Capítulo 8

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Planeta Sega, galaxia de Rianba, Base Interestelar de Puckchal, 32 horas antes de la colisión.

Regresar a Sega con la clara intención de contradecir órdenes directas fue una decisión osada, pues no existía en la historia moderna de los Nauvi registro alguno de rebelión y Noha, tras una extensa conversación con su esposa y su línea de mando a bordo del Eluce, decidió convertirse en el primer rebelde que desafiase la sabiduría del alto mando. Las tropas respondieron tal y como Cass Dysan lo vaticinase. Bastó con poner al alcance de los comandantes de los demás batallones del Distrito Militar la información pertinente al desastre por venir, y el posible plan de escape, para que la mayoría de ellos, y la gente bajo sus órdenes, se pusiesen sin reparos bajo el mando del comandante Gur. Conseguido esto, al alto mando no le quedó más que retirarse, un golpe de estado ejecutado en tiempo récord y sin usar la violencia.

El plan era simple de contar, pero su ejecución tenía un carácter complejo, principalmente por la cantidad de civiles que estarían involucrados y el escaso tiempo del que disponían para trasportarlos a los cruceros interestelares de recreo y abastecer estos con agua y alimento suficiente.

Ciento dos cruceros despegarían de las diferentes bases del planeta, cada uno con nueve mil ochocientos civiles a bordo, casi un millón de personas, y se mantendrían orbitando la luna mayor de Sega hasta que su comandante indicase la ruta a seguir hacia el siguiente planeta que sería su hogar. Pero justo como Noha lo sospechaba, una vez que el futuro de Sega se puso al descubierto, el caos reinó por las calles y por primera vez fue una tarea militar contener a la ciudadanía. La elección de quiénes serían los llamados a poblar el nuevo mundo tampoco resultó una encomienda sencilla, Noha instruyó priorizar profesiones y oficios que resultarían imprescindibles a futuro, así como ancianos, niños y personas en edad fértil, pero los Nauvi no estaban acostumbrados a tener en sus manos la supervivencia ajena y el golpe emocional de dejar morir a los no elegidos era seguro que devastaría sus ánimos por generaciones. Nunca se recuperarían de algo así.

—Atacar a los Borbur no es lo mismo que atacar la Tierra, Noha, los humanos son débiles militarmente hablando y están desprevenidos —insistía Dysan mientras sus pasos ligeros seguían a Gur a cualquier lugar de la base en el Distrito Militar—, los Borbur en cambio...

El comandante, siguiendo su propio plan, ultimaba instrucciones para la misión de ataque y toma de posesión de Diort, el planeta que los Borbur depredaban de momento tras la casi aniquilación de la raza oriunda del mismo y antes de pasar al siguiente como era su estilo de vida.

—Está decidido, Cassian, Diort tiene también una atmósfera viable y aniquilar a los Borbur, antes de que ellos sigan devastando planetas, le hará un favor a la galaxia —explicó por enésima vez, sin distraerse por ello de su revisión de los cruceros militares que despegarían pronto cargados de tropas y armamento para el ataque—. Extinguir a esa plaga migratoria no pesará en nuestras consciencias, los humanos por otro lado...

—¡Los humanos son tontos! ¡Son la elección fácil! —apuntaló Cass y apuró unos pasos hasta plantarse frente a él y detener su marcha—.¡Una guerra contra los Borbur tardará meses!

—Y es por eso por lo que contamos con agua y provisiones suficientes para todos los civiles —rebatió Gur—. Ahora, sal de mi camino, no puedo darme el lujo de distraerme en este momento.

—¿Y si perdemos? —increpó Dysan aún sin moverse, con los ojos encendidos y la mandíbula tensa.

—No lo haremos —intentó zafarse Noha del interrogatorio y continuar en lo suyo, pero la pirata le cerró el paso una vez más y el comandante soltó un suspiro rendido y dejó caer sus hombros con impotencia.

—¿Y si lo hacemos? —insistió Cassian.

—¡No lo haremos! —vociferó él a punto de perder la paciencia—. Ya aseguré la evacuación de tus padres, colabora en lo que puedas y deja de interrumpirme o tendré que arrestarte como al resto de la tripulación del Cuervo Negro.

