Capítulo 16.

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Perra.

Gail vuelve a mirarme como si quisiera matarme con esos acusadores ojos azules. Mierda, ¿Esto es lo que tiene qué soportar Taylor todo el puto tiempo? Ella debe ser una maldita estrella porno.

—No lo voy a repetir, Christian. Nada de...

—Drogas —la interrumpo, poniendo los ojos en blanco—. Ni ex clientas, lo dijiste. Solo bebimos.

—De cualquier forma te someterás de nuevo a un antidoping y a una prueba de ETS para estar segura.

¿Perdón? ¿Cree que arriesgaría a Ana de esa manera?

—Jason estuvo conmigo cada puto segundo, ¿No confías en él?

Su boca se tuerce en una mueca desagradable.

—Esto no es sobre él, es sobre ti y tu responsabilidad con Annie.

—Ya te lo dije, mujer. Bebimos varias cervezas en el estadio de béisbol y luego vinimos de regreso. No pasó nada más. —me levanto de la silla antes de que pueda seguir interrogándome—. Y tengo planes con Ana, así que adiós.

Incluso cuando salgo del estudio, puedo escuchar sus gritos.

—¡Espero que hagas lo que debes! ¡Así puedes irte de una vez!

Agh, la odio.

Golpeo con fuerza los escalones de madera con cada paso que doy hasta la habitación de Ana, cerrando la puerta detrás de mí y desabrochando el cinturón.

Acabemos con esto de una jodida vez.

—Ven aquí, muñequita —levanta la cabeza de su libro—. Abre las piernas para mí.

Titubea un poco, luego el sonrojo le sube por el cuello hasta las mejillas cuando me bajo los pantalones. Los pateo, quitando al mismo tiempo los tenis y la camiseta.

—¿Qué ocurrió? ¿Ella te dijo algo? —pregunta, dejando el libro sobre la mesita.

Me acerco a la cama, tomo las esponjosas almohadas y las pongo en el centro. Lo único bueno de leer el jodido libro de vaginas es que habla sobre las mejores posiciones para embarazarse... Y no son las más divertidas.

—Me sermoneó como si fuera mi madre y me recordó que no puedo salir hasta que estés embarazada. —tomo su mano y estiro un poco, pero me detengo cuando recuerdo que ella no tiene fuerza en sus piernas—. Así que me estoy haciendo cargo ahora, muñequita.

Le desabrocho los pantalones y los bajo junto con las bragas en un solo movimiento, haciéndola chillar de sorpresa. Intenta cubrir el ápice de sus muslos con sus manos, pero no le doy tiempo porque la levanto y la lanzo sobre las almohadas.

—¡Christian!

—Eso, ahí estás bien —la acomodo sobre su vientre, con su bonito culo al aire—. Ahí estás perfecta.

Sus brazos estirados son lo único que le da estabilidad encima de las almohadas, sus piernas dobladas que yo acomodo para situarme entre ellas.

—Nena, normalmente te daría primero un orgasmo, pero el que realmente cuenta es el mío. ¿Estás lista?

Me bajo los boxers esperando su respuesta que no llega, así que palmeo su trasero para llamar su atención.

—Ana, pregunté que si estás lista.

Escucho un pequeño jadeo.

—Oh, hmm, sí.

Bien.

Tengo que sacar la furia de mi mente si quiero lograr una erección, así que tomo mi miembro con mi mano para acariciarlo y la otra la uso para tocarla a ella, dos dedos presionando contra su centro.

—Eso es, nena, relájate y confía en mí. Tendrás ese bebé muy pronto.

No puedo ver su expresión porque mantiene la cabeza baja, con el cabello castaño formando una cortina alrededor de su rostro. Presiono con más fuerza, haciéndola retorcerse.

Oh, Christian... —chilla.

—Si, muñequita, así es. Estoy aquí. —puedo sentir la humedad acumulándose entre sus piernas—. Déjalo en mis manos.

Y en mi pene.

Lo introduzco lentamente para que se acostumbre al tamaño, balanceando la cadera con un ritmo constante, concentrado totalmente en mi tarea. ¿Cuántas veces debería venirme? ¿Dos?

Mierda, tal vez debería hacer esto al menos tres veces más en lo que resta del día, solo para estar seguro y hacerlo de nuevo los próximos días. Cuánto más rápido consiga mi objetivo, más pronto podré largarme de aquí y de la bruja de Gail.

Esa mujer apaga mi excitación.

Abro los ojos sin percatarme que los había cerrado antes, haciendo planes de mis próximos y últimos días. Soy conciente de que sigo embistiendo sin prestar atención y sin concentración.

Agh, estúpida señora Jones y es sus exigencias.

—¿Christian? —Ana parece notar mi estado de ánimo, porque levanta la cabeza para mirarme—. ¿Estás bien?

No.

—Si, nena, todo perfecto.

Necesito reconectar con ella y mi excitación, así que la tomo del torso, por debajo de sus pechos y la levanto contra mi. La recargo en mi pecho, luego mis manos se mueven a la tela de la blusa y la arranco.

Ana jadea cuando los botones salen volando. Desabrocho el sostén y tiene el mismo destino que la blusa descartada en el piso.

La sostengo de nuevo con una mano y uso la otra para girar su cabeza, nuestros labios chocando juntos mientras sigo embistiendo.

—Eres muy hermosa, muñequita —susurron antes de besarla de nuevo. Mis dedos se deslizan más arriba por su pecho.

—Oh, Christian.

Gime y se retuerce contra mi, provocando que el calor irradie por todo mi cuerpo. Queriendo regresar la cortesía, provoco su punto sensible con ligera presión para que tenga su propio orgasmo.

No soy tan cabrón después de todo, no puedo dejarla con ganas. Mis bolas se tensan cuando la escucho perder el control, lanzando la primera descarga dentro de ella.

—Eso nena, guárdala ahí toda —apoyo mi mano contra su espalda para que se incline sobre las almohadas—. Que la gravedad ayude a mis chicos a lograr su objetivo.

Evito desplomarme sobre ella, así que salgo y levanto mi ropa del piso. No me visto, me quedo junto a la cama mirándola recobrar el aliento.

—Tomaré una ducha en mi habitación, pero volveré. Te sugiero que permanezcas desnuda.

Gira la cabeza para mirarme con sus pequeñas cejas arqueadas.

—¿Podrías al menos cubrirme?

Oh, mierda. Cierto, su pudor.

Voy por la pequeña manta de cuadros que tiene sobre la silla y la lanzo sobre su torso, dejando su bonito culo desprotegido.

—¡Christian! —chilla con una risita.

—Lo sé, es una mala broma, muñequita. —acomodo de nuevo la manta sobre su cuerpo y beso su hombro—. Ahora relájate.

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