Capítulo 4

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Zona espacial interplanetaria, Base Interestelar de Sega, galaxia de Rianba, 83 horas antes de la colisión.

No podría decirse que el comandante Gur fuese un hombre versado. Noha era un vigilante, un soldado de pocas palabras, acciones rápidas y estrategias calculadas, un arma eficiente, pero no era un negociador y todo el que lo conociese lo sabía.

¿Por qué entonces el general Fildhel insistía en que fuera Gur, y solo Gur, quien se encargase de llevar a cabo las coordinaciones pertinentes para el rescate del primer ministro de Nandop? La respuesta no parecía a la vista, hasta que supo en manos de quién se encontraba el diplomático. Noha se preguntaba si era posible que el general conociese la vieja historia que lo unía con Cass Dysan, esa que se remontaba hasta sus tiempos en la escuela militar y, si así fuere, ¿por qué pensaría que él era la persona indicada para la misión? La pirata no respondería con empatía hacia Noha, no hacia el hombre que le quitó para siempre el derecho de caminar sobre el glorioso suelo de Sega.

Cass Dysan era una conocida delincuente que había sembrado el terror y la anarquía a lo largo de la galaxia durante décadas, una mercenaria sin bandera. Los nauvi eran un pueblo de paz, una comunidad espiritual con una tasa de cero en criminalidad. Los nauvi vivían "de Sega y para Sega". Un rezo que no solo representaba sus creencias espirituales y su única legislación vigente, sino que plasmaba a la perfección la esencia de lo que un nauvi era, de lo que ser un nauvi significaba. Pero Dysan era la excepción que confirma la regla.

—Ella está lista para abordar —dijo la teniente Odod después de un llamado escueto en la puerta de la sala de juntas del Eluce. El ruido de las voces provenientes de la cabina de mando, y el comando de defensa preparándose para abordar sus naves caza, trajeron a la mente de Noha el silencio absoluto de su casa por las noches. Tal vez un poco de calma no era tan mala como pensaba, sobre todo si el plan involucraba embarazar a su esposa—. Su única demanda, de momento, es que los dejemos hablar a solas.

El aroma del café humeante en las manos de Noha llenaba el lugar, el silencio y la oscuridad a su alrededor hablaban de que estaba solo. Tenía un mal presentimiento, una espina clavada que no podía desenterrarse y que no sabía a qué obedecía.

—¿Dysan sabe expresamente que se trata de mí? —interpeló Noha sin ver a los ojos de su subordinada, con la mirada fija en su café.

—Lo supo cuando reconoció el Eluce a la distancia —afirmó Odod—. Parece interesada en conocerlo, comandante.

Noha bufó y se presionó el entrecejo entre el índice y el pulgar. ¡En el nombre de Sega!, cuánto preferiría haber estado con Gil concibiendo un bebé en ese momento, en lugar de coordinando una negociación de rescate con la capitana de la nave corsaria más temida de Rianba.

—"Conocerme" no es el término exacto —soltó Gur sin intención de entrar en detalles—. La veré aquí —dijo después y, desde el tablero sobre la mesa en el centro de la sala, encendió las luces. La luz blanca y brillante lo encegueció un momento y provocó que entrecerrase los ojos—, aseguren el perímetro espacial con naves caza y bloqueen la habitación con nosotros dentro. Mantengan contacto visual permanente con su nave, el Cuervo Negro es indetectable a rastreos y radares. Si lo perdemos de vista, será imposible encontrarlo y al primer ministro con él.

—Así se hará, comandante —confirmó Abiel con marcialidad afable y dejó la puerta deslizarse tras de sí hasta que el pestillo electrónico estuvo en rojo otra vez.

Lo siguiente que se escuchó en el salón fue un nuevo deslizamiento de la puerta y los pasos inconfundibles de las botas de cuero negro de Cass Dysan adentrándose. Era bien sabido que la nauvi rebelde había dejado atrás todos los principios impartidos durante su periodo de educación junto a los ancianos de Sega, pero ¿cuero curtido en el calzado? Era tan ofensivo como escupirle a la fuente de vida a la cara.

—Noha Gur, comandante del quinto batallón del Distrito Militar Interestelar de Rianba, qué generosos han sido los años contigo, Nohy —dijo Dysan con un deje de amargura, tomó la silla a la cabecera de la mesa, la que se suponía era de Noha, le dio la vuelta y se sentó en ella con el respaldar por delante. Sus ojos cafés clavados a un lado del rostro de Gur que buscaba la forma de iniciar esa charla—. Supe que te casaste y que tu esposa es hermosa, tu estructura musculoesquelética parece gritar que gozas de una simbiosis perfecta. Es curioso, siempre pensé que no tenías sentimientos, ¿sabes?, como un borbur —explicó como si sus palabras fuesen la punta de un punzón—. Tienes todo lo que alguna vez soñaste. Como dirían los humanos: "el paquete completo"... aunque no por mucho —añadió incisiva.

—Cassian —intentó Noha interrumpir la perorata y giró el rostro para mirarla a los ojos, sus iris incandescentes como el fuego azul de las turbinas del Eluce—, voy a pedirte...

—¡Cass! —corrigió Dysan dura, venenosa—. Cassian era una niña tonta que un día robó los códigos de acceso de una nave caza y fue traicionada por su mejor amigo —explicó.

Noha suspiró agotado y cerró los ojos un par de segundos.

—Confiscaste una embarcación oficial y despegaste en ella sin permiso —se justificó después con la mirada afilada y la mandíbula rígida.

—Acababa de enterarme de que nunca sería piloto. ¡Estaba sufriendo, Noha! Solo quería sentir el espacio bajo mis pies una vez. Por una sola maldita vez quería ver Sega desde fuera —dijo con un tinte de nostalgia en la voz que se perdió enseguida tras un bufido furioso. Su media cabellera en azul eléctrico contrastaba con su piel pálida y hacía juego con las cinco estrellas tatuadas alrededor de su ojo derecho—. Pero, claro, tú te encargaste de que lo que no volviera a sentir bajos mis pies fuera mi hogar, de que no pudiera acercarme nunca más a mi familia.

—Era mi deber reportarlo, podrías haberte matado, ¡podrías haber dañado a alguien más! No pensé que te exiliarían —atajó Noha acalorado, pero lo último sonó a disculpa, como un pesar guardado por décadas y aún latente en el cajón de los recuerdos culpables—. No estoy aquí para discutir tus errores de adolescencia —se recompuso—, dime qué exiges a cambio de liberar al primer ministro y terminemos con esto.

—El primer ministro es solo un accesorio —dijo ella y mostró una sonrisa de dientes blancos y cejas altivas—. Te lo devolveré una vez que me escuches, o lo mataré, todo depende de tu respuesta.

—¿De mi respuesta? —quiso saber él, el ceño contraído y la mirada escudriñadora.

—Ya sabes, nadie complace a una pirata a menos que tenga un primer ministro bajo la manga —coqueteó ella con un venteo de pestañas, Gur no gesticuló expresión alguna—. Tu sentido del humor se perdió con tu soltería, ¿no?

—¡¿Qué quieres?! —insistió él y dio un golpe seco con la palma de su mano sobre la superficie iluminada de la mesa, en donde se mostraba el mapa completo de la ubicación de las estaciones interestelares de Rianba y las tropas asignadas a cada una en tiempo real. Dysan ni se inmutó por el arrebato de violencia—. ¡Dilo ya! —exigió.

—Tan tolerante como siempre —murmuró entre dientes la pirata y rio—. Tú me quitaste mi hogar, Noha, pero yo he venido a salvar el tuyo.

—¿A salvar mi hogar? —interpeló Noha y apretó los puños sobre la mesa. ¿Qué tramaba Cassian?—. ¿Hablas de Sega?

Ella se acomodó como si quisiera encontrar el ángulo perfecto para decir lo siguiente, le devolvió a la silla su posición inicial y subió ambas botas cruzadas sobre la mesa. Noha se sintió asqueado al notar que sus pantalones eran de cuero también y la sensación no mejoró cuando la mujer sacó un cigarro de dentro de su gabardina negra y lo encendió con desfachatez frente a las narices del comandante. No conforme con asesinar animales, Cassian también metía sustancias tóxicas en su cuerpo. Era un insulto para todo lo vivo y Noha se preguntó dónde adquirió su otrora amiga esas costumbres insanas.

—Había una vez un asteroide de al menos quince kilómetros de diámetro —comenzó ella como si actuase un cuento para un niño—. Y en su camino estaba Sega, un pequeño planetita mojigato. Así que un día, muy, muy cercano, el planetita estalló y toda la hermosa vida soñada del comandante Gur se esfumó —dijo y soltó una carcajada larga y alta— ¡Vamos! Es un buen cuento —se defendió irreverente ante el rictus en la boca de Noha—. Como fuere, adiós a tu hogar, adiós a tu esposa perfecta, adiós a tu vida acartonada y al palo disfrazado de rango militar que tienes clavado en el culo.

—¿Un asteroide? —preguntó Gur incrédulo e ignoró todo lo demás—. Ninguno de nuestros sistemas de rastreo ha detectado un asteroide encaminado hacia Sega. ¡Mientes!

Ella sonrió y soltó una bocanada de humo espeso y blanco con dirección al rostro de Noha que intentó desviarlo con el movimiento de una mano y se echó para atrás con molestia.

—Eso es porque Rirpe, ¿el planeta enano? —Dysan esperó un segundo hasta encontrar entendimiento en los ojos de su interlocutor—, estalló en pedacitos hace un par de días, cortesía de los Borbur. El fragmento más grande sacó de su curso al asteroide y ahora va de camino a Sega. Lo verán en sus radares en unas horas tal vez, pero puede que para entonces ya sea tarde. Yo lo sé porque lo vi pasar desde la cabina de mando del Cuervo Negro.

Noha tomó un respiro pensativo, cruzó los brazos sobre su pecho y afiló la mirada.

—De ser cierta tu historia, ¿cuánto tiempo tenemos antes del impacto? —indagó.

Era casi imposible que algo así escapase de los sistemas de seguridad de Rianba, pero sabía también que Dysan no secuestraría a un diplomático y se metería en la boca del lobo por nada. Cass Dysan era un fantasma difícil de atrapar, y ahora estaba sentada en un crucero interestelar oficial y ante un representante de la ley, alguna motivación importante tendría.

—¿Me ves cara de mecánica celeste, tontito? —soltó ella relajada, sonriente—. Le dejaré ese cálculo a los cerebritos caga números que tienes bajo tu mando, yo solo quiero a mis padres y me largo de aquí.

—¿Tus padres son el precio del intercambio?

—Sí, Noha, escuchaste bien —dijo ella y, sin ninguna consideración, aplastó para apagarla la punta ardiente de su cigarro sobre el tablero en la mesa y dejó una mancha negruzca que Noha estuvo seguro no se quitaría—. Entrégame al señor y la señora Dysan para alejarlos de ese planeta a punto de estallar, y yo te daré a cambio al gordito simpático y escaso de pelo que mantengo atado en mi bodega. ¿Trato?

—Pediré a la base de comando en Sega que contacte con tus padres —ofreció el comandante cauteloso—. Les facilitaré una videoconferencia aquí, a bordo del Eluce, y, si ellos están de acuerdo con dejar su hogar y seguirte, cosa que dudo, no veo por qué no puedan ir contigo. ¿Eso te basta? —preguntó.

—De momento sí —aseguró ella sin evadir la mirada azul que parecía escrudiñar su alma—. Pero que sea rápido. Quiero a mi familia fuera de esa bomba de tiempo, tú deberías hacer lo mismo, Gur —escupió como si el nombre fuese un insulto.

—Mientras esperas, se te facilitará un camarote con servicio privado —explicó Noha metódico, protocolar—. Comprenderás que siendo quién eres no puedo permitirte deambular libre por los pasillos del Eluce. Tu movilidad estará de momento restringida por un par de guardias en la puerta.

—Es decir que seré tu prisionera —simplificó ella.

—Serás una huésped vigilada como seguramente lo es el primer ministro a bordo del Cuervo Negro —aclaró él.

—No —aseguró Cassian divertida—. Él está haciéndose amigo de las ratas, atado en la bodega como un salchichón. Yo tendré servicio privado —se ufanó.

Noha dejó a la capitana Dysan en manos de un par de suboficiales asignados para su vigilancia por la teniente Odod y se dirigió a la sala de mando. Debía ponerse a trabajar en su informe para la base de control en Sega. Si su planeta estaba en peligro, como Cassian aseguraba, no había un segundo que perder.

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