—Comandante Gur, ¿puedo hablarle un momento? —interrumpió la teniente Odod el tenso duelo de miradas que Dysan y Noha todavía sostenían, la pirata volteó a verla con tal ira que Abiel temió ser vaporizada—. Es Gil, quiere verte en la sala de juntas, dice que es importante —explicó Abiel rompiendo el formalismo.

Noha se detuvo un momento para respirar profundo e intentar sacar de su sistema todo el estrés que Cass Dysan lograba inocular en él en segundos. Miró a ambas mujeres y retrocedió un par de pasos.

—Iré ahora mismo —le dijo a su segunda al mando e ignoró la oleada de protestas que supo que Dysan estaba a punto de iniciar—. Encárgate de que los cruceros militares no tarden ni un segundo más en despegar de lo estrictamente necesario, muchos de los soldados aún están despidiéndose de sus familias —instruyó y emprendió la marcha.

La sala de juntas de la base estaba desierta, con la única excepción de la doctora Gur que hacía cálculos sobre el tablero digital adjunto a la mesa de reuniones. Gil escuchó los pasos de Noha acercarse a la puerta y no requirió de mirarlo para reconocer su presencia.

—He evaluado una posibilidad adicional que nos permitiría salvar a más personas —aseguró sin retirar la vista de la pantalla cuando el hombre hubo entrado, concentrada en que cada proyección de la ruta de impacto del asteroide fuese la correcta.

Noha tomó asiento en la silla más cercana y afinó la vista intentando descifrar los gráficos presentados frente a sus ojos.

—Te escucho —dijo después con ese aire militar que Gil tanto amaba.

—Existe un área a tres mil kilómetros al norte de Puckchal —aseguró ella con el índice rondando una zona marcada en verde—, la onda expansiva no la alcanzará, podríamos refugiar a un grupo ahí y trasladarlos a Diort después. Pero son solo mil kilómetros y hará falta un generador muy potente para filtrar el oxígeno que pudiese llegar infestado de gases tóxicos, azufre principalmente. Tendríamos que encerrarlos en un domo de aislamiento con provisiones para un tiempo indefinido, quizás unos años, hasta que la capa de cenizas en la atmósfera se disperse, las lluvias ácidas cesen y podamos descender sin peligro. Es un llano despoblado y sin vegetación, pero tiene un yacimiento de agua subterránea que servirá para abastecerlos después de filtrarla.

—¿Podrán cultivar durante el tiempo que permanezcan ahí? —preguntó Gur interesado y se levantó de la silla para fijar toda su atención en la pantalla.

—Es muy probable —dijo Gil y buscó la mano de su esposo que se posaba tensa sobre la ubicación marcada en verde por el sistema—, siempre que el domo los abastezca de oxígeno limpio, lo importante es asegurarlos antes del impacto.

Noha sonrió triste y buscó los ojos negros de la mujer, hacía tan poco planeaban engendrar un hijo y ahora se veían obligados a evacuar el planeta con tanta gente como pudiesen salvar y estaban a punto de ir a la guerra. Se puso de pie y tomó la mano que Gil le ofrecía, la asió firme en busca de fuerzas, la besó en el dorso y ayudó a su esposa a incorporarse. Ella le regresó una caricia en el rostro que él correspondió con los ojos cerrados, dejando que la simbiosis azulada de sus pieles unidas lo alimentase de paz, de energía; no estaba seguro de cuánto tiempo llevaban sin dormir. La besó después, apenas un leve roce de sus labios.

—Envíame las coordenadas, organizaré que se inicie el ensamblaje de un domo de emergencia. Por ahora tengo a todas las tropas copadas entre las naves de asalto que atacarán Diort y el grupo que se encarga de la evacuación, pero me las arreglaré —explicó de vuelta poco a poco a su postura marcial—. Necesito volver para asegurarme de que Dysan no termine con toda la operación y levante a los regimientos en armas en mi contra.

