18: Final parte 1

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Akil

Plumas, hay plumas blancas cayendo del cielo. Miro el piso, está lleno de flores. Cuando alzo la vista, visualizo a un ángel. Brilla, tiene una luz cálida y reconfortante, sus alas son hermosas. Sus cabellos rubios son largos, se mueven con el leve viento. Avanza con su vestido blanco que toca el pasto, entonces llega hasta mí. Levanta la mano y me toca la mejilla, me regala una bonita sonrisa, llena de cariño.

―Mira lo grande que estás, mi bebé.

―¿Mamá? ―expreso con los labios temblando, luego observo el lugar deslumbrante―. ¿Es un sueño?

Baja su mano, pero la agarro, así que presiona la mía.

―Falta poco, vas bien.

―¿A qué te refieres? ―pregunto, preocupado.

―Ya no me odias.

Agarro ambas manos, alarmado.

―Jamás podría odiarte, solo aborrezco a los que te hicieron daño.

―Eso no es propio de un ángel, y soy uno.

―Tú no tienes la culpa, ellos sí ―declaro, angustiado―. No es justo lo que te ocurrió. Si yo no hubiera nacido, tú...

―Está bien. ―Su cálida voz me calma―. Ya pasó.

―¿Dónde estás, madre? Quiero verte.

Retrocede, levanta la mano y en su palma se abre un ojo que brilla al igual que sus alas. De esta forma, decide aclarar el destino para guiarme.

―Ya habrá tiempo para eso, mi bebé, solo vine a ver tu progreso. Lo siento tan fuerte que estoy segura de que lo lograrás, entonces acabará por completo, no habrá más engendros malditos. Todo el mal que nos echó tu padre terminará, pero depende de ti que suceda. Esto no será para siempre, consíguelo y te librarás. Podré bendecirte y mi alma descansará en paz. Mientras tanto, no dejes que el ángel que enviaron te gane en esta batalla moral, porque si acontece, mis nietos padecerán el mismo destino.

―No lo permitiré. ―Sonrío.

―Una cosa más. ―Baja su mano―. Llorar está bien.

―Lo sé.

Desaparece, entonces caigo de rodillas, me abrazo a mí mismo, entonces las lágrimas caen. Ojalá pudiera abrazarte, pero nunca tuve la oportunidad. Duele, duele mucho, pero sé que estás cerca de mí.

―Akil... ―Me zamarrean y despierto―. Akil.

Abro los ojos, me siento en la cama, luego observo a Lemus, así que le regalo una de mis típicas sonrisas.

―Hola.

―¿Cómo que "hola"? ―Enarca una ceja―. Estás llorando, ¿te encuentras bien?

―Claro que sí. ―Le doy un pellizco en la mejilla, entonces salgo del colchón de un salto, luego comienzo a vestirme―. Vamos, hay que volver a la casa, antes de que Octavio me mate a los niños.

―Nah, no creo. ―Se pone la remera―. Me he dado cuenta de que no es tan malo.

―Te dije que tiene buen corazón.

―Tampoco exageremos. ―Rueda los ojos.

Me carcajeo.

―¿Celosito?

Me tira un almohadón.

―Cállate.

Me río otra vez, terminamos de cambiarnos, entonces volvemos a la casa. El mencionado se queja por la tardanza, pero no hace ni un berrinche más, así que luego se despide. Los niños mayores juegan y corretean por la casa, los bebés varoncitos duermen, y como siempre, Massy está llorando, así que la tengo en brazos. Por su parte, Lemus acomoda sus apuntes médicos, están por toda la mesa.

―Ya falta poco para que termines la carrera y hasta casi te recibes de doctor sobrenatural ―acoto.

―Todavía tengo que ver cómo se va a arreglar eso en el hospital. ―Mueve las hojas―. No somos muchos, pero creo que hay que tener al tanto a otros doctores, solo uno no puede encargarse de algo tan complicado.

―No eres solo uno, también eres un ángel.

Se sobresalta.

―¿Ya no es mi angelito? ―bromea.

Me río.

―No hablo de nuestro romance, hablo de tu raza.

―Qué desconozco, pues no tengo recuerdos de eso y casi me hacen matarte ―declara, enfadado―. ¿No era que los odiabas?

―¿No es eso generalizar? Mi mamá era uno, tú también y yo soy en parte, seguro hay esperanzas ―murmuro, un poco avergonzado.

Deja de tocar los documentos y se gira en la silla en la que está sentado, luego me observa, bastante fijo.

―¿Hablas en serio?

―¿Por qué no?

―Suena bien. ―Sonríe, así que yo también lo hago―. Entonces, adiós resentimiento.

―Eso espero.

El piso se mueve y la buena atmósfera se acaba. Lemus se levanta, luego corre a la ventana, yo hago lo mismo, pero más despacio. Ahí está la que se hace pasar por Alixo. Supongo que mamá sabía que vendría, así que me visitó en mi sueño.

―Voy a hablar con ella ―acoto, así que le entrego a Massy.

―¿Qué? ¡No! ―dice, preocupado―. Te lastimará.

Sonrío.

―Lo dije, ¿no? No hay que generalizar, ni tener resentimiento, veamos que tiene para decir.

―¡No! Te ha atacado y ha enviado sus títeres a matarte ―declara, alterado―. No tiene nada amable para expresarte.

―Esto es una batalla moral, ganaré. 

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