Capítulo 8.

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Definitivamente podría tener un cigarrillo en este jodido momento.

—¿Y bien? ¿Qué te pareció? —no soy inseguro, solo me aseguro de tener clientes satisfechas.

—Fue divertido y excitante —sus mejillas se llenan de color—. Me gustó.

Lo sé.

Le sonrío, apoyando los brazos por debajo de mi cabeza mientras ella se cubre más con la sábana.

—Te dije que era bueno, nena.

—Las mujeres deben lanzarse a tus pies.

Giro solo un poco para mirarla.

—Si.

Ella se ríe de nuevo porque piensa que es una broma, haciendo obvio que la querida tía omitió mi trabajo anterior además de las drogas.

—Eres tan presumido —ríe, luego se cubre la boca cuando un bostezo la interrumpe—. Ahora estoy exhausta.

—Entonces duerme, nena. Te dejaré descansar un poco.

Me levanto de la cama con cuidado, poniendo los boxers de vuelta y llevando el resto de mi ropa en las manos para entretenimiento de Gail.

Ana se queda dormida justo en la posición en la que estaba, así que levanto la botella de vino para terminarla toda y regresarla al armario.

Apenas entro a mi habitación, voy directo a la ducha para refrescarme antes de ir a la cama. Me acuesto ahí y me quedo dormido rápidamente.

No estoy seguro de cuánto tiempo he dormido cuando la voz de Gail se escucha desde el otro lado de la puerta, golpeando al mismo tiempo.

—¿Christian? El desayuno está listo. —me llama.

—¿Hmm?

—¿Christian? —abre la puerta rápidamente y me encuentra ahí, acostado en boxers.

—¿Si? —me enderezo para mirarla.

Ella se gira hacia la pared para no mirarme medio desnudo.

—Es la hora del desayuno, tienes qué bajar ahora. —se vuelve hacia la puerta como si no pudiera esperar a salir—. Y ponte algo de ropa, por Dios.

Y estoy tan de buen humor que quiero molestarla.

—¿Te refieres a esto? —señalo mi erección matutina—. Eso pasa por entrar sin autorización.

Golpea el tacón con el piso pero sé que está torciendo los labios en ese gesto de fastidio. Decido levantarme y vestirme solo porque es muy temprano para recibir una paliza del tío.

—¿Ana se despertó? —pregunto caminando hacia ella y acomodándome la camiseta.

Ella señala el pasillo para que la siga.

—Si, pero no va a bajar.

Eso me hace detener. ¿Ana sigue en su habitación? ¿Haciendo qué?

—¿Por qué? No me lo digas —sonrío a la rubia—. ¿Está adolorida?

Vuelvo sobre mis pasos para ir a la habitación de Ana con Gail viniendo detrás de mí.

—Agh, eres un listillo —gruñe—. Y déjala en paz, dijo que...

Demasiado tarde, empujo la puerta para abrirla y me encuentro a la chica de los ojos enormes como Bambi acostada en su cama.

—Hey.

—Hola Christian —lleva una esponjosa bata de baño—. Buenos días.

Sé que se avergüenza por el color rojo en sus mejillas, no sé si por la bata de baño o por lo que hicimos justo aquí anoche.

—¿Estás bien? —intento no sonreír y avergonzarla más—. Gail dijo que no puedes bajar a desayunar y me siento un poco culpable.

Ella presiona sus labios finos con fuerza, echando un vistazo a la rubia.

—¡Por Dios! —me regaña la tía—. Dije que la dejes en paz, deja de hablarle como si... —Ana interrumpe.

—Esta bien, Gail. Estoy bien, Christian, gracias por preguntar.

Me invito a mi mismo y me siento en el borde de la cama para hacerle compañía. Es lo menos que puedo hacer ahora.

—Gail, ¿Puedo tomar mi desayuno aquí con Ana?

La simpática rubia entrecierran los ojos con fastidio, luego se dirige a su sobrina.

—¿Estás de acuerdo con eso? —Ana asiente—. Bien, traeré ambos desayunos, déjame llamar a Jason para que...

—¡Yo lo hago! —me levanto de un brinco para ayudar—. ¿Quieres sentarte en la silla?

Ana estira la bata para cubrir sus piernas largas.

—Si, por favor.

Junto al balcón hay una mesa con una sola silla, así que creo que es ahí a dónde quiere ir. La cargo con cuidado y la acomodo en la pequeña silla de madera.

—¿Estás cómoda?

Ella acomoda el borde superior de la bata para que yo no vea el camisón que lleva debajo. ¿Para qué carajos se cubre tanto? Ya la he visto desnuda.

—Lo siento, no tengo otra silla porque no acostumbro tener visita —se disculpa con una sonrisita.

—Estoy bien, nena, puedo sentarme aquí.

Traigo la silla de ruedas que espera junto a la puerta y me siento ahí, tratando de mantener el ambiente ligero para ella porque es obvio que no sabe cómo comportarse frente a un chico.

—No sé mucho de estas cosas de chicas, pero creo que deberías aplicar un poco de hielo —mi dedo se mueve para señalar el vértice entre sus piernas—. Podría aliviar el dolor muscular.

Una risita nerviosa se le escapa.

—Dudo mucho que esto sea similar a una lesión deportiva, Christian. Es más una pequeña molestia que otra cosa.

—¿Pequeña? —chillo, ahora quiero molestarla mientras Gail trae los platos—. Nadie antes dijo que yo fuera una pequeña molestia, nena. El dolor debe ser tan intenso que te confunde.

Gira la cabeza para que no la vea reírse, pero el rubor sube de nuevo por su cuello y orejas, delatándola al instante.

—Te gusta avergonzarme —se queja, con ese precioso tono en las mejillas.

—Te gusta ofenderme —me quejo, con una mueca de incredulidad—. Estás cuestionando mis habilidades sexuales y eso solo me obliga a demostrarte lo equivocada que estás.

Abre la boca para responder, pero se detiene cuando la inoportuna rubia entra a la habitación llevando la bandeja de los platos. Nos observa con su mirada desconfiada y deja las cosas en la mesa.

—¿Necesitan algo más?

Un trago.

—No Gail, muchas gracias.

Estamos quedamos solos de nuevo y me siento muy extraño, nunca tomé el desayuno con una clienta. No me quedé lo suficiente para que supieran más que mi nombre.

—¿Sabes qué deberías intentar? —sugiero para romper el silencio— Un baño en la tina, eso debería relajar tus músculos antes de... Ya sabes, la próxima vez.

—Dios —se cubre el rostro con las manos—. Te divierte tanto esto, ¿Cierto?

Si.

—Me encanta.

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