Capítulo 5.

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La habitación da vueltas dentro de mi cabeza, cada vez más rápido y más iluminado a pesar de que tengo los ojos cerrados. Algo presiona mi mano, sacándome del sueño.

—¿Christian? —Ana aprieta mi mano de nuevo—. ¿Christian, estás bien?

Abro los ojos para mirarla sentada en su silla a mi izquierda y sosteniendo mi mano con la suya. Es tan pequeña a comparación con la mía.

—Hey, mi chica favorita —saludo y ella sonríe—. Me alegra verte.

—A mi también.

Gira la cabeza un lado y es justo ahora que puedo ver a Gail recargada también en la puerta de mi habitación, sus brazos cruzados sobre su pecho.

—Mi segunda chica favorita —también la saludo, haciendo que medio sonría—. ¿Qué hacen aquí?

Gail no se mueve, es Ana la que vuelve a mirarme y presiona mi mano para llamar mi atención.

—Tenías fiebre, creo que te contagiaste de gripa o algo. —luego habla sin mirar a la rubia—. ¿Qué dijo exactamente el doctor?

¿Ya vino? ¿En qué momento? ¿Y cuánto jodido tiempo llevo mirando el techo girar?

—El doctor Hills dijo que necesita descanso y que en algunos días estará bien.

—¿Preescribió algún medicamento? —vuelve a preguntarle.

—No.

—¿Y por qué no?

Si, rubia ¿Por qué no? ¿Que estas ocultando a tu sobrina? Gail presiona sus labios con fastidio.

—Porque no lo requiere, solo vitaminas y sueros para mantenerlo hidratado, la proxima semana estará bien.

—¿La próxima semana? —las delgadas cejas de Ana se arquean.

—Lo siento, nena, sé que tienes una estricta planeación de nuestras actividades sexuales.

Ella se sonroja ligeramente de las mejillas.

—No te preocupes, Christian. Lo importante ahora es que te recuperes.

—Claro, porque no quieres un hijo enfermizo. —agrego, sin saber realmente lo que digo.

—No es por eso —hace una mueca de disgusto—. Tu salud es importante para mí, quiero dejar eso en claro.

¿Por qué? Ni siquiera me conoce, ¿Por qué se molestaría con algo así?

—¿Quieres descansar? —habla Gail. Por un momento creí que lo decía para mí, pero no es así.

—No. Quiero quedarme.

La rubia suspira y sale de la habitación, dejando la puerta abierta. Sé que se ha ido realmente porque sus pasos se escuchan alejándose en el pasillo.

Cuando nos hemos quedado solo, concentro mi atención en la preciosa chica a mi lado.

—Gracias, aunque no tienes por qué quedarte, no parece que vaya a mejorar pronto.

—Yo estoy bien —encoge los hombros y sonríe—. Tú eres el que luce como si un camión lo hubiera arrollado.

Hmm.

—¿Gracias? —ella se ríe bajito—. ¿Sabes qué me animaría un poco? Un trago.

Deja de reír para mirarme.

—No deberías beber alcohol mientras tomas antigripales, te hacen daño. —me regaña.

—Lo que no te mata te hace más fuerte, nena.

No se ríe, sus ojos se mueven de un lado a otro como si tuviera algo en mente. ¿Ella podría conseguirme algo para mi malestar?

—Podría ser un cigarrillo, pero sé que no podría dar una sola calada sin que Gail lo sepa. —Ana sigue mirándome en silencio—. Podría ser una cerveza, nena, no soy exigente.

—No lo sé.

Retiro mi mano de la suya y giro mi cabeza a la pared opuesta, manteniendo el tono bajo en mis palabras.

—No te preocupes por mí, estaré bien. —espero que se aleje en su silla de ruedas pero no lo hace—. Debería tratar de dormir un poco.

Sé que la tengo cuando un suspiro sale de sus labios, tan bajo que apenas puedo escucharlo.

—El cigarrillo está fuera de discusión, y dudo que tengamos cerveza en el refrigerador —siento que viene un gran pero—. Pero puedo intentar conseguir algo.

Una enorme sonrisa se estira en mis labios, así que disimulo cuando giro hacia ella con mirada triste.

—No quiero molestarte, nena. Por más ganas que tenga de una cerveza fría, prefiero que evites las peleas con ellos.

Porque si se le ocurre mencionarlos, habrá problemas.

—No puedo prometerte nada, y tardaré un rato. ¿Puedes esperar?

Si.

Asiente y pone las manos en las ruedas de la silla para empujarse fuera de la habitación. Desconozco el plan, así que solo me queda esperar a que funcione.

Finjo que duermo cuando Gail entra a la habitación a dejar la bandeja con comida sobre la mesita de noche. Mi apetito es escaso y paso de la ensalada para tomar solamente la botella de agua.

Un rato después, mi puerta se abre y Ana empuja su silla dentro de la habitación.

—Estoy de vuelta —anuncia, aunque puedo verla—. No conseguí cerveza, pero traje algo más.

Aparta una manta que cubre sus piernas y levanta una botella de vino tinto para que la vea. Ni siquiera está llena, pero tiene lo suficiente como para relajarme.

—No traje la copa, tendrás que beber directo de la botella.

Me siento en la cama lo más rápido que puedo y la tomo, sacando el corcho para dar un gran trago. Luego limpio mi boca con el dorso de la mano.

—¿Cómo la conseguiste?

—De vez en cuando bebo una copa de vino mientras leo o tomo un baño en la tina —cruza los brazos en su pecho como si se abrazara a si misma.

—Creí que no podías beber... Ya sabes, por el bebé —señalo antes de empinar la botella y tomar otro trago.

El sabor dulce me irrita la garganta, pero se siente bien.

—No había tomado en las últimas semanas, por eso estaba ahí la botella.

—Y te lo agradezco, nena. Me siento mucho mejor ahora.

Tomo otro trago y la pongo sobre la mesita para más tarde, lo que ocasiona que la chica castaña frunza las cejas.

—Dame la botella, tengo qué regresarla a mi habitación para que Gail la recoja.

—¿No puedes dejarmela? Realmente me ayuda.

—No.

Carajo, bien. Intento sonreír para suavizar mi expresión.

—Gracias, Ana. Creo que estoy listo para tomar una siesta revitalizante. —extiendo la botella para que la tome, pero es obvio que bebí más de la mitad en apenas unos tragos.

—Si, descansa. Te sentirás mejor en unos días, Christian.

—Lo sé, nena. —apoyo la mano en su hombro y sonrío—. Gracias por tu ayuda.

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