Promesas rotas

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—¡Sage! —El llamado de auxilio de Bissaine estalló en mi cabeza. Su voz estaba ajustada a una frecuencia que solo puede ser captada por los que representan La Corte de Luz o Sombras, desarmando a cualquier otro elemento a su alrededor por preciados segundos, los suficientes para movilizar a un ángel.

¿Alguna vez han sido heridos por una bala? La mejor forma de sobrevivirlo, es mantener la cabeza fría, y saber caer. En el caso de la bala, si alguien tiene la oportunidad de alinear su cuerpo para evitar una hemorragia, aumenta las posibilidades de salvarse. Yo no estaba esquivando proyectiles, pero necesitaba garantizar destrucción máxima en mínima oportunidad.

No podía moverme, pero sí manejar la caída. Giré mi cuerpo para caer con todo mi peso sobre el filo del marco del espejo, arrastrando el mueble hacia el suelo. El cristal terminó hecho trizas, mientras que el tallado ornamental del marco me pegó en la cabeza, haciéndome sangrar.

—¡¿Qué hiciste, Rashard?! —Sage se materializó en la habitación. Sus ojos se movían de un lugar a otro, tratando de encontrar un remedio al desorden en la habitación. No hizo nada para impedir que me pusiera en pie. Pareció impresionarle más el hecho de que mi cara estaba cubierta en sangre, mientras que las heridas en mi cuello empezaban a reemplazarse con un nuevo tejido elástico.

—Todo en una noche de trabajo, ángel —contesté, con una intención homicida en los ojos—. Fue tu culpa, Sage, tu costumbre de inmiscuirse en los asuntos de todos. El vampiro te llamó y yo tuve que encargarme de que no encontraras nada al aparecer aquí. Puedes entretenerte limpiando los vidrios del suelo. Puedes incluso volver a armar la superficie del cristal y no lograrás nada. Solo la magia puede reemplazar la integridad del espejo, y ustedes, los ángeles, están muy por debajo de practicarla. Pero, dado que estás aquí, no soy de los que desaprovechan una visita...

Estaba lo suficientemente recuperado como para revestir mis manos. El ángel entendió que iba a atacarle y, a pesar de contar con un sello y armadura celestial, en la Tierra los rangos prevalecen. Fui un arcángel antes de la caída y estaba dispuesto a recordárselo hasta que diera su último respiro.

—Ya eliminaste a un enviado de la Corte de Luz, Rashard. Vas a coquetear con tu propia destrucción si atentas contra mí. Nada que ver con que seas más fuerte, eso lo reconozco. Créeme, soy más fanático del amor que de la guerra, pero tengo un título, un título que debes respetar.

Algo en su discurso me trajo a la memoria su constante "¡Bendiciones, Nathanael!", con el que me acosaba en el cielo, y ya no me contuve.

Lo que prosiguió se convirtió en un acto con graves consecuencias, pero vaya si el proceso fue satisfactorio. Lancé un puñetazo que conectó justo bajo el pómulo del ángel, haciendo que se desplomara. Llegué a arrepentirme de destruir el espejo. Hubiese sido el momento perfecto para probar qué sucedería si se lanzaba algún otro tipo de criatura a su superficie, pero los pedazos de vidrio sirvieron su función. Fue placentero levantar su cuerpo y reventarlo contra el suelo, para sentir el crujir del vidrio mientras se enterraba en su espalda. Debí haberle roto la boca, porque el muy escurridizo se las arregló para decir:

—Ángel de nivel inicial del consejo de Luz, reclama a un ángel de plano mayor del consejo de Sombra, en pos del Balance.

Iba a matarlo, estuve a punto de hacerlo. Los demonios no contamos con alas, pero mi contacto con la magia a lo largo de los siglos me permitía levitar, así que me alcé sobre el ángel, listo para destruir su cráneo bajo el impacto de mis botas. El barman no solo estaba debilitado por años de vida en la tierra como un humano cualquiera, la poca energía que le restaba se había invertido en ese extraño conjuro.

Justo cuando mis oídos estaban listos para deleitarse en el crujir de sus huesos, una mano me detuvo, sosteniéndome en el aire y sacudiéndome con fuerza, obligándome a revertir a mi apariencia mortal.

—Eres más rápido que el barman. Serías un demonio de muy poca monta, si, habiendo sido un arcángel, no tuviera la capacidad de detenerlo. La pregunta es, ¿quieres probar suerte con un serafín?

—Lucifer —reconocí a regañadientes—, ¿a qué se debe esta traición?

El señor de los infiernos estremeció la habitación. Sus ojos de lava ardiente se agrandaron con un encanto casi infantil. No disimuló el hecho de encontrar que mis palabras, disonantes a su oído, eran causa de risa.

—¿En realidad piensas que me importa el ángel? Sachael no es nada, ni siquiera tiene buena mano para el vino. El infierno sabe que vivimos rogando que en algún momento se destilen mejores espíritus, a ver si su calidad aumenta. —El ángel que estaba recogiendo su dignidad del suelo, trató de decir algo a su favor, lo que provocó que Lucifer me quitara la atención de encima por un instante—. Mi compromiso con el Balance está cumplido, Sachael. Si algo te interesa en este espacio es tuyo, puedes reclamarlo como pago a la ofensa cometida por mi demonio. Pero no quiero verte aquí cuando devuelva a Rashard.

—¡No soy tu demonio! —reclamé—. Tuve mi propia caída, ¿o es que no lo recuerdas?

—Interesante saber que solo hay un infierno y estás hablando con quien lo maneja. Pero no hay de qué preocuparte, me aseguraré de que no lo olvides...

***

El infierno es un placer para quienes lo administran, un terror para aquellos que cumplen una condena. El serafín se aseguró de que entendiera que no estaba en el primer grupo. Ese espacio fue creado para los ángeles de la primera caída y ellos dan forma a los avernos de acuerdo a lo que sienten que mejor les representa.

En el caso de Lucifer, con sus procederes sobrios y disposiciones taciturnas, el infierno es una planicie helada, donde el viento abre viejas heridas y corta hasta el hueso. En un constante claro oscuro, a veces se atisba un destello dorado, promesa de un sol inalcanzable que inspira a buscar la luz, solo para devolver a los caminantes al punto de partida en el momento en el que sienten la esperanza de librarse del eterno invierno.

Abrí los ojos a esa desolación para encontrarme, como lo hice un día, a partir de la caída. Sentí los huesos rotos en cada lugar donde el serafín decidió hacer presión al arrancarme con violencia del mundo visible en París a su cuarto personal del infierno. Protegí mi rostro de la luz intensa que emanaba del guardián de los infiernos, para descubrir, de manera sorpresiva, un par de alas blancas que arroparon mi cuerpo.

¿Qué se siente, recuperar algo de lo que fuiste, Rashard?

—¿Qué clase de broma es esta? —reaccioné—. No entiendo. Tú mismo me dijiste que lo que quedó de nuestra antigua forma en la caída, los huesos rotos, las alas chamuscadas, incluso el dolor, no era tal cosa. Solo el eco de nuestro sentido de culpa. Y ahora, ¿pretendes utilizar el mismo truco contra mí? ¿Quieres repetir las lecciones del relojero, cuando fuiste tú quien me dijo que debía dejarlas atrás?

—No lo entiendes...

Se levantó, caminando hacia mí y asegurándose que su sombra se proyectara tres veces más grande. A donde fuera, no tendría escapatoria. Me levantó como quien sostiene a un niño, pasando una mano por mi espalda. Podía sentirlo, abrazando mi costado, subiendo hasta tocar con su antebrazo la protuberancia de donde nacían mis alas. Comencé a marearme y entendí que su presencia me estaba sometiendo, obligándome a ocultar mi rostro contra su pecho, como un niño que corre a los brazos de un padre buscando alejar una pesadilla.

No hay un lugar a donde correr, cuando se vive entre monstruos. Los que Lucifer no pudo hacerme entender con palabras se tradujo claramente en dolor. El serafín quebró una de mis alas, volteando hasta despegar hueso de la piel y cortando con el filo de sus uñas. Quise gritar, pero el terror quedó adormecido ante sus palabras.

—¿Cuál es el principio que define a los demonios, Rashard? ¿Qué nos hace diferentes de los ángeles? ¿Cuál fue el premio que obtuvimos a cambio de pagar un precio tan alto? Si vas a abrir la boca, que sea para contestar estas preguntas, de lo contrario, lo próximo que voy a arrancar será tu lengua y te juro, que, siendo el reflejo oscuro del relojero, según Él crea, Yo destruyo, de forma definitiva. Si aprecias tu voz, piensa lo que vas a responder.

—¡Debemos ser fieles a nosotros mismos! —Jadeé, tratando de poner bajo control la agonía.

—Es por eso que no podemos mentir. ¿Entiendes?

—No mentí, nunca mentí. Di vueltas a la verdad, creando espacios para que Bissaine imaginara respuestas. Hice lo posible para traerlo de la Luz a las Sombras...

Crack. El crujir de hueso indicó una segunda ala perdida.

—Hiciste algo peor que mentir. Perdiste la noción de lo que se te fue ofrecido. —Mientras hablaba, su cuerpo se cubrió con esa perfecta membrana endurecida de obsidiana que le hace más oscuro que la noche y le protege mejor que cualquier armadura forjada por manos de ángeles—. ¿Sabes lo difícil que es ganar la confianza, mucho más el amor de una criatura que alguna vez fue humana? Claude Bissaine hizo lo imposible, te amó a lo largo de los siglos, perdonó tus faltas con el pasar del tiempo. Te devolvió tus alas, y tú lo dejaste pasar. —Su rostro se ensombreció, mientras recordaba experiencias pasadas—. Lilith me amó de esa manera, y, a pesar de que lo único que tenía en sus manos regalar era oscuridad, porque renunció a su alma para amarme, encontró la manera de convertir esa oscuridad en el más preciado de los regalos. Tanto así, que siglos después de su muerte, permanece conmigo.

Mordí mi lengua. Necesitaba algo más que el dolor que él me estaba provocado para detenerme de decir algo de lo que iba a arrepentirme. Evité seguir el impulso de poner los ojos hastiados ante semejante falta de espinazo y cursilería.

—Me hiciste decir en voz alta que se exige que seamos fieles a nosotros mismos, y ahora me castigas por no ser tu copia fiel en acción y sentimiento. ¿No se siente un poco hipócrita?

—Respondes como un niño malcriado al cual hay que aleccionar una y otra vez —me tomó del brazo y me lanzó de bruces contra la roca helada—. No te estoy pidiendo que ames a nadie. Te estoy exigiendo que cumplas con quien lo hace.

»¿Crees que no sé lo que transcurrió en esa habitación? No estoy en todas partes, pero el dolor libera los más guardados secretos. Desprenderte de tus alas no fue solo una forma de castigarte, el dolor hizo que bajaras tus barreras. Me dejaste entrar allí, donde guardas todo lo que no te interesa compartir. ¿Quieres ir palabra por palabra sobre tu silencio? Cuando Bissaine te preguntó: "qué somos", estabas obligado a contestar.

»La contestación a esa pregunta es la misma, a través de la existencia, mientras existan facciones separadas. Establece nuestra función, pone claro el hecho de que, llegado el momento, todo, inclusive los lazos afectivos, han de ser traicionados para alcanzar una meta. ¿Amor, dices? No me importa el amor, me importa el proceder. Cada individuo que pacta con la Corte de Sombras debe saber lo que arriesga. Tú no le garantizaste eso a Bissaine y ahora, si su ángel guardián reclamara, estoy en la obligación de responder.

»No tengo el mínimo problema con hurtar, matar, violentar y destruir siguiendo esa única regla, solo para tener la satisfacción de demostrarle a la Corte de Luz que somos superiores. Si no se lo dijiste a él, Rashard, contéstame. ¿Qué somos?

Hay formas elegantes de impartir violencia, el serafín en maestro en todas. Levantó su puño cerrado, haciéndome contener la respiración, esperando el impacto, solo para abrir mis ojos ante el silencio y la oscuridad que comenzó a cercarme. Sombras alargadas se conjuraron desde el vacío, danzando en torno a ambos. Los golpes de aire helado volvieron sin piedad, mientras que ganchos oscuros, se enterraban como zarcillos en mi cabeza. Mis planes comenzaron a desenredarse como hilos frágiles y en ese momento Lucifer supo las cosas que había pensado hasta para mí mismo.

—¿Qué somos, Rashard? —Esta vez lo gritó, haciéndome derramar lágrimas sangrientas con cada parpadear.

—Somos lo que somos, hasta que seamos lo que tenemos que ser.

—Entonces, no me tientes, miserable demonio. Yo soy el amo del infierno y tú, tan por debajo de mí que alargaste tu angustia hasta una inevitable segunda caída, piensas que puedes superarme... Me debes una bruja por una bruja, y aquella que consigas jamás reemplazará a la primera, pero al menos garantizará tu miserable existencia. ¿Quieres una habitación en el infierno? Bien, he de concederla, solo para que no alimentes la idea de que tengo alguna razón por la cual preocuparme de una traición. Yo soy el padre de las traiciones, no lo olvides, no me des razón para demostrártelo.

Mi cuerpo se elevó, impulsado por una fuerza descomunal. Atravesé una fina capa de hielo para encontrarme en una habitación sin personalidad alguna, excepto por un constante girar de memorias, que se adherían a las paredes, formando cuadros que desaparecían para ser reemplazados por otras imágenes llenas de incertidumbre. Mis momentos más preciados, los planes secretos, los miedos profundos, los cuales hasta ese momento no quise reconocer, se convirtieron en parte de mi dominio en los avernos. No me estaba tratando como a un príncipe, me estaba recordando que, en su interpretación, estaba a penas dos escalones más arriba que un simple condenado.

El serafín siempre me fue indiferente. En esos momentos lo odié a toda consciencia.

—No aconsejo que permanezcas mucho tiempo aquí —dijo por lo bajo mientras encendía un cigarrillo. Vestía una vez más con esas piezas anacrónicas que utilizaba cuando quería declararse superior—. Si permaneces contemplando lo que pudo ser, nunca verás los verdaderos resultados. Y, en estos momentos, Rashard, no quiero que pienses que te he perdonado. Digamos que quiero probar de que estás hecho. Quiero saber si puedes pasar toda tu existencia sin volver a esta habitación, a arrepentirte de no haber tomado uno de estos caminos. Mientras tanto, vaga por el mundo, completa tu encomienda y utiliza mi nombre si te conviene. No me importa. Un paje puede vestir las ropas de su señor por un día entero, y el amo, aunque desnudo, sigue siendo el dueño de la casa...

Abrí los ojos en la habitación de la villa. Mi cuerpo mortal estaba magullado, dos hematomas enormes marcaban el lugar donde estuvieron mis alas. Hice lo que pude para ponerme en pie. La habitación estaba nítida, sin señales de lo sucedido. El marco del espejo continuaba allí, pero los pedazos de vidrio fueron removidos. ¿Sage? Probablemente. Me tomo un par de segundos para descubrir que el serafín me envió de vuelta, vestido con una ropa parecida a la suya. Dentro del bolsillo del saco había una nota: 

Arrugué el papel en mis manos, maldiciendo su abuso e insolencia. ¿En realidad pensaba que me iba a tratar como a un perro, esperando que lamiera sus manos?

Lucifer dibujó una línea en la arena, solo para demostrarme lo que debía rebasar.

¿Una habitación en el infierno? Tomaría todo lo merecido, por virtud de haberlo ganado. Y eventualmente, todo se movería acorde a mis deseos. ¿Por qué buscar reemplazar a Lilith, entregando a Charmaine en sus manos, cuando él mismo dijo que no quedaría conforme?

No.

Una nueva bruja, una nueva conexión entre el infierno y la Tierra, en un nuevo suelo. Y si fuera necesario, un nuevo diablo...

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