Capítulo 10.

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Ana está sentada en medio de mi cama, el edredón blanco en el piso para que no estorbe y su bata de dormir colgada en la silla.

—Ahora extiende los brazos al frente —le pido, atando sus manos con el cinturón de la bata—. Dime si está muy ajustado.

Tengo qué mirarla porque ella no responde, sigue mirando su regazo con las mejillas sonrojadas, evitando mirar mis boxers.

—¿Ana? —llamo su atención—. Háblame, nena. Necesito saber si estás de acuerdo con eso o no.

Su rostro se levanta un poco, su vista puesta en mi barbilla o en mi nariz, no en mis malditos ojos. Tal vez también necesita algo de disciplina.

—Muñequita, necesitas comprender un par de cosas antes de que comencemos —apoyo los dedos debajo de su barbilla para que levante más la cabeza—. Número uno, siempre me miras a los ojos. No soy ningún puto adivino, si quieres algo, dilo fuerte y claro.

Bajo la mano y ella mantiene su mirada en mi con el rubor aún cubriendo sus bonitas mejillas. Mierda, de verdad quiero hacer un montón de cosas con ella.

—¿Entendido? —pregunto solo para estar seguro.

—Si, Christian.

—Bien, la otra cosa. En el momento que digas No, me detengo. Sea lo que sea, me detendré si dices la palabra.

Asiente, así que levanto una ceja en su dirección.

—Si, lo entendí, Christian.

Miro a mi alrededor buscando algún soporte para atar el otro extremo del cinturón, pero la cama no tiene barrotes, así que me pido que se acueste ahora y pongo sus brazos encima de su cabeza.

—Mantén tus brazos ahí arriba, nena.

El camisón de satén rosa que lleva se desliza hacia arriba en sus muslos, donde estoy sentado a horcajadas sobre ella. ¿Sería más excitante si ato también sus piernas?

Hasta ahora solo hemos tenido sexo vainilla, pero tan pronto como ella confíe en mí, intentaré otras cosas más de mi estilo. Si ella está de acuerdo con eso.

—¿Estás cómoda? —su respiración sube y baja su pecho de forma rápida, supongo que de nervios.

—Si.

—¿Quieres seguir con esto? —le toma un par de segundos responder.

—Si.

Teniendo su autorización, me muevo para juntar sus piernas y empujarla de lado para situarme detrás de ella. Me deshago de sus bragas y de mis boxers antes de acostarme.

—Recuerda, brazos arriba o de verdad voy a conseguir la cabecera con barrotes para atarte.

Ana suelta una risita nerviosa, luego muerde su labio y vuelve a mirar hacia el guardarropa.

Mierda, debí quitar el jodido camisón antes de atarla. Aunque eso no detiene mis intenciones, pasando el brazo derecho por debajo de su cabeza y luego sujetar una teta. Mi otro brazo cuelga sobre su cadera, levantado el camisón.

—Voy a estimularte primero, nena. Relájate.

Dejo un beso en su espalda, evitando el cuello y las jodidas cosquillas. Mi mano se mete por debajo para tocar su dulce punto sensible.

Ana gime bajito, lo suficiente para indicarme que lo está disfrutando, no muy lento y no muy rápido. Suelto su seno para deslizar la mano debajo de la tela y acariciar su piel.

—¿Te gusta? —jadeo en su oreja—. Déjame escucharte, nena, dime qué te gusta.

Presionó con un poco más de fuerza, mi otra mano yendo de un seno al otro mientras mi erección crece ansiosa contra su culo redondo.

—Ah... —gime—. Me gusta eso.

Empujo su pierna sobre mi cadera para abrirla más, dejándola a mi entera disposición. Desde mi posición no puedo besarla, solo mordisquear su cuello y su hombro.

—Christian... —mi nombre se desliza en sus labios.

Mi erección sigue empujando contra ella, buscando su camino a la diversión. Cuando Ana está suficientemente estimulada, guío mi miembro a su entrada.

—Carajo —gruño con los dientes apretados—. Eres el puto cielo.

Justo ahora es mía, nadie más ha tocado su bonito cuerpo más que yo. Nadie la ha tenido, puedo tomar todo lo que deseé porque ella me lo ha dado.

Su respiración aumenta, mis jadeos mezclándose con los tuyos mientras sigo presionando su botón. Y sé que está cerca por la tensión en su cuerpo.

—Christian —chilla—. Estoy cerca...

Yo también.

El sonido de mi cuerpo golpeando el suyo es todo lo que necesito, sus gemidos volviéndome loco. Aumento la velocidad de mis embestidas y la presión de mi toque para que ella termine primero.

—Oh, Dios... —su cuerpo se tensa con el orgasmo mientras alcanzó el mío.

Gruño bajito mordisqueando su cuello, mi respiración agitada por el esfuerzo. Ana acerca los brazos a su pecho y yo beso su cabello, acomodando sus piernas juntas otra vez.

—Buenas noches, nena.

Me pego a ella con mi miembro aún dentro y perdiendo rigidez, abrazando su cintura. Antes de que pueda dejarme llevar por el sueño, Ana golpea mi costado.

—¿Christian? Debo irme ahora.

—Duerme un poco primero, descansa —mis ojos se cierran de nuevo—. No estoy echándote.

Ella insiste.

—No es eso, es que... Gail se va a molestar mucho si no me encuentra en mi habitación.

Esa rubia.

Suspiro antes de enderezarme y rodear la cama.

—Bien, déjame desatarte. —ella levanta los brazos para que pueda retirar el cinturón.

Cuando me aparto, puedo ver el sudor en su cuerpo y la humedad que dejé entre sus piernas. Intenta sentarse, pero antes de que pueda hacerlo, la levanto en mis brazos.

—¡Christian! ¡Bájame! —chilla.

—Tranquila, nena. Solo te llevo a la ducha, tomaremos un baño rápido —ella intenta cubrirse las tetas—. ¿Estás jodiéndome? ¿Puedo atarte y cogerte pero no puedo ayudar a limpiarte?

Su cara enrojece completamente, pero no aparta las manos de su pecho. Bien, yo no tengo problema con su timidez. Empujo la puerta del baño y enciendo la luz con el codo.

Me detengo dentro de la ducha sabiendo que necesito bajarla para abrir la llave.

—No, por favor —libera sus manos para sujetar mi cuello—. No me dejes caer.

—Tranquila, nena, te tengo.

Sujeto con fuerza su cintura con un brazo mientras la bajo, sosteniendo su peso. Eso deja libres sus brazos para que recoja su cabello en un moño alto.

Me meto primero bajo el chorro de agua fría, trayéndola conmigo para enjuagar el sudor.

—¿Sabes qué sería más cómodo? —aprovecho el momento para sugerir—. Una tina. Si tuviera una tina de hidromasaje, podría sentarte ahí tranquilamente con algunas velas y una copa.

Ella se detiene para mirarme.

—¿Quieres una de esas?

—Si. —hago un puchero con los labios fruncidos.

Ana se ríe.

—Hablaré con Taylor y veré qué puedo hacer.

Genial.

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