Epílogo

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Chapter 30

La noche había caído sin que me diera cuenta y debía regresar a mi casa. Jugar con los niños de la aldea hacía que el tiempo pasara muy rápido, pero no podía estar fuera en lo oscuro.

Según el sacerdote, por la noche las personas desaparecían y no se volvía a saber de ellos. Apresuré mis pasos al doblar por un penumbroso callejón, cuando escuché un ruido cerca de allí. Era una voz, y parecía sufrir por algo. Busqué su procedencia y, asomada por una esquina de un muro, vi a dos hombres combatiendo. Uno de ellos portaba una especie de espada plateada y tenía los ojos completamente negros. En cambio, el otro estaba herido y agitado, y mostraba un extraño brillo en su cuerpo.

-Es tu última oportunidad, Castiel.- amenazó el de la espada.- La guerra comenzará y los ángeles no podrán evitar que nos apoderemos del Cielo.

-Primero deberás matarme.- respondió el otro con un ligero tambaleo y apretando los dientes.

-Será un placer.

Los dos hombres comenzaron a forcejear y golpearse, mas era obvio quién llevaba la ventaja. Yo estaba aterrada, quería irme y disimular que no había visto nada, pero me preocupaba el hombre que estaba herido.

El de ojos negros lo lanzó al aire dejándolo sin poder levantarse. Se acercó con una sonrisa de satisfacción y se dispuso a matarlo. Mi cuerpo reaccionó solo, corrí y me coloqué frente a la espada, haciendo que atravesara mi cuerpo y no el del lastimado hombre.

-¿Qué? ¡Humana entrometida!- me gritó el agresor, pero yo solo miré hacia atrás a la persona que intentaba proteger.

-¿Estás bien?- le dije con un hilo de sangre comenzando a salir de mi boca.

Nuestros ojos se encontraron y yo le sonreí ante su expresión de asombro. Mi cuerpo se sentía débil y las piernas dejaron de funcionarme. A los pocos segundos caí sin fuerzas, pero no llegué al suelo, sino que fui atrapada por el que intentaba proteger.

Me dejó suavemente en el suelo y se levantó con gran seriedad, miraba al otro hombre con amenaza.

-La creación de Dios es intocable para ustedes los demonios. ¡No pienso tolerar que rompas las reglas!- el brillo se intensificó al punto de parecer de día en ese callejón.

Yo estaba temblando un poco y apretaba mi herida para no perder sangre, pero no le quité los ojos de encima a la escena. La sombra que proyectaba la espalda de ese hombre tenía forma de alas. ¡Era un ángel! Recordaba cuando el sacerdote nos contaba sobre ellos, eran los guerreros de Dios. El ángel elevó tanto su brillo que, de alguna forma, destruyó al otro hombre, al parecer, era un demonio.

Tras hacerse polvo ante la purificadora luz, solo quedó la espada en el suelo, la cual recogió el ángel. Luego fue hasta mí y se agachó para verme de cerca.

-¿Por qué lo hiciste?- me preguntó con el ceño fruncido.

-Porque... estabas... en peligro... No podía... dejar que... murieras...- él colocó su mano sobre mi herida y ma luz salió de ella curándola lentamente.

-¿Quién eres, humana?

-Mi nombre es Raven...

-Soy Castiel, un ángel, guerrero del señor.- se sentía tan cálido su toque en mi vientre.- ¿Te encuentras mejor?

-Sí, gracias por curarme. Por cierto,- me sonrojé levemente.- eres muy hermoso cuando brillas así.

-¿Tú... lograste verme?- exclamó sorprendido y comprobó la sangre que manchaba la espada.- ¿Qué eres? No eres humana.

-Sí lo soy.- recalqué mirando atónita cómo el líquido en el metal adoptaba los colores blanco y negro.

-Eres un ser especial. Una creación divina de Dios, no deberías estar desprotegida. Ven conmigo.- me tomó de la mano y caminamos un par de pasos.

-Gracias por eso, Castiel, pero yo...- en un parpadeo, ya había dejado el pueblo y estaba en una isla. Vi el mar por primera vez en la vida y mi asombro no se contuvo.

-¿Qué es este lugar tan hermoso?

-¿Te gusta?- me quité las sandalias sintiendo la arena bajo mis pies.

-Lo adoro.

-Es solo un lugar de la Tierra donde estarás a salvo...- el ángel cayó al suelo arrodillado, algo le pasaba.

-¿Estás bien, Castiel?- fui hasta él preocupada y noté que estaba afectado aún por las heridas del combate con el demonio.- Deberías descansar. No debiste traerme aquí en ese estado.

Lo apoyé sobre mí y lo conduje hasta la sombra de un árbol. Lo recosté con cuidado y abrí su túnica para comprobar sus heridas.

-No tienes que hacer esto.- me dijo sin comprender mi reacción.

-Tú me curaste, me salvaste la vida. Es lo menos que puedo hacer por ti.

-Pero... yo lo hice porque me protegiste. Estamos a mano.

-Entonces tómalo como un capricho de mi parte, pero no te dejaré así. Un guerrero no puede luchar si está herido.- le sonreí con picardía.- Iré a traer algunas hierbas para curarte. No te muevas.

Me adentré en la espesura de la selva y recogí varias plantas que conocía y podían ayudar a sanar y apaciguar el dolor. Busqué unas piedras lo más parecidas posibles a un cuenco y un mortero para hacer un ungüento. Castiel me observaba en silencio, su expresión de curiosidad no cambiaba, pero tampoco preguntaba nada. Cuando terminé, me le acerqué y le comencé a limpiar las heridas con sumo cuidado.

-Eres muy hábil con las manos.- me dijo creyendo que mi toque le dolería, mas no fue así.

-Para el guerrero que me salvó y me trajo a un lugar tan hermoso, este trato es poco.- le sonreí y él me devolvió el gesto.

Por primera vez lo veía en una forma más relajada, se veía... apuesto, de alguna manera.

Su sonrisa era extraña, creo que los humanos le llaman a eso cordialidad. Ella era demasiado amable conmigo sin razón. Pero no me molestaba lo que hacía, su mirada, su voz, su risa, no sé por qué me resultaban atractivas. Sanó y vendó la herida con un cuidado extremo, como si tuviera miedo de lastimarme, pero nunca me hizo sentir dolor alguno. Era una sensación rara, ella era una chica rara, pero... hermosa.

-Descansa un poco. En un rato te podrás mover mejor. Espero que esto resulte para los ángeles, porque no soy muy conocedora de esas cosas.- dijo terminando de atar en nudo de la venda con tanta ternura que no lo sentí.
-No... está bien. De hecho, se siente mejor... Gracias...- ella volvió a sonreír.

Parecería absurdo, pero quería que estuviera siempre así. Quería que el tiempo se detuviera y solo disfrutar de esa mirada tan dulce. Ella se sentó a mi lado y miró con anhelo el mar. Suspiró y me hizo sentir en paz su presencia junto a mí.

-Nunca imaginé que sería tan grande y azul.

-Si quieres nadar, puedes ir.- dije viendo sus ojos brillar.- Ve, puedo vigilarte desde aquí.

Ella fue sin comprender mis palabras y no se lo diría. No le diría que ese demonio iba a por ella, ni que desde ese momento estaba en peligro, ni que podría morir en cualquier descuido mío. Mi deber era protegerla y eso haría aunque me costara la vida.

Corrió, jugó con las olas, rió y nadó todo lo que quiso. La escasa tela que la cubría se había pegado a su cuerpo marcando su esbelta silueta y su pelo ondeado goteaba por el agua haciendo que la luz del sol se reflejara en su rostro. Estaba bella, por más que lo negara, era algo que casi se salía de mis labios.

Estuvo un par de horas en sus juegos y risas. Parecía una niña pequeña, pues, a sus 16 años, poco había disfrutado de su infancia, según supe. Vino a mí y sonrió con los ojitos alegres. Se apoyó en sus rodillas para agacharse y acercarse a mí.

-¿Te sientes mejor?- su voz se escuchaba juguetona, le di una felicidad al traerla aquí.

-Estoy bien... y veo que tú la estás pasando bien...

-Este lugar es bellísimo. Perdona que te haya causado tantas molestias traerme, pero te lo agradezco mucho. Me has hecho muy feliz. -se arrodilló y besó mi mejilla con cariño.

Me quedé paralizado ante ese acto. Nunca antes había recibido un beso, pero esta humana se comportaba muy extraño como para entenderla. Aunque no por ello dejé de disfrutar de esos gestos tan tiernos. Ella regresó al agua riendo, eso era música para mí. Mis ojos comenzaron a cerrarse mientras escuchaba su melodiosa voz al corretear por la arena.

-¡Atrápenla!

-¡Ah!- escuché su grito de terror y me incorporé rápidamente.

Vi un portal abrirse y una bruja salía de él con varios secuaces. Estos corrían hacia la chica, yo intentaba llegar antes.

-¡Raven! ¡Huye!- grité sacando mi espada y enfrentando a los secuaces de la bruja como pude antes de que llegaran a ella.

La vi correr, esperaba que lograra encontrar un lugar seguro. Luché con todas mis fuerzas, aunque mis heridas me limitaban. Logré detener a algunos, pero otros me evitaban para perseguirla.

-¡No los dejaré!- liberé mi forma real, aunque sentía que las heridas se veían afectadas por eso.

No me importó lo que sentía, debía defenderla, ya no como mi misión, sino como una persona que apreciaba.  Luché, mi fuerza se iba, mi mente solo pensaba en terminar con todos mis enemigos. Me di cuenta de que mi victoria estaba cerca y eso me animó a seguir.

-Detente ahora mismo, ángel, o la humana muere.- la bruja amenazaba con cortar la garganta de ella con un cuchillo.

-¡Raven!- la había capturado y yo estaba a su merced.

-Lo siento, Castiel...- me dijo llorando, odié ver tal tristeza en esos ojos tan juguetones.

-¡No le hagas daño, bruja!- le dije soltando mi espada.

-¿Por qué no la mataste? Era más fácil para ti.

-No te debo explicaciones. Solo no la lastimes.

-¡No, Castiel!- ella me miraba con dolor, ni siquiera me había mirado así al dar su vida por protegerme.

-Ah, conque eso es lo que pasa.- la bruja acercó el cuchillo a la muñeca de ella y le hizo un corte mandando al único secuaz que le quedó a recogerla con un cuenco.

-¡No!- grité espantado viendo cómo se iba el líquido vital del cuerpo de la persona que había empezado a querer tanto.- No la mates... No quiero... dejar de verla...

-Oh, no. No la mataré, pero tú sí dejarás de verla. "Puellam spectare atque hac abesse."

-¡No!- conocía las consecuencias de ese hechizo y no permitiría que ella desapareciera.- Padre, perdóname por haber fallado, pero ella vale mi sacrificio.

Usando el poder de mis alas, me posicioné detrás de la bruja. Esta al verme no dudó en clavar el arma en el vientre de la chica. Yo puse mi mano sobre su cabeza y utilicé mi Gracia para purificarla. La horrenda mujer se quemó por dentro y, al verse expuesto, el secuaz huyó con la sangre hacia el portal cerrándolo tras de sí.

-¡Raven!- me agaché hacia ella y con lo poco que conservaba de mi Gracia sané sus heridas.

Ella estaba débil, yo también. Ambos estábamos acostados en la arena, y buscando a tientas la mano del otro. Mirábamos al cielo, pero yo sabía que ya no la vería más a ella.

-¿Raven?

-Estoy bien, Castiel... ¿y tú?

-Yo... esta no será la única vez que esto ocurra.

-¿A qué te refieres?

-Ya no puedo protegerte, Raven, no después de ese hechizo.

-¿Qué? ¿Por qué necesitas protegerme?

-Porque tú sangre es especial y muchos la quieren. Si quiero mantenerte con vida y a salvo, debo dejarte ir.

-¡No!- sentí su mano apretando la mía.- No quiero que me dejes. Encontraré una solución, te ayudaré como pueda, pero no quiero que te vayas de mi lado.

-Si me quedo... Si apenas te vuelvo a ver, morirás...

-Entonces, mírame.

-¡¿Qué?! No pienso hacerlo...- sentí un suave sonido que me hizo callar.

-Shhhh, cierra los ojos.- lo hice.- Ahora ven conmigo.

Ambos nos levantamos con dificultad y ella me tomó de la mano y me hizo caminar. Dudé, no sabía dónde pisaba y perdía el equilibrio en ocasiones, hasta que sentí el fluir de las olas sobre mis pies. Ella se detuvo, yo también lo hice. Ella cubrió mis ojos con sus manos y me susurró.

-No quiero vivir la condena de poner en peligro a nadie por mi existencia. Ni siquiera a ti, mi ángel querido.

-Pero...

-Si me quieres proteger, esta es la mejor manera de hacerlo.

-Pero no quiero perderte...

-No me perderás, solo... como dijiste, me estás dejando ir. Ahora dime, ¿confías?

-Confío.- asentí temeroso.

Ella se acercó y besó mis labios con entrega. No supe qué me llevaba a corresponderle, pero el sentimiento estaba ahí.

-Abre los ojos.- me dijo haciendo que me detuviera.- Confía en mis manos.

-En tus manos... confío.

Volvimos a besarnos y lentamente abrí mis ojos percibiendo el sol a través de sus dedos.

-Te amo, Castiel. Siento que nací para ti. Adiós.- ella retiró sus manos de mi rostro lo que me hizo apenas ver cómo su túnica mojada caía sobre la arena.

-No... no... ¡No!- grité al entender que se había ido.

Caí con lágrimas en los ojos, mis heridas dolían, pero no tanto como mi corazón. Raven se había ido y no tuve la oportunidad de decirle que yo sentía lo mismo por ella. Que yo también la había sentido como algo predestinado en mí. Tomé su túnica con dolor en el pecho y como pude me levanté.
Si el mundo no necesitaba que la protegiera porque ya no existía, entonces no importaba si yo también moría. Expandí el brillo de mi restante Gracia y la gasté tanto como pude. Me estaba dejando morir. Pero una presencia me detuvo.

-No lo hagas, hijo. O no podrás cumplir tu destino.

-¿Dios?- dije débilmente desde el suelo.

-No quiero que sufras más y no podré hacer que la maldición se vaya.

-Entonces déjame morir en paz.

-No te dejaré. Eres uno de mis mejores guerreros y no puedo perderte. Ella será tan tuya como tú lo serás de ella. Sí es como piensas, están predestinados.

-No podré vivir sabiendo lo que le hice... ¡Yo la maté!

-De eso me encargaré yo. Por ahora, solo vive y algún día volverás con ella.

Lo último que supe fue que mi padre colocó su mano sobre mi frente borrando mi memoria, pero sabía que había algo que nunca olvidaría.

Nunca volvería a confiar en sus manos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro