceja, sorprendida—. No, amor. El amor siempre nos complica la existencia, porque no importa que tan oculto este, o tan fuerte sea, sin duda se pondrá a prueba.

Maldije por lo bajo, pegué con todas mis fuerzas contra la barrera. Llamé a Lucifer, prometiendo una tregua, pero sólo se escuchó el vacío del silencio antes de que frente a nuestros ojos se materializara Adrien Leclair. Por primera vez, desde que puse los ojos en ella, Edith Devereaux se vio desesperada. Trató de tocar a su esposo, y ante su horror, su mano traspasó el cuerpo de Leclair, como si se tratara de un espíritu.

—Uno de mis tantos trucos —confesó Brigitte—. Estoy atada a esta ciudad, pero todo lo que entra a la encrucijada, me pertenece. Tú trajiste a Adrien, en tu mente, y en tu piel. Y ahora, es tan mío, como es tuyo, tan presente como si hubiese llegado aquí por su voluntad.

—¿Qué está pasando, Edith? —La proyección astral de Adrien Leclair mencionó el nombre de su esposa y Brigitte del Cementerio rió a carcajadas.

—Edith Devereaux, tu sangre clama desde estas calles de esta ciudad —dejó de un lado a la bruja para hablarle una vez más a su hermano—. Wedo, haz lo que tienes que hacer, deja que la vida escoja. 

El jovencito desapareció. Nunca me sentí tan desarmado. Sabía lo que estaba a punto de suceder, era exactamente lo que yo hubiese hecho. Y ahora, sin parte ni suerte, estaba obligado a observar mientras me convertía en un personaje silueta en la que se supone fuera mi historia.

—Nada, no pasa nada, amor —Eddie utilizó su característico desapego a nuestro favor. Estaba tratando de salvar la situación, manteniendo a Adrien fuera—. Es solo un sueño. Pero incluso los sueños tienen reglas. No debes decir ni un solo nombre adicional, si es que queremos despertar uno en brazos del otro mañana.

Adrien pareció ignorar todo lo demás en pos de su esposa, por un instante sentí que podíamos ganar, y entonces, Wedo volvió a aparecer, de entre un camino de estrellas. Llevaba en  brazos a un niño de tres años, el cual había robado de su cuna, en una casa del centro de la ciudad. Mylan Devereaux, el primogénito de Edith, dio un par de pasos inseguros al abandonar los brazos del muchacho que lo trajo hasta allí. Después de todo, solo veía a su madre los veranos, no la reconocía.

Edith se mantuvo impasible, esperando cuál sería la demanda de La Dama. Adrien comenzó a dudar de si estaba soñando, todo se sentía demasiado real, demasiado urgente.

—Escoge —dijo Brigitte, mientras sacaba una daga de obsidiana de entre su corsé—. Salva a tu hijo y sal de la encrucijada. Llévalo lejos. Nunca un Devereaux de sangre vuelve a poner el pie en Nueva Orleans. Renuncia a tu demonio y conviértete en una nota al calce. A cambio, tu esposo despertará pensando que lo transcurrido esta noche fue solo un sueño. O —añadió—, sacrifícalo y arriésgate a ir contra mí. Las máscaras están en el suelo. Yo sé tu nombre, tú sabes el mío, y tu demonio, sin duda alguna, hará todo lo posible por cumplir su pacto. Pero entiende, Edith Devereaux, que, en esta historia, nunca serás una reina, no serás honrada ni recordada. No es el primer ni el último pacto generacional que he visto. Yo he realizado algunos y, en toda honestidad, cada generación...   

—Cada generación pasa al olvido —Edith no le permitió terminar—. A menos que entiendan su lugar y su función. Un pacto es la suma de todas las partes. Yo escojo ganar.

Con un giro de su muñeca, provocó que el pequeño Mylan trastabillara y cayera de rodillas al suelo.

—Eres una maravilla, Eddie Devereaux —relamí mis labios, en un acto de pura satisfacción—. Este es el hijo de la notoriedad, cuyo sacrificio te convertirá en leyenda. 

No contábamos con la humanidad de Adrien, quien se interpuso entre Edith y el niño. Aún convencido de que soñaba, su corazón no concebía tal barbarie. El impacto del maleficio de Eddie lo hizo vomitar el contenido de su estómago, una secreción viscosa que se pegó de su piel, haciendo un camino de venas negras en su cuello y en su pecho.

Wedo rescató al niño, desapareciendo con él por el camino de estrellas. Brigitte, quien ya había recuperado su vista por completo, se inclinó sobre Adrien.

—Carita linda, corazón hermoso. No mereces tu suerte. ¿Qué puede darte La Dama como recompensa a estar atado a una perra? Ya sé... Voy a regalarte tiempo. —No se molestó en virar a verme, estaba ocupada con Edith y Adrien, pero sus palabras fueron hacia mí—. ¿Puedes sentir ese latir, demonio? No es más que el batir de las alas de una mariposa. Ni siquiera tu bruja sabe lo que espera, pero yo puedo decirlo con certeza, pues todo lo que en potencia ha de vivir, tiene cabida en los brazos de la muerte hasta que respire por primera vez. Hubiese sido una niña, tu sexta bruja, pero no más.  

—¡No! —Edith no se separó de su esposo, mientras hablaba.

—Solo varones has de concebir, y la próxima vez que tu vientre reciba un hijo, comenzará la cuenta de los nueve meses, hacia la muerte de tu esposo. No estoy siendo cruel, Edith, ¿no son esas las reglas del juego que inventaste? Hueles, entre otras cosas, a familiares. Puedes dárselo a la tierra, o elevarlo en alas. Pero nunca lo tendrás...

Tal fue el castigo de mi bruja aquella noche, y el comienzo de mi lucha con Brigitte del Cementerio. No le debía sólo una revancha, tenía que acabar con ella. Fue, quien, en su momento, tuvo en sus manos destruir todo. Aun en estos días me pregunto, no sé qué sucedió, qué pudo persuadirla a no matar a Edith de forma definitiva. Solo sé que escogió hacerme su enemigo y declararme una guerra que reclamaría miles de vidas. Esa noche, solo me dio la espalda.

—Mi hermano llora, demonio. Llora porque, en contra de su naturaleza, le obligué a jugar uno de mis tantos juegos. Wedo, al igual que tu Adrien Leclair, a veces se siente como una pieza de tropiezo. Otras, me recuerda que tú y yo somos fundamentalmente diferentes. La vida me humaniza, me ancla a mi encomienda, mientras que tú, con cada paso, te alejas de aquello para lo que fuiste creado. 

» No me interesa ver tu cara o saber tu nombre. No está escrito que nos veamos frente a frente, aún. Olvidaré que existes. Si alguien volviera a mencionarte en esta ciudad, fingiré no conocerte. El hombre de negro es una historia ajena a Nueva Orleans. Nunca acomodarás tu silla de poder en el barrio francés, no alimentarás tu leyenda con el corredor de almas.

»Y, si algún día, una Devereaux de sangre llegara a esta ciudad con el fin de dar a luz a la séptima bruja, madre e hija morirán por mi mano. No habrá piedad, ni siquiera para los inocentes. Espero nunca aprender tu nombre, jamás tener que repetirlo...

—Tenías que ser poeta, maldita mulata —por primera vez en la noche reí con satisfacción—. Quien hace saber sus deseos a un demonio, hace un trato. ¡Olvídame, entonces!

No llegué a ver su rostro, pero casi pude sentir como se estremecía. Sus palabras abrieron una puerta, y los demonios somos expertos en hacer entradas.

Mientras desaparecía de vuelta a Tallahassee. Escuché a Brigitte hablarle a su hermano.

—¿Qué pasó esta noche, Wedo? Tengo un vacío en la memoria. El garou de la puerta este está muerto y no recuerdo más allá de eso. 

Sssucede, hermana —dijo el chico, con dolor en su voz—, que la vida decidió.

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