Capítulo 10

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La oficial Eminda salió del Departamento de Policía y se dirigió solitaria al bar-restaurante que frecuentaba con sus compañeros de trabajo. Estaba a pocas cuadras...

—Buenas noches, Hazar.

—Buenas noches, oficial Eminda. ¿Lo mismo de siempre?

—Si pudieras revolverle algún vomitivo que me despierte el cerebro te estaría agradecida. Hay escasez de ideas.

—No creo que exista, oficial.

—Si. También lo creo. Sírveme un wiski para pelear con los espasmos musculares.

—¿Un día pesado?

—Cuando no. Desde que los hurtos evolucionaron en esta ciudad todos los días son iguales.

—¿Habla de la desaparición de los fetos, oficial?

—La noticia de moda. Hoy en la mañana recibimos la denuncia del cuarto hurto. Si continúa esa ráfaga de llamadas se van a quemar las líneas telefónicas. No basta con la comunidad llamando para pedir soluciones; la lista creció de la noche a la mañana: políticos de turno; jueces de la república; magnates de la industria; empleados de la casa blanca, del pentágono, de la NASA; militares, la misma policía, la marina, los medios de comunicación y hasta de parte del señor presidente de los Estados Unidos. Todos los que tienen una hija, familiar o amiga embarazada llaman a exigir soluciones, y como van las cosas, no falta sino que los delincuentes también nos contacten para auxiliarlos.

Tomó un sorbo de wiski luego de agitarlo en el vaso.

»De pronto, a todos se les ocurrió que en el Departamento de Policía de Nueva York, teníamos el antídoto para el robo de fetos con todo y vientres, listo para ser comercializado.

—Veré si consigo el vomitivo —dijo Hazar con gesto irónico.

La oficial Eminda deleitaba la copa en su tiempo de descanso, cuando el noticiero en la tele le recordó que no había espacio ni momento para el ocio. Un demonio andaba suelto.

—Un nuevo suceso sobre la desaparición de un feto de un vientre sano ocurrió hace menos de una hora en Maryland, la ciudad natal del arzobispo Zardoli asesinado recientemente en la ciudad de Nueva York. El hecho fue dado a conocer por los vecinos de la joven mujer de veintidós años conocida como Leandra Mazos, de origen latino, quienes avisaron a la policía para informarlos del extraño acontecimiento. Fotografías de la mujer que revelaban un embarazo de ocho meses y una semana, y otras con el vientre plano con tres horas de diferencia sin haber padecido ningún procedimiento de parto, fueron enviadas por su compañero conyugal. Dijo ser testigo de la des hinchazón del vientre como quien desinfla una pelota plástica. Aconteció mientras reposaban en el dormitorio.

»En medio de la conmoción, la mujer intentó suicidarse lanzándose al vacío desde el tercer piso de su residencia. —La oficial Eminda susurró entre dientes: «mierda»—. Contó con la suerte que la lona en el primer piso de una panadería amortiguara la caída, aunque su estado es delicado y reservado. Éste sería el quinto caso en menos de cinco días y se rumora que podrá incrementar la cifra. ¿Qué tanto? Es lo que se desconoce. Lo cierto es, que el primer caso ocurrido fue desechado en el acto por el Departamento de Policía de la ciudad de Nueva York al considerarlo una invención de parte de la víctima. En este nuevo caso, el sacerdote de la iglesia a la que acudía la mujer cada domingo, se pronunció con los periodistas luego de enterarse cuando visitaban la casa de Leandra.

«La conozco hace más de un año. Habita en esta misma cuadra y fui testigo de su embarazo hasta el día de ayer que la atendí en el sacramento de la confesión. En mi opinión, no creo que para este asunto sirvan las balas. La investigación debería tener otra orientación distinta, cuando la iglesia y el bien, tienen enemigos acérrimos que practican el mal en sus más nefastas manifestaciones. Tal vez haga falta un arma celestial. Y esa es la fe».

Eso fue todo. Más que suficiente cuando Eminda no le hizo buena cara a la noticia con tantos detalles que no iban al caso.

—Creo que vas a tener que darme otra dosis de lo mismo —insinuó la oficial de policía.

El celular sonó.

—Imagino que llamas para enterarme —dijo—. Acabo de darme cuenta. Es una fatal noticia pero espero que éste nuevo suceso pueda darnos algún indicio. Por lo que percibo, ya no habrá vacaciones en el departamento, y el superintendente andará de mal genio con demasiadas presiones en su cabeza... Nos veremos luego, Frank. Gracias.

—¿Están seguros que estaba embarazada? —preguntó Hazar.

—Viste lo mismo que yo... las fotos de la mujer tomadas casi que al mismo tiempo... antes y después del embarazo. No creo que sea un invento de su compañero y del sacerdote. Además, es el quinto caso de ocurrencia. Cualquier duda la medicina se encargará de comprobarlo. Igual que ocurrió con Légore.

—¿Qué crees que sucede con los fetos?

—No lo sé. Y no preguntes más tonterías que este asunto me ha hecho recapacitar sobre mi fe. En cuanto más intento hallar una explicación lógica, me doy cuenta que somos completamente ignorantes. Estoy de acuerdo con el sacerdote. No creo que para este asunto sirvan las balas, amigo.

Sorbió el último trago dispuesta para salir del bar cuando recibió otra llamada de Frank.

—Te gustará saber que conseguí el número telefónico de Xavier, el esposo de Leandra —dijo.

—Imagino que tus contactos de Maryland.

—Si la casa no nos olvida, no hay que olvidar la casa.

—Eso es cierto.

—Y adivina qué.

—No estoy para más adivinanzas, Frank. Tengo la cabeza a punto de explotar. ¿Qué tienes?

—Su hermana vive acá, en Nueva York. Leandra la visitó hace una semana. Nos espera ahora mismo en su casa. Mañana saldrá de viaje.

—Esa sí es una buena noticia. Pasa por el bar. Comeré algunas papas fritas para el aliento mientras llegas.

—Por cierto... se llama Nazavia.

—Esa es parte de tu tarea: memorizar los nombres.

Frank no le hizo buena cara al comentario.

Luego de pasar por el bar, se dirigieron a su casa ubicada en el área metropolitana de la ciudad en el condado de Nassau. La modesta casa los recibió con un aire colonial reinando en su fachada, y la exuberante fragancia de un jardín medicinal y colorido que demandaba cuidados como un eterno neonato. La señora Nazavia abrió la puerta luego del llamado a través del timbre.

—Buenas noches. Soy la oficial Eminda. Y mi compañero es el oficial Frank del Departamento de Policía de Nueva York.

—Sí. Ya he sabido de ustedes. Los esperaba ahora mismo porque estaré por fuera de la ciudad un par de semanas. Imagino que por el tema de moda no es bueno perder tiempo. Pasen.

Era joven, pero las facciones del rostro hablaban de algunas inclemencias en los años pasados que le hicieron olvidar el ritual de la felicidad.

Debió extraviar la fórmula matemática de la reacción biológica atribuida a la risa y se vio obligada a disfrutar de la amargura. Era evidente el desfase de una década por la frialdad emocional y el estilo de vestir: clásico y aseñorado.

Se dirigieron a la sala de estar. La señora del servicio se hizo presente con tres cafés como si hubieran estado dispuestos en el árbol de los tintos para ser desgajados con la mirada. Por poco y llegan antes que ellos.

Beberían el café durante la conversación.

—Señora Nazavia, podría contarnos sobre su hermana. Tal vez, haya algo que nos ayude a resolver las cinco desapariciones de los fetos de sus vientres... La mayor información que tenemos es de Légore. Ella es...

—Sé quién es —precisó.

—Si logramos avanzar en la investigación... es probable que podamos evitar que el drama evolucione —señaló Eminda.

—Si no es que aparecen nuevos casos —dijo la mujer poco convencida de la efectividad de la justicia.

—El Departamento de Policía está trabajando para que esto no se convierta en una epidemia —agregó Frank.

—Vino a visitarme hace dos semanas —inició—. Me informó que las cosas iban bien últimamente con Xavier. Su cónyuge. Se casaron hace dos años después de que derrocharon la miel en el noviazgo. Ahora viven entre alegrías y desencantos.

—Creo que fue el que nos dio su número de teléfono —dijo Frank.

—Si. Llamó para informarme... Mi hermana estaba demasiado ilusionada con el bebé. Como toda mujer con sus hijos, pensaba que su llegada sería una bendición para aplacar las desdichas del matrimonio. Sí que es complejo vivir. Cuando crees que todo estará solucionado, es cuando menos se puede confiar.

Parecía hablar de ella.

—¿Por qué vino a visitarla en su avanzado estado, y sola? —preguntó Eminda orientando la conversación al objetivo de la visita.

—Xavier estaría dos semanas por fuera de la ciudad. Es por su nuevo empleo. Quise ir a acompañarla, pero ella fue la del antojo. Y cuando algo se le ocurre a mi hermana menor, por lo general pasa como lo desea.

—¿Hubo algo fuera de lo normal durante su estadía?

—¿Cómo qué?

—La verdad... no se me ocurre más que la pregunta —dijo la oficial Eminda.

—Me acompañó a misa —respondió—. Es bastante disciplinada con su vida espiritual. Regresamos a casa para el desayuno, y luego fuimos de compras para el bebé. Al siguiente día me acompañó al supermercado. Fue en la mañana. Después de las compras se antojó de una ensalada de frutas. Fuimos a un portal que queda cerca. Otro día se nos ocurrió ir al cine para llorar con una película de drama. Y al siguiente... no pude acompañarla porque tenía un compromiso en el colegio donde estudia Duany —mi hijo—. Supe que aquel día tomó un taxi y pasó la tarde en uno de los museos de arte de la ciudad, en una exposición de fotografía.

La oficial Eminda y su compañero Frank se miraron.

Por fin parecía haber algo interesante.

—¿Le mencionó sobre la exposición?, ¿algo específico qué haya compartido con alguien allí?, ¿qué se haya sentido incómoda?

—No habló mucho del tema. Ahora que lo menciono... su efusividad no fue la misma cuando regresó. Y de repente, quería regresar a su casa. Estaría dos días sola antes de que Xavier regresara.

Sorbió del café en un notable estado de inconformismo con la vida que llevaba. Sus gestos hablaban.

—¿Algo más para agregar?

—Intenté comunicarme con ella durante los dos días en que estaría sola sin obtener una respuesta. Estaba preocupada. Al tercer día, cuando estaba dispuesta a viajar me respondió Xavier. Según le manifestó no se sentía bien, pero que no era una situación para preocuparse. Dijo que se encargaría de ella. Lo próximo que supe fue por el noticiero...

Silenció y fijó la mirada sobre una pequeña mesa decorada con imágenes religiosas.

—Ya no sé qué pensar de tanto infortunio. Creo que el demonio anda suelto porque se siente en casa y ha perdido la prudencia de pasar inadvertido. Debe haber una razón poderosa aparte de los males tradicionales que siempre nos han acompañado —fue lo último que dijo.

—En eso estamos de acuerdo —comentó la oficial Eminda antes de despedirse.

Desconocía que la razón poderosa tenía relación con su pérdida de fe. De ida hacia su casa, le asignó las tareas del siguiente día a su compañero.

—Llama a Xavier, Frank. Averigua si la ida al museo coincidió con alguna cita previa, una llamada telefónica, un mensaje de texto o simple coincidencia. Si aún no lo sabe, qué le consulte a su esposa.

Llevaban los rostros alentados y el cerebro inquieto por los resultados, que no les importó el tiempo de más en una larga, doble y sacrificada jornada de trabajo.

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