CAPÍTULO 15: EL DÍA EN QUE UNA ERA TERMINÓ

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No había podido dormir por la lluvia que había estado atormentando a la noche. Ya se había calmado hace como una hora, así que no impidió que saliera de mi cama para ir a la sala, sentarme en el sillón y contemplar a la terrible oscuridad.

Anhelaba salir de la casa y admirar por última vez a Londres en la penumbra. Cuando menos me lo esperé, ya estaba sentada en la acera; me había asegurado de colocarme en un lugar seco.

Vi una sombra desde el otro lado de la calle, se acercaba a mí. La persona se sentó a mi lado y de esta manera pude notar que traía el cabello húmedo.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté.

—Llevo caminando como tres horas por la ciudad y me topé con tu casa.

—Pero estaba lloviendo.

—Lo sé —contestó Peter.

Hubo otro largo y desagradable silencio entre nosotros, ni siquiera se podían escuchar a los autos de la ciudad.

—¿A qué hora sale tu vuelo? —dijo al fin.

—Mañana a las cuatro de la tarde, me voy de la casa a las doce.

Él tenía la mirada puesta hacia el frente. No podía creer que no nos volveríamos a ver. Tuve un fuerte ardor en el pecho al pensar en todo lo que íbamos a perder. Ya no había nada, excepto...

—¿Una última vez?

La sonrisa iluminó su rostro y volteó para mirarme, era como si hubiera leído mi mente.

—Si es lo que quieres, vamos adentro.

Me levanté de la acera y abrí la puerta. Cuando nuevamente presté atención, yo ya estaba cerrando el umbral de mi cuarto.

Se quitó la chamarra mojada y la colocó encima del escritorio, luego se retiró los tenis y se sentó en mi cama. Yo fui a su lado y me acosté, acto seguido, él hizo lo mismo. A pesar de que había dormido varias veces con Peter, mi pulso se seguía acelerando. No me tensé, solamente me acurruqué a su lado para que me enrollara en sus brazos. Después cerré los ojos para dormir plácidamente una última vez. 


Sentí el roce de sus labios en mi frente y distinguí las palabras Te quiero en un susurro. Trataba de abrir los párpados, pero algo me lo impedía. Luego escuché el cierre de la puerta de abajo. Poco a poco, logré abrir los ojos. Él ya no estaba ahí. Alcé las cobijas para ir a la ventana. Al llegar, deslicé la persiana de golpe, encontrándome con la llovizna de Londres. Lo peor de todo fue que la calle estaba completamente vacía. 

Había un horrible hueco en mi pecho, sin embargo, después dudé. Tal vez sólo había sido un sueño, tal vez Peter nunca vino anoche. La idea hizo que mi corazón estallara en pedazos y que mis piernas fallaran, caí de rodillas al suelo. Puse mi cabeza entre mis manos para hacer memoria y descubrí que sí había sido real: él se había quedado conmigo.

Recargué mi cuerpo contra la cama y me llené de rabia. Todo esto había sido culpa de Victoria, Charlotte, Lorraine y Jack. Quería lanzar algo contra la pared, quería desahogarme. Busqué alguna cosa, pero casi todo ya estaba empacado, por lo que sólo pude cerrar los puños con fuerza. Todo esto me resultaba atosigante, en unas horas mis amigos vendrían para despedirse.


—Emily, pronto nos iremos al aeropuerto, ¿qué haces tumbada en el piso? —quiso saber Jennifer desde el umbral de mi habitación.

—¿No estás molesta con Lorraine? —le pregunté.

Ya me había calmado un poco de mi ataque de rabia.

—¿Lorraine? No, para nada. De hecho, pienso que hizo lo correcto. Ayer fuimos a despedirnos de Charlotte y Victoria sin que papá se enterara, son muy amables.

También me habían propuesto ir, pero yo decliné.

Llevaba el tiempo suficiente acostada en el suelo para oír cómo bajaban todas las cajas y las maletas a la sala. Sin embargo, el sonido que más me había concentrado en escuchar era el de las gotas estampándose contra mi ventana. Me levanté del piso para decirle algo a Jennifer, pero ella ya no estaba ahí, supuse que la habían llamado.

Me vestí y recogí mi cabello. Después bajé a la sala. Había cosas esparcidas por todo el sitio; sin embargo, ya no había sillones para sentarme, así que me limité a esperar. Ahora no estaba segura de si mis amigos vendrían, pero qué más daba.

—¿Hija, no te vas a poner una chamarra?, sigue lloviznando —inquirió mi padre, descendiendo por las escaleras con la última caja que quedaba.

Tenía razón, estaba lloviendo a cántaros; el clima me recordó al día en que llegué aquí. Sin añadir nada subí a mi recámara por mi impermeable, ya que lo había olvidado en el baño. Al abrir el picaporte y observar mi cuarto vacío, reprimí las ganas de echarme a llorar. De verdad que se me hacía muy difícil dejar esta ciudad, aunque al principio la hubiera detestado.

Fui directo al sanitario para tomar mi chamarra negra. Cuando salía del tocador, me percaté de que, en el piso de madera, reposaba un pedazo de papel. Lo reconocí al instante: Era una hoja de mi cuaderno.

Corrí a recogerla, pensando que era algún apunte de la escuela, pero cuando la desdoblé, me encontré con algo diferente. Al leer las palabras, emanaron lágrimas de mis desgastados ojos para quemarme la piel.

Escuché la voz de Lorraine en la sala, se despedía de mis hermanas. Cerré los ojos con mucha fuerza para evitar salir del cuarto y escupirle en la cara. Tomé la nota, apretando los puños, y abrí los párpados. Lo único que me interesaba en ese momento era enseñarle a Lorraine el dolor inexplicable que había provocado entre el primo de su mejor amiga y yo. Bajé a zancadas, ella volteó a mirarme mientras terminaba de descender los últimos escalones.

—¿Qué pasó? —preguntó.

Yo tenía las mejillas encendidas sin saber si era por el enojo o por las lágrimas.

—¡Tú dímelo! —le grité, aventándole la nota.

En otras circunstancias habría esperado a que la leyera; sin embargo, en lugar de eso, salí de mi casa, me puse la gorra de la chamarra y empecé a caminar hacia el vehículo.

—¡Emily, espera! —exclamó una voz a mis espaldas.

Volteé para gritarle a Lorraine que me dejara en paz; sin embargo, cuando miré atrás, mi hermana no estaba ahí, sino Jade, Evelyn, Dylan y Edwin. En sus ojos podía leer tristeza. Caminé hacia ellos hasta que quedamos de frente. La lluvia hacía mucho ruido al estamparse contra el suelo.

—Pensé que no vendrían —hablé con tono serio.

—Anderson, no podrás librarte de nosotros tan fácilmente —expresó Dylan.

Al ver que no agregaba nada, Jade comenzó:

—Emily, por supuesto que vendríamos a despedirnos; pero pienso que este no es el adiós definitivo.

—Sí, así es —concordó Edwin—, podemos seguir en contacto.

Algo me hizo recordar la nota, provocándome otra vez un nudo en la garganta.

—Sí, tal vez funcionaría —articulé.

Hubo un silencio entre nosotros en el que me dediqué a descifrar sus expresiones.

—Ven —me dijo Edwin, fracturando la paz, y después extendió sus brazos.

Sin pensarlo, accedí. Sentí su calor y, por alguna razón, también sentí todo su afecto hacia mí. Entonces rompí a llorar. Edwin me separó un poco de él y me limpió las lágrimas con su pálido dedo índice. Su piel estaba helada. Me sonrió y yo traté de devolverle el gesto, no sé si funcionó.

Luego Jade fue a encontrarse conmigo. Me sorprendió: Estaba llorando a mares. Me abrazó fuerte, por un momento dudé que me soltaría. Cuando por fin lo hizo, sonrió, intentando animarme, sin embargo, su sonrisa fue nostálgica.

—¿Emily, por qué me haces chillar? —continuó Evelyn.

Volteé hacia ella. Tenía el cabello amarrado en una trenza, que le caía sobre el hombro; sus rizos rubios y apagados se alzaban con el viento; y efectivamente, tenía unas cuantas lágrimas contenidas en los ojos, lo que era raro, pues nunca lloraba. Ella me abrazó cálidamente.

Dylan trataba de no tener contacto con mis ojos, pero después de que yo llamara su atención, él sonrió y giró para estrecharme contra su pecho.

—¿Él vendrá? —le susurré al oído mientras nos abrazábamos.

No sabía si había escuchado, ya que las gotas caían en la acera como si fueran grandes piedras; y quedaba claro que los demás no habían oído mi pregunta. No tenía idea de por qué lo interrogué, ya sabía perfectamente que él no vendría, supongo que tenía la esperanza de que estuviera en un error.

—No —contestó.

La ilusión desapareció y la sustituyó el vacío en el pecho. Me separé lentamente de mi amigo.

—Bueno —comencé, observándolos—, creo que lo único que puedo decir ahora es: gracias, gracias por todo, de verdad que su amistad fue muy especial para mí —silencio—. Entonces... —suspiré— adiós.

Me puse en marcha lo más rápido que pude hacia el carro. No quería ver sus reacciones, no obstante, tampoco corría porque el piso estaba resbaloso. Ja, a pesar de estarme cubriendo la cabeza, ya tenía el cabello empapado.

—Pero este no es un adiós —intervino Edwin, tratando de que escuchara su voz entre la lluvia —hizo que me detuviera y volteara a su dirección justo antes de que abriera la puerta—, sólo es un hasta pronto —siguió—; tengo el presentimiento de que nos volveremos a ver.

Las miradas de los cuatro reflejaban convicción ante la posibilidad de reencontrarnos, pero yo estaba segura de que no sería así. Nunca volvería. Peter y yo lo sabíamos muy bien, por eso él no había venido.

—Entonces hasta pronto —concordé, sonriendo para intentar persuadirlos de que yo pensaba lo mismo.

Después de mis palabras, ellos se encaminaron para retirarse, cubriendo sus cabezas con paraguas. Yo entré al auto. Sin tiempo para dejarme pensar, Jane ingresó al vehículo seguida de mi padre, Miranda y Jennifer. Mi hermana mayor estaba de pie en la acera, sosteniendo una sombrilla; antes de que Jennifer cerrara el umbral, le hablé:

—¿Lorraine, me das la nota?

Si este sería el único recuerdo que podría conservar de él, entonces la quería. Ella se inclinó, y sin ni siquiera mirarme, me pasó la hoja. Yo la tomé, evitando el contacto con la mano de mi hermana. Después Jennifer cerró la puerta y mi padre arrancó el motor, causando que, el nudo que sentía en la garganta, aumentara.

Mientras recorríamos la ciudad, yo pasaba el papel entre mis manos. Lo volví a desdoblar y me armé de valor para leerlo una vez más. Las palabras eran claras.


Tal vez deberías olvidarte de mí y yo trataré de hacer lo mismo contigo.


Sentí un horrible dolor en el pecho. Tal vez él estaba en lo cierto, tal vez tenía que tratar de olvidarlo; pero una parte de mí sabía que no podría hacerlo. Aunque lo volviera mi prioridad, jamás lo lograría. Sin embargo, si lo olvidaba, sería bueno para todos. Actuar como si nunca hubiera existido... Quería gritar, pero lo ahogué, ya que pensé que me creerían una loca.

Doblé la nota nuevamente, ya no toleraba ver más su excelente caligrafía estampada en una hoja. La metí en mi chamarra y cerré los ojos para eludir las lágrimas. Tuve que colocar las manos sobre mi pecho como calmante.

Volví a abrir los párpados cuando nos hallábamos junto al Támesis. Mi alma dio un vuelco al creer verlo a él, a Peter, en el puente. Estaba observando el río, sin importarle la lluvia que caía sobre su espalda. Pasamos muy rápido, dejando su figura atrás... Aunque también abandonábamos a mi corazón, ya que este siempre se quedaría donde él estuviera.

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