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En cuanto abro los ojos lo primero que veo es a Alan recargado sobre la pared.

—¡Ay! —Me quejo para alegrar ese rostro tan estirado que tiene.

Al ver que no me escucha me retuerzo en la cama de dolor, me toco el cuello con suficiente obviedad de que me lastimé. Sigue sin inmutarse, perdido entre sus pensamientos.

La puerta se abre y entra una mujer de tez clara, ojos rojos como un zorro de tanto haber llorado.

—Alan, por Dios. ¿Estás bien?

Asiento con la cabeza.

—Perdóname, no debí llamarte, no debiste beber.

Esta mujer es Mariana. Miro a Alan y él sigue ignorándome; tiene los ojos llorosos e intenta ocultar su rostro.

—Mariana, vamos no pasa nada.

Me levanto para mostrárselo, doy la vuelta enredándome con el suero. Ella intenta cubrir mi trasero con la bata. Creo que el accidente lo causé yo. No es momento de estar molesta.

Alan observa la escena, pero sigue cada movimiento de la mujer. Las manos de Mariana son delicadas, suaves al contacto. Mira mi rostro y en seguida las lágrimas estropean su maquillaje.

—No es para tanto, ves estoy bien —limpio los mocos de su cara y ella reprime el llanto.

Atraigo su cuerpo al mío y la abrazo. Pienso que es esto lo que haría él, la abrazaría sin importarle el dolor de cuerpo, incluso el hambre que está empezando a fastidiarme, la cabeza me duele y el cuello me molesta. Debieron ponerme un collarín.

Alan no expresa emociones. Parece un simple observador, alguien que ya no espera nada, ningún tipo de sorpresa.

—¿Dónde está Fátima? Una cara como la ella alegraría este funeral —mis palabras no surten efecto—. Esto de ser paciente no va con un hospital.

—Ella está afuera, solo permiten a una persona —responde Mariana mirando despectivamente a Alan.

Él, ante su comentario se dirige hacia la puerta.

—¡No! —Si se va, ¿qué haré con una desconocida?—, espera, Lucía no es necesario que te vayas. ¡Quédate, ya estás aquí!

Lo duda, se queda frente a la puerta sin salir. Finalmente se dirige a la silla para aplastarse ahí como un plátano medio podrido. Un aura negra se forma a su alrededor.

Quiero decirle que no es para tanto, voy a arreglarlo. Cierro los ojos y deseo regresar a ser Lucía, levanto un párpado y no pasa nada.

—Por favor, ahora es cuando— vuelvo a abrir un ojo, pero seguimos igual.

Estoy con los puños cerrados y la cara estreñida, pidiendo un deseo irracional. Por favor, por favor, por favor...

—¿Ne-necesitas ir al baño? —pregunta la chica.

—¡Oh! No querida, necesito volver a mi lugar.

Me doy cuenta de que ella me mira como si estuviera a punto de tirarme un gas, incluso esperando el disparo. Me relajo, después de todo seguiré aquí, siendo Alan.

—Ya pasó —le informo.

—Parece que tomaste mejor nuestra separación.

—¿Se supone que tendría que estar llorando?

Ella no se molesta.

—¿Podemos hablar en privado?

—Esto es lo más privado que podemos estar.

Se sienta en la cama con ojos que imploran un abrazo. Veo al dueño de este cuerpo y está sufriendo desde esa silla. Tiene la cara mirando al suelo y no dudo que esté pensando en irse.

Asío la cintura de Mariana y la abrazo nuevamente, ella solloza sobre mi hombro.

—Perdóname, por favor, Alan perdóname.

Le doy palmaditas en la espalda. Decir que me es indiferente su relación sería mentir. Tengo mucha curiosidad de saber qué pasó para que terminaran.

—Si quieres me quedo.

El hombre, en mi cuerpo, se levanta de la silla para decirle.

—¿Y qué te hace pensar que Alan estará dispuesto a quedarse contigo?

—¿Perdón? —Ella se separa de mí y encara a Alan.

—Sería una burla, lo abandonaste. Dijiste que irías al dentista y nunca volviste. ¿Se supone que debería morirse de la risa porque te fuiste con tu médico sin darle la cara?

Él llora.

Me levanto de la cama sobándome el cuello y me pongo entre los dos. Mariana parece que se lanzará contra la parte más visible de mí y ese es mi cabello, es muy obvio que Alan pasó la noche en vela llorando, por el maquillaje escurrido de mis ojos y el cabello aplastado de un lado. Necesito bañarme cada que me levanto para que se aplaquen.

—¿Y tú quién eres?

—Ella es una amiga, igual que Fátima.

—Una amante entonces —Me mira furiosa, capaz los ojos se le salen y me comen.

—Eso no —responde Alan—. No tenía ojos para nadie más, es decir, ¡qué más pedias si él lo ponía todo a tus pies, su tiempo, su trabajo, su familia y tú...! —baja la voz— ¿Te divertiste cuando te rogaba?, tengo curiosidad, ¿un ranchero como Alan no fue suficiente para una mujer como tú, tan banal y despiadada?

—No hice las cosas bien —Mariana voltea a verme—. Perdóname.

El dolor de Alan se escapa por cada poro de mi piel, le sangra el alma a través de las lágrimas y no sabe cómo detenerlo. Baja la cabeza para evitar que sus gemidos lastimeros sean escuchados. Mariana lo mira sin poder creer que una simple amiga lo defienda con tal pasión. Si ella supiera, sin tan solo entendiera que ese hombre al que abandonó está destrozado frente a ella.

—No te conozco, pero resultas muy molesta.

Para este hombre: una verdadera molestia pudo llevarlo al extremo de la depresión.

Se limpia el rostro resignado.

—¿A qué vienes? ¿Para qué quieres verlo? —pregunta cansado.

—Para estar con él, ¿por qué? ¿Ustedes tienen alguna relación?

—Somos amigos, Mariana y esto hacemos los amigos, nos apoyamos —respondí.

Las decepciones amorosas duelen más que los dolores corporales, porque un accidente puede destrozarte el cuerpo, pero no el espíritu y si permites que una decepción te desgarre el alma puede destruir tu cuerpo también. El sentimiento que expone Alan no tiene comparación con los que siento en este cascarón.

—Pide que se vaya, Alan —Mariana me mira imponente.

—Por favor, me duele —toco mi pecho, no miento, me duele ver a Alan en este estado—. Tú y yo terminamos aquí Mariana. Es mejor que te vayas.

Me acerco hasta él. Alan intenta desviar la mirada, así que coloco mi palma en su frente y la atraigo hacia mí, su cabello me hace cosquillas en el pecho. Intenta alejarse, pero lo rodeo por la cintura aprisionando su cuerpo con el mío; no le queda más que darse la vuelta para que Mariana no vea su rostro dolido.

Al ver la escena, la chica intenta decir algo, pero se detiene y se marcha.

Alan se deja caer y yo lo sostengo, ambos nos sentamos en el piso. Me quedo callada, solo observo la manera en que uno de los hombres a los que admiraba en secreto se destruye, tiene el rostro impregnado de nostalgia por hacer lo que pocos se atreven: aceptar que su amor no fue correspondido. Nadie le aseguró que no sufriría; sus manos se aferran a la bata de hospital y su pequeño cuerpo tiembla entre mis brazos. En este momento creo que Alan intenta guardar en su mente cada detalle de Mariana, la textura de su piel, sus ojos imponentes, las pecas de su rostro. Permite que el dolor inunde su cuerpo, que en su cabeza estallen miles de recuerdos para finalmente reconocer que lo mejor ha pasado y es hora de dejarlo ir.

Su llanto va cesando.

—Por favor no te tardes mucho, que el piso está frío y mis pompis se van a congelar.

—Es tu culpa, no era broma lo de tu periodo. Estoy muy sensible, es... no sé cómo decirlo, algo caliente me baja de entre las piernas, además de que duele, también tengo que llorar por todo.

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