Fin

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Ella siente vértigo, el poder de los ancestros de Maxtla recorre su cuerpo, de nuevo se siente poderosa, ambiciosa y cada poro de su piel le suplica escapar. Mira de manera reprobatoria a Alan, él mejor que nadie sabe el efecto que el cambio tiene sobre Lucía, ella se sentía bien y lo que provoca su compañero no le parece cuerdo, él debe tener un plan oculto, Alan no actúa de manera absurda.

—¿Qué deseas probar?

—Que aún se hacen los cambios. ¿Sabes lo que significa?

Lucía lo medita, no entiende lo que desea. Piensa en que ya no es por trabajo, ni por condiciones de enamoramiento, ya Alan tiene una propuesta mejor que quedarse en Morelia, entonces ¿por qué quiere cambiar?

Sin más Lucía lo entiende.

—Estás diciéndome que deje mis sentimientos por ti, ¿verdad? —Alan no responde, al parecer ella ha formulado sus propias hipótesis—. Si la joya aún tiene efecto sobre nuestros cambios significa que tú y yo no podemos estar juntos, entonces has venido a despedirte y romper toda esperanza para mí.

La mujer no evita derramar lágrimas. Si ya se dijo de Alan sobre sus gustos sexuales en los noticieros, que importa que salga mañana una foto de él llorando por las calles de Morelia.

Siente que ese carácter explosivo vuelve a ella, la dominan, sus ojos le arden, su pecho le quema por maldecir y vomitar malas palabras. Se reprime para no comenzar una discusión con él.

—Cabrón, enójate. Alan grítame, dime que soy la peor persona con la que te has topado, que te quité la casa, el trabajo, dime que no valgo la pena y que prefieres mil veces jamás haberte topado conmigo; pero no hagas esto.

Lucía da una patada contra el suelo y continúa provocando a Alan, para ella hubiera sido mucho mejor que le reclamara a que le demostrara que juntos no pueden estar. Se deja caer al piso para llorar hundiendo el rostro entre sus rodillas.

—Pero te equivocas Lucía. No quiero gritarte, no quiero reclamarte, a mí me gustó haber vivido esta experiencia.

Miente, es lo primero que piensa. Es la manera más tonta de decirle que no pueden estar juntos. Él se inclina para estar a la altura de ella. Suave levanta su rostro con sus dedos, había extrañado sus manos.

Por última vez, solo una vez más, piensa la mujer. Alan la observa apacible, entre sus dedos tiene la piedra, incolora y amorfa, ya no le parece hermosa como la primera vez. Si es una despedida, ella quiere algo más de él, después de todo Alan debe irse mañana, despedirse de sus padres y amigos, esta noche es para ella y no desea arruinarlo con una rabieta, le es inevitable sentirse miserable, no hay peor castigo por todos sus actos que el hecho de que no pueda estar con el hombre que ama. A ella no le pasa lo mismo que a las chicas bonitas en las películas, no se queda con el guapo, no es la que al final vive con él. Debe continuar y debe soltarlo.

Ambos, hincados sobre el pavimento, se miran desde una perspectiva diferente.

Ella le quita la piedra a Alan.

—Así es como debe terminar —dice resignada—, quise demostrarte que no soy una mujer egoísta, que de verdad soy alguien a quien vale la pena dar una oportunidad, pero entiendo tu punto. No podemos estar juntos.

Él no dice nada, dentro del pequeño cuerpo de Lucía recarga su frente a la de ella, cierra los ojos y derrama lágrimas. Ella, inclina la cara y roza sus labios contra los de él.

—Déjame darte mi cariño por primera y última vez.

Con un beso sella todo el amor que siente por él, pide, aun con la piedra entre sus dedos, regresar a su cuerpo. De manera sincera y apacible Lucía deja que el sentimiento de ser Alan desaparezca. El deseo de Lucía adquiere forma. En ese intercambio de pasión Alan regresa a su cuerpo y ella al suyo, entonces, igual que la primera vez, el haz de luz se deja ver y la coloración azul vuelve a la piedra. Lucía pasa sus dedos sobre la joya y se torna verde, los dos colores se mezclan hasta fusionarse. Entre los dedos de ambos la piedra se derrite, igual que el agua amorfa, la joya se escurre entre sus dedos hasta quedar impregnada sobre el asfalto.

Desde el comienzo la joya le pertenecía a Lucía, ella es descendiente de su creador, por lo que solo funciona siempre que ella lo pida; sin embargo, una vez Alan, descendiente de Tlacaélel le cedió el poder de intercambiar a Lucía y ella rechazarlo, la magia del amuleto se terminó y por lo tanto perdió su efecto.

Ya no habrá más generaciones que puedan pasar por lo que ambos vivieron.

Alan ayuda a Lucía a levantarse.

—¿Qué pasó?

—Rechazaste el poder de Maxtla, así que ya no hay motivos para la existencia de tal piedra.

Mientras continúan caminando, Alan le explica a Lucía lo que investigó. Fue necesario hacer el cambio para que ella decidiera si aceptar o rechazar de nuevo la magia, solo Lucía podría destruir la joya.

—¿Eso era lo que querías probar y no que nosotros no podemos estar juntos?

Él asiente con la cabeza, su intención no era el de alejarse de ella.

El celular de la chica suena y con eso sabe que es hora de la sorpresa. Han llegado hasta el centro histórico de la ciudad y las luces de la catedral ya fueron encendidas, ya la gente se disipa y dejan libre para que los vehículos puedan transitar.

—La verdad —dice Lucía—no cenaremos tacos, tengo una reservación en el hotel La Soledad.

—Al parecer tu asenso te ha dado una mejor condición.

—¿Esperabas que de verdad te llevará a comer tacos?

—Créeme —levanta los hombros—no hubiera importado.

—Tengo dos reservaciones, una en el restaurante y otra en el hotel. Ve a ordenar la cena mientras me pongo un vestido más adecuado para un lugar tan lujoso.

Desde su perspectiva Alan ve radiante a Lucía, tiene la certeza de que ya no es la mujer que conoció, insegura y con falta de autoestima. Ya es un espíritu libre sin prejuicios, ya usa su cabello en una cola para dejar ver su cicatriz, es segura en sus palabras y dejó de maldecir para pasar a ser propia con las personas a las que se dirige.

—Estoy ansioso por la parte de llegar al cuarto del hotel.

Alan se da el permiso de ser atrevido, ha confirmado que no tiene que temer con la restauradora, ya pude expresar sus sentimientos y dejar de negarse que la ha extrañado.

—Por ahora espérame en el restaurante.

Alan asiente. Se dirige con calma hacia la mesera que está en la entrada para pedir su lugar. Le indican que todo está listo.

Mientras va hacia su destino recuerda la noche en que ambos desfogaron sus deseos en el departamento de Lucía, desea repetirlo, la restauradora es una mujer ardiente, más de lo que aparenta y si lo permite él puede mostrarle que no siempre es reservado, que es un hombre osado en la intimidad; está vez en sus pensamientos ya no estará Mariana.

El martillero detiene sus pasos, el restaurante está vacío, solo hay una mesa para dos personas y uno de los lugares está ocupado, pero la mujer de cabello dorado que ocupa la silla no es Lucía. De inmediato la reconoce, su cita es con Mariana.

Lucía levanta la mirada hacia el nocturno cielo. Las estrellas están ocultas por las nubes, hoy no brillan para ella, hoy se reservan el derecho de ser discretas. Le ha dolido tener que dejar a Alan con Mariana, pero se lo debe, ella le robó la oportunidad de despedirse. Lucía misma había pedido a la chica que le diera la oportunidad de aclarar las cosas, le confesó que entre Alan y ella no había más que una relación laboral.

Mariana estaba de visita y aceptó ver a Alan para saludarlo, para Lucía representaba la oportunidad perfecta, según el martillero no había mantenido contacto con su expareja porque ya no era necesario, sin embargo, Lucía sentía culpa por impedir esa despedida.

Ahora observa el tradicional baile de los viejitos en la plaza de armas, en donde —por esta ocasión son niños y no gente adulta— los que usan máscaras de ancianos y adquieren su encorvada posición para representar un baile en donde zapatean, se toman del bastón para recorrer todo el espacio y darle al público un espectáculo. Intenta distraerse y no pensar que Alan y Mariana estarán quedando como amigos o incluso usar la habitación que había rentado para ellos. No conoce a Mariana, pero por si acaso, ambos tendrían privacidad.

La restauradora aplaude con armonía mientras los niños azotan el piso para hacerse escuchar, el zapateado es indispensable para el baile; con armonía mueve la cabeza, está entrando en ambiente, las personas a su alrededor la contagian de la magia de estar en familia. Observa algunas parejas abrazarse, los niños corriendo e interrumpiendo el espectáculo, después de todo son niños.

La música termina y los viejitos pasan a los lugares con el sombrero de paja extendido pidiendo una cooperación. Lucía busca en su cartera algo de monedas, pero la mano de un alguien a su espalda coloca dinero sobre el sombrero provocando que el niño se dé por pagado y se acerque a la siguiente persona.

Lucía voltea y queda de frente a Alan.

—Gracias Lucy, pero ahora me apetece más pasar esta noche contigo.

Ella sonríe, Lucy suena tan cariñoso proveniente de sus labios. No puede negar que verlo frente a ella le da seguridad; por primera vez lo deja ir y él regresa.

—Entonces usemos la habitación, igual ya está pagada.

Alan, con ambas manos, la abraza por la cintura. El martillero si se despidió de Mariana, recordó la canción que bailó con ella el día en que Lucía la alejó de él; si bien no estuvo en su cuerpo cuando escuchó la canción, tiene ese recuerdo gracias al intercambio. Se siente satisfecho y ha dejado ir a Mariana, pero ahora necesita el contacto de Lucía.

—Ven conmigo —susurra Alan—, hay una vacante para una restauradora en mi nuevo equipo de trabajo, no estarás sola, te voy a ayudar para que escales más alto.

La chica mira desconcertada a su compañero, ni en sus mejores sueños imaginó que Alan tuviera sentimientos por ella. Él solo estaba esperando a que el intercambio terminara para poder aceptar su cariño por ella, es Lucía la culpable de cada cambio en él, ella estuvo presente el día en que desprendió de su alma el amor de Mariana, lo apoyo con el trabajo, lo obligó a evolucionar para verse desde fuera. No es agradecimiento el que tenga una oportunidad de seguir explotando su talento, es la necesidad de seguir aprendiendo con ella; le gusta su humor, su ambición, su entereza; ahora ambos aplican cada uno de sus ideales, los dos saben que juntos son más.

—Mientras sea en mi lugar iré contigo a donde sea.

El momento lo sellancon un apasionado beso, cada uno en su respectivo cuerpo.

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