Capítulo 25: Más que amigos

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   Benjamín nunca había visto a Ricardo ser tan directo, no hallaba qué hacer. En un ataque de nervios empezó a pedir disculpas como solo él sabía hacerlo, urgido, y a decir que no había estado muy bien, además de que había sido devorado por las ocupaciones.

Ricardo.

Pero qué pasa?

Benjamín.

Es que... es complicado.

Ricardo, yo solo no quería molestarte con mis cosas.

Por favor, disculpa si ha sido así, te prometo que no era mi intención.

Pero esto no es nada contra tuyo, solo andaba... pues viendo un gimnasio más cerca de la uni, y pues, tampoco es que me vaya a quedar ahí.

   Ricardo comenzaba a ablandarse rápidamente, esa chispa de rabia era remplazada por comprensión, paciencia y curiosidad. 

Ricardo.

Mira lo que me obligaste a hacer.

   De repente, un número desconocido empezó a invadir el Whatsapp de Benjamín:

No nos abandones, Benjaaaaaaaaaa.

   «¿Antonio?», se preguntó Benjamín con un espasmo apoderándose de su cara.

   En los dos días continuos, recibió una avalancha de preguntas y diversos comentarios por parte de Ricardo y Antonio. En ocasiones, Antonio le enviaba una foto del gimnasio diciéndole que se le extrañaba. Ricardo, ahora dedicando más tiempo al gimnasio, lanzaba ataques indirectos, quejándose por la escasez de discípulos obedientes en estos días. También le enviaban un par de invitaciones y en una ocasión le preguntaron si podían ir a su departamento.

   Benjamín volvía a sacar de excusa la universidad, estrujándola, hasta que prefirió silenciar el celular y continuar atento solo a David, quien tristemente no le había dado ninguna respuesta especial cuando le contó que se había cambiado de gimnasio. Benjamín, por supuesto, lo había hecho solo por él, para demostrarle entre líneas que se estaba portando muy bien.

   Pese a todo, seguía muy pendiente de él, especialmente ahora que las vacaciones de invierno ya habían iniciado y quería dedicárselas.

   Pero entonces sucedió algo malo.

   No supo si se había dejado llevar por las ansias, o si había estado malinterpretando absolutamente todas las señales que le entregaba David, ya que, cuando se armó con todo el valor del mundo y lo invitó a entrar a su departamento con la intención de pasar un tiempo inolvidable sin siquiera rozar cama, David retrocedió un paso, y le dijo con una mirada que volvía a perderse en laberintos, secretos y miedos inentendibles:

   —Ah, sí, pero otro día mejor, ¿sí...? ¿Te tinca?

   Benjamín se había imaginado otra escena, una tan romántica que podría inspirarla para un libro, por lo que le costaba de sobremanera procesar lo que escuchaba. David, al notar lo frío que había quedado, sacó de escusas el cansancio y el entrenamiento físico que debía enfrentar mañana a primera hora.

   Arrancado del ahora, justo cuando estuvo por hacerle sentir a David que dudaba de él, la mirada de Benjamín cayó al suelo y una sonrisa torpe desajustó sus labios.

   —Claro, yo entiendo, no te preocupes —dijo con ese tono comprensivo que tanto utilizaba.

   David se despidió de él con una caricia que tuvo sabor a ambigüedad. Así Benjamín se marchó a su cuarto sintiendo que le habían electrocutado el corazón por un momento tan breve e intenso que su cuerpo aún no sabía distinguir el dolor.

   Más no se tardó tanto demasiado en hacerlo.

   El chico se volvió a acorralar en su cuarto, enroscándose arriba de su cama mientras otra crisis lo llevaba a temblar. Su corazón rodaba una vez más hacia campos desolados, como si se hubiera soltado de un gancho que lo mantenía a salvo.

   Volvió a sentirse poca cosa. Volvió a creer que no tenía aquello para atraer a David. Volvió a creer que estaba hecho para una vida de ruinas y que su sufrimiento se debía a una consecuencia de su pecado.

   Al verse tan mal otra vez, cerró los ojos a la fuerza, se tomó un antidepresivo y se obligó a dormir con la convicción de que amanecería con la mente reiniciada.

   Pero no fue así.

   En plena mañana halló falta de aire en cada cuarto del departamento. Halló miedo y hastío por cada mueble y adorno que había colocado con tanto esmero. Halló fatiga. Halló corrosión.

   Se marchó atacado por una inestabilidad que ya era diferente, con su mente retorciéndose a mitad de una opresión demoníaca, bailando.

   «La homosexualidad es un demonio», recordó la voz del pastor de la iglesia a la que le habían obligado a asistir cuando era adolescente. «Más del cuarenta por ciento de los que conforman la comunidad LGBT se intentan suicidar. Y es evidente por qué: porque van contra su cuerpo, contra la palabra, viven engañados por el diablo, con un demonio que causa disforia sexual. Solo Jesús puede liberarlos mientras se arrepientan.»

   «La amargura también es ministrada por un demonio. La depresión».

   Vagó por La Serena sintiendo que su consciencia mal curada pegaba respingos contra su estómago y se unía a este baile de tortura.

   Y, aun estando así, esperaba con ansias un mensaje de David, alguna caricia a través de palabras, algún haz de claridad, pero la invitación al departamento gatilló en él un renuevo de su comportamiento evitativo.

   Benjamín sollozó al no entenderlo, y no le quedó de otra que lidiar contra esta guerra totalmente solo.

   Estuvo un par de días en este estado, mientras Antonio insistía, y Ricardo lo hacía cada vez menos, dejando mensajes que sonaban sinceros aunque conclusivos.

   Bueno, Benja, vuelvo a decir que respeto tus decisiones, sabes que siempre lo hago. Es solo que sí te considero un amigo, y me interesa que estés bien.

   Cualquier cosa, aquí estamos.

   Ya era casi de noche cuando el corazón de Benjamín se volcó en un cambio de decisión, tan hambriento como un vagabundo que llevaba días enteros sin probar bocado.

Benjamín.

Hola, Ricardo...

   Por suerte, Ricardo no tardó demasiado en contestar:

¿Cómo estamos?

Benjamín.

Disculpa todas las molestias.

Solo...

Ricardo.

Solo...?

Benjamín.

Solo quería decirte que también te considero un amigo.

Aunque si debido a todas estas cosas ya no quieres serlo, lo voy a comprender.

Se consideró estúpido al enviar esos últimos mensajes, pero de igual modo le alivió hacerlo.

Ricardo.

Pero por qué dices esto? Oye, Benja, si es más que obvio que te sigo considerando igual po.

   Hubo silencio. Ambos miraban sus celulares sin saber qué decir, fue Ricardo quien habló:

Pero cómo están las cosas? Todo bien, o pasa algo?

   A Benjamín se le aguaron los ojos, y escribió al fin:

La verdad no...

   Hubo un movimiento casi colosal entre sus emociones al confesar algo más real.

   Ricardo lamentó su estado y empezó a preguntar a qué se debía todo, pero como Benjamín no daba respuestas claras, le sugirió ir a su departamento para que charlaran.

No quiero molestar más, Ricardo.

Y porque por otro lado tampoco es para tanto... y no quiero darte problemas a ti o a tu novia.

Ricardo.

Puta la wea, deja de decir que molestas, por favor. 😫

Benjamín.

Sry ._.

Ricardo.

Además, mi polola anda desde ayer con sus viejos. Tampoco es que pueda estar conmigo las 24 horas.

Voy a tu depa.

   Asustado, le dijo a Ricardo que no quería reunirse con él en el departamento, y se defendió con todo tipo de escusas —como una supuesta suciedad entre los muebles— para convencerlo. Lamentablemente no había muchas más opciones donde reunirse. Aunque tal problema tampoco le afectó demasiado; más bien se tomó de él para anular la reunión, hasta que Ricardo le dijo que saldrían a comer a algún lado.

   En otro tiempo, Benjamín hubiera saltado de felicidad y se hubiese vestido con su mejor traje, pero ahora solo tomó algo relativamente simple y abrigado, y se marchó de su hogar con el corazón adolorido y hecho una masa encogida.

   Sin embargo, por encima de todo, encontrarse con Ricardo después de tanto tiempo se comparó con una ráfaga de la luz amenazando una larga temporada de invierno, desenterrando la belleza de las montañas que estuvieron aplastadas bajo la nieve. Así funcionaba la esencia de Ricardo, con su sonrisa y equilibrio envidiables apagaba las ascuas y reducía las oscuridades.

   Aun así, Benjamín actuó muy cohibido y, con sus ojos gachos, también demostraba culpabilidad.

   Habían escogido una pizzería en la calle Balmaceda solo porque no había muchas más opciones, ya que gracias a la pandemia del covid las personas se habían mal acostumbrados a cerrar todo demasiado temprano. No era el mejor sitio para sacarle revelaciones a Benjamín y la incomodidad de Ricardo se hacía evidente gracias una televisión colgada en una esquina trasmitiendo las noticias a todo volumen. Por otra parte, un viento gélido se escabullía por los contornos de la puerta principal.

   Finalmente, optó por recibir la pizza, devolverla a su caja y regresar con Benjamín a su camioneta RAM 1500.

   Dentro de ella, se conmovió una segunda vez al ver a Benjamín amurrado en el asiento de copiloto mientras observaba los elegantes interiores con un destello prófugo de profunda admiración, como si sus manos jamás hubiesen osado tocar una obra tan majestuosa y bien aromatizada.

   —Pero ¿adónde iremos? ¿Y qué harás con la pizza? —preguntó abrazándose a sí mismo.

   —Vayamos a comer a la Avenida del mar.

   Benjamín puso peros al imaginarse yendo al lugar más lujoso de La Serena, la calle que daba hacia la playa, donde los mejores hoteles, restaurantes, casinos y departamentos se reunían en una fila de excentricidades. Sin embargo, era uno de los pocos lugares que respetaban los horarios nocturnos y Ricardo deseaba algo bien hecho.

   —¿Y me dirás al fin por qué ya no nos querías ver ni en bajada? —Ricardo jugueteó un poco, buscando otra forma de abrir el corazón de su amigo—. Antonio no te ha estado molestando mucho con lo de su manga, ¿o sí?

   —No...

   Al notar la respuesta cerrada de Benjamín, suspiró con el rostro escondido en dirección opuesta.

   Después de varios minutos entraron en un restaurante cuyas paredes yacían acariciadas por un blanco pastel, y el interior arropado por la calidez de unas fogatas. Una melodía relajante fluía de parlantes yuxtapuestos a fuentes de agua y flores silvestres.

   Ya en la mesa, Benjamín era incapaz de levantar el rostro. Demostraba, de una forma inentendible, estar conociendo a Ricardo por primera vez.

   Sacarle palabras fue una tarea imposible aún imposible, pero Ricardo comprobó algo esa noche: su compañero cedía ante las palabras cordiales, especialmente cuando se dirigía hacia él usando el «usted» en un tono caballeresco y afectuoso.

   —Anda, ya, dígame qué pasa po.

   Una sonrisa se fugaba desde los labios del menor mientras el corazón se le apretaba de mil maneras. Fue entonces que se abrió, pero de todos modos no le dio el gusto a Ricardo y le dijo que aún no explicaría qué lo llevó a cobrar distancia. Lo haría, quizás, después.

   —¿Sabes, cabrito?, estoy concluyendo que lo tuyo es más bien rebeldía —concluyó Ricardo.

   Ignoró a Ricardo para llevarse un bocado de salmón a la boca. El mayor miró con atención, y por qué no admitirlo, con un cariño más renovado que antes, porque era... extrañamente agradable ver su compita comiendo con esos modales tímidos y refinados, titulados por esa esencia que aún estaba lejos de encontrar nombre.

   Lo consintió comprándole postres y hasta provocó en él una risita casi insonora al colocar cara de tonto después de que fingió hallar la comida demasiado salada.

   Al terminar la merienda, Benjamín se halló acorralado ante lo que Ricardo buscaba saber, por lo que tuvo que empezar a decir:

   —Es que... me han pasado hartas cosas en general.

   Y hasta allí llegó su confesión. No servía de nada, pero Ricardo notó sus deseos comprimidos de llorar y desahogarse un río sin fin. No hallaba qué hacer con él, por lo que al cabo de un rato tiró al borde una barrera y le dijo:

   —Venga, salgamos a caminar un rato.

   —Pero...

   —Ven no más, cabro. De paso bajamos la comida. Mira que no es tan bueno comer de noche.

   Para Benjamín fue absolutamente irreal verse con Ricardo caminando a unos metros de la playa, con la brisa salina relajando el olfato y la arena seduciendo el cuerpo con una invitación a la infinita belleza del mar. Allí estaban ambos, avanzando por un paisaje que en otro tiempo hubiese aflorado de una mente fantasiosa.

   Hablaron de diversas cosas: la universidad de Benjamín, los exámenes que estuvieron más complejos de lo normal, proyectos a futuro con el dibujo y su intención de ayudar a la abuela en caso de que lo necesitara. Todos eran temas para eludir el principal.

   Pero fue allí, en un momento de vulnerabilidad, bendecidos por la luz nocturna que ayudaba a abrir sus almas, que Ricardo comentó de corazón:

   —Sabes que tienes mi apoyo, ¿no?

   Fue un estruendo emocional que Benjamín no pudo resistir, un golpe de humanidad que despedazó una coraza. Las lágrimas cayeron contra su voluntad y, con una insistencia más por parte de Ricardo, comenzó a confesar al fin algunas verdades mientras se escuchaba igual que un peque que enredaba palabras:

   —Todavía... me da vergüenza ha-haber tenido una crisis en la casa de José...

   —Pero Benja... —dijo con paciencia.

   —Sí, yo... sé que me dijiste que no pasa nada, y sé que canso un poco con esto... pero me da mucha vergüenza. Es que fue horrible, sé que arruiné todo, sé que incomodé mucho a José. Es que su cara... su reacción... ¡De verdad lo siento! —expresó mientras sus manos acelerados buscaban limpiar el fluir de las lágrimas—. Y no quería, yo no quiero que piensen algo malo, feo, que quise arruinar las cosas o, no sé, llamar la atención de esa forma.

   »Y no quiero que anden pendientes, preocupados. Tú, Antonio, Gonzalo, no tienen por qué hacerlo. Ustedes están bien, viven sanos, o sea muy tranquilos. Yo aquí soy el del problema, y es que no tengo por qué andar molestando a otros con esas cosas.

   Benjamín halló en el bolsillo un pedacito de trapo que llevaba en caso de necesitar limpiarse el sutil maquillaje que se colocaba. Desesperadamente se sonaba con él, con su pecho que subía y bajaba, buscando la forma de retenerse.

   —A ver, Benja, en primer lugar, nadie anda pensando nada malo de ti —empezó Ricardo.

   El menor sonrió de manera fugaz y amargada.

   —Pero es que es normal, y yo... vi, o sea, sentí esa incomodad, porque eso es algo que se siente de algún modo. Y la gente habla de una u otra forma, Ricardo —añadió seguro de lo que hablaba—. Tampoco digo que tú o tus amigos sean malos, pero es que una situación así siempre se comenta. Por favor, no me digas que no —rogó.

   Ricardo se halló en un ligero aprieto que lo llevó a sobarse una oreja, pero se reincorporó:

   —Pucha... a ver, bueno sí, tienes razón, algo así siempre se habla, pero no han dicho nada malo; al contrario, han sido súper comprensivos. Tú mismo lo viste, viste cómo Antonio quiso ir a tu depa y Gonzalo lo acompañó por decisión propia.

   —Pero José... y Car... —musitó, y al instante se arrepintió por haber hablado, ya que creyó estar acusando. Un fuego quemaba de su pecho como si su carne estuviera expuesta ante el mismo sol.

   —Lo que pasa es que José es más seriote, y uff, Carlos muchísimo más —se aceleró en explicar, urgido por buscar las formas de corregir esto—. A ver, a simple vista son personas que pueden parecer menos... ¿emocionales?, pero los conozco perfectamente y son tan humanos como cualquiera. Es solo que a ellos hay que explicarles un pelín más las cosas, porque a ver, todos somos distinto y nos expresamos distinto.

   Benjamín indicó su bajo convencimiento al no responder, y sus lágrimas el dolor que aún no era aliviado. Ricardo decidió ser repentinamente más claro.

   —Benja, a ver, dijiste algo que me llamó la atención, que nosotros somos «más sanos» —dijo mirando con atención mientras sus ojos contenían un vivo lenguaje de conocimientos y humanidad—. Tal vez sí nos cuidamos de muchas cosas, pero eso no significa que tengamos vida... ideales, o perfectas.

   »¿Sabes una cosa? Todos hemos pasado por situaciones aquí —expuso con un ademán—. ¿Sabías, por ejemplo, que Antonio ni siquiera conoce a su padre?

   Benjamín observó de soslayo. De pronto, una melancolía pintó el rostro de Ricardo.

   —Su papá fue el típico weón sinvergüenza que no se conformaba con una sola mujer y fue desparramando hijos por todos lados, mientras llenaba de mentiras a su pareja —relató con confianza y una sombra de pesar posándose sobre su él—. Ya te digo yo que Antonio tiene muchos medios hermanos por ahí que ni siquiera conoce. Su padre, además, era muy interesado en la plata. Llenó con deudas a la mamá de Antonio y se largó dejándola embarazada y sin lugar donde vivir. Esa mujer sufrió demasiado —lamentó—. Luchó por cuidar de Antonio hasta pidiendo limosnas en la calle. ¿No te imaginai cómo se siente eso, rebajarse así? Y bueno, lo peor llegó cuando, ya varios años después, falleció gracias a un cáncer fulminante a los pulmones por fumar demasiado, una forma que tenía de superar el dolor que arrastraba. Antonio tenía diecisiete años.

   »Yo te lo juro, Benja.. —A Ricardo se le volcó el alma de forma instantánea, lo que aguó sus ojos, un espejo de un tormento revivido—. Antonio lloró como un bebito desgarrado al que habían tirado a la basura cuando perdió a su viejita. ¿Tú crees que nosotros no vimos eso? Para más remate los servicios sociales contactaron a su viejo para ver si podía hacerse cargo de él, y el tipo solo apareció para ver si podía conseguir algo, y se volvió a largar. Antonio, aunque decía odiar a ese miserable, igual se afectó mucho porque se había ilusionado por conocerlo.

   »Al final, después de varias cosas y muchísimo, pero muchísimo apoyo, Antonio se quedó viviendo con su abuela; empezó a ejercitarse como una forma de oponerse a los malos vicios y se fue recuperando de a poco, pero yo creo que nunca lo ha hecho del todo, por algo se mete en esa cuestión del anime, porque en el fondo anhela desesperadamente tener otro tipo de vida.

   Benjamín miraba muy anonadado, con el corazón convertido en el contenedor de un aguacero, pero un aguacero que se había pausado, a la espera de más relatos.

   Ricardo suspiró hondo mientras el aire playero lo acompañaba a él y a Benjamín con una melodía cargada de profundidad indecible.

   —Gonzalo igual ha vivido sus cuestiones: tiene un viejo narcisista que lo mira como si fuera un producto, o algo así, mientras da todo únicamente por sus hijas. Las hermanas de Gonzalo siempre han estado por encima de él y le han hecho pasar por cada, pero cada cosa. Lo que pasa es que el Gonzalo nació de una infidelidad entre su mamá y otro tipo, pero ¿qué culpa tiene él de eso? Tú no sabes aún, pero antes este compadre era como un fantasma, alguien sin presencia, siempre amurrado en un rincón, siempre necesitando de otra persona para atreverse a hablar.

   »¿Sabes? Por eso le hizo increíblemente bien conocer a Antonio. Y es que mira, aquí entre nos, te confieso que el Antonio tiene algo bien especial, y es que sueña demasiado, y le hace sentir a todos que nacieron para ser algo muy importante en la vida, muy importante. Les da valor a las personas y a Gonzalo le hacía falta un aporte así, aunque no lo reconozca.

   Ricardo se detuvo al pensar que se estaba alargando demasiado y que podía estar aburriendo a su compañero. No se daba cuenta de que no era así.

   —¿A qué quiero llegar con todo esto, Benja? A que, pucha, todas las personas somos un mundo, y cada una tiene sus cosas. Tener una vida saludable no hace excelso a nadie de sufrir situaciones.

   »No eres el único que ha llorado o se ha quebrado. Te juro que Antonio ha llorado mucho más que tú y delante de todos. Porque todos tenemos nuestros momentos en la vida, buenos y malos. Y sí, quizás pillaste a varios desprevenidos, incluyéndome, pero ¿qué tiene de malo eso? Las cosas se arreglan, se hablan, se comprenden y se sigue adelante. Así que no andamos diciendo cosas malas. Y es que mis compas podrán ser pendejos en algunas cosas, y lo admito, pero son humanos. ¿Por qué crees que los considero familia por encima de cualquier cosa?

   Ricardo se compadeció otro poco más al ver el rostro de Benjamín siendo más niño que nunca, como si escuchara la historia que más le estaba haciendo pensar en la vida.

   —Por último, tampoco se trata de afectarnos por cosas que los demás «posiblemente» estén diciendo, o terminamos formando una tormentita en la cabeza que solo nos desgasta.

   »Pero ojo, que no lo digo de mala forma, Benja, es solo un pensamiento que tengo para vivir en general. ¿Sí entiende? —preguntó con cariño—. Y es que mira, llegado el caso de que anden hablando de ti, yo mismo les diría un par de cosas y educadamente llegaríamos a un acuerdo. ¡Y listo! Porque es obvio po, Benja, soy tu amigo y no tengo por qué permitir que te anden pelando.

   Los ojos de Benjamín contenían un silencioso concierto de resplandores.

   —Solo te pido algo: dale una oportunidad a los cabros de demostrarte que sí son buena gente. ¿Está bien? —inquirió Ricardo—. Yapo, respóndame.

   —Sí —murmuró Benjamín de una forma increíblemente tierna, similar a un gatito que ahoga su primer maullido. Ricardo, por supuesto, sonrió.

   De esta forma continuaron avanzando a lo largo de la noche y la playa, ahora con un Benjamín que se reconstruía. Todo se volvía muchísimo más liviano en él, hasta su cabeza dejaba atrás el dolor que le había oprimido. Se sentía consentido y regaloneado, por lo que a veces sus mejillas cobraban sonrojo como los de alguien desnutrido que recuperaba su color habitual.

   También se elevaba una fragancia en el aire más allá de lo natural, un perfume que solo generaba la unión de almas compatibles que le volvían a dar una oportunidad a su encuentro. Cada paso que daban dejaba una huella en un camino que solo era de ambos, marcando un recuerdo personal, una vía en los circuitos insólitos de la vida.

   Benjamín, a pesar de que sabía que aquí solo había amistad, no tuvo queja alguna. Junto a Ricardo volvían a hablar con la fluidez que solo ellos compartían, así, en esta ocasión, Benjamín actuara más torpe y sensible de lo normal. Charlaban especialmente de Antonio y Gonzalo mientras un cariño inesperado nacía hacia ellos. Luego, Ricardo habló sobre sus talentos en la música.

   —No me lo aclaró nunca, ¿tú sí cantas?

   El menor se escondió un poco detrás de una sonrisa ligeramente travieso, con los ojos enrojecidos.

   —Dígame po —insistió Ricardo con una ceja alzada al notar que el chico pretendía torturarlo un poco.

   —Sí...

   —Oh...

   Expuso preguntas que Benjamín no esperaba. ¿Desde cuándo cantaba? ¿Y cómo se sentía? Lo último era algo que nadie le había preguntado.

   —Se siente... ¿muy bien?

   Ricardo se quedó a la espera de algo más.

  —Es como... desahogar el alma, algo así... dejarla ir en una corriente que solo tú manejas—se atrevió a decir con timidez y miedo ante una posible burla de Ricardo, pero este solo dijo: «Ohh...»

  Luego, dijo sin más: 

   —¿Y?

   —¿Y qué cosa?  

   —¿Y cuándo me vas a cantar?

   Benjamín se volvió a sonrojar e indicó que nunca, o tal vez algún día.

   —Cabrito no más —se quejó el mayor.

   Cuando fue la hora de regresar al departamento, Benjamín observó a los ojos de Ricardo, dejándose llevar hacia ese universo luminoso y, aunque aún había mucho por llorar, agradeció y pidió disculpas por todo.

   —No me gusta que pidas tantas disculpas, pero dale, está bien, esta vez te las acepto —dijo con dulzura—. Y bueno, de nada, Benjita, para eso estamos. —Y procedió a sacudirle el cabello con suavidad.

   Benjamín le devolvió una expresión tan encantadora, con las mejillas más hinchadas y vivas, que le estaban naciendo unos deseos de apretárselas.

   —Gracias, Ricardo.

   Procedió, en cambio, a ordenarle un mechón que había caído en su frente en un acto de caricia tan real que bañó la piel de Benjamín con electricidad.

   —Bueno, chaito, Benja. Tómate algo calentito, te vas a la cama y duermes harto, ¿sí?

   Ya en su cama, Benjamín se revolvió en una lucha contra una pequeña pero filosa duda que quería revivir, aquella que le decía que quizás, solo quizás, Ricardo no era cien por ciento heterosexual. Sin embargo, si antes fue capaz de aplacarla, ahora le sobraban las herramientas para asesinarle.

Y cómo te fue??? Lo recuperamos o no??

   Ricardo leyó unos mensajes que Antonio le había mandado hacía un par de horas. Con un orgullo delineando sus labios, respondió:

Sí, ya, misión cumplida. Ahora para con el webeo un rato.

   Antonio respondió casi al instante:

Buena weoooon sabía que podía confiar en ti Ricky qlo!!

Veí que sirve de algo que brilí tanto Ricky qlo cochino??

Tenemos artista de vuelta conshatumare!!

Hasta el José estará contento

   En otras circunstancias, Ricardo le hubiese regañado por su espantosa manera de escribir, pero ahora solo recibió sus palabras y se gozó del logro.

   A pesar de todo, David tampoco mantenía un nivel de distancia tan desagradable como el de antes. Decía estar entrenando, pero enviaba alguna foto sonriendo en el gimnasio, así Benjamín jamás le exigiera pruebas de nada. Sin embargo, no ofrecía nada más, como alguna cita para disfrutar lo que quedaba de vacaciones. También sacaba alguna excusa para no tenerlas.

   Ocurría, por otro lado, que Ricardo y los demás invitaban a Benjamín a salir, animados, ya que siempre disfrutaban los días libres en su totalidad y no querían dejar de hacerlo. Esto colocaba al chico artista en una situación bastante delicada, ya que no hallaba excusas muy válidas para rechazarlos, además, se ponía nervioso al saber que estaría al lado de Nayadeth. Percibía que quería analizar algo de él.

Me invitó a su departamento.

   David hablaba con alguien misterioso a través de mensajes de texto. Yacía boca arriba sobre su cama, con el semblante marcado por la fatiga y una expresión de amargura que parecía haberse tallado desde lo más profundo de su ser. Sus ojos vidriosos reflejaban el peso de una travesía por los campos de luchas contra los más necios adversarios, atravesado los páramos del desaliento y sorteado los pantanos de angustia sin resolución.

Por fin me respondes, Davicito!

Te invitó al depa, en serio???

Sí...

Huy, qué harás entonces?

Por qué crees que te hablo?

Ay perdón...

Pucha nose mi turrón duro.

Opino numas que si te ha salido serio, de casita, bien portado y todo eso es para que minimo sigas viendo si es así, o no?? Hasta ahora solo te ha dado buenas señales el chicolín

Y ps es difícil que te haga algo malo ahí en su depa, pregúntate que malo puede pasar y a lo mejorsh verás todo vacío, osea ni una respuesta negativa.

Que mas te puedo decir mis chiqui duro? Que tienes que darte la oportunidad de ser feliz otra vez. Davicito tú te lo mereces.

Por favor, lo hemos hablado muchas veces, no dejes que tu miedo te haga más daño. Tú pegas más fuerte!

   David apartó el celular y se hizo a un lado, enroscándose sobre las frazadas, sumergiéndose en un proceso de horas, donde su consciencia iba y venía en un sueño remoto. Era un reacomodo, la búsqueda de una llave perdida en los confines de su interior para buscar la libertad de sí mismo. Finalmente partió al baño, observó su buena salud en un espejo, su mandíbula delineada, su cuerpo fino y trabajado, y halló el último golpe de ánimo que necesitaba para seguir reviviendo.

   Sonrió, y hasta se halló un poco tonto por sus tonterías. Además, volvía a darse cuenta de que su chico le había dado una oportunidad que en su momento deseó con amplitud.

   Fue de este modo que llamó a Benjamín para preguntarle si deseaba reunirse con él. El chico, lejos de castigarlo por su complicada actitud, aceptó con un subidón de alegría:

   —¡Sí, por supuesto que sí! ¿Adónde quieres ir?

   Concordaron en ir a comer a algún lugar, y una vez terminada la comida, pensarían qué hacer después. Entonces David se preparó con rapidez, como solía hacer siempre, salvo que en esta vez decidió salir a comprar un par de cosas... en caso de terminar en el departamento de Benjamín. Sabía que la posibilidad de un encuentro sexual era muy baja, aunque al mismo tiempo alta, lo cual era muy inusual. Su cuerpo sí lo deseaba, pero su corazón y mente no tanto. De todas formas, quería estar preparado, porque quizás en ese momento las luchas se dejarían harían a un lado y todo fluiría.

   Sin embargo, ocurrió algo sumamente extraño, Benjamín lo llamó cerca de la hora indicada para atrasar un poquito la cita y reunirse con él más en la noche, ya que se le presentó un inconveniente que no hallaba cómo explicar. ¿Sería familiar? ¿Sería personal?

   David, quien estuvo cerca de alcanzar el departamento de Benjamín, dio media vuelta para regresar a su casa, pero fue ahí que algo se removió sobre su elaborado sexto sentido, un cosquilleo, un presentimiento agudo que le instaba continuar hacia el departamento. Fue así que retomó su caminata e incluso aceleró el paso. Al llegar a la zona, esperó a una distancia considerable y escondido entre árboles, con el anhelo de permanecer o retirarse, hasta que apareció una camioneta azul RAM, y Ricardo, junto a un tipo de gorro, se bajaron.

   Benjamín no tardó en asomar a ellos desde el condominio, visiblemente nervioso.

   —¡Wena po, Benja! ­—saludó el tal Antonio.

   Ricardo, por su parte, suspiró seco y con los brazos cruzados.

   —Muchos peros, cabrito. ¿Cómo es la cosa? —Así haya intentado sonar duro, en el fondo se escuchó muy blando.

   —Perdón... —dijo Benjamín amurrado mientras sostenía una chaqueta y un bolso negro entre las manos—. Es que... me preocupa mi abuelito, lo sabes, y mi abuela se está llevando mucho peso.

   —Pero ¿no dijiste que la enfermera estaba trabajando hoy?

   —¡Sí! —lanzó asustado—. Es que, o sea, no hace las cosas mu-muy bien.

   David continuó presenciando una película que se grababa perpetuamente en él. Entendió, con unos cuantos diálogos más, que Benjamín había sacado de excusa una... ¿enfermedad de su abuelo?, para que el encuentro que tendría con Ricardo y el otro tipo no se alargara demasiado. Ricardo, aunque decía comprender, insistía con ayuda de Antonio en que todo saldría bien y que ante cualquier inconveniente lo dejarían en la puerta de la casa de su abuelo.

   Lo primero que reinó sobre David fue... desconcierto.

   Benjamín, cuando estuvo a punto de subirse a la camioneta, se demostró arrepentido una vez más, pero los chicos le volvieron a dar ánimos.

   —Yapo, cabrito, súbase no más —dijo Ricardo. A David pareció caerle un pedazo de cemento en el estómago al escuchar su tono intercalando entre el regaño y un afecto que rozaba muy, muy sutilmente lo coqueto.

   Cuando los chicos se marcharon en esa camioneta, una clavada de decepción y vacío se apoderó de David. ¿Lo habían remplazado?

   Era una sopa de sensaciones, una sopa que contenía tantos ingredientes mezclados que era imposible definir en qué resultaría. David pensó en abandonar todo nuevamente, pensó en cuestionar, pensó en acorralar a Benjamín en una situación de prueba para saber si mentía o no; pensó en tantas opciones, pero solo un deseo se hizo finalmente claro, un fuego que tenía el rostro de Ricardo.

   Se imaginó atacándolo, ya que, después de todo, Benjamín lució muy reticente mientras él no paraba de insistir, como si él y solo él hubiese siempre el persecutor aquí.

   ¿Debía golpearlo?

   Al fin y al cabo, era muy difícil encontrar a alguien como Benjamín, alguien que le tuviese tanta paciencia. Y tanto proceso doloroso no podía ser desperdiciado por un tipejo que conseguía cualquier cosa con solo sonreír y mostrar los músculos.

   Dos puñetes suyos bastaban para dejar a cualquiera en el suelo.


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