Capítulo 29

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A regañadientes, el padre Milson debió controlar su emotividad. No estaba muy a gusto cuando se había propuesto instigar duramente al padre Leónidas para medir su resistencia al ácido de sus palabras provocadoras. De estar en lo cierto con sus dudas y el descubrimiento que hizo Eda, no sería complejo ni desacertado vincularlo con su muerte, al primer error manifestado por una de las dos personalidades.

Pero a diferencia del doctor Sié, no contaba con un contrato laboral que lo vinculara con el caso, ni existía un manual de responsabilidades que describiera sus funciones. Ante la ley, no era más que un asesor espiritual o un sacerdote absolviendo pecados con penitencias.

El título de honoris causa como asesor en asuntos paranormales, atribuido por sí mismo con su compromiso, los exorcismos realizados, y una bitácora espiritual de más de treinta años amasando pecados de otros, le daba la posibilidad de inmiscuirse en las exploraciones del doctor Sié, enfocadas en esta línea de investigación. Y fue lo que hizo durante días. El resentimiento por la muerte de su amiga Eda fue la prueba inicial para controlar la ira y evitar que la oficial Eminda prescindiera de su servicio voluntario.

—Analicemos lo que tenemos.

Dijo la oficial Eminda al doctor Sié, el padre Milson y los agentes de la policía que apoyaban en el caso. Estaban reunidos en el Departamento de Policía con la intención de armar parte del rompecabezas, para identificar las piezas claves que hacían falta luego de los avances de los últimos días.

Se paró frente al papelógrafo para hacer las anotaciones:

—Una docena de fetos hurtados de sus vientres —inició el recuento—. Un cuadro fotográfico de un vientre con rasgos del ADN de Légore que desapareció de la exposición, pero que según la fotógrafa, jamás existió. Un fotógrafo desconocido que se hizo pasar por el autor de la exposición. Dos sacerdotes con trastorno de identidad, que por las marcas en sus manos, es probable que tengan pactos con el diablo; «pobre comunidad» —opinó entre dientes—. El asesinato de la señora Eda. El asesinato del arzobispo Zardoli que probablemente no tenga relación con las desapariciones de los fetos. Pero tiene relación con el clero, cuando el clero a la vez está relacionado con Légore, la primera mujer que sufrió la extraña pérdida. También contamos con la opinión de un experto, el doctor Sié, que según su hipótesis, el demonio llegará a la tierra a través de un vientre fotográfico. Aporta a sus investigaciones el entusiasmo del Sherlock Holmes religioso, el padre Milson: un sacerdote emérito con conocimientos innatos en parapsicología que se ha convertido en un dolor de cabeza con sus descubrimientos, pero que ha sido efectivo, y que dice estar de acuerdo con el doctor Sié, al relacionar el feto hurtado de Légore con la llegada del príncipe de las tinieblas... Y que también coincide en que la fotografía es la aerolínea por donde viajará el desgraciado.

Cuando opinaba sobre el padre Milson, éste cuchicheó: «tan sutil y sarcástica como armada y peligrosa. ¿No opina lo mismo, doctor Sié? —él sonrió.

—¡Ah!, olvidaba el parentesco del padre Loenzo con el hijo que esperaba Légore —mencionó como último—. ¿Qué más tenemos? —les preguntó.

—Como están las cosas, creo... —precisó el doctor Sié— que podemos resumir la enorme lista en unas cuantas palabras: fetos con sus vientres, fotógrafos con sus fotografías, y religión con sus adversidades simbolizando el bien y el mal. En esta última clasificación se incluye la concepción religiosa del hijo de Légore, y las muertes del arzobispo Zardoli y la señora Eda.

—Interesante deducción, doctor, ahora debemos hallar una relación que las involucre a todas.

—Creo que la tengo —dijo él mismo—: El padre biológico del hijo de Légore pertenece al clero, y es fotógrafo. Así tendríamos representada la religión con sus adversidades, los fetos con sus vientres y el fotógrafo con sus fotografías. No soy bueno con las matemáticas, pero tengo entendido que el orden de los sumandos no altera el resultado. Y de todo eso la conclusión es simple, ya no tenemos los fetos ni los vientres, el supuesto fotógrafo del museo desapareció al igual que la fotografía, y el fotógrafo Leonzo está oculto en su personalidad. ¿Qué nos queda?

—Religión con sus adversidades —dijo el padre Milson—. El bien y el mal en una batalla espiritual, como ya antes lo había manifestado sin toda la claridad de hoy. El reinado del mal llegará cuando el «bien» se vea amenazado, sometido y contagiado. De esta última selección: "Religión con sus adversidades", la religión representa el bien, y dentro de las adversidades que representan el mal, tenemos dos sacerdotes pecadores; y es probable, que uno de ellos sea el autor de un pecado mortal: "No matarás", y coautor de los menores que estarían en cabeza del otro sacerdote, como es el caso de infringir el celibato.

»Mientras más grande sea el pecado, mayor es la probabilidad de confabulación en una especie de alianza entre el demonio y el eclesiástico al ser sobornado por aquel. Por los aciertos y dudas que tenemos, siendo el padre Loenzo pecador por quebrantar el celibato, y aunque se desconoce el autor de la muerte de Eda, si el padre Leónidas es su homicida, será quien haya hecho méritos para obtener beneficios de esa alianza. Suceso que le daría mayor jerarquía y reconocimiento dentro de las potestades del mal, al convertirse en el canal de comunicación directa para fortalecer el poder malévolo en la tierra.

—¡Qué interesante! —susurró Eminda.

—Una de esas gracias indignas podría ser el poder de la nigromancia para manipular los vientres y preparar la venida del hijo de la bestia —concluyó el padre Milson.

—Aún medito sobre la pesadilla que tuvo, padre Milson, y me pregunto: ¿Quién será el fotógrafo que conversó con Légore en el museo?, ¿acaso, el tercer miembro de la congregación del mal? Tal vez él sea el autor intelectual del hurto de los fetos cuando defendió la obscenidad de la obra sin ser su creador —opinó la oficial Eminda.

—Es probable... —respondió el padre Milson.

—Pero no tenemos más información que lo relacione —agregó ella.

Ya llegaría el momento en que el padre Milson sabría de él.

—Si abreviamos aún más lo que hemos analizado —intervino de nuevo el doctor Sié—, dentro de las adversidades de la religión tendríamos tres palabras que enmarcan lo que tenemos hasta ahora: trastorno de la personalidad, muerte y traición. Las dos últimas acciones podrían ser entendidas como una conjugación de la primera, esto, en el caso de tratarse de un grave cuadro de personalidad antisocial que puede impulsar al paciente a cometer delitos graves. Cosa que desconocemos. Y que si a eso se suma la ayuda del enemigo de Dios y de los hombres motivada desde el propio clero por la pérdida de fe...

—Estaríamos frente a un enemigo nada fácil de combatir —complementó el padre Milson.

—Creo que hay suficiente ilustración para identificar las partes que hacen falta —dijo la oficial Eminda.

El listado fue corto y acertado.

Luego del detallado análisis de lo que se conocía, suponía y hacía falta para comenzar a esclarecer el embarazoso panorama, le dio a conocer a su equipo de trabajo, lo que tenía en mente para avanzar en la investigación.

Por primera vez el padre Milson estuvo en total acuerdo sin la menor objeción.

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