CAPÍTULO 16: EL TIEMPO ES POLVO

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Inmediatamente después de que terminaron las clases, regresé a mi casa para hacer la comida. Mi padre llegaba tarde los viernes, entonces yo debía encargarme de ella. Se supone que Jane y Jennifer también tendrían que ayudar, pero no se les prestaba el tiempo. Jennifer se había ido con su novio, Francis, a quién sabe dónde; y Jane no había llegado de la escuela, seguramente se había quedado observando los violines en la tienda de música.

Mientras me inclinaba y abría el compartimiento del refrigerador, Jane entró a la casa tarareando una melodía que había tenido en la cabeza toda la semana.

—Llegué —anunció—. ¿Emily, estás aquí?

—En la cocina —dije, examinando el refrigerador, dándome cuenta de que no había nada.

Mi hermana menor apareció con su sonrisa resplandeciente por la puerta, su belleza se notaba a simple vista. La pubertad había convertido a Jane en una chica hermosísima. Tenía los dientes perfectamente alineados y blancos, su cabello se había vuelto en un rubio más encendido y sus pestañas eran preciosamente chinas. Había crecido un poco más de lo que yo había estimado. Incluso, en mi opinión, ahora su belleza era más que la de Jennifer; y eso era mucho qué decir, Jennifer era muy bonita.

—Encontré un folleto sobre una academia de música que está en Inglaterra, ¿crees que papá me dejaría regresar para asistir ahí? —me preguntó emocionada.

—Jane, sólo tienes quince años; no creo que te deje volar sola hasta Europa para que vayas a una academia de música.

Desde que mi hermana había empezado a poner más empeño en el violín, se había enamorado de la idea de estudiar Música.

—Sí, y también tengo un sueño como todos. Jennifer quiere ser bailarina profesional, yo quiero ser violinista y tú... —hizo una pausa— Perdón, se me olvidó, ¿pero qué me habías dicho que querías estudiar?

—Letras Inglesas —repliqué.

—Ah, sí; tú siempre con tus libros.

—Es más que eso, hermana. Se necesita dedicación, disciplina y autenticidad.

—Y tú tienes todas esas cualidades, ¿no?

—Sí —respondí agresivamente.

Sabía que era muy difícil poder convertirme en una escritora con éxito, pero tenía que intentarlo; aunque lo más probable era que acabara enseñando Literatura en alguna secundaria.

—Lo que sea... ¡El punto es que hoy es un gran día! Por fin terminaron las clases y llegó el verano. ¿Crees que podamos ir al Lago Míchigan este año?

—No lo sé... Por cierto, ¿adónde fueron Jennifer y Francis?

—A una fiesta, es lo que los adolescentes normales hacen: Van a fiestas —puse los ojos en blanco. Otra vez iba a empezar con sus pláticas sobre que no debo aislarme—. Es raro que Jennifer tenga dieciséis años y ya haya ido a más fiestas que tú en toda tu vida.

No me gustaba cuando tocaba este tema.

—Y a pesar de eso, sí sé cómo es una fiesta. Hay drogas, alcohol, sexo y un asqueroso olor a cigarro —traté de defenderme.

—Pero nunca has ido a una. Cuando cumpliste quince años, tuviste la oportunidad de estar en tu propia fiesta y te escapaste —señaló.

Habían pasado más de dos años desde aquel día y aún extrañaba a las personas con las que había huido de esa fiesta. Tenía los números de todos, pero nunca me había atrevido a llamarlos. En los primeros tres meses de mi estancia en Chicago, Edwin, Dylan, Jade y Evelyn habían procurado comunicarse conmigo, sin embargo, jamás les contesté. No quería hacerlo, no deseaba sufrir más. Con el tiempo, Evelyn dejó de intentarlo, después Dylan, luego Edwin, y hasta al final, Jade. Pero el único que jamás me llamó fue Peter. Solamente de recordar su nombre sentía un dolor en el pecho. Estaba claro que él había logrado cumplir las palabras que escribió en la nota, yo no. Lo extrañaba en silencio sin decirle a nadie. A veces sentía que me iba a derrumbar; no obstante, lograba animarme, diciéndome que, cuando iniciara la universidad, mi vida de verdad comenzaría.

En mi familia, las cosas se habían recompuesto un poco. Miranda y Jack se habían divorciado hace medio año por cuestiones que jamás deseé entender a la perfección, supongo que fue debido a la mala comunicación que empezó a existir entre ellos desde que nos mudamos aquí. El punto es que ella ya no vivía con nosotros, mi padre estaba soltero. Por otro lado, Lorraine siempre les hablaba a mis hermanas, y en varias ocasiones les había pedido que me pasaran el teléfono, sin embargo, yo nunca accedí a platicar con ella; estaba muy dolida. Después de unos meses, volvimos a charlar, pero solamente sobre cosas de la escuela y la vida cotidiana. Ahora ya habíamos conseguido recuperar la relación que teníamos antes. También, desde que habíamos dejado Londres, no nos habíamos comunicado con Charlotte y Victoria; yo no deseaba hacerlo y a mis hermanas no se los permitían.

—Deberías salir más —comentó Jane, haciéndome retornar a la realidad.

—Quiero estar sola, Jane. La soledad es mi gran aliada.

—Emily, te quiero, por eso te lo digo: Tienes que empezar a convivir con más personas. Tal vez tengas diecisiete años, pero te comportas como una anciana cascarrabias. La soledad te destruirá..., o tal vez ya lo está haciendo.

—Es muy lindo que te preocupes por mí, pero estaré bien. Siempre lo he estado.

No pensaba que la soledad me estuviera destruyendo, era todo lo contrario, esta me fortalecía.

—Emily, hoy tus compañeros tendrán una fiesta, celebrando que pasan al último grado de la secundaria. Todo el mundo estará ahí; y tú sólo te quedarás aquí, leyendo alguna novela o viendo una comedia norteamericana mientras comes helado. ¡Tienes que vivir!

—No iré —dije con sequedad para que ya no siguiera con su discurso.

Mi hermana me miró tristemente, ya no se enojaba tanto desde el divorcio de Jack.

—Emily, piensa; ya no discutiré más, pero piensa —hizo una pausa—. Iré a la fiesta, Tim pasará por mí.

Tim era su compañero de la clase de Música, eran íntimamente amigos.

Después del sermón se fue a su recámara para cambiarse. Yo decidí que no comería nada hasta la noche; así que el resto del día estuve encerrada en mi habitación, leyendo Un mundo feliz, y después me la pasé escuchando el disco A Rush of Blood to the Head de Coldplay. Cuando concluí estas actividades, ya había transcurrido mucho tiempo desde que mi hermana se había ido. 

Me puse la pijama y bajé a la cocina para servirme mi porción de helado. Prendí el televisor; estaba a punto de empezar un documental sobre la sabana, así que decidí dejarle en ese canal. Sin embargo, algo sucedió. Cuando trataba de ponerle atención al programa, me bloqueaba. No podía concentrarme. Tenía la sensación de que tenía algo qué hacer, pero no sabía qué era. Al final apagué la televisión, fui a dejar el postre al refrigerador y subí las escaleras para irme a mi cuarto. Miré el reloj, eran cuarto para las doce. Mi padre estaría aquí en media hora, así que Jennifer y Jane no tardarían en llegar.

Me dirigí a lavarme los dientes. Cuando terminé, me miré en el espejo: Tenía unas horripilantes ojeras alrededor de los ojos y mi cara parecía cansada. ¿Hace cuánto tiempo que no dormía bien? No lo sabía, de lo que sí estaba segura era que mis pesadillas habían disminuido; pero si habían disminuido, ¿por qué no podía dormir?, ¿qué era lo que me angustiaba tanto?

En el momento que me mudé a Chicago, mis pesadillas empezaron a ser sobre cómo perdí a Peter y a mi madre; me atormentaban. Sin embargo, conforme fue pasando el tiempo, logré controlarlas. Me sentí bien conmigo misma, pero esta última semana no había podido descansar. Algo me preocupaba, no obstante, siempre que trataba de saber qué era, yo lo desechaba sólo para después pensar que Jane tenía razón.

Empecé a respirar entrecortadamente y las manos me sudaban. Yo sabía perfectamente lo que me ocurría, pero no quería pensar en las palabras. Salí del baño y miré hacia la mesita de noche. Ahí adentro se encontraba la nota, y detrás de ella estaban escritos los números telefónicos; los había borrado de mi móvil porque temía que un día la tentación me ganara y terminara llamándolos.

Me retiré de mi cuarto para detener mis impulsos de abrir el cajón, sentándome en las escaleras y viendo fijamente a la puerta principal. Me sentía débil. Mis manos temblaban, así que me aferré lo más que pude al barandal para calmarme. Había un nudo en mi garganta y estómago. Cerré los párpados con fuerza e hice lo que no había hecho desde hace una largo tiempo: llorar. Abrí los ojos, lo cual no fue buena idea, ya que se me habían empañado por las lágrimas. Me lamenté sin hacer ningún ruido.

Jane tenía razón: La soledad me estaba destruyendo. Intenté ponerme de pie, pero no pude; mis piernas se encontraban demasiado frágiles.

Abrieron el umbral de la casa y la más pequeña de mis hermanas entró, yendo inmediatamente a la cocina; entonces centré mi atención en Francis y Jennifer. Vi que se sonrieron entre sí. Su novio la besó dulcemente en los labios para después decirle algo que no logré escuchar. Jennifer se rio y lo abrazó, pero no oí la risa. Francis le plantó un ósculo en la mejilla y se fue. Mi hermana cerró la entrada. Ella tenía una sonrisa enorme en el rostro; sin embargo, de repente se le borró al verme inmóvil en la escalera. Me dijo algo, pero no distinguí las palabras. Todo estaba claro: Su felicidad con Francis me enfermaba. Jennifer volvió a hablarme, no obstante, sólo fui capaz de escuchar susurros indescifrables.

Al principio lo hice a un lado y fingí hacerme la fuerte para no llorar el hecho de que lo había perdido todo. Pero ahora, dos años después, los fantasmas me invadían con una fuerza letal. Cada película, cada canción, cada beso me recordaban al hermoso pasado que jamás regresaría. En la noche lloraba tormentosamente por él, suplicándole a algún dios o alguna fuerza del universo que lo regresara a mí. Claro, mis plegarias nunca fueron atendidas. Por otra parte, me sentía una estúpida. Dos años habían transcurrido y el mismo chico de quince años no podía irse de mi cabeza. Era enfermo, de locos. Había días en que su nombre ni siquiera se cruzaba por mi mente, pero cuando sí lo hacía, era con demencia.

La culpa me mataba. La desesperación excesiva me atacaba en las noches, y la pesadez y la apatía dominaban mi vida. No tenía ganas de nada y siempre sentía un dolor en el pecho abrumador... todos los días, a todas horas.

En el presente, el vacío en mi corazón me dolió, así que traté de tener las fuerzas necesarias para levantarme e irme a mi recámara. Cuando volví a prestar atención, ya me encontraba acostada en mi cama entre las sábanas. Mi habitación estaba oscura. Escuché a alguien, que supuse que era mi padre, asegurar la puerta. También oí cuando todos los demás cerraron sus cuartos para irse a dormir, pero yo no lo conseguía. Así pasaron las horas.

Mi hermana estaba en lo correcto: Debía salir, hablar con alguien sobre todo lo que pasó. Tenía que saber qué había sido de sus vidas. ¿Seguirían siendo amigos entre ellos? ¿Edwin y Jade serían novios? ¿Evelyn y Dylan habrían dejado de lado las peleas? ¿Peter pensaría en mí? No lo sabía, en dos años la gente podía cambiar demasiado. ¿Peter continuaría siendo el mismo chico del que me enamoré? ¿Edwin seguiría escribiendo como loco? ¿Jade continuaría siendo la misma chica tan perfeccionista? ¿Evelyn seguiría siendo tan testaruda? ¿A Dylan ya lo habrían expulsado de la escuela? La última pregunta me hizo reír. Fue sorprendente que, a pesar de que estábamos a gran distancia, Dylan me había animado; más bien, su recuerdo.

Tenía que obtener respuestas. Si iba a charlar con alguien, no sería con ninguna persona de esta ciudad, ni siquiera de este continente: Le iba a hablar a Jade.

Me levanté de la cama e hice las cobijas a un lado. Respiré hondo y abrí el cajón de la mesita de noche, ahí estaba la nota. Cuidadosamente, la tomé y la volteé con rapidez para no leer las palabras que me habían devastado. Los números telefónicos se hallaban detrás.

Miré el reloj, eran las cuatro de la mañana, eso significaba que en Londres ya eran las diez. Agarré mi celular y marqué el teléfono de Jade. Cuando escuché los timbres, me lamenté al instante, ¡le estaba llamando a Jade! Mis manos comenzaron a temblar y los nervios se desataron. Estaba a punto de colgar cuando un tono familiar respondió del otro lado de la línea.

—¿Sí? —dijo una voz femenina, se oía un poco adormilada.

Quería gritar, era la voz de Jade. Por un momento, planeé apretar el botón rojo y nunca volver a marcar aquellos dígitos, pero después me dije que tenía que intentarlo. Un escalofrío me recorrió la espalda. Cerré los párpados para concentrarme, suspiré y los volví a abrir.

—Jade —dije en un murmullo de voz, después me aclaré la garganta y hablé otra vez—. Jade, hola.

—¿Quién habla? —preguntó.

Volví a respirar hondo y tomé con firmeza el brazo con el cual sostenía mi celular, temía que se me fuera a caer por el temblor de mis manos.

—Jade, soy Emily...

—¡Emily! —me interrumpió— ¡¿Dónde estás?!, ¿sigues viviendo en Chicago? ¿Por qué nunca contestaste mis llamadas?

—Supongo que nunca tuve el valor de hacerlo... —admití.

Las dos permanecimos en silencio por un rato. Sabía que tenía que decir algo, pero no me salían las palabras. De la nada, sentí cómo las lágrimas caían sobre mi rostro. Chillaba por el simple hecho de volver a escuchar su voz.

—¿Emily, estás bien? —preguntó con tono dulce, como si supiera que estaba llorando.

—Sí, sí —me limpié el llanto—. ¿Cómo están todos? —pregunté sollozando.

—Bien, bien. Han cambiado algunas cosas por aquí..., pero todos estamos bien; aún conservamos nuestra esencia.

Traté de no darle tantas vueltas al asunto para atreverme a decirlo.

—¿Y cómo está él?

—Está mejor..., bueno, tan siquiera ya está mejor que hace un año.

—¿Mejor?, ¿estás diciendo que aún me quiere o que ya me superó?

Albergué una pequeña esperanza de que no me odiara por completo.

—Todavía no sana del todo, hasta ha habido ocasiones en las que me ha confesado que aún te extraña mucho.

—¿Me extraña? —pregunté sin poder evitarlo.

Ya no me salían lágrimas, ahora sólo quería respuestas.

—Emily, no pensarás que a Peter no le dolió que te fueras, ¿verdad? —no contesté. La verdad había pensado que él se olvidaría rápido de mí, de que todos lo harían— ¡Oh por Dios, Emily!, en el verano en el que te fuiste no nos dirigió la palabra. Cuando regresamos a la escuela, él no hablaba con nadie, no se sentaba con nosotros. Todos tratábamos de aconsejarle, pero no quiso escucharnos, estaba demasiado dolido. Renunció al equipo de fútbol y siempre se encontraba perdido en sus pensamientos —no podía creer lo que escuchaba—. El día de su cumpleaños se la pasó solo, encerrado en su habitación. ¡Se estaba volviendo loco!

—Imposible...

No podía creer cómo le había afectado nuestra separación.

—Una vez Dylan decidió seguirlo para ver qué hacía. Descubrió que iba a tu casa: Se sentaba en la acera, del otro lado de la avenida, y la miraba por toda la tarde. Se estaba destruyendo. Después de las vacaciones de diciembre, nos volvió a hablar y a hacer algo con su vida; reingresó al equipo de fútbol apenas la temporada anterior. Obviamente ya nunca te mencionamos cuando él está con nosotros. Ya no habla de ti, actúa como si no supiera de tu existencia, pero aún sufre, lo sé porque me lo dijo.

—¿Qué te dijo? —pregunté con ganas de saber cada detalle.

—Hace unos meses le comenté que debería empezar a salir otra vez y conocer nuevas personas. No es por nada, Emily, pero nunca pensé que te volverías a comunicar con nosotros, por eso se lo sugerí —hizo una pausa—. En fin, me respondió que no, que aún no estaba listo.

Pensé por un momento en el sueño: Yo le enterraba una daga en el corazón, y definitivamente lo había hecho en la vida real. Nos habíamos matado entre los dos. Él negaba mi existencia y yo la suya. ¿En qué nos habíamos convertido? Sólo había una manera de solucionar esto, y no era charlar con Peter por teléfono, sino regresar a Londres...

—Tienes que hablar con él. No te pido que vuelvas, sólo que le hables.

—¡Eso solamente serviría para hacernos sufrir más a los dos!

—¡Entonces vuelve! Es en serio, él y tú me preocupan demasiado.

—Jade, no regresaré.

—No es sólo Peter, todos te extrañamos... mucho.

No podía, simplemente no. Mis hermanas y mi padre ya tenían una vida hecha en Chicago, no podía arrebatárselas por una simple decisión irracional. Tal vez mi padre me dejaría regresar con Lorraine, pero no... Mi amiga estaba esperando una respuesta.

—Sólo te pido una cosa: Jade..., no le digas que llamé —concluí y después colgué.


Todo el verano me la pasé ayudando a la vecina a hacer sus deberes del hogar. Era un trabajo para poder conseguir algo de dinero.

Ya le había dado de comer a los gatos de la señora Lee y había hecho la merienda. Ella llegaría en unos cuantos minutos... Abrió la puerta y una terrible peste entró a mi nariz, traté de no fruncirla.

La señora Lee era una viuda, que no había tenido hijos, y en la actualidad se la pasaba jugando póker con sus amigas. Su cabello estaba lleno de canas, y algo que, la caracterizaba muy bien, era el asqueroso olor a tabaco de su casa. Esa señora fumaba como dos cajetillas al día, me preguntaba cómo era posible que siguiera con vida.

Examinó la sala, sacando humo por la nariz y la boca.

—Al parecer has terminado tu trabajo, ¿verdad? —me dijo con la voz más ronca que nunca.

—Sí, señora —respondí.

—Bueno, te puedes ir —informó y se sentó en su sillón, mientras se llevaba el cigarrillo a los labios.

Sin darle importancia, tomé mi bolso negro y mi sudadera azul marino.

—¿Puedes venir el miércoles? —preguntó cuando me ponía el suéter.

—No, lo siento; tengo que salir.

Esta era la semana de inscripciones para entrar otra vez a la escuela, justo aquel día realizaría el trámite.

—¿Irás a ver a tu novio?

La pregunta me incomodó y sospecho que me ruboricé.

—No, señora Lee; yo no tengo novio —contesté, rogando que no se notara mi sonrojo.

—Qué lástima. El amor juvenil es maravilloso, ¿sabes? Mi esposo difunto y yo nos conocimos cuando sólo teníamos dieciséis años —por un instante quise irme de ahí, pero me llamó la atención que una relación a los dieciséis hubiera llegado, en el futuro, al matrimonio—. En la vida solamente hay un amor verdadero —continuó—. Sé que suena cursi, pero es cierto —hizo una pausa. Su rostro reflejaba que se estaba acordando de algo—. En fin —resopló—, ya puedes irte.

Le dediqué una pequeña sonrisa y me marché del lugar antes de que empezara a toser por todo el humo que estaba inhalando.

Reaccioné a lo que me había dicho la señora hasta que estaba cerrando el umbral de mi casa. ¿Cuántas personas me lo tenían que repetir para darme cuenta de que yo ya lo sabía? Jade y ahora la señora Lee... Bueno, la señora Lee no me lo insinuó directamente, sino que me había hecho entender que sólo te enamoras una vez de verdad.

Por favor, queridos nietos, no juzguen mi razonamiento apasionado de aquel momento. Era una adolescente que sentía que lo había perdido todo. Sin embargo, debo admitir que en medio de ese fuego que crecía dentro de mí, me percaté de una cosa: Mi hogar no estaba en Chicago ni en Bérgamo, ni siquiera en Burdeos. Mi único hogar estaba en Londres. Mi único amor estaba en Londres. Tenía que regresar a Londres.


—¿Hija, sí estás libre el miércoles para hacer el trámite del colegio? —me preguntó mi padre durante la cena.

—Sí, pero, acerca de las inscripciones, ¿puedo hablarte de algo? —le pedí.

—¿Qué sucede?

Respiré profundamente y me armé de valor para solicitarle lo innombrable.

—Quiero terminar la escuela en... Londres.

Jane, él y Jennifer clavaron sus ojos en mí. En su mirada podía ver que buscaban una explicación.

—Sé que sólo tengo diecisiete años, pero de todos modos algún día tenía que volver —hablé antes de que Jack pudiera articular alguna palabra—. Me siento más cómoda allá que aquí, podría vivir con Lorraine —me examinó con su mirada—. Al fin, sólo me falta este último año para irme a la universidad.

Tuve unas terribles ganas de saber qué pensaba. Estaba tan nerviosa, que jugaba con mis manos para bajar la tensión.

—Hija, no creo que...

—¡Es perfecto! —añadió Jane apresuradamente, antes de que Jack finalizara la oración. Mi padre y yo la observamos sorprendidos— Digo —empezó mi hermana—, extraño Londres y deseo estar en un futuro en una de sus universidades. Tenemos que regresar.

Me estaba apoyando... No podía creerlo. Una gran esperanza se abrió en mi corazón.

—Yo opino lo mismo que Jane, sería bueno regresar —aportó Jennifer.

Abrí mucho los ojos. De Jane era creíble, pero de Jennifer me resultaba imposible.

—¿Y Francis? —pregunté sin poder evitarlo.

—Sí..., tal vez no te enteraste, pero terminamos hace como tres semanas —aclaró.

Nunca volvimos a tocar el tema después de esa simple frase. Lo cierto es que jamás estuve segura de sus razones exactas por las que ella quería regresar. No obstante, sentí un alivio inmenso al ver que mis dos hermanas estaban de acuerdo conmigo: Nuestro hogar se hallaba en Londres.

—Papá, tú tienes la última palabra —dictó Jane.

Miramos a Jack. Yo contenía el aliento en espera de una respuesta. Rogué que dijera que sí, rogué que por primera vez pensara igual que yo.

—Tienen que entender que decidí irme de Inglaterra porque no quería que su tía y abuela estuvieran con ustedes —comentó—. Pensé que era lo más justo por lo que le habían hecho a su madre, pero me equivoqué: Charlotte y Victoria siempre desearon reconciliarse con Sarah, sólo que ella era un poco orgullosa en ese aspecto. Estuvo mal privarlas de la única figura materna que aún les queda, eso lo sé, y admito que me di cuenta de mi error algo tarde —guardamos silencio. Mi padre se estaba disculpando. Quise abrazarlo y también pedirle perdón, él no era el único que había cometido errores causantes de distanciamientos familiares—. La verdad es que... creo que deberíamos regresar a Londres —finalizó.

Una sonrisa iluminó mi rostro. 

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