Gil rio y dulcificó la mirada, sus ojos brillaron tras la iluminación fría de la pantalla en la mesa ante ellos.

—Deberías hablarle —recomendó quedo, todavía tan cerca que la tibieza entre sus cuerpos era perceptible—, no como el comandante Gur, sino como Noha, su amigo, tal vez tu compañera de aventuras todavía esté ahí dentro.

Gur curvó los labios en algo que Gil supuso pretendía ser una sonrisa y su mirada azul hielo se tornó evocadora.

—Recuperar a la joven entusiasta que una vez fue será más difícil que vencer a los Borbur —bromeó sin humor y negó con la cabeza.

Gil suspiró resignada.

—Derrotarlos no sería tan difícil si tuviésemos ticarpo —dijo en un giro mental de último momento—. No necesitaríamos naves de guerra, Noha. Bastaría con un pequeño fragmento para potenciar el impulsor de frecuencias de su centro de mando y que emitiese una onda ultrasónica lo suficientemente poderosa como para terminar con cada borbur en el planeta sin hacer uso de la fuerza ni sacrificar una sola vida nauvi. El punto débil de esas criaturas está en el oído —meditó en voz alta—. Un programa mime funcionaría. Estaba tan cerca de encontrar ticarpo, tal vez aún podría...

—Olvida el ticarpo, Gil, ya no queda más en Sega,las últimas dos décadas te lo han demostrado —soltó él con gentileza, pero ellasupo que Noha no bromeaba—. Tenemos prioridades, apenas nos quedan poco más de treintahoras. Pensar en eso sería casi tan inútil como pretenderemprender una misión para desviar el asteroide de su ruta con tan poco tiempo. Te veo más tarde en el puerto de embarque.


—¡¿Dónde está Gil?! —preguntó el comandante Gur mientras, al acecho y con arma en mano, ocultaba su cuerpo detrás de los restos parcialmente calcinados de la nave caza que estuvo a punto de abordar para intentar repeler al enemigo desde el aire—. ¡Necesito ponerla a salvo!

—¡No está en la sala de juntas, comandante! —aseguró la teniente Odod y se aproximó a su superior con cautela, en tanto su pistola laser pretendía combatir el fuego abierto que los borbur iniciaron tras el ataque sorpresivo a la base de Puckchal, apenas minutos antes del abordaje final rumbo a Diort—. Las cámaras de seguridad la registraron saliendo del edificio poco después de que el ataque inició.

Noha tragó grueso e intentó reprimir el pánico que recorría su cuerpo. ¿A dónde se dirigía su esposa en medio de un asalto sorpresivo por parte del enemigo? Él sabía bien que Gil no huiría, menos aún si estaba en riesgo la campaña planeada para la supervivencia de su raza, pero no tenía más tiempo para pensar en qué pasaba por la mente de la doctora Gur en esos momentos, pues las tropas borbur aniquilaban a los suyos frente a sus ojos, sobre el propio suelo de Sega y a muy poco tiempo de que un asteroide los impactase.

—¿Tenemos reportes de otros ataques en simultaneo? —interpeló a su segunda al mando, después de dos tiros certeros que terminaron con el par de borburs que los asediaban y les permitieron escabullirse hasta resguardarse detrás de un enorme contenedor repleto de provisiones que no llegaron a ser embarcadas. Las luces en la fortaleza parpadeaban y auguraban un daño importante en el generador de energía central y los sonidos guturales que daban vida al borbureano se oían inminentemente cerca dando y recibiendo instrucciones—. ¿Llegó algún informe?

—El ataque inició en paralelo en todas las bases alrededor del planeta, ya casi no nos quedan naves de asalto y los regimientos están siendo masacrados —explicó Odod e intentó sonar dueña de sí, pero su voz vibró en pánico en la última frase—. Nos encontraron con la guardia baja.

—¡Necesitamos llegar al Eluce! —soltó Noha después de una mirada de reconocimiento del área. Sería un trabajo difícil, el crucero estelar estaba en el puerto de embarque y unos cincuenta metros de borburs armados y explosiones intermitentes los separaban de él—. La nave central que comanda el ataque no puede estar lejos de aquí, si la destruimos se quedarán ciegos. Los Borbur son gregarios, eliminada la cabeza de la operación estarán perdidos y tendrán que replegarse.

El Eluce era visible a la distancia y en el camino cuerpos nauvi agonizaban en el piso, acompañados de algunos otros borbur caídos.

—La mayoría de los cruceros de recreo cargados de refugiados han sido destruidos también —confirmó Odod lo que Gur ya sospechaba. El objetivo del enemigo era claro, pretendían asegurarse de la extinción de los únicos seres en la galaxia con verdadera capacidad de respuesta contra sus fuerzas invasoras. Al extinguirse, los Nauvi se llevarían con ellos toda futura amenaza de contención para su especie y la galaxia sería suya—. ¿Qué sigue, comandante?

"Comandante", la palabra retumbó en los oídos de Noha como si la voz de Odod proviniese de algún punto lejano. Un planeta moribundo esperaba instrucciones de su parte para salvarse de la aniquilación. ¿Cómo terminó enredado en ese dilema?

—Te cubriré, Abiel, debes llegar hasta el Eluce y destruir la nave de mando desde fuera de la atmósfera, todas las naves caza borbur deberían retirarse después —casi suplicó, una mano en cada hombro de Odod y la mirada clavada en los ojos que lo veían expectantes y asentían cuando deseaban negar—. Procura encontrar a Gil si te es posible y saca de Sega a cuantas personas puedas —instruyó Gur y ella supo que era una despedida. El comandante avanzó un par de pasos por delante de su teniente, desplegó el escudo individual de su traje, que en el acto envió una alarma de pérdida de energía, y aprovechó los últimos minutos de vida de los que la barrera invisible alrededor de él disponía para rodar por el piso y abrir fuego contra los enemigos más próximos, utilizando su cuerpo como un bloqueo que garantizase el avance de Abiel hasta el crucero interestelar—. ¡Ahora! —insistió autoritario y sacó a la teniente de su letargo—. ¡Tu escudo está agotado, el mío no durará más de cinco minutos!

Ella asintió decidida a no desperdiciar el sacrificio de su comandante y lo apoyó en repeler al enemigo que los acechaba, se aseguró de estar lo suficientemente cerca de Noha como para que el mecanismo de seguridad los protegiese a los dos mientras durase, tal vez ambos tendrían una oportunidad de llegar al Eluce con vida si se apuraban lo suficiente.

Así transitaron un buen tramo del recorrido. La pericia en el manejo del armamento, la amplia preparación y la agudeza de sus sentidos, siempre hicieron de Gur y Odod una buena dupla en batalla. Aniquilaron a cuanto borbur pretendía detenerlos y trabajaron espalda con espalda asegurando que varios miembros de la tripulación del Eluce consiguiesen embarcar el crucero interestelar, pero a escasos veinte metros de su objetivo el escudo agonizante se apagó y ambos quedaron expuestos y a merced de los borbur que los rodeaban y se comunicaban entre sí como a la espera de instrucciones.

Una figura humanoide y desgarbada, de más de dos metros de altura y brazos tan largos que sus manos colgaban hasta sus rodillas, se aproximó hasta Gur y lo olisqueó sin nariz, haciendo un ademán a sus compañeros desde sus maxilas de blatodeo, en tanto mantenía al comandante bajo la mirada atenta de sus ojos negros y carentes de párpados. Noha retrocedió a la defensiva y procuró alejar a Abiel del borbur que parecía reconocer la envergadura de sus rangos.

Abiel tomó la mano de su amigo y buscó su mirada, la resignación marcaba su expresión de paz y benevolencia.

—Lo intentamos —dijo triste.

Noha apretó su agarre y endureció la mandíbula sabiéndose perdido. Tal vez el alto mando tenía razón y la mejor opción habría sido extinguirse pacíficamente todos juntos. ¿Quién se había creído él que era para desafiar milenios de espiritualidad y sabiduría al enfrentarse a los ancianos? Su soberbia lo llevó hasta donde estaba, en una situación que pintaba todavía peor que la inicial y con los suyos siendo masacrados a manos de sus peores enemigos. Buscó disipar su ira, dispuesto a encontrar la muerte en un estado armónico como sus maestros espirituales le enseñasen desde niño y, a pesar del cuadro desgarrador que los rodeaba, deseó lo mismo para todos sus congéneres. Pero no pudo, un fuego quemaba en su interior, un instinto de supervivencia que no sabía hasta entonces que poseía y que lo arrastraba a pelear.

—¡Al suelo, soldaditos de plomo! —escuchó la instrucción proveniente de una voz familiar y, sin darse tiempo para verificar lo que ocurría, se arrojó al piso arrastrando con él a Abiel que entendió la advertencia y se cubrió la nuca con los brazos—. ¡Voy a freír saltamontes! —agregó después Cass Dysan desde la parte superior de una plataforma flotante de carga que parecía controlar con solo el movimiento de sus pies, como si se tratase de un deslizador de transporte común. Noha pensó que debía intentarlo alguna vez, se requeriría de mucha pericia y fuerza en las extremidades inferiores para hacer eso.

El capitán Gur, desde su ángulo y por el rabillo del ojo, vio a la pirata con un extraño instrumento entre sus manos del que no tardó en salir una ráfaga de ruidosos disparos rápidos, uno tras otro y sin parar. Cassian, con el gozo en el semblante, dirigía el cañón del arma desconocida hacia los borbur más cercanos, y otros no tan próximos, y estos caían como moscas, más sorprendidos por la repentina aparición de Dysan en escena que por el extraño instrumento que esta utilizaba.

Gur ayudó a Odod a incorporarse y, haciendo uso de sus propias pistolas laser, no dudaron en apoyar a Cassian en su objetivo.

—¿Qué es eso? —preguntó el comandante a la rebelde cuando el tiroteo, de momento, hubo cesado—. ¿Dónde lo obtuviste?

—¿Esto? —especificó Dysan desde su posición privilegiada de surfista interestelar y mostró con orgullo el arma negra de medio metro de largo que colgaba de su hombro derecho—, es una Uzi, arcaica, ruidosa, letal y, lo más divertido, utiliza fragmentos de metal rellenos de un interesante polvito explosivo, los humanos los llaman "municiones", se les terminan y están jodidos —explicó con el tiempo que les quedaba—. Así que, ¿qué?, ¿van a subir para que los salve?, ¿o prefieren seguir recibiendo la charla sobre armamento terrícola desde ahí?

Gur y Odod no lo dudaron y subieron a la plataforma lo más rápido que sus cuerpos, adoloridos tras varias horas de batalla, se los permitieron. Cassian no tardó en dirigirlos a los tres hasta la compuerta de abordaje del Eluce, en donde una parte de la tripulación ya los esperaba para iniciar el despegue. Ya en su elemento, y al mando de su amada nave, el comandante instruyó el desplazamiento del crucero estelar hasta fuera de la atmosfera y encargó a la inteligencia artificial la ubicación sin retrasos de la nave de comando del enemigo. El fuego cruzado no se hizo esperar y varias naves caza borbur estaban pronto al acecho de la embarcación interestelar nauvi, pero el comandante Gur era diestro en la acción evasiva y su tripulación respondía como una prolongación de su propio cuerpo.

—Deja que se acerquen —instruyó Noha al subteniente Argau, el oficial a cargo en el tablero de mando—. Los quiero tan próximos que podamos besarlos.

No era que el joven subalterno estuviese muy de acuerdo con permitir, e incluso propiciar, que los caza borbur rodeasen el último crucero interestelar nauvi aún en pie amenazando con abordarlo, sino que llevaba cada uno de sus años de servicio bajo las órdenes del comandante y conocía bien que Noha Gur nunca daba puntada sin hilo. Permitió entonces que los borbur se acercaran, que rodearan la nave ante la atenta mirada de su comandante sobre su hombro.

—Abrirán fuego contra nosotros en cualquier momento, comandante —dijo el muchacho avalado por su mediana experiencia en batalla—, ¿preparo la artillería de defensa?

—No —sentenció Noha y Argau volteó a verlo con sorpresa y un desacuerdo que por mucho que intentase ocultar le brillaba en los ojos—. Quiero que piensen que nos tienen. Teniente Odod —instruyó después sin mirarla—, que los veinte pilotos que nos quedan aborden sus naves caza y se preparen para atacar.

—Sí, comandante —respondió Abiel sin cuestionamientos y emprendió el rumbo para cumplir sus órdenes.

—¿Comandante? —insistió el joven inquieto y sudoroso ante la inminencia del ataque—, ellos preparan sus armas. ¿Nosotros deberíamos?

—Espera —insistió Noha y se inclinó ligeramente sobre el tablero de mando que indicaba la proximidad, y el número de naves enemigas cercanas, con un pitido de alarma que advertía un ataque inminente—. Solo un poco más, dos de ellos todavía no están lo suficientemente cerca.

—Pero —... quiso el muchacho rebatir, pero la mirada de Gur le dijo inequívocamente que guardase silencio y confiase.

—¡Ahora! —soltó Noha segundos después, cuando los borbur desplegaron los cañones laser y estaban a un instante de acribillarlos—, ¡activa el escudo!

El joven dudó por apenas un fragmento de segundo. Estaba seguro de que activar el escudo habría sido una estupenda idea antes de que se encontrasen tan rodeados de naves enemigas, y de que estas pudiesen abordarlos sin problema si quisieran, tantas que la suma de sus pilotos sobrepasaba por mucho al número de tripulantes a bordo del Eluce en ese momento. Ahora, con la soga casi en el cuello, no veía el beneficio de activar un elemento de protección que estaba claro no contribuiría en nada a la mejoría de la situación. Pero él no estaba ahí para juzgar las decisiones de su comandante, sino para acatar órdenes y así lo hizo. Así que activó el escudo y un remezón brusco no se hizo esperar, la pantalla en la computadora se pintó en verde y la escotilla panorámica en un blanco enceguecedor y violento que obligó a todos en la cabina de mando a cubrirse los ojos. Las naves enemigas cercanas tintinearon en rojo en el tablero de control y desaparecieron de este después. Ya no estaban rodeados y el desconcierto en el ejecutor de la maniobra era tanto como el del resto de la tripulación que lo acompañaba, con excepción de su líder a cargo.

Noha puso sus manos sobre los trapecios del muchacho, que aún temblaba sin creer lo que acababa de suceder, y ejerció en ellos una presión reconfortante como una felicitación muda.

—Las partículas que componen el campo electromagnético funcionan con fuerza de repulsión y son devastadoras —señaló el comandante—, desintegrarían cualquier cuerpo sólido que se encuentre próximo a la nave cuando el escudo se despliegue, pero los borbur no son tontos y solo tendríamos una oportunidad de que se acercasen —dijo—. ¡Que los caza inicien su ataque, deberíamos tener unos minutos de ventaja antes de que el enemigo se reorganice! —instruyó a Odod y se plantó frente a la escotilla panorámica con las manos cruzadas en la espalda.

—¿La estrategia del cocodrilo? —preguntó la capitana Dysan mientras se posicionaba junto a Noha y centraba su vista en la escotilla frente a ellos, media sonrisa escapaba por la comisura de su boca—. En la escuela militar siempre me decías que era una idea tan loca como yo, un suicidio. "Nada nos garantiza que la repulsión sea suficientemente fuerte como para desintegrar un cuerpo sólido", decías —se burló agudizando la voz y remarcando la contractura en sus labios—. ¿Por qué creíste ahora que funcionaría?

—Algún día había que probarla —respondió Noha sin alterar su posición, pero conteniendo una sonrisa que, por mucho que procuró que Cassian no notase, se hizo más que evidente ante los ojos de la capitana.

—Heces de burro —atacó ella en un susurró como en sus días escolares.

—Aliento de hipopótamo —se defendió él en automático y una ventana a su primera juventud se abrió ante sus ojos.

Dysan contuvo una carcajada y le dio un empujón de lado a su otrora compañero de maldades, tal vez no era tarde aún para tener nuevas aventuras a su lado.


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