Capítulo 29. Ana.

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POV. Ana.

Un auto estaciona en la entrada de la casona y mi corazón cae con fuerza. Christian endereza la espalda, pero no se levanta de la silla en la que está sentado mientras esperamos en la sala.

El momento llegó.

No estoy lista.

Inevitablemente mi mirada se dirige a él en otra de esas súplicas silenciosas que he tenido.

Por favor, no te vayas.

Permanecemos en silencio mientras Gail recibe a los invitados, luego sus pasos se dirigen hacia nosotros. Puedo ver qué incluso Taylor está un poco nervioso.

—Señorita Steele —me llama formalmente—. El señor y la señora Grey están aquí.

Rayos.

Un vistazo rápido a Christian me indica que está teniendo un ataque de pánico, por la palidez de su piel. O está demasiado sedado por el medicamento como para tener una respuesta más impulsiva.

Más de él.

—Si, gracias. Adelante.

Una pareja elegantemente vestida con abrigos negros entra en la sala, sus ojos puestos en el chico a mi lado. Ni siquiera tratan de disimular y la mujer se dirige a él.

—¡Mi niño! ¡Christian!

Christian se tensa de nuevo contra la silla, simplemente observando a la mujer dándole un incómodo abrazo a la parte superior de su cuerpo en la silla.

—Grace, cariño, espera —el hombre la toma de los hombros y la aparta, llevándola hasta el sofá detrás de ellos.

Toma un pañuelo de su bolsillo y lo entrega a su esposa.

—Gracias por recibirnos, señorita Steele. Mi nombre es Carrick Grey y ella es mi esposa Grace —sus ojos se mueven entonces a mi chico... Digo, el chico de los ojos grises—. Gracias a Dios te encontramos.

—Te seguimos la pista en Indianápolis —añade con la voz entrecortada la señora Grey—. Pero te perdimos en Kansas City.

Dios mío, ¿Cuánto habrán sufrido éstas personas buscando a un hijo que apenas conocían?

—Entonces... ¿Se conocieron antes? —pregunto, tratando de entender esto tanto como pueda.

Christian sigue ahí sentado con la mirada puesta en la pareja que solloza frente a él y eso me hace suponer que no está creyendo una sola palabra de lo que dicen.

—Solo yo —la señora Grey me mira—. Conocí a Christian a los 4 años, cuando lo encontraron junto a su madre. —estira para tomar la mano de su esposo y agrega:—. Desde entonces decidimos adoptarlo, pero el proceso fue difícil.

No conozco mucho de eso, pero imagino que tenían que buscar primero si Christian tenía más familia que quisiera hacerce cargo de él, y me resulta una cosa tan triste.

¿Quién no querría a un pequeño niño de 4 años?

Yo lo haría.

Sin una palabra, Christian se levanta de la silla y sale de la sala. Creí que se dirigiría a la habitación, pero decide refugiarse en la cocina.

Los señores Grey se miran el uno al otro por un momento, seguramente preguntándose si él está bien o si deberían seguirlo, pero es algo que me corresponde. Les daré un momento para que puedan asimilarlo.

—¿Gail? —la llamo para que actúe de anfitriona—. ¿Podrías poner al tanto a los señores Grey sobre lo que ocurrió con Christian? Creo que necesitan saber que ahora necesita de algunos cuidados.

Me alejo de ellos, empujando mi silla fuera de la habitación y sigo el camino hasta donde él está sentado, bebiendo un vaso de agua con tanta prisa que escurre sobre su camisa.

—No es lo que esperaba —dice, limpiándose con el dorso de la mano.

—Lo sé. —me atrevo a pensar que está muy sorprendido—. Pero los procesos de adopción tienden a ser muy rigurosos para garantizar la seguridad de los niños, tal vez por eso...

—No —me interrumpe—. Me refiero a ellos. Creí que serían como los encargados de las casas de mierda en las que estuve, solo estirando la mano para recoger el cheque. Estaba cansado de eso y huí.

Evito decir que lo sé, lo leí en el expediente el amigo de Taylor. O que habría tenido una vida mejor de haberse quedado y esperado por ellos, aunque creo que lo está haciendo justo ahora.

—No sé por qué están aquí, ya no soy el niño que compraron. Seguramente adoptaron a muchos más.

—Bueno, están aquí —comienzo con lo obvio—. Es bastante probable que quieran conocerte y cuidarte como querían hacerlo.

Se frota la barbilla con una mano, pensando. Gira la cabeza hacia la entrada, como si pudiera verlos sentados allí en el sofá, llorando por el hijo que perdieron. Luego niega con la cabeza.

—No soy un niño, no los necesito.

—No tienes que ir, si no quieres. Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras, como originalmente planeamos.

O como yo lo planee para ti.

Se cubre el rostro con las manos y gruñe de frustración, todavía desorientado por el medicamento que le recetaron. Espero en silencio a qué decida hablar.

—No lo sé, sigo creyendo que esta reunión ya no tiene caso.

Ambos giramos cuando una figura se detiene en el umbral de la puerta de la cocina, y aunque esperaba ver a Gail ahí, es Grace Grey la que nos observa.

—¿Christian? ¿Me permites?

No entiendo qué está pidiendo, luego lo entiendo. Ella se acerca con los brazos en alto y lo atrapa en un cálido y fuerte abrazo que pareciera durar para siempre.

—Cariño, no sabes cuánto tiempo he deseado hacer esto —pasa la mano por su cabello cobrizo—. Permítenos cuidar de ti, darte la familia que mereces.

La señora Grey pasa sus manos arriba y abajo por la espalda de Christian en un gesto reconfortante y tan cariñoso que decido salir de la cocina y dejarlos solos.

En la sala, Gail y el señor Grey conversan sobre la situación de Christian.

—Le agradecemos por todo, señorita Steele —se dirige a mi, estirando su mano para que la estreche—. Por cuidar se Christian y por regresarlo a nosotros, Grace nunca perdió la esperanza de encontrarlo.

—¿Se lo llevan? —balbuceo, incapaz de pensar en nada más—. ¿Volverán a Detroit?

—No por el momento —dice y suspiro de alivio—. Llevarlo de vuelta será un enorme cambio al que probablemente no esté listo aún.

—Por supuesto.

—Pero lo llevaremos con nosotros de vuelta al hotel, nos quedaremos en el Fairmont. Después de eso podremos hablar sobre lo que desea hacer.

Eso lo entiendo.

Solo me queda esperar por la desición que tome Christian.

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