Capítulo 1: Un contrato necesario.

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Once años después...

Viernes dos de junio, Ellen aprobaba una de las materias más complicados de su carrera, después de meses de estudiar para un examen de Filosofía, lo aprobó sin ningún problema. Amaya y Daniela se encontraban fuera del salón esperando las buenas noticias, ellas pertenecian a otra facultad. Ellen salió en ese momento, observándolas con una expresión de preocupación, hasta que dejó escapar una risa de felicidad estrepitosa.

—¡Lo lamento!, pero estoy tan feliz que no puedo ni siquiera hacer una simple broma —dijo Ellen abrazándolas.

—¡Además no sabes mentir! — comentó Amaya con ironía, mordiéndole la mejilla suavemente.

—¡No hagas eso! —exclamó Ellen, limpiándose la cara —. Haces eso desde que tenemos once años, eres asquerosa.

—¿Así tratas a tu casi hermana?

—¡Amaya esta vez no funcionará!, siempre dices que dejarás de hacerlo y lo vuelves a hacer —comentó Ellen con seriedad, sin embargo, Amaya no se tomaba nada en serio.

—Ok señoritas, mientras Amaya medita el hecho de que tiene que madurar y que tú no eres comestible —aludió con cierto sarcasmo —. ¡Hay que ir a celebrar que aprobaste el examen!

—¡Sí! Hay que hacerlo —gritó Amaya tomando su celular, llamando de inmediato a las demás chicas para que se arreglaran.

—¡No quiero salir esta noche! —manifestó Ellen con cierto cansancio.

—¿Es una broma? —preguntó Daniela arrebatando los libros de Ellen de sus manos y volteándola bruscamente para guardarlos en la mochila que llevaba en la espalda —. Llevas días estresándote por ese examen, por favor amiga debes salir y divertirte como la gente normal...

—Todas están informadas y listas para salir — indicó Amaya, notando el ambiente tenso —. ¿Qué sucede?

—¡No quiere ir!

—Vamos Ellen, necesitas salir, nunca lo haces, y prometo que no volveré a morder tú cara— Ellen no pudo evitar reírse, Amaya de verdad parecía quererlo con ansias —. ¡Hazlo por mí!

—¡Está bien!... solo un rato —accedió Ellen no muy convencida, haciendo que sus amigas la abrazaran de felicidad, muchas veces escuchó la frase «La felicidad es contagiosa» pero ese adagio  nunca funcionó en ella, no obstante, para Ellen era imposible decirle que no a Amaya.

La noche comenzaba, alcohol, bebidas, olor a cigarrillos, cada vez volvían el ambiente más pesado y asfixiante, la música aturdía los oídos.

—¡Chico lindo a las seis! —indicó Amaya haciendo que Ellen se volviera. Era un muchacho normal, usaba jeans y chaqueta negra, se acercó lentamente con un aire bastante seductor, era como si sus tácticas de seducción estuvieran más que aprendias. Amaya prácticamente empujó a Ellen para acercarla a él.

—¡Hola! —dijo Ellen sumamente nerviosa.

—¡Hola!, soy Alex —se presentó amablemente, su sonrisa era bastante cautivadora.

—¡Soy Ellen! —dijo tratando de mantener la calma, no era buena hablando con chicos, jamás sabía que decir. Bailaron durante mucho tiempo, conversaron de la vida de ambos, Ellen toció estrepitosamente, de cierta forma el aire era bastante tóxico.

—¿Quieres salir a respirar aire fresco? —preguntó con nerviosismo, Ellen observó a sus amigas bailando en la pista totalmente desconectadas del mundo, era imposible que quisieran acompañarla —. Yo no fumo y el aire de verdad me está afectado.

—¡Está bien! —contestó Ellen sonriéndole, ambos en ese momento pensaban lo mismo del ambiente, Ellen no estaba acostumbrada a ese tipo de lugares. Ambos salieron por una de las salidas laterales que daba directo con un callejón, la mitad del pasadizo estaba totalmente oscuro y siniestro, la iluminación sólo estaba de su lado.

—¿Tengo una pregunta?

—¡Dime! —contestó Ellen respirando profundamente para limpiar sus pulmones.

—¿Cómo una chica como tú, puede ser amiga de esas chicas? —preguntó intrigado.

—Bueno... Amaya es mi amiga desde la infancia y las demás chicas las conocí en la universidad —explicó mientras se abrochaba su chaqueta, la noche estaba bastante fría.

Amaya no tardó en notar la ausencia de Ellen. Fue a la mesa donde se había sentado con el muchacho desconocido, pero no la halló. Se dirigió donde Frank que era el chico que trabaja en la barra, además de ser compañero de Amaya en la universidad.

—Frank, ¿viste a Ellen? —contestando que la había visto salir hace un rato. Amaya inmediatamente le marcó al celular, cuando Ellen recibió la llamada intentó contestar, pero Alex le pidió que no lo hiciera.

—¡Es Amaya debo contestar!

—¡Te dije que no lo hicieras! —volvió a decir Alex, esta vez quitándole el celular de sus manos, actuando sumamente nervioso, el sudor comenzó a deslizarse por su frente.

—¿Qué haces? —pregunto Ellen a la defensiva y volvió a decir esta vez gritando —. ¡Alex devuélvemelo!

—¡Alex! —escucharon la voz de un sujeto que apareció del fondo del callejón donde no había luminosidad.

—¡Erick! —exclamó Alex saludándolo amigablemente —. Pensé que ya no venías...

—Es que tuve que recoger a Héctor y a Jorge... no podíamos perdernos de la diversión —Al decir esto, entre la oscuridad aparecieron dos hombres más.

—¿Ella es tu novia o es el juguete de esta noche? —pregunto Erick, Ellen estaba comenzando asustarse, su celular lo seguía sosteniendo él.

—¡No es mi novia! —contestó añadiendo:— Y la verdad no me interesa, así que sería la segunda opción... es toda suya.

—¿De qué hablas? —preguntó Ellen con la respiración entre cortada, su cuerpo comenzó a temblar.

—Muy bien... mira muchacha elige, ¿Quién quieres que te lo haga primero? —su pregunta la paralizó. Alex no decía absolutamente nada, incluso sacó un cigarrillo y lo encendió, todo lo referente a él era una farsa.

—¡No me hagan nada por favor! —Sus temblores entre cortaban su voz.

—Eres muy linda, pero tonta, ya que no me iré sin obtener lo que quiero — indicó Erick sonriéndole macabramente —. Te diré como funciona, Alex se acerca a una ilusa chica, que sea linda por supuesto, la saca del lugar y terminamos el juego.

—¡Eres un maldito! —gritó Ellen, Héctor fue donde ella sujetando fuertemente su boca tapándola con fuerza, la azotó contra la pared y pasó su asquerosa y viscosa lengua lentamente por la mejilla de ella, sus lágrimas comenzaron a caer y su cuerpo se enfrió abruptamente.

—¡Los atraparan! —indicó ella zafándose del agarre, liberando su boca.

—¿Crees que es nuestra primera vez? —preguntó Erick —. Somos profesionales, es como un don que tenemos.

Cuando Héctor comenzó a forcejear con ella para quitar sus pantalones, apareció Amaya gritando que la soltaran, señalando que tenía marcado el número de la policía.

—¡Amaya vete! —gritó Ellen, cuando escucharon que contestaron la llamada Erick sacó un arma con silenciador y disparó en el costado de Amaya, Ellen gritó con desesperación.

—¡Ayuden a mi amiga!... tengo GPS —susurró Amaya en el celular y cayó al suelo.

—¡Nooo! —gritó Ellen viendo como Alex salía huyendo como un cobarde —. Por Dios, ¡Son unos malditos!

—¡Creo que la diversión terminó! —indicó Erick —.Yo me voy, ¿Jorge vienes conmigo?

—¡Si me voy de aquí! —contestó, Héctor no accedió, terminaría lo que estaba empezando, era un completo demente, sin miedo a las consecuencias. Tiró a Ellen al suelo, mientras ella forcejeaba y gritaba por ayuda, Héctor la golpeó fuertemente en el rostro casi aturdiéndola, pero no lo suficiente para perder el conocimiento, sentía un molesto zumbido en su oído izquierdo, sin embargo, podía ver, sentir y solo quería morir en ese instante. Observó el cuerpo de Amaya tendido en el suelo, temía que, si no hacía nada, no habría esperanzas de salvarla.

—¡Ayúdala! —suplicó Ellen.

—¡Cuando termine! —le dijo el sujeto sin ningún remordimiento —No llores recién empecé lindura, cuando termine estarás mejor.

Estaba horrorizada, habría gritado, pero no tenía control de su voz, quizás el mismo shock de ver a Amaya en esas condiciones, se lo impedían rotundamente, la desesperación aumentaba cada vez más, al ver que Amaya no emitía ningún sonido o movimiento, estaba totalmente inconsciente.

El dolor que sentía entre sus piernas aumentaba en cada embestida, ya no podía pensar en el mañana, con certeza podía asegurar, que después de ese monstruoso acontecimiento su vida no sería la misma, descartaba toda esperanza de querer vivir. El hombre no tenía piedad, no disminuía su velocidad, quería terminar el acto y marcharse rápidamente. El llanto de la muchacha no lo conmovían, sus fuerzas se habían acabado, rindiendose a cualquier esperanza de sobrevivir, hasta que pudo escuchar una voz que se anteponia a cualquier decisión de dejarse ir... «¡Debes sobrevivir!»

—¿Abuelo? —susurró entre dientes, fue un momento en el cual pudo escucharlo, era tan real, como aquellos momentos que compartieron juntos.

«¡Lucha!, ¡no te rindas!». Era su voz, creyó haber olvidado su voz,  después de tantos años, pero una parte de su subconsciente aún la recordaba. Debía seguir luchando.

—¡Ayuda! —susurró desde lo más profundo de su agonía y en el fondo del callejón donde la luminosidad se perdía aparecieron unos ojos rojos destellantes que observaban la escena.

—¿Quieres que te ayude? —escuchó Ellen claramente como si le estuvieran susurrando directamente en su oído.

—¡Sí! —contestó, Héctor creía que le habla a él, al parecer la voz solo podía escucharla ella.

—¿Quieres venganza para tu amiga y para ti? —volvió a decir la voz.

—¡Sí!

—¿Así que te gusta? —preguntó Héctor deteniéndose viendo la expresión extraña de la joven —. ¿No me digas que te estás muriendo?

—¿Qué me darías? —preguntó la voz, una voz tan serena que en su agonía le causaba cierto alivio, era cálida y resonaba como un calmante a su frustración, vergüenza y dolor.

—¡Lo que sea! —respondió Ellen concentrada solo en esa voz.

—¿Me darías tú alma?

—¡Sí!, pero, quiero que lo mates —respondió Ellen.

—¿Estás medicada o drogada? —preguntó Héctor observando que ella hablaba sola —. Si es así, no me culparan del todo.

Sus ojos parecían perdidos, de pronto de la oscuridad rodó un pequeño objeto de metal, el cual llegó directo a la mano de Ellen, recordando las palabras de Henry «Pido a Dios que nunca tengas que usar uno de estos» y sopló con todas sus fuerzas sin dudarlo ningún instante.

—¡Piensa en lo que anhelas! —dijo nuevamente la voz, Ellen miró a Héctor con seriedad y después desvió la mirada, observando los ojos rojos entre la oscuridad que estaban detenidos justo al margen donde terminaba la luminosidad y esta vez, Ellen le habló a él directamente, lo que sea que se escondía tras ese manto de inmensa oscuridad —. Ahora dame una orden, seré fiel a tus órdenes... ¡dilo en voz alta!

—¡Mátalo! —dijo Ellen sin titubear, haciendo que Héctor se levantara lentamente y se volteara, viendo con espanto los ojos de la misma muerte frente a él, no alcanzó a preguntar quién era y desde la oscuridad salió un brazo con las uñas tan filosas que se incrustaron en su cuello con tanta facilidad, el crujido de su carne era un deleite para ese ser, hasta que finalmente la cabeza de Héctor se desprendió de su cuerpo y rodó por el pavimento.

Ellen no sintió miedo de quien la había salvado, más bien sintió un profundo agradecimiento, poco a poco comenzó a desvanecerse, sintió como acomodaban su ropa y después unas manos firmes y cálidas la levantaron del suelo, no podía fijar la mirada, solo se aferró a ese cuerpo cálido, mientras el suyo temblaba y se enfriaba cada vez más.

—¡Estarás bien! —escuchó su voz nuevamente, esta vez con un tono más humano —. Yo te protegeré, hasta que finalice nuestro contrato.

Continuará...